Siete aventuras con los iberos
El Museo de Arqueolog¨ªa de Catalu?a publica una serie de gu¨ªas de yacimientos de las distintas tribus escritas por periodistas
No puedo sino aplaudir las estupendas nuevas gu¨ªas de los yacimientos iberos catalanes de la Ruta dels Ibers: una le he escrito yo.
La ins¨®lita iniciativa del Museo de Arqueolog¨ªa de Catalu?a (MAC) de encargar dichas publicaciones, en catal¨¢n, a un pu?ado de periodistas, haci¨¦ndoles lanzarse a la aventura entre los iberos, se ha saldado con un ¨¦xito que ha sobrepasado las expectativas incluso de algunos de los propios participantes en la empresa. De hecho, m¨¦ritos cient¨ªficos y literarios al margen, ya es un triunfo haber conseguido que un grupo de los m¨¢s esc¨¦pticos, insubordinados, desordenados y ajetreados profesionales del periodismo de este pa¨ªs (tendr¨ªan que ver mi mesa) hayan acatado la disciplina personal y colectiva que exige un proyecto de estas caracter¨ªsticas.
Parece que fue ayer cuando me paseaba entre ruinas iberas buscando inspiraci¨®n y armado con una espada
Buena parte del m¨¦rito hay que reconoc¨¦rselo al director del MAC, Josep Manuel Rueda, un santo, que no solo tuvo la idea sino que me consta ha perseguido a alg¨²n recalcitrante perezoso con el tes¨®n de un ala de caballer¨ªa romana marchando tras un escuadr¨®n de taimados y esquivos arqueros partos. Observo ahora las siete peque?as gu¨ªas, tan bonitas, y me parece un milagro, sobre todo la m¨ªa, que se caracteriza por el color azul y lucir un cr¨¢neo en la portada. Parece que fue ayer que me paseaba entre ruinas iberas buscando inspiraci¨®n para escribirla y armado con una espada (romana, cualquiera encuentra una falcata) a fin de darme ¨¢nimos y crear ambiente.
Rueda se encarg¨® de repartir juego y casar a cada periodista con un pueblo ibero, en base a criterios insondables aunque ¨¦l dec¨ªa que trataba de tener en cuenta los gustos de cada cual (?), y que no era f¨¢cil. A Ignacio Orovio, el ¨²nico colega con el que nos hemos quedado encajonados juntos en el corredor ascendente de la Gran Pir¨¢mide, compitiendo por una noticia, le tocaron los cesetanos; a Carles Cols los ilercavones (me lo imagino pregunt¨¢ndose si no iba con segundas), a Juli¨¤ Guillamon los ausetanos, a Anna S¨¤ez los ilergetas, a Daniel Roman¨ª ceretanos y lacetanos (por si no bastara con unos, probablemente sobraban tribus o faltaban periodistas), al camarada Jos¨¦ ?ngel Monta?¨¦s los layetanos (cuyo ¨¢mbito sin embargo queda lejos de Sijena) y a un servidor, ?tach¨¢n!, los indiketas. Rueda me dijo que eran los mejores, lo que masaje¨® mi ego, pero yo creo que eso se lo ha dicho a todos (periodistas e iberos). Es verdad que los indiketas tienen el yacimiento m¨¢s impresionante, Ullastret, y los testimonios m¨¢s redondos (!) de la caza de cabezas y el culto al cr¨¢neo, incluido el ritual de enclavamiento, que consiste en meterles a las calaveras un clavo del cop¨®n desde la frente al foramen magnum para colgarlas en los muros con fines de exhibici¨®n. Con eso fue f¨¢cil convencerme.
A m¨ª, la verdad, los iberos, hasta ahora, siempre me han sido extra?os, con lo que no hago sino reflejar, me parece, por desgracia, el sentimiento de una gran parte de la gente. Es que no sabes por d¨®nde pillarlos. Me apasionan y lo s¨¦ casi todo de otros pueblos de la Antig¨¹edad, los fieros marcomanos, enemigos del general M¨¢ximo D¨¦cimo Meridio y sus legiones del Norte, los queruscos de Arminio, masacradores de Varo; los dacios de Dec¨¦balo o los volubles eduos. Pero los iberos, oye, se me han ido escapando. Y no ser¨¢ por no haberlos frecuentado.
