El se?or de los 100 gatos se muda hoy a un piso y solo puede llevarse a uno
Comienza el derribo de El Gallinero, el poblado chabolista m¨¢s miserable de Madrid. Los vecinos, como Vasile Antonescu, ser¨¢n realojados
Vasile Antonescu ha vivido todos estos a?os cercado por la pobreza pero ¨¦l, asentado en lo alto de una peque?a colina desde la que se ve el resto de chabolas de El Gallinero, el reducto m¨¢s miserable de Madrid, se ha sentido un fara¨®n rodeado de una corte felina.
Vasile, de 59 a?os, cuida de m¨¢s de 100 de gatos que lo persiguen all¨¢ donde vaya como al flautista de Hamelin. Este martes, el d¨ªa en el que echar¨¢n abajo su precaria vivienda de madera y chapa, tendr¨¢ que elegir a uno de ellos. El ¨²nico que le acompa?e a su nueva vida.
El Ayuntamiento empezar¨¢ este martes a derribar el poblado chabolista que se encuentra casi pegado al vertedero de Valdeming¨®mez, a un lado de la A-3. En ¨¦l han vivido durante dos d¨¦cadas clanes rumanos de etnia gitana en condiciones deplorables. La de Vasile ser¨¢ una de las 25 familias a las que se les buscar¨¢ acomodo en distintos puntos secretos de la ciudad. Las autoridades no quieren desvelar los barrios donde empezar¨¢n de cero para que los vecinos no los reciban con prejuicios.
En el umbral de la chabola, dividida en dos estancias, un dormitorio y un espacio un poco m¨¢s amplio que hace las veces de cocina, Vasile les explica a su hermana Florica y a su sobrino David las pautas que les han proporcionado los trabajadores sociales. Les han pedido que no hagan excesivo ruido, no recojan trastos de la basura y mantengan recogida la casa.
Y que no la llenen de gatos. La condici¨®n es que elijan a uno. La decisi¨®n le pone un nudo en la garganta. ¡°Parece que va a ser este¡±, se decide Vasile por fin, mientras sostiene en una mano a una cr¨ªa blanca con manchas marrones. ?Y qu¨¦ pasar¨¢ con el resto? ?l ha intentado distribuirlos entre conocidos que sabe que cuidar¨¢n bien de ellos, pero no es nada f¨¢cil. Tambi¨¦n se le pas¨® por la cabeza meterlos en una caja y ofrecerlos a los viandantes en alguna plaza concurrida de Madrid, pero sospecha que incumplir¨ªa con alguna ordenanza municipal.
Lo m¨¢s probable, seg¨²n explican fuentes municipales, es que los esterilicen y los suelten en el campo. Ese futuro tan incierto y un tanto salvaje no deja dormir a Vasile, que todos estos a?os, desde que levant¨® su chabola en 2010, se ha ocupado de su manutenci¨®n. Cada dos d¨ªas se acercaba a Rivas-Vaciamadrid a comprar leche y pollo para darles de comer con el dinero que hab¨ªa sacado mendigando. Cada vez en m¨¢s cantidad, a medida que m¨¢s gatos rodeaban la casa y hasta dorm¨ªan en el tejado.
Le preocupa tambi¨¦n que los gatos puedan quedarse a merced de los granujas del poblado que se han divertido a costa de maltratarlos. Les han cortado orejas con navajazos, les han echado agua hirviendo, les han arrancado el rabo... Vasile se marchar¨¢ en la primera de las tres jornadas que durar¨¢ el realojo. Para el viernes, despu¨¦s de que la piqueta haya derribado todas las chabolas y los servicios de limpieza hayan despejado el solar, El Gallinero ser¨¢ historia.
Una verg¨¹enza para la ciudad
Vasile, alba?il que cerca de los 60 tiene cada vez m¨¢s dif¨ªcil ser contratado en una obra, encuentra terap¨¦utica su relaci¨®n con los gatos. Dice que le ayudaron a salir del pozo en el que se sumi¨® a ra¨ªz de la muerte de su madre. No supo que hab¨ªa fallecido hasta que regres¨® en 2006 a Drobeta-Turnu Severin, una ciudad del este de Ruman¨ªa, fronteriza con Serbia. No la encontr¨® por ning¨²n lado, pese a que la busc¨® con ah¨ªnco. La familia le hab¨ªa ocultado la noticia.
Aquello, a?ade, le hizo caer en un estado de depresi¨®n del que le cost¨® salir. Al volver aqu¨ª, dorm¨ªa todo el d¨ªa, com¨ªa de forma err¨¢tica, no tomaba la medicaci¨®n que le hab¨ªan prescrito. Asegura que encontr¨® serenidad y consuelo en la primera gata que se le acerc¨® un d¨ªa en el poblado, por casualidad. No le puso nombre, ni falta que le hizo para quererla. De esa gata descienden cinco generaciones que, como las chabolas, tienen los d¨ªas contados en el lugar.
El Gallinero, el rinc¨®n m¨¢s deplorable que exist¨ªa en la ciudad tras los desmantelamientos de poblados de la hero¨ªna como Las Barranquillas, es un im¨¢n para la fatalidad. Y de ella tampoco se libra la familia de Vasile. La hermana sufre una enfermedad incapacitante y el sobrino, de 27 a?os, una discapacidad ps¨ªquica y una obesidad que dificultan mucho que encuentre trabajo.
La oportunidad de vivir en un piso, tras el acuerdo que alcanzaron el Ayuntamiento y la Comunidad (el primero que han alcanzado sin tensiones dos formaciones tan opuestas como el Partido Popular y Ahora Madrid) para acabar con este reducto que el presidente ?ngel Garrido y la alcaldesa Manuela Carmena ve¨ªan como una mancha negra para la ciudad, como una ¡°verg¨¹enza¡±, abre para ellos, sin embargo, nuevas expectativas. Vasile dice que los trabajadores sociales les tramitar¨¢n la renta de inserci¨®n m¨ªnima y, al no vivir en un lugar tan estigmatizado, puede que tengan m¨¢s posibilidades de encontrar empleo. El paso de una existencia subterr¨¢nea y marginal a una m¨¢s convencional. Ese umbral lo cruzar¨¢ este martes con un solo gato entre los brazos.
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