¡°Los bares de siempre han ido cerrando y nos hemos quedado solos¡±
Ilda Pinto regenta una casa de comidas, en Justicia, desde 1985. De las pocas de corte popular que quedan en el barrio. Patatas bravas, ca?as baratas y filetes empanados
De ni?a, Ilda Pinto trabajaba en el campo, junto a su familia. "?ramos pobres y de pueblo", cuenta esta natural de Braganza y cosecha de 1963. De adolescente, y ya a este lado de la frontera, ejerci¨® como doncella para familias adineradas. Pero, a los 22 a?os, dej¨® de trabajar para otros. Los se?ores a quienes serv¨ªa, junto a su marido Luis, no le permit¨ªan alojar a su hija reci¨¦n nacida en la casa. As¨ª que uno y otra recogieron sus ahorros y levantaron un bar. M¨¢s all¨¢ de caf¨¦s y licores, las cinco o seis mesas de m¨¢rmol que amueblan La Luna, como se llama el local, ven pasar alb¨®ndigas, patatas bravas y filetes empanados. Y el men¨² del d¨ªa. Las ca?as con tapa, por un euro y medio, componen solo uno m¨¢s de los precios populares anunciados en el espejo del establecimiento, en pie desde 1985. A su alrededor, el resto de comercios de la calle de Santa Teresa, en el madrile?o barrio de Justicia, nos hablan de gastrobares, cocteler¨ªas y cocina ecol¨®gica.
Los fines de semana, este bar 'de viejos' se llena de gente joven.
Antes, en esta calle hab¨ªa cuatro o cinco locales como este. Pero los bares de siempre han ido cerrando y nos hemos quedado solos. Ahora nos rodean restaurantes elegantes y modernos: y sus clientes, muchas veces, acaban entrando aqu¨ª a tomar una cerveza o una copa. Mi marido y yo nos encargamos de todo, desde la cocina hasta la barra, as¨ª que logramos mantener una carta barata. Y luego est¨¢ el boca a boca. Los hijos de clientes que ven¨ªan hace 20 o 25 a?os pasan por aqu¨ª, para ver si el lugar del que les hablaban sus padres segu¨ªa en pie. Un grupo de j¨®venes hasta nos mont¨® los perfiles para las redes sociales.
A lo largo de m¨¢s de tres d¨¦cadas, habr¨¢ visto cambiar la llamada noche madrile?a.
Cuando empezamos, recuerdo a la gente pinch¨¢ndose en la calle de Justiniano: los ve¨ªamos al salir y entrar del bar. Pero aqu¨ª dentro, nunca. Nosotros ¨¦ramos un bar de bocadillos. La gente ven¨ªa por la tarde a tomar cervezas y, cuando pasaban las horas y les entraba el hambre, ped¨ªan algo de comer. Llegaba a gastar las m¨¢s de cien barras de pan que el panadero nos dejaba por la ma?ana, as¨ª que me tocaba salir a una tahona a media noche para comprar m¨¢s. Hab¨ªa cola para entrar aqu¨ª. Luego vivimos la crisis del a?o 1993, y la moda del botell¨®n, pero nunca nos ha faltado clientela.
?Cuida de forma especial a los clientes habituales?
Trato de atender por igual a todo el mundo. Al que viene, porque viene. Y al que llega por primera vez, para que vuelva. Si alguien pasa dos horas aqu¨ª, conmigo, y tomando y pagando cuatro o cinco cervezas, ?c¨®mo no le voy a dar de comer?
Adem¨¢s de esos bocadillos que tra¨ªan cola, da el men¨² del d¨ªa.
Vengo por la ma?ana, cocino algunas tortillas y las tapas que colocar¨¦ tras la barra. A partir de las diez, estamos abiertos. Damos desayunos y preparo la comida. Descanso un par de horas por la tarde y, de nuevo, abrimos sobre las siete. As¨ª hasta la noche, cuando lo dejamos todo recogido, las tazas de caf¨¦ dispuestas sobre la barra, hasta el d¨ªa siguiente. Muchos s¨¢bados salgo a recoger setas, para las recetas de aqu¨ª. Las noches de los fines de semana, abrimos hasta las dos y media de la ma?ana.
?Nunca nota la fatiga?
Aprend¨ª a cocinar desde peque?a, y tambi¨¦n durante mis a?os como sirvienta, pero recuerdo que al principio llevaba peor el bar. Ahora le he cogido el truco, y no me siento cansada hasta que vuelvo a casa. Cuando, por la edad, vea que no llego, recortar¨¦ antes las ma?anas de entre semana que las noches de fiesta. Aqu¨ª me divierto mucho.
D¨ªa y noche juntos
Las veladas en las que el bar se llena, Luis custodia la entrada del local y no deja pasar a nadie. Si se cuela alguien, Ilda da un grito desde la barra. Esa es solo una de las tareas que uno y otra se reparten desde hace m¨¢s de tres d¨¦cadas. "Llevamos mal lo de trabajar y convivir. ?D¨ªa y noche, juntos!", cuenta ella. Pero agrega: "Vamos aguantando. No nos llevamos la discusi¨®n a casa. Los gritos los doy yo, pero en el bar".
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