De las chabolas al alquiler social
Familias del Gallinero esperan ser realojadas por el Ayuntamiento con incertidumbre, ilusi¨®n y alguna cr¨ªtica
"Tendremos una ducha de las de ba?arnos", dice ?frica mientras se refresca con un chorro de agua que brota fresco de una manguera. Pica el sol, el lugar no ofrece ninguna sombra y esta ni?a de nueve a?os ya imagina con ilusi¨®n las posibilidades que le brindar¨¢ su nueva casa. Vive en El Gallinero, un asentamiento chabolista del sur de Madrid, y se mudar¨¢, supuestamente, a unos pisos de Usera. Eso es lo que le ha indicado a su familia el Ayuntamiento. Llevaban esperando tres a?os, desde que el nuevo gobierno lleg¨® al consistorio y anunci¨® su voluntad de acabar con este poblado. Ahora es una medida inminente y la aguardan con ilusi¨®n, incertidumbre y algo de pena.
Porque ?frica, igual que su hermana Sof¨ªa, de 15 a?os, lleva toda la vida all¨ª. Y ya tiene amigas en la zona, una rutina marcada y el apego a estas cuatro calles donde, seg¨²n cifras municipales, habitan 44 familias y 184 personas (103, menores de edad). "Usera no lo conozco. Me la s¨¦ peor. ?Y encima no est¨¢ La Gavia!", protesta la mayor de las dos, refiri¨¦ndose a un cercano centro comercial. La madre, Elena Rado, observa las quejas desde la entrada de su vivienda. A ella, que lleg¨® hace 16 a?os a este enclave situado a 12 kil¨®metros de la Puerta del Sol, le apetece el cambio. "Me da un poco de pena, pero mejor una lavadora que esto", arguye. "Aunque nos hemos acostumbrado", susurra, mostrando una habitaci¨®n forrada en telas, con un colch¨®n de mantas impolutas y dos fotos enmarcadas en el cabecero. Aun as¨ª, avisa: "Est¨¢ un poco desordenado y sucio porque, como nos han dicho que nos ¨ªbamos, no estamos recogi¨¦ndolo".
Ha dejado de lado las tareas del hogar y ha empezado a empaquetar su ropa, confiesa. ?Por qu¨¦? El lunes pasado, la alcaldesa, Manuela Carmena, y el presidente de la Comunidad de Madrid, ?ngel Garrido, visitaron la zona y notificaron el fin de El Gallinero de aqu¨ª a septiembre. Sin concretar ninguna fecha exacta, los mandatarios informaron de que habr¨¢ dos v¨ªas para el realojo: un acceso directo a una vivienda o un traslado a un alojamiento alternativo provisional, compartido y supervisado por los servicios sociales. "Ya no va a haber Gallinero", afirm¨® Carmena. "No pod¨ªamos permitir que esto continuara¡±, coment¨® antes de animar a los residentes a emprender "esta gran aventura". "Confiamos absolutamente en vosotros, porque todos juntos vamos a respetar las normas de convivencia. S¨¦ que pod¨¦is hacer algo muy grande, s¨¦ que vais a ser unos vecinos m¨¢s de la ciudad de Madrid y ojal¨¢ se¨¢is de los mejores", sentenci¨®.
Llevaban tiempo esper¨¢ndolo. Seg¨²n cuenta Javier Baeza -cura de la Parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrev¨ªas, y uno de los voluntarios que acude desde hace a?os a El Gallinero-, el grupo Ahora Madrid prometi¨® el desmantelamiento del poblado en cuanto lleg¨® a la alcald¨ªa. Siempre por medio de la concejal¨ªa de Equidad, Derechos Sociales y Empleo. Han estado "mareando" y la gente est¨¢ "inquieta", aduce. "No se les da informaci¨®n. Solo se les ha entregado un papel con normas. Y eso nos ha hecho pensar si hablamos de realojo o de tutela infantil", lamenta el p¨¢rroco, c¨®mplice firme de estos vecinos de la capital. Se sabe con precisi¨®n los movimientos que ha sufrido este lugar pr¨®ximo a la carretera de Valencia y con un 93% de ?ndice de Pobreza Humana. Baeza no acudi¨® el d¨ªa de la visita oficial porque cre¨ªa que hacerse la foto supon¨ªa "seguir con la estigmatizaci¨®n de esta poblaci¨®n".
"Reina la incertidumbre propia del cambio y por la precipitaci¨®n del Ayuntamiento", explica, "y existe una cierta sospecha, porque se iba a hacer desde hace tiempo, pero todav¨ªa nada". Esa par¨¢lisis es la que tiene a Elena Rado y a su marido, Vasile, sin preocuparse por la limpieza de su hogar, un inmueble levantado a base de madera y chapa. Tambi¨¦n a sus compa?eros de parcela, Stefan y Virginia Yosif. A sus 65 y 63 a?os respectivamente, a esta pareja le toca la lista de pisos compartidos. Algo que no les hace mucha gracia. "Prefiero tener mi casa solo. Estoy triste porque no puedo pagarla", suelta ¨¦l enfrente de una olla donde borbotea el caldo de unas alubias.
