En la casa griega de Paddy
Una visita a la villa del escritor y h¨¦roe de guerra brit¨¢nico Patrick Leigh Fermor en Kardamili, al sur del Peloponeso
Acept¨¦ un poco tarde la invitaci¨®n del escritor Patrick Leigh Fermor de visitar su casa griega: fui la semana pasada y Paddy hace ya casi siete a?os que est¨¢ muerto. Desde luego no encontr¨¦ un plato en la mesa. Tambi¨¦n es verdad que su famosa villa en el pueblo de Kardamili, en Mani, al sur del Peloponeso, queda un poco a desmano. por no decir en el quinto pino. De hecho tuve que enga?ar a mis acompa?antes, con los que hac¨ªa un tour festivo cultural por la pen¨ªnsula, para que me acompa?aran a la remota localidad y adem¨¢s a cambio de no visitar Esparta. "No vamos a hacer un mont¨®n de kil¨®metros y subir a los putos montes Taigetos solo para que t¨² te des el lujo de enviar un pu?ado de postales que pongan '?Esto es Esparta!'". Hay que ver c¨®mo me conocen los amigos, pero tambi¨¦n quer¨ªa ver si, como dec¨ªa Paddy que dec¨ªa Pausanias, a¨²n se conservaba la c¨¢scara del huevo de cisne que puso Leda y del que surgi¨® Helena de Troya. Otra vez ser¨¢. Esparta no se va a mover.
Tras recorrer Micenas, tiramos en coche para abajo v¨ªa Tr¨ªpoli hacia Kalamata. Desde all¨ª hasta Kardamili (la vieja Card¨¢mila, una de las siete ciudades mesenias que seg¨²n Homero Agamen¨®n ofreci¨® a Aquiles para apagar su ira ¡ªl¨®gicamente ¨¦l prefer¨ªa que le devolvieran a Briseida¡ª) lleva una carretera infame, 35 kil¨®metros de curvas que te arrastran por pueblos dejados de la mano de Dios y en los que adem¨¢s, como recuerda Leigh Fermor en su libro sobre la regi¨®n, Mani (Acantilado), tienen a¨²n muy mal recuerdo de los piratas catalanes.
Llegamos a Kardamili ya oscuro y con bronca (yo hab¨ªa sugerido desviarnos a Exochori para ver la ermita de Agios Nikolaios junto a la que se esparcieron las cenizas de Bruce Chatwin: no col¨®) y nos desperdigamos por el pueblo, que tiene un aire de Dei¨¤ y lo caracteriza una larga calle con bonitas casas de piedra de estilo veneciano. Los dem¨¢s recalaron finalmente en una taberna (evit¨¦ decirles que Paddy sosten¨ªa que en Kardamili serv¨ªan el peor retsina de Grecia) y yo aprovech¨¦ para ir a la librer¨ªa local, donde me encontr¨¦ con un despliegue de ediciones de libros de Leigh Fermor en diversas lenguas y a un librero, Giorgos, que recel¨® del entusiasmo del inesperado visitante que hac¨ªa gala de su amistad con el escritor pero iba ataviado con una camiseta con un hoplita y la leyenda "Fuck yourself Xerxes".
Paddy ya dec¨ªa que los maniotas sienten una inveterada m¨¦fiance hacia los forasteros, les resultas sospechoso de entrada por haber ido all¨¢ abajo y adem¨¢s qui¨¦n sabe si no eres un turco rezagado. En una pared del establecimiento colgaba un panel de cart¨®n con fotos de Paddy (una vestido de oficial, de la ¨¦poca en que secuestr¨® al general alem¨¢n Kreipe en Creta) y dedicatorias de su pu?o y letra, en griego.
