De solidaridad y de derechos: l¨ªmites y contradicciones
La antrop¨®loga Emma Mart¨ªn respalda al alcalde de C¨¢diz en su defensa de la industria naval. "No tenemos derecho a exigir solidaridad a quienes no pueden ejercerla", afirma
Con enorme cari?o y empat¨ªa leo la carta de mi colega y amigo F¨¦lix Talego sobre el apoyo del alcalde de C¨¢diz y del partido Podemos a la construcci¨®n de cinco corbetas para Arabia Saud¨ª en los astilleros de esta su (mi) ciudad. Tambi¨¦n me solidarizo con el comunicado de Ecologistas en Acci¨®n. Habiendo dedicado la mayor parte de m¨ª actividad acad¨¦mica y pol¨ªtica al ¨¢mbito de los derechos humanos de inmigrantes y refugiados no puedo m¨¢s que estar de acuerdo con los argumentos que en ambos comunicados se exponen. Ser¨ªa una grave irresponsabilidad no asumir que la angustiosa situaci¨®n de Oriente Medio no es s¨®lo el resultado de la intervenci¨®n colonial de Occidente, sino del apoyo incondicional, y a¨²n m¨¢s, de la intervenci¨®n activa en defensa de estos intereses de las monarqu¨ªas del Golfo P¨¦rsico. Por tanto, en un contexto de defensa de los Derechos Humanos ambas repulsas son irreprochables, y, como acad¨¦mica, pero tambi¨¦n como activista, las suscribo en su totalidad.
El dilema ¨¦tico se me plantea como persona que en un momento concreto de su biograf¨ªa decide pasar de la c¨®moda (s¨ª, c¨®moda, hasta ahora a nadie han expulsado de la Universidad por mantener posiciones cr¨ªticas) denuncia desde mi c¨¢tedra en la Universidad de Sevilla a la pol¨ªtica institucional, aceptando mi inclusi¨®n como cabeza de lista del Senado por Podemos en las elecciones de 2015. Cuando acept¨¦ era muy consciente de que una cosa era el mantenimiento de la m¨¢s absoluta coherencia en el plano te¨®rico (en la pr¨¢ctica nadie se libra de contradicciones) y otra aterrizar en la arena, o m¨¢s bien fango, teniendo en cuenta con quienes jugamos en el Parlamento, de la pol¨ªtica. No llegu¨¦ a obtener esca?o, pero tuve suficiente con el atisbo que me proporcion¨® mi participaci¨®n en el debate de Onda C¨¢diz con los representantes de los partidos pol¨ªticos. Como no pod¨ªa ser de otra manera, una parte de este debate se centr¨® en la carga de trabajo de Astilleros. Y como representante de mi formaci¨®n argument¨¦ que era muy importante buscar alternativas al modelo productivo. Este es un elemento central del programa de Podemos y una de las razones de mi apoyo activo a la formaci¨®n. No podemos continuar con modelo desarrollistas cuyo coste ecol¨®gico y social es inasumible, de eso no tengo la menor duda. La cuesti¨®n, para m¨ª crucial, es c¨®mo conseguir esta transformaci¨®n.
Y aqu¨ª llegamos al punto central de este debate. La ¨²nica forma de conseguir esta transformaci¨®n del modelo productivo es proporcionando a la ciudadan¨ªa las herramientas pol¨ªticas para contar como sujetos. Estoy segura de que quienes han apoyado la denuncia de la construcci¨®n de estas corbetas son conscientes de que el ejercicio de la solidaridad implica la plena participaci¨®n en igualdad. Caso contrario, unos son solidarios y otros meros objetos de esta solidaridad. Dif¨ªcilmente podremos ejercerla desde la precariedad, y a¨²n menos desde la exclusi¨®n. En un contexto de plena implantaci¨®n de una renta de iguales para todas, donde toda la poblaci¨®n tuviera garantizado el m¨ªnimo vital, yo ser¨ªa la primera en rechazar de plano la fabricaci¨®n de cualquier elemento susceptible de ser empleado como armamento. Sin embargo, tengo claro que anteponer esta premisa a cualquier otra condici¨®n es un privilegio que puedo permitirme desde mi situaci¨®n. Yo me cri¨¦ en San Severiano, oyendo cada ma?ana la sirena que llamaba a los trabajadores de Astilleros al tajo. Durante el debate al que he hecho menci¨®n, esta memoria de mi infancia acud¨ªa constantemente a mi pensamiento. Hoy defiendo que no tenemos derecho a exigir esta solidaridad a quienes no pueden ejercerla, y que la prioridad debe ser garantizar que los trabajadores de astilleros puedan ejercer este derecho, porque no es cierto que construir las corbetas sea compatible con los derechos humanos, pero tampoco lo es que estos derechos puedan ser defendidos exclusivamente por quienes ya gozan (gozamos) de ellos: el segmento que mantenemos unas condiciones dignas de integraci¨®n en la sociedad.
Muy probablemente en esta coyuntura yo hubiera dimitido, y hubiera vuelto a una actividad laboral muy gratificante y, en mi posici¨®n, bien remunerada, pero s¨®lo lo hubiera hecho si detr¨¢s de m¨ª hubiera habido gente dispuesta a remangarse y meterse en este doloroso y contradictorio dilema, as¨ª que no puedo m¨¢s que dar las gracias a Kichi, a Noelia y a Juan Antonio por estar ah¨ª y asumir uno de los marrones m¨¢s evidentes y complicados de la pol¨ªtica institucional.
Emma Mart¨ªn es catedr¨¢tica de antropolog¨ªa social de la Universidad de Sevilla
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