?D¨®nde est¨¢ el nacionalismo no independentista?
Los independentistas no nacionalistas parecen haber perdido su combate. Tal vez deber¨ªan volver a pensar en por qu¨¦ quer¨ªan la independencia
En los ¨²ltimos tiempos hemos asistido a un fecundo debate en torno al momento de arranque del proc¨¦sy las razones que posibilitaron el crecimiento tan espectacular del independentismo. De cierto modo se ha querido profundizar en los an¨¢lisis que fijaban aquel arranque en la sentencia del Estatuto de 2010 y que hasta hace poco hab¨ªan sido mayoritarios. Quien ha reflexionado sobre ello (estoy pensando en Guillem Mart¨ªnez, en Ignacio S¨¢nchez Cuenca, o Jordi Amat), no han menospreciado el impacto disruptivo de aquella sentencia, pero han aportado la idea de la existencia de unas circunstancias pol¨ªticas y unas tendencias culturales que ven¨ªan de antes, as¨ª como han remarcado el peso de las condiciones del contexto y no precisamente solo de lo inmediato. El planteamiento parece correcto en la medida que permite alejar un poco la mirada para ver c¨®mo la experiencia de los ¨²ltimos a?os se inserta en unos cambios de la cultura pol¨ªtica de sectores importantes de la sociedad catalana que son de m¨¢s largo alcance.
En este sentido no se puede pasar por alto que ciertas reformulaciones arrancaron con el largo ocaso pujolista, se concretaron con el impulso de discontinuidad representado por los gobiernos catalanistas y de izquierdas y se agudizaron en torno al largo y enrevesado proceso de aprobaci¨®n del Estatut.
En esos a?os se empezaron a repensar conceptos y tendencias, a la vez que se hac¨ªa m¨¢s fuerte la batalla pol¨ªtica pero tambi¨¦n cultural, especialmente en el campo tradicionalmente nacionalista. En este marco, el nacionalismo convergente sin perder sus caracter¨ªsticas principales incorporar¨ªa cada vez m¨¢s planteamientos el mismo tiempo liberales y soberanistas, captando sectores desencantados de la socialdemocracia soft, como fue el caso de Ferran Mascarell. En cierta medida, fue un intento pensado en m¨¢s niveles: uno, orientado al mundo pol¨ªtico y cultural, que se concretaba en la construcci¨®n del liderazgo de Artur Mas como posible agente ensanchador del per¨ªmetro del pujolismo sobre la base de reforzar un supuesto perfil de solvencia, y un segundo m¨¢s orientado al electorado tradicional que combinaba la idealizaci¨®n de la larga etapa de los gobiernos de CiU con un hostigamiento de los gobiernos tripartitos que romp¨ªa con las pr¨¢cticas de moderaci¨®n para configurarse como herramienta de movilizaci¨®n.
Pero tambi¨¦n ERC se adentr¨® en una profunda labor de redefinici¨®n de sus postulados tradicionales. De la mano de Carod y Puigcerc¨®s primero hac¨ªa un movimiento de emancipaci¨®n del nacionalismo tradicional optando para una mayor¨ªa de izquierdas y luego defin¨ªa un ambicioso proyecto de ensanchamiento de sus bases. Tanto a nivel social, a trav¨¦s de la integraci¨®n de cuadros y dirigentes en UGT, como a nivel geogr¨¢fico, apostando fuerte por el ¨¢rea metropolitana de Barcelona. Esta redefinici¨®n llevar¨ªa a valorizar la idea de un independentismo anclado a la izquierda, que se conceb¨ªa a s¨ª mismo como no nacionalista.
La independencia, en definitiva, era ¨²nicamente un instrumento, no un fin. La meta no era construir un estado-naci¨®n cl¨¢sico sino acercar las decisiones a la ciudadan¨ªa y dotar a la sociedad catalana de herramientas para hacer pol¨ªticas sociales que ¡ªseg¨²n la lectura que se hizo sobre todo despu¨¦s de los recortes en el Estatuto en 2005 y 2006¡ª la pertenencia al Estado espa?ol no garantizar¨ªa. Este fue el discurso que se impuls¨® y que arraig¨® profundamente en sectores amplios de la poblaci¨®n, m¨¢s aun despu¨¦s de la crisis econ¨®mica de 2008, de la Sentencia sobre el Estatuto y sobre todo de los recortes de 2010-2011.
El discurso conten¨ªa una contradicci¨®n intr¨ªnseca en el momento en el que quien lo impulsaba aceptaba compartir proyecto ¡ªy tarea de gobierno¡ª con quien aplicaba estos mismos recortes. De otro modo ¡ªsin la conceptualizaci¨®n de la independencia como sin¨®nimo de cambio, no como reivindicaci¨®n nacional cl¨¢sica¡ª, no se entender¨ªa ni la envergadura de la gran Diada de 2012 ni la popularidad de un concepto como el derecho a decidir, tampoco la eclosi¨®n y consolidaci¨®n de la CUP en el escenario pol¨ªtico catal¨¢n o ciertas simpat¨ªas que el proc¨¦s ha despertado en algunos sectores de la izquierda no independentista.
Queda por preguntarse hasta qu¨¦ punto en los ¨²ltimos a?os esta idea tan aparentemente prometedora de un independentismo no nacionalista, democr¨¢tico y de cambio ha desplegado sus posibilidades y ha podido influir realmente las suertes pol¨ªticas del pa¨ªs. Las evidencias de las que disponemos parecen apuntar m¨¢s bien al contrario: lejos de ser un instrumento, la independencia (o m¨¢s bien la ret¨®rica sobre la independencia) ha acabado siendo el fin de toda acci¨®n pol¨ªtica emprendida por las fuerzas pol¨ªticas partidarias de la construcci¨®n de un estado propio. Y, probablemente, el elemento m¨¢s inquietante es que haciendo esto se han asumido unos costes alt¨ªsimos en t¨¦rminos de polarizaci¨®n civil y subordinaci¨®n a una visi¨®n meramente nacionalista, esencialista y conservadora de la que la elecci¨®n de Torra es ¨²nicamente el ¨²ltimo epifen¨®meno.
Hoy, en definitiva, los independentistas no nacionalistas, parecen haber perdido su combate. Y sin embargo, tal vez deber¨ªan volver a pensar en por qu¨¦ quer¨ªan la independencia. Si realmente era s¨®lo un instrumento para el cambio y para la mejora de la vida de la ciudadan¨ªa, seguro que encontrar¨ªan herramientas nuevas y diversas para avanzar hacia estos objetivos.
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