Los quevedos de Quevedo
El autor anima al paseante a contemplar la estatua que la Villa dedica al insigne escritor
Hay d¨ªas que camino hasta el pie del pedestal nom¨¢s para ver a Quevedo y largas tardes en que reviso las mesas de las librer¨ªas de viejo, nom¨¢s para recordar sus versos de callado polvo enamorado o cuando define a la lectura como una conversaci¨®n con los difuntos donde escucha con sus ojos a los muertos. Hay ma?anas en que lo visito en autob¨²s y se van hilando entre las conversaciones de los dem¨¢s pasajeros las p¨¢ginas que actualizan la vida del Busc¨®n o las gracias o desgracias de ciertas partes del cuerpo y luego, soy de los que celebra que haya una estaci¨®n de Metro que lleve su nombre y el tren subterr¨¢neo alivia el regreso de quien se acerca al cruce de Fuencarral, San Bernardo y Bravo Murillo tan s¨®lo para verificar que sigue intacto Quevedo en estatua, all¨ª donde antes de ser su glorieta fue sitio para un monumento a Lope de Vega e incluso, luego para los H¨¦roes del 2 de mayo, pero consta que por lo menos desde hace medio siglo se yergue Quevedo mirando hacia el antiguo Alc¨¢zar, hacia lo que llaman la Puerta del Sol, pasando por callejones de Malasa?a y esa arteria ancha de Gran V¨ªa que ¨¦l no conoci¨® en vida.
Lo que no consta es una discusi¨®n que acostumbra florecer entre paseantes ociosos o caminantes con tiempo de sobra. Hay quien afirma que los quevedos de Quevedo en la estatua de la glorieta con su nombre los lleva el bardo en la mano izquierda, al filo del lomo de un libro abierto y hay quien aseguramos que se le ven prendidos en la nariz, pellizc¨¢ndole el peque?o arco que le divide los ojos. No es conveniente que los automovilistas entren en la discusi¨®n, pues la distracci¨®n por verificaci¨®n de quevedos podr¨ªa ocasionar no pocos accidentes, pero aprovecho estas l¨ªneas para exhortar a todo madrile?o ¨Cnativo, adoptivo o de paso¡ªque aprovechen el paseo a ese entra?able rinc¨®n de la villa y corte para verificar si Quevedo trae puestos sus quevedos o es tan s¨®lo una ilusi¨®n ¨®ptica (valga la redundancia).
Para quien no entienda el p¨¢rrafo anterior habr¨¢ que explicar que Don Francisco G¨®mez de Quevedo y Villegas y Santib¨¢?ez Cevallos, natural de esta villa desde 1580, usaba unas gafas redondas, sin brazos a las orejas, cuyos cristales como lunas se sosten¨ªan solas en el puente de sus narices y que, por redondearle perfectamente la cara, la obra y el ¨¢nimo (tal como lo pintara Diego Vel¨¢zquez) pasaron a ser conocidas ya no como gafas, sino quevedos¡ como deber¨ªan llamar a todos los devotos que le seguimos la sombra en tinta fresca de sus p¨¢ginas o largos paseos con su fantasma.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.