El horror en el mosaico de Mir¨®
Mossos y guardias urbanos relatan las primeras horas vividas despu¨¦s del atentado en La Rambla
Sergi, un urbano de dos a?os de experiencia, atend¨ªa, un d¨ªa como hoy, a unos turistas en Canaletas cuando oy¨® un estruendo y vio c¨®mo una furgoneta invad¨ªa La Rambla. Dice que el conductor gritaba ¡°como un loco¡± e iba tan deprisa que los neum¨¢ticos se levantaron del suelo. Fue el primer agente que avis¨® por radio: ¡°'?Atentado, atentado!¡±. Su compa?ero, Joaqu¨ªn Ortiz, que estaba delante del Liceo, mir¨® Rambla arriba y vio el veh¨ªculo en marcha, arrollando a personas que sal¨ªan volando por encima del techo, una peque?a explosi¨®n y humo blanco. Sergi y otros dos agentes la hab¨ªan perseguido en una carrera de impotencia que acab¨® s¨²bitamente, porque se averi¨®, en el colorido mosaico de Mir¨®. El coraz¨®n del escenario de un crimen de 80 metros de largo en el que se dejaron la vida 14 personas y cientos de heridos.
El mosso Jos¨¦ Almendros, Churru, del escamot 3, de la Comisar¨ªa de los Mossos, de Nou de La Rambla, estaba entonces en la Barceloneta tomando nota de una denuncia de unos j¨®venes franceses v¨ªctimas de un robo. Los turistas captaron el mensaje que escup¨ªa su emisora. ¡°Con la mirada, me dijeron¡±, narra, ¡°'?Ves, ves!¡±. Su compa?ero, Alberto S¨¢nchez, Pesca, se montaba en la patrulla junto al sargento Jos¨¦ Gonz¨¢lez. Enfilaron el tramo central de La Rambla y frenaron para no atropellar la avalancha de gente que se les ven¨ªa encima. La misma que impidi¨® a Ortiz seguir al terrorista. Y, a partir de ah¨ª, el horror que a¨²n les generan sollozos, pesadillas y l¨¢grimas.
La vida, cuenta Churru, segu¨ªa con una escalofriante naturalidad en el Paseo Col¨®n, ajeno a la cat¨¢strofe. Alberto corri¨® hacia el mosaico pensando en vaciar el cargador. No lleg¨® a ver a YounesAbouyaaqoub, el autor de la masacre. La primera imagen fue una se?ora sin vida empotrada en la furgoneta y un cochecito bajo las ruedas. ¡°?Buff! Mir¨¦ deseando que no hubiera a nadie. Por suerte fue as¨ª¡±, dice. Abri¨® la puerta del copiloto y vio los pasaportes que ¡°quer¨ªamos que encontr¨¢ramos¡±. A esa hora, Marc Rovira, de la comisaria de l'Eixample, ya hab¨ªa dado un golpe de volante y se top¨® en la calle Pelai con taxis en contra direcci¨®n. Posiblemente,Abouyaaqoub ya hab¨ªa huido por La Boqueria. Los camareros del quiosco Universal ya estaban escondidos en el s¨®tano y M¨°nica Trias, una quiosquera, refugiada en una farmacia. La misma escena se repiti¨® en decenas de locales. Ada Colau sal¨ªa corriendo de su casa rural pitando para Barcelona.
El centro se convirti¨® en una estampida y la tragedia se petrific¨® en el mosaico. El meandro de La Rambla se estrecha justo ah¨ª y encima tiene quioscos a ambos lados. Uno no ha vuelto a abrir. Mossos y urbanos admiten que se olvidaron el modo polic¨ªa y pasaron a socorrer a los heridos. Muchas de sus armas acabaron manchadas de sangre. No se pudo seguir el protocolo que recomienda que nadie se acercara a menos de 200 metros. ¡°Un mando me dijo que la furgoneta estaba limpia¡±, admite el sargento. "No lo dije a los agentes para no bajar la tensi¨®n y porque tampoco sab¨ªa si hab¨ªa m¨¢s explosivos en papeleras, por ejemplo¡±. La realidad, dicen, era la que era. "?C¨®mo no ayudar a alguien que te estira del pantal¨®n con una pierna rota?", alega el urbano Ortiz.
Alberto hizo un primer recuento: una decena de fallecidos. ¡°Lo m¨¢s duro fue el triaje y ver a qui¨¦n pod¨ªas ayudar y a quien no", dice aludiendo a la escena de un chico que se qued¨® junto a su padre ya sin vida. Hab¨ªa cientos de personas. Se necesitaban muchas ambulancias. No era f¨¢cil porque quedaron coches abandonados en La Rambla y algunos, con matr¨ªcula espa?ola, tuvieron que sacarlos a pulso. Los franceses s¨ª dejaron las llaves. Un taxi se qued¨® tal cual: su tax¨ªmetro marcaba por la noche 1.700 euros.
