S¨ªndrome de Sol
El autor regresa de vacaciones y estudia una curiosa 'enfermedad' que afecta a los que regresan a Madrid
Esa pareja que se pasea por Madrid con el atuendo intacto de sus recientes vacaciones en Mallorca ha contra¨ªdo ¡ªy anda de contagio¡ª eso que llaman los entendidos el S¨ªndrome de Sol: el ¨¢nimo ocioso que se pega a la piel como arena con sudor, el sentimiento alucinante de que el Matadero, a la vera del Manzanares, es un malec¨®n de mariscos madrile?os.
Ella no ha de quitarse el bikini hasta que le amanezca el lunes, rumbo a la oficina de siempre y dispuesta a cambiarse de ropa en pleno vag¨®n del Metro. ?l ha de presumir de pectorales asoleados, la calva enrojecida y las gafas de hollywoodense improvisado. Ambos cumplir¨¢n hasta el ¨²ltimo d¨ªa de sus merecidos descansos con la sintomatolog¨ªa cl¨¢sica del S¨ªndrome de Sol: pedir boquerones o raciones de chopitos en terrazas de inevitable escenario urbano como si estuvieran tirados en camastros plegables, perder la vista en lontananza (sin importar el estorbo de los edificios) y so?ar que all¨¢ a lo lejos se esconde el mar en el horizonte.
Luego, los pasos arrastrados de sus chancletas, la bolsa de playa, rellena de qui¨¦n sabe qu¨¦ tantos ung¨¹entos que quiz¨¢ no sean necesarios en los autobuses que recorren la Castellana, e inundar los aud¨ªfonos con estramb¨®ticos ritmos reguetoneros que obnubilan sus miradas bajo las gafas. Hablan entre ellos con una pereza de palmeras inclinadas y se rascan mutua y levemente las espaldas con las yemas de los dedos para no rayar la piel quemada de sus lomos enrojecidos y van posando en selfies y retratos grupales con sonrisas abismales, de carcajada congelada en la alegr¨ªa incontenible de saberse transportadores del S¨ªndrome de Sol.
Tan inconcebible el c¨ªclico y calend¨¢rico hipnotismo de poder rondar las mismas rutas de siempre en su Madrid, con la adrenalina aligerada que adquirieron en las playas del placer y del descanso; subir por Gran V¨ªa como quien conquista una duna oscilante de espejismo ocre, surfear a lo largo de Alberto Aguilera sobre una patineta que parezca una tabla en las olas y sonre¨ªrles a los lugare?os, que no han podido salir este a?o para el pueblo.
Granizados de lim¨®n en pleno barrio de Salamanca dando el sabor de una palapa tropical en el recuerdo de sus papilas, ensaladas frescas de ventresca en antiguas tabernas de rancio sabor de castellano viejo para simular que andan comiendo a la orilla de una piscina que ha quedado demasiado lejos, pero no tan distante como para opacar otra invaluable virtud de la vida de Madrid: sea en la Puerta por donde amanece todos los d¨ªas o en la glorieta del carruaje que arrastran los dioses para pasear a una diosa¡ Aqu¨ª todos llevan el S¨ªndrome del Sol en las venas y no pocos lo revelan en la claridad de sus sonrisas.
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