Empec¨¦ de ni?o con el Jabato (V¨ªctor Mora no especific¨® de qu¨¦ tribu era el personaje de tebeo pero en mi gu¨ªa, qu¨¦ diablos, yo le reivindico para los indiketas), y nunca he dejado de insistir con ellos. En puridad, mi vida profesional de periodista cultural ha sido una sucesi¨®n de contactos con los iberos. Me he pateado la mayor¨ªa de sus sitios y hasta he tenido un ataque de agorafobia en el Tur¨® del Pollo, Puig Castellar, el Parten¨®n de los layetanos en la Serralada de Marina, en Santa Coloma de Gramenet (la visita se la ha tenido que comer ahora Jos¨¦ ?ngel, que confes¨® el otro d¨ªa haberse disfrazado de guerrero layetano para un v¨ªdeo promocional de Ca n'Oliver: vaya grupo). En 1998, cuando se inaugur¨® en Barcelona la gran exposici¨®n internacional sobre los iberos con los Reyes (los de Espa?a no los de ellos), yo estaba all¨ª. Tambi¨¦n cuando en 1989 Anna Pujol investig¨® los enclavamientos y propuso que eran un ritual. En realidad solo porque a¨²n no hab¨ªa nacido no estuve presente en 1940 cuando durante su visita a Montserrat Himmler pidi¨® ver el esqueleto de ibero que le hab¨ªan dicho que se guardaba en la abad¨ªa junto con el Grial.
Escribir la gu¨ªa del MAC me ha dado por fin la oportunidad de intimar de verdad, a fondo, con los iberos o al menos con una parte tan relevante de ellos como son los indiketas. En las visitas para escribir, especialmente en la que dediqu¨¦ un d¨ªa laborable y ventoso a patearme intensivamente Ullastret en solitario, conjurando sus fantasmas, he tratado de dejarme poseer por el esp¨ªritu de los iberos y trasladarme en el tiempo para entenderlos. Intentando hacer eso mientras a la vez le¨ªa varias monograf¨ªas eruditas y daba sorbos a mi cantimplora casi me caigo en un silo. Como ven mi aproximaci¨®n no ha sido solo cient¨ªfica sino tambi¨¦n aventurera y an¨ªmica. Espero que se note.
La suerte ha querido que la colecci¨®n aparezca casi al mismo tiempo que la primera aventura del prefecto Cato y el centuri¨®n Macro en Hispania
No voy a decir que mi gu¨ªa, que incluye una visita al yacimiento de Castell en la que me adentr¨¦ en una zona con peligro de deslizamiento (?qu¨¦ alucinante sentirte Indiana Jones en Palam¨®s!) y en la que me ha echado m¨¢s que una mano el arque¨®logo y director de Ullastret, Gabriel de Prado, sea la mejor (tengo una debilidad por la descripci¨®n que hace en la suya Daniel del yacimiento de El Castellot, en la Corona de Bolvir, el ¨²nico conocido en el ¨¢rea pirenaica, ?iberos en la Cerda?a!), pero he echado el resto en ella.
La suerte ha querido que la colecci¨®n de gu¨ªas aparezca casi al mismo tiempo que la primera aventura del prefecto Cato y el centuri¨®n Macro en Hispania: efectivamente, en la XV (aqu¨ª el n¨²mero romano es obligatorio) entrega de la popular serie de novelas de Simon Scarrow (Invictus, Edhasa), los dos soldados desembarcan en Tarraco y al frente de una cohorte de pretorianos marchan a combatir al rebelde Iskerbeles en Astorga que, ciertamente, queda fuera del ¨¢rea de nuestras gu¨ªas pero est¨¢ m¨¢s cerca que, pongamos, Camulodonum. Yo personalmente he de agradecer que la salida de las gu¨ªas haya coincidido con la extraordinaria noticia del descubrimiento de un plomo con una inscripci¨®n ibera en el foso de Ullastret, a ver si eso no es promoci¨®n de la buena...
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