El amor en tiempos de Trump
El autor descalifica los modos virulentos y obscenos de la relaci¨®n del candidato republicano de EE UU con las mujeres
Ahora que Donald Trump ha confirmado el cobre de pat¨¢n, reduciendo la posible admiraci¨®n por una belleza a una vulgaridad animal, no le vendr¨ªa mal un curso intensivo en la ya casi extinta materia del piropo castizo. Hubo un tiempo en sepia cuando las aceras de la Gran V¨ªa se volv¨ªan el zarzuelero escenario de un coro an¨®nimo de hombres at¨®nitos al paso de una dama que fardaba su belleza perfecta sabiendo que pudo haber esperado una parada de m¨¢s en el autob¨²s o haber caminado por otra ruta si acaso quisiera evitar el coro de la admiraci¨®n verbal. Hablo del fox-trot ya casi en desuso del asombro espont¨¢neo, la ligera sorpresa de una pantorrilla como aviso de los muslos bien torneados y ese cuello que alguien vio de reojo en el paso de cebra, ese cuello que merecer¨ªa quedar expuesto en el Museo del Prado como un yeso de piel y huesos.
Viene de largo, con la mirada fija en lontananza, en ese horizonte que siempre queda exactamente a espaldas del incauto que cree que lo mira a ¨¦l y a nadie m¨¢s; viene dando zancadas sobre el equilibrio sincronizado de unos tacones de alfiler, la cabellera al vuelo y los hombros que descubren el ¨²ltimo recuerdo de un verano que no ha de repetirse. Parece sonre¨ªr como para confirmar al mundo que no es estatua y con un leve giro de la mu?eca parece demostrar que el bolso ¨Cbien armado¡ªbien podr¨ªa marcar con sangre el p¨®mulo de todo majadero, todo Trump que se pase de la raya. Las miradas van alineando el pasillo por donde pasea su ilusi¨®n inalcanzable, la misteriosa majestad de una desconocida.
Ahora solo nos queda el silencio. El suspiro callado en tiempos que ya nadie se atreve a gritarle guapa. Si acaso, el murmullo entre dientes, el deseo en voz baja, el comentario a toro pasado, donde uno le dice al otro el futuro que se inventa en ese instante o el remoto pasado que justifica un atrevimiento. Mira c¨®mo mueve las caderas al ritmo de un tumbao que nadie escucha, observa c¨®mo evita toparse con estorbos, c¨®mo inclina la barbilla y se toca ligeramente el l¨®bulo de la oreja donde afortunadamente no lleva tel¨¦fono que la comprometa. Mira c¨®mo gira la cintura y pasa la mano por el pelo sin despeinarse. Imagina entonces que se trata del poema, el conjunto de versos con los que sue?as cuando quieres recordar un baile y en breves segundos imaginas que no es otra, sino Ella, la que cre¨ªas deletrear desde hace tiempo, memorizada como un soneto y, de pronto, se aleja. Se va esfumando como todos los d¨ªas, confirmando sin palabras que no era m¨¢s que pura prosa.
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