L¨ªneas rojas
Las camisetas de Podemos dominan en el mitin de En Com¨² Podem en Bellvitge
La l¨ªnea roja, la delgada l¨ªnea roja del metro que atraviesa Barcelona desde Fondo hasta Bellvitge, emerge por un momento del subsuelo (el subsuelo tiene memoria, lo dijo Dostoievski), y toma aire como las ballenas. As¨ª se ve caer la noche en esta tarde de diciembre, y tambi¨¦n que Barcelona empieza a ser aqu¨ª una ciudad desnuda en la que a¨²n quedan hierros y descampados. Faltan pocas estaciones para llegar al pabell¨®n polideportivo de Bellvitge, donde en un rato va a pedir el voto a la gente de esos bloques una izquierda que hace todo lo posible para no llamarse izquierda sino es poni¨¦ndose un ¡°nueva¡± delante o cualquier palabra acabada en ¡°-ista¡± detr¨¢s. No hay una izquierda desnuda para una Barcelona desnuda.
Antes de empezar el mitin, ya se ve en la cola que crece por la acera que no va a poder pasar todo el personal. Los que se queden fuera protestar¨¢n asomando la cabeza a la puerta, diciendo que a¨²n hay sitio, que podr¨ªa entrar m¨¢s gente. Mogoll¨®n de pa?uelos morados de Podemos, de sudaderas de Podemos, de globos de Podemos, en realidad parece m¨¢s un acto de Podemos que de En Com¨² Podem.
La polic¨ªa municipal vigila el orden en la calle, y un hombre mayor recita a gritos versos de teatro barroco para entretener la espera. Luego dentro, se dividen los asistentes en los de arriba y los de abajo. Los de abajo en las sillas de la pista, a pie de tarima, la multitud de empa?uelados. Los de arriba en las gradas, fuera de tiro de c¨¢mara, los descamisetados, los que no van con camisetas de Podemos. Pero todos comparten ese anonimato duro que tiene la gente de los barrios, la gente del paro, de los trabajos precarios, de la exclusi¨®n del mundo de los guays. El ser normal y corriente. Ancianas y ancianos luchadores, padres cansados y chavalas y chavales orgullosos de sus abuelos. De vez en cuando, se pone en pie el pabell¨®n en pleno al grito emocionado y tambi¨¦n an¨®nimo de ?S¨ª se puede! Pero ?qu¨¦ es lo que se puede?
Quienes se han quedado fuera escuchan en la plaza con los brazos cruzados mirando fijamente a los altavoces. Las farolas proyectan su luz hep¨¢tica sobre el cemento roto, y las palabras de un orador que est¨¢ diciendo ¡°sanidad p¨²blica¡± trepan como una enredadera rizom¨¢tica por las paredes de los bloques de enfrente, de 13 pisos de altura.
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