Marc viv¨ªa un momento cr¨ªtico en Canaletas. Un chico oriental, no sabe si chino o coreano, escap¨® del bar Aromas de Estambul, diciendo que dentro hab¨ªa tres ¨¢rabes con armas largas. La persiana estaba echada. El due?o, desde dentro, lo neg¨® pero no pod¨ªan darle credibilidad por si estaba amenazado. "Hubo una tensi¨®n muy, muy extrema", recuerda Marc. Los GEOS de los Mossos rodeando el local y, parapetados y armados, obligaron a los clientes a salir del local con las manos en alto y dejando el m¨®vil en el suelo. Algunos eran musulmanes.
No solo se equivoc¨® el turista oriental. El sargento cuenta que el supuesto tiroteo de El Corte Ingl¨¦s era el desplome de una estanter¨ªa ni tampoco hubo un francotirador con un turbante en los tejados. Era un trabajador. El mosaico se desaloj¨® entonces unos minutos y polic¨ªas y m¨¦dicos fueron confinados en los soportales del Liceu. Alberto se qued¨® solo parapetado tras de una ambulancia. No le dio tiempo llegar al teatro. Pero no lo recuerda: ¡°Me lo explic¨® una compa?era. Me dijo: ¡®Te juro que eras t¨²¡¯¡±. Los urbanos, pistola en mano, evacuaron La Boqueria y sus peinaron sus pasillos por donde el terrorista huy¨® caminando.
Un mosso sufri¨® un shock al ver a un ni?o herido. Jos¨¦ Almendros ayudaba entonces a reagrupar a una pareja francesa, con sus hijos desperdigados, recluida en un portal de la calle de Sant Pau. Renaud, el padre, que sobrevivi¨®, estaba grave. ¡°Un se?or de Israel, que no encontraba a su mujer y su hija, recogi¨® a uno de los ni?os y me dijo lo cuidar¨ªa. Que no me preocupara, que en su pa¨ªs est¨¢n acostumbrados a esas situaciones de guerra'", explica con la voz rota. Cuando reagruparon a la familia, envi¨® al turista israel¨ª al hotel. ¡°De un estanco, sali¨® una mujer que dijo ser de ese pa¨ªs. Le dije que su marido estaba bien. Llor¨®, me dio las gracias y me abraz¨®¡±.
Durante la tarde, los mossos trasladaron a los heridos menos graves. Las ambulancias no daban abasto. Alberto hizo una docena de viajes al hospital del Mar o al CAP Pere Camps. Despu¨¦s, ayudaron a evacuar las tiendas, previo registro por si el terrorista estaba dentro, y escoltaron a la gente fuera de La Rambla. Los testigos que hab¨ªan visto algo eran conducidos hasta el centro de operaciones, habilitado en l¡¯Esfera para declarar. ¡°Cuando sub¨ªamos las persianas y ve¨ªan que ¨¦ramos polic¨ªas, parec¨ªan que ve¨ªan Dioses. Es la ¨²nica que vez que dices: ¡®Manos arriba¡¯ y te hacen caso¡±, explica. ¡°A los ni?os, les acarici¨¢bamos la cabeza y les dec¨ªamos que no hac¨ªa falta¡±, a?ade Churru.
A las 20.00, Albert y Marc, amigos y compa?eros de promoci¨®n, coincidieron. Una mirada, un abrazo y llanto. ¡°A esa hora ya nos pod¨ªamos permitir ese lujo¡±, dicen. Luego les toc¨® luego, relata el sargento, balizar y proteger el largo ¡°escenario de un crimen¡±. Un decorado vac¨ªo y en silencio. Lo mejor, coinciden, la reacci¨®n de la gente. El Hard Rock les brind¨® caf¨¦, pastas y agua y pakistan¨ªes cajas de agua y fruta. O ver como compa?eros se incorporaron sin preguntar: uno vol¨® desde Granada y otro regres¨® desde Soria. La sensaci¨®n de que el cuerpo se gradu¨®. Y lo peor, vivir con un recuerdo que pesa como una losa. Alberto esper¨® a este julio a o¨ªr el mensaje que aquel d¨ªa env¨ªo a su familia diciendo que estaba bien y Churru llora cuando recuerda que una mossa de Rub¨ª le explic¨® que el padre de Xavi, el ni?o fallecido, les llev¨® un cochecito de polic¨ªa de su hijo. El juguete sigue all¨ª. Muchos urbanos han recibido asistencia psicol¨®gica. Los mossos, menos. Sus familias, convienen, son las que sobre todo sufren. ¡°La gente a veces cree que ser polic¨ªa es de 5.30 a 14.30 es una escenificaci¨®n y un disfraz que se queda all¨ª. Y no es cierto¡±, dice el sargento alusi¨®n al horror vivido en el mosaico. ¡°Te lo llevas a casa¡±.
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