Las nuevas circunstancias se revelan positivas, pero no satisfacen a toda la comunidad. De las familias que habitan El Gallinero, unas 18 se han quedado sin esta medida, tal y como calcula Baeza. Al resto se le va a dispersar en barrios de la periferia, sin especificar. Y eso provoca el desasosiego de d¨®nde ser¨¢, de si estar¨¢n cerca de donde estudian o de con qui¨¦n compartir¨¢n portal. Con la decisi¨®n final y la hoja de normas que les han proporcionado (donde se establecen sanciones por perder las llaves o se proh¨ªben las visitas, entre otras) andan despistados. Una familia que disfruta de una piscina hinchable, por ejemplo, ha quedado fuera del reparto: no tienen solvencia para los 65 euros que cuesta el alquiler. Piensan ya es en volver a Ruman¨ªa. "En cuanto se vayan ellos y vengan a tirar esto, nos vamos a nuestro pa¨ªs", sostiene uno de ellos, que se resguarda del sol bajo una lona y unos pal¨¦s. Prefiere no dar ning¨²n nombre.
Mireia Sima, sin embargo, se lanza a charlar luciendo un brillo de esperanza en los ojos y una tripa de embarazo avanzado. Madre de cinco hijos (seis, contando el que est¨¢ en camino) y con ocho a?os de estancia en El Gallinero, su destino es Carabanchel. Con un pitillo que fuma a medias con una amiga, rememora sus primeros d¨ªas. "Estaba fatal. No hab¨ªa agua y las ratas com¨ªan con nosotros. Ten¨ªan mucha hambre", bromea. Ahora tiene ganas de irse lo m¨¢s pronto posible. Por su estado y porque quiere "ba?arse todo el d¨ªa". "Es que soy muy presumida", r¨ªe. "En cuanto d¨¦ a luz quiero trabajar", se propone entusiasmada esta joven de 24 a?os que presume de "saber leer y escribir" gracias a haber ido al colegio en Granada, donde vivi¨® al llegar de Ruman¨ªa. En Madrid recibe la Renta M¨ªnima de Inserci¨®n y pide en el metro. "Saco unos 30 euros para comida", dice delante de sus v¨¢stagos, lanzando una ¨²ltima proclama: "Espero que todo lo que han dicho lo cumplan, porque quiero que mis hijos no tengan la misma vida que nosotros".
Son momentos de tensi¨®n, esgrime Arua Marina Morales, de la asociaci¨®n Barr¨®, que tambi¨¦n trabaja en la zona. "Quieren irse. Hay que pensar que en est¨¢n hacinados y hay enfermedades. Pero andan a la expectativa, porque es inevitable. Y para que se logre la inclusi¨®n social hay que repartirles en diferentes zonas, no crear guetos", describe por tel¨¦fono esta mediadora, que asegura haber tenido un contacto continuado durante muchos meses con las familias. En El Gallinero se han acostumbrado, parece, al olvido, solo soliviantado por la caridad de las oeneg¨¦s que operan en terreno. Florica Radu, mujer de 25 a?os que lleva 13 aqu¨ª, tiene una cita el pr¨®ximo mi¨¦rcoles para elegir muebles. No se hace a la idea. "Me van a cambiar muchas cosas. Voy a tener a mis cuatro ni?os m¨¢s limpios y voy a dormir m¨¢s tranquila", suspira. En invierno, dice, tiene miedo de que se le incendie la casa con las hogueras que hacen para entrar en calor. Y se pasa el d¨ªa nerviosa por si entra alg¨²n coche r¨¢pido y atropella a alguien. "Tendremos ducha, un parque delante, un colegio m¨¢s cerca y un McDonalds por si queremos tomar una hamburguesa", sonr¨ªe.
Botellas de pl¨¢stico, escombros y montones de basura anegan esta superficie de peque?os desniveles y fr¨¢giles chamizos. En uno de los m¨¢s altos vive la familia Barbu. Dos habitaciones y un peque?o vest¨ªbulo apa?an las necesidades de seis personas. Lionel y Ricardo, dos de los hijos, de 21 y 19 a?os, toquetean un port¨¢til mientras se plantean qu¨¦ hacer en su nueva vivienda. "Aqu¨ª se est¨¢ muy bien. Puedes hacer lo que te d¨¦ la gana. Puede poner los altavoces a todo trapo", justifica el menor. Ambos han estudiado por Villa de Vallecas, distrito al que pertenece, y han trabajado en varios puestos temporales. Lionel, adem¨¢s, tiene un peque?o habit¨¢culo para reparar bicis con un saco de boxeo y unas pesas. "Tambi¨¦n las alquilo a un euro la hora", concede orgulloso. En un lateral de la casa ha puesto una pantalla donde proyecta pel¨ªculas. "Si quieren verlas, que paguen".
Para su padre ¨CSaba Stan, de 42 a?os (cambi¨® su apellido por el de la esposa)- Lionel es un emprendedor. Como ¨¦l, que necesitar¨ªa "semanas" para contar todos los empleos que ha tenido. Generalmente, en el campo. Detalla que les ha tocado una casa en Villaverde por los 65 euros al mes acordados. "Sin el agua, la luz y la comunidad", apostilla. "Tendremos que ver a cu¨¢nto nos sale en total", reflexiona. Aunque se considera contento, se queja de que a¨²n no tengan los electrodom¨¦sticos ni sepan una fecha definitiva. Coincide en el sentir general en una cosa: van a poder moverse m¨¢s f¨¢cilmente. "Aqu¨ª pasa un autob¨²s cada hora", exclama. "Ya, pero all¨ª voy a tener que hacer trasbordo y chuparme cinco paradas de metro", responde Ricardo, el hermano m¨¢s peque?o, de 14 a?os. Acto seguido, sopesa: "Me da igual, con tal de que haya un cole y no se vengan las hormigas".
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