Fiesta y discrepancia
El carrusel musical de la Merc¨¨ arranc¨® a ambos lados de las Ramblas con el Ni?o de Elche como triunfador de la noche

El escenario en la plaza de la Catedral, una carpa transl¨²cida, dejaba ver el edificio que da nombre al lugar. Frente a ¨¦l, de espaldas al mismo, un grupo de ocho turistas japoneses escuchaba a su gu¨ªa, que musitaba algo incomprensible, quiz¨¢s que el edificio no era del siglo XIV, mientras tras la valla en la que apoyaban sus espaldas para mirar mejor los pin¨¢culos, estaban los camerinos donde Alfonso Vilallonga y su grupo se preparaba para iniciar su concierto, el primero de la Merc¨¨. Un lago de sillas ocupado por p¨²blico de mediana edad, con alguno de ellos procedentes de esa hidra en la que puede convertirse el turismo, hablaban en voz baja aguardando el inicio del recital como si la plaza fuese un teatro que exige cierta circunspecci¨®n. Entre tanto, al otro lado de la Rambla, en la plaza dels ?ngels, Isaac Ulam, encargado de inaugurar el BAM, se justificaba en el templo de los skaters, ¡°yo patin¨¦ a los 12, pero ahora ya tengo 38 y no puedo hacerlo¡±, dec¨ªa como si la suya fuese una edad provecta. Las fiestas de la Mer?¨¨, con sus lateros, sus africanos del top manta, su Guardia Urbana, sus borrachos y toda la dem¨¢s ciudadan¨ªa, comenzaba la andadura. La noche era templada. Bendito Mediterr¨¢neo.
Eran el de la Catedral y el de la plaza dels ?ngels, los ¨²nicos escenarios activos en la noche del jueves, esperando que el fin de semana se arranque todo el carrusel musical. En el segundo Isaac Ulam dejaba ir su folk alucinado en compa?¨ªa de un coro, y entre canci¨®n y canci¨®n hablaba como afectado por el olor a marihuana que proven¨ªa de alg¨²n grupito de usuarios. Hay veces que los artistas parecen fumados, o quieren parecerlo, o exhiben una actitud propia de quien se mira el mundo desde otro planeta. Sea por lo que fuere, Ulam usaba gafas de sol de tanto en tanto, aumentando as¨ª la sensaci¨®n de ser un observador aparentemente ajeno. No hab¨ªa mucha gente, menos aun atendiendo al escenario, m¨¢s ocupado el personal en sus propias conversaciones que en las canciones del bardo de Blanes, que pese a sus esfuerzos no acab¨® de conectar. Quiz¨¢s por ello sac¨® a colaci¨®n su pasado de patinador, tendiendo puentes. M¨¢s tarde, el Ni?o de Elche revertir¨ªa la situaci¨®n.
Pero antes tocaba cruzar la Rambla en pos de la Catedral, sus turistas japoneses y el lago de sillas ocupadas, esta vez s¨ª, por bastantes personas de edad provecta. Si hay alguien mundano, cosmopolita, curioso y se?orial, no en vano procede del abolengo de los barones de Mald¨¤, ese es Alfonso Vilallonga. Pero este noble ha optado por un arte de la gleba y su cabaret trenzado con jazz, blues, chanson, efluvios de m¨²sica popular latinoamericana y un agudo sentido de la observaci¨®n que le llev¨® a defender frente a su p¨²blico el estrecho hermanamiento entre lengua y coraz¨®n como ¨®rganos interdependientes, se adue?¨® de la plaza. Iron¨ªa, humor y finura para una voz aguda y una sensibilidad puesta en muchos casos al servicio de bandas sonoras dominaron aquel espacio con aire burgu¨¦s. Fiesta calmada. Y las pocas cervezas que se ve¨ªan proven¨ªan de bares.
De nuevo en el ?ngels la t¨¢ctica del poste era la ¨²nica ¨²til para no convertirse en potencial comprador de latas. Consiste en no moverse, casi ni pesta?ear, pues rascarse la cabeza puede ser una se?al al vendedor, que se precipitar¨¢ como orca sobre foca en pos del hipot¨¦tico cliente. Pero con el Ni?o de Elche en escena era dificultoso estarse quieto. O si se consegu¨ªa, que de puro magnetismo que manaba de escena era tambi¨¦n factible, la propia expresi¨®n secuestrada de los espectadores dificultaba las ventas de esos barceloneses de piel cobriza a los que tambi¨¦n se hab¨ªa referido el pregonero de las fiestas escasas horas antes. Y lo del Ni?o de Elche fue may¨²sculo, un soberbio concierto de flamenco y rock, de flamenco y electr¨®nica, de flamenco y reivindicaci¨®n pol¨ªtica, de flamenco de g¨¦nero y de flamenca hartura ya de todo. Canta el Ni?o porque le sale de las tripas hacerlo, pero su voz, impura, tambi¨¦n es filtrada y ecualizada rompiendo moldes, alej¨¢ndose del canon. Su gestualidad, pausada, de folcl¨®rica mansa pero con tron¨ªo, remataba sus palabras ente la multitud que ya atestaba, en buena medida silenciosa, la plaza. Y es que el de Elche estaba conectando con sus formas y su fondo con un p¨²blico creciente que se dejaba embobar gustoso por esos requiebros de voz heterodoxos que en ocasiones evocaban los juegos fon¨¦ticos y guturales de Mikel Laboa en piezas como ¡°Nadie¡±, donde con el ojo en transexualismo dice ¡°Nadie me conoce / Ni mi psiquiatra, ni la alcachofa de la ducha / Ni mi taza de caf¨¦, ni mis pesta?as / Nadie sabe nada de m¨ª / Nadie me ha descubierto todav¨ªa¡±. Cant¨® m¨¢s, pero siempre cant¨® contra el poder que no respeta, contra el poder que arrasa y lamina, contra el poder que arrincona a los desfavorecidos contra las cuerdas de la miseria y convierte a los dem¨¢s en espectadores, como si eso no fuese con ellos. Cant¨®, como pidi¨® la alcaldesa antes del preg¨®n, a la discrepancia. Discrep¨® con su arte porque discrepar es tambi¨¦n fiesta en fiestas. S¨®lo en eso fue obediente el de Elche en un concierto de muchos quilates. La ciudad ya est¨¢ de fiesta.
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