Recuper¨¦ a mis acompa?antes en el caf¨¦ Androuvitsa, donde ya estaban bastante achispados. Result¨® que la joven encargada, Anna Zervea, sab¨ªa un mont¨®n de cosas de Paddy y lo hab¨ªa conocido bien. ¡°La primera vez, ¨¦l y Joan, su mujer llegaron caminando y se alojaron aqu¨ª mismo, mi abuelo alquilaba habitaciones en el piso de arriba". Anna me explic¨® una historia fenomenal: el encuentro en Kardamili entre Patrick Leigh Fermor y ?el conde Alm¨¢sy de El paciente ingl¨¦s! Resulta que el protagonista de la pel¨ªcula, Ralph Fiennes, que encarnaba al explorador y conde h¨²ngaro, viaj¨® al pueblo para ver a Paddy, del que su padre era un gran admirador. "Imagina la impresi¨®n que nos produjo ver por la calle a Fiennes, que iba muy glamuroso. Fue a casa de Paddy y luego continu¨® su viaje, estaba haciendo la ruta de Ulises". Eso me llev¨® a preguntarle por la famosa playa de las sirenas. Paddy ten¨ªa una, de cola doble, tatuada en el brazo. "Son nereidas, ninfas, se cuenta que sal¨ªan del mar para ver a Neopt¨®lemo, el hijo de Aquiles. Hab¨ªa un templo dedicado a ellas, donde ahora est¨¢ la iglesia". Tambi¨¦n se dice que unas tumbas en las afueras son las de C¨¢stor y Pollux, los hermanos de Helena... Muchos habitantes de Kardamili se tienen por descendientes de los bizantinos huidos tras la ca¨ªda de Constantinopla y el imperio de los Pale¨®logos. Seguro que a Paddy le encantaba la conexi¨®n
Anna me explic¨® una historia fenomenal: el encuentro en el pueblo? entre Paddy? y ?el conde Alm¨¢sy de El paciente ingl¨¦s! Resulta que el protagonista de la pel¨ªcula, Ralph Fiennes, viaj¨® all¨ª? para ver al escritor
Por la ma?ana, siguiendo las indicaciones de Anna, me dirig¨ª a ver la casa de Leigh Fermor, punto central de mi peregrinaci¨®n a Kardamili. La villa est¨¢ en realidad a las afueras, en Kalamitsi, y, rodeada por olivos y altos cipreses, resulta casi invisible. La propiedad linda con el mar y posee una escalera de piedra que conduce a una peque?a cala. Aparqu¨¦ el coche y corr¨ª jubiloso a la entrada del jard¨ªn, pero me impidieron el paso. Resulta que la casa, que era visitable tras la muerte de Paddy previo permiso del museo Benaki de Atenas, al que la leg¨® el escritor, ya no lo es, pues se est¨¢n efectuando grandes obras de rehabilitaci¨®n. De nada vali¨® que adujera que el propio Paddy me hab¨ªa invitado y hasta que me ofreciera a recitar la oda a Taliarco (la de Horacio que compartieron ¨¦l y Kreipe durante el secuestro). Nanay de la China. Me sent¨ª a la vez derrotado, humillado y entristecido. Acept¨¦ mi sino y march¨¦ cabizbajo hacia la playa. Y pensar que pod¨ªa haber ido a Esparta. Pero entonces o¨ª que me llamaban. El ingeniero Dimitrios Pastras hab¨ªa telefoneado al Benaki y me autorizaban a la visita. No s¨¦ qu¨¦ les habr¨ªa dicho, a lo mejor que era menos peligroso si me ten¨ªan vigilado. El caso es que entr¨¦ en la vivienda griega de Paddy tantos a?os despu¨¦s (2001) de que mientras com¨ªamos trucha en Chelsea ¨¦l me invitara.
Recorr¨ª las dependencias que conoc¨ªa de memoria. El sal¨®n, el estudio, el porche, los arcos. Todo estaba vac¨ªo. La sensaci¨®n de desolaci¨®n era absoluta. La reforma era profunda. Solo quedaba un cascar¨®n vac¨ªo. En una pared, protegida bajo un panel de porexpan estaba la famosa m¨¢scara de cer¨¢mica obra de su amigo Ghika. En una galer¨ªa entraban y sal¨ªan las golondrinas. Ni un libro. En el patio, camin¨¦ sobre los mosaicos de guijarros hacia la exedra desde donde Paddy y sus amigos atalayaban alegremente el atardecer sobre el golfo de Mesenia. El d¨ªa era gris y el mar no refulg¨ªa. Record¨¦ la ilusi¨®n con la que los Leigh Fermor levantaron su casa con el anfiteatro de las monta?as a su espalda. Llegaba tarde, llegaba tan tarde. Una sensaci¨®n de infinita tristeza me invadi¨®: de aquellas vidas brillantes no quedaba aqu¨ª nada. Todo pasa y muere. Todo tiene un final.
Me march¨¦ con una sensaci¨®n amarga. No me anim¨® encontrar en la playa unos viejos calzoncillos abandonados. Me sent¨¦ desilusionado y abatido. Junto a la casa quemaban rastrojos y el viento tra¨ªa una fina lluvia de cenizas que parec¨ªan los restos de un mundo desvanecido. Entonces, un movimiento me llam¨® la atenci¨®n en la costa al fondo de la bah¨ªa. Mir¨¦ con mi peque?o catalejo. Era un grupo de siete garzas blancas. Estaban frente a una cueva en los riscos al borde del mar. Pens¨¦ si no ser¨ªan las nereidas. Y entonces record¨¦ los p¨¢jaros que dibujaba Paddy en las dedicatorias de sus libros, las aves que vuelan entre sus letras. Entend¨ª que las garzas eran un ¨²ltimo regalo. Y me dije que a la amistad, como al amor y la belleza, uno nunca llega demasiado tarde.
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