Anatom¨ªa de un akelarre
Una exposici¨®n fotogr¨¢fica recuerda ,art¨ªsticamente, las cazas de brujas en el Pa¨ªs Vasco
"Tenemos el estereotipo de la bruja malvada, con sombrero picudo, grano en la nariz, subida en una escoba", dice Bego Ant¨®n, "pero las brujas no eran as¨ª". Las brujas no existieron, claro, solo fueron un delirio colectivo que llev¨® a miles de personas a la hoguera o a la horca por todo Occidente, de Zugarramurdi, Navarra, a Salem, Nueva Inglaterra. "Muchas de las que tomaban por brujas eran herboleras, recolectaban hierbas para hacer remedios, dec¨ªan ser adivinas, hac¨ªan de matronas y, por tanto, ten¨ªan poder sobre natalidad", contin¨²a Ant¨®n. Eran figuras clave en el matriarcado pagano que, con la llegada del cristianismo, "resultaron ser molestas y hubo que deshacerse de ellas". La caza de brujas, que acab¨® enmascarando vendetas familiares, envidias, peleas por lindes o el mero instinto de supervivencia, se fue de control y pudo, seg¨²n algunos autores, llegar a convertirse en un Holocausto.
Bego Ant¨®n (Bilbao, 1983) es fot¨®grafa y habla de brujas porque su ¨²ltimo proyecto Todas ellas brujas (Haiek danak sordinak) gira en torno a esta figura, en concreto a las que fueron perseguidas en el Pa¨ªs Vasco entre los s. XV y XVIII (unas 20.000 personas fueron quemadas en Europa durante ese tiempo, seg¨²n el historiador Gustav Henningsen). La exposici¨®n, parte del proyecto Lanzadera (que visibiliza a j¨®venes fot¨®grafos espa?oles), se puede ver, comisariada por I?aki Domingo, en Centro Centro (Cibeles, 1) hasta el 2 de julio.
En este trabajo Ant¨®n ha buceado en la documentaci¨®n hist¨®rica para ponerle nombres y apellidos a mujeres reales perseguidas por brujer¨ªa y, a partir de sus historias, crear unas im¨¢genes de corte art¨ªstico, brumosas e inquietantes, tomadas en los propios pueblos y bosques vascos donde ocurrieron los terribles hechos inquisitoriales. Mujeres borrosas danzando alrededor del ¨¢rbol viejo, mujeres hundidas en los arroyos cual Ofelia, banquetes vac¨ªos, con cabezas de cerdo, en el medio del bosque. Im¨¢genes n¨ªtidas al atardecer boscoso que reflejan los miedos brujeriles de los habitantes de aquellos espaciotiempos.
"Es incre¨ªble lo que se dec¨ªa y cre¨ªa de las brujas", dice la fot¨®grafa, "que com¨ªan carro?a, y cad¨¢veres desenterrados, que provocaban naufragios y devoraban ni?os no bautizados dej¨¢ndole la mejor parte al Diablo". Uno de los inquisidores franceses que lleg¨® al Pa¨ªs Vasco en la ¨¦poca se sorprendi¨® de que las mujeres vascas comieran manzanas e hicieran sidra: esa era la fruta del pecado original. Ah¨ª hab¨ªa brujer¨ªa.
"Me sorprendi¨® comprobar c¨®mo cambia lo que es cre¨ªble, veros¨ªmil, de una ¨¦poca a otra", dice la artista. Un Edicto de Silencio, que reconoc¨ªa los errores de los inquisidores, logr¨® disminuir el fen¨®meno, tambi¨¦n ayud¨® la llegada de ideas racionales propias de la Ilustraci¨®n. "Se prohibi¨® hablar de las brujas por la calle, as¨ª que al dejar de fluir la informaci¨®n era m¨¢s dif¨ªcil acusar a alguien de brujer¨ªa o confesar ser bruja durante la tortura", explica Ant¨®n, "la gente ya no sab¨ªa con certeza qu¨¦ es lo que hac¨ªan las brujas".
Las brujas, por cierto, siguen interesando al hecho cultural, con pel¨ªculas como La bruja (Robert Eggers), The neon demon (Nicolas Winding Refn) o Las brujas de Zugarramurdi (?lex de la Iglesia), o el montaje teatral de Las brujas de Salem de Arthur Miller por parte de Andr¨¦s Lima. No sin raz¨®n: aunque no es su intenci¨®n primordial, la exposici¨®n tambi¨¦n puede ser un aviso sobre lo peligroso de los linchamientos populares, los p¨¢nicos extendidos, la vigilancia y la denuncia del conciudadano, la persecuci¨®n del extra?o, fen¨®menos todos ellos muy antiguos pero que siguen burbujeando en nuestro mundo contempor¨¢neo tanto f¨ªsico como virtual. Cuidado, usted puede ser bruja.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.