Un peque?o bosque encantado en Alcobendas
El Museo Bons¨¢i Luis Vallejo lleva abierto m¨¢s de 20 a?os y es uno de los m¨¢s reconocidos de Europa
Luis Vallejo le arrebat¨® un bosque (fotogaler¨ªa de los bons¨¢is) a uno de los hombres m¨¢s ricos del mundo. Conviene matizar, eso s¨ª, que los cipreses no llegaban al metro de altura, y la extensi¨®n boscosa apenas abarcaba unas decenas de cent¨ªmetros cuadrados. Y se lo llev¨® a Madrid, a su museo de bons¨¢is, que lleva su nombre y es uno de los m¨¢s importantes de Europa.
?¡°Fue en un vivero de Tokio, coincid¨ª con Jack Ma, el fundador de Alibaba [el gigante chino de comercio electr¨®nico]¡±, relata este arquitecto paisajista, de un aspecto desconcertantemente jovial a sus 64 a?os. Tal vez, porque pasa gran parte de su vida rodeado de ¨¢rboles. ¡°?l se compraba los bons¨¢is de veinte en veinte, supongo que como una inversi¨®n, y yo le ped¨ª al due?o del vivero que me apartara este bosque, que era muy especial: lo hizo el maestro Masahiko Kimura¡±.
De modo que el conjunto de cipreses en miniatura, asentados sobre una roca con tierra y musgo, no termin¨® en Pek¨ªn, sino en Alcobendas, donde se esconde el Museo Bons¨¢i Luis Vallejo. Tiene una de las colecciones m¨¢s nutridas de nuestro continente, con m¨¢s de 200 ¨¢rboles, algunos bicentenarios, de unas 30 especies, todas procedentes de Jap¨®n y Espa?a. Vallejo lo dise?¨® y fund¨® en 1995, aunque su pasi¨®n por estas peque?as esculturas llenas de vida le viene de mucho antes. ¡°Soy de una familia de arboricultores, mi padre vino a Madrid despu¨¦s de la Guerra Civil a vender frutales¡±, cuenta. ¡°A los 12 a?os cay¨® en mis manos un libro de bons¨¢is que me dej¨® fascinado. Y me fui a practicar a los viveros de la familia. Hice unos cuantos estropicios, he de reconocer¡±.
Desde entonces, ha compatibilizado su carrera de arquitecto con su dedicaci¨®n a los bons¨¢is. Antes de levantar el museo hab¨ªa montado una peque?a escuela en Mirasierra, en la que ense?aba a cuidar y moldear a estos peque?os ¨¢rboles. Un d¨ªa de 1987 apareci¨® por all¨ª Felipe Gonz¨¢lez, reci¨¦n estrenado su segundo mandado como presidente del Gobierno. Y desde entonces mantienen una estrecha amistad.
¡°Aqu¨ª hay unos cuantos ¨¢rboles suyos¡±, explica Vallejo mientras recorre estancias descubiertas en forma de L con paredes de hormig¨®n, que hacen que el espacio se abra y se cierre para que los bons¨¢is tengan exposiciones distintas a la luz, seg¨²n amen el sol, o necesiten estar resguardados. Se detiene ante una zelcova japonesa, un arbolito podado con un estilo denominado hokidachi o, m¨¢s prosaicamente, de escoba invertida.
¡°Yo estuve en la cena en la que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez se lo regal¨® a Felipe [GONZ?LEZ]despu¨¦s de venir de Tokio, donde hab¨ªa entrevistado al director de cine Akira Kurosawa¡±, cuenta Vallejo. La historia de este bons¨¢i es una historia de superaci¨®n. El premio Nobel de Literatura lo compr¨® a matacaballo en unos grandes almacenes de Tokio. Cuando lleg¨® a manos del expresidente ten¨ªa un tronco raqu¨ªtico, apenas un hilo de madera. Tres d¨¦cadas despu¨¦s, sus escasos 24 cent¨ªmetros de altura concentran un ¨¢rbol grueso y nudoso, con una extraordinaria ramificaci¨®n que forma una fina ret¨ªcula apreciable en invierno, cuando pierde sus hojas. ¡°De ocupar la estanter¨ªa de unos grandes almacenes, ha pasado a ser uno de los ¨¢rboles m¨¢s premiados del museo¡±, se enorgullece Vallejo.
La cultura del bons¨¢i es dif¨ªcilmente clasificable. Existen infinidad de aficionados en todo el mundo, pero solo unos pocos autores, la mayor¨ªa orientales, que elevan sus creaciones a la categor¨ªa de obras de arte y crean escuela. Al japon¨¦s Masahiko Kimura, el art¨ªfice del bosque de cipreses, los entendidos le llaman ¡°el Chillida de los bons¨¢is¡±.
Felipe Gonz¨¢lez se los conoce todos al dedillo. ¡°Que un gobernante se apasionara por algo tan peque?o y lleno de belleza como los bons¨¢is dice mucho de su sensibilidad¡±, comenta Vallejo en tono defensivo. Y no es de extra?ar. Al expresidente se le atac¨® por muchos flancos, pero su afici¨®n fue uno de los m¨¢s recurrentes: desde acusaciones parlamentarias que insinuaban que tiraba del erario p¨²blico para adquirir sus caros bons¨¢is (el entonces diputado del PP Luis Ramallo lleg¨® a pregunt¨¢rselo directamente en un pleno de 1993), hasta las teor¨ªas descacharrantes y nunca probadas de que traficaba con ellos, pasando por referencias a la ¡°econom¨ªa bons¨¢i¡± e innumerables tiras c¨®micas que le caricaturizaban en los peri¨®dicos junto a los peque?os ¨¢rboles. ¡°En aquella ¨¦poca, quienes sab¨ªan de nuestra amistad me llegaron a insultar cuando daba conferencias¡±, cuenta Vallejo, ¡°pero siempre me he mantenido al margen¡±. Y a?ade: ¡°Lo bueno de todo aquello es que aument¨® much¨ªsimo la afici¨®n en nuestro pa¨ªs¡±.
El arquitecto le dise?¨® a Gonz¨¢lez, en La Moncloa, una estructura de p¨¦rgola para que mantuviera los bons¨¢is que le regalaban grandes personalidades, como el entonces presidente de Jap¨®n. ¡°?l pasaba all¨ª mucho tiempo, o al menos, el que le dejaba su labor presidencial. Y no ten¨ªa reparos en abrirlo a las visitas¡±, recuerda Vallejo, ¡°yo he coincidido en ese lugar con Margaret Thatcher, Mija¨ªl Gorbachov...¡±. Y lamenta, a continuaci¨®n: ¡°Aznar lo tir¨® nada m¨¢s llegar. Se dice que en su lugar puso una capilla, pero no puedo confirmarlo¡±.
El Museo Bons¨¢i Luis Vallejo rescat¨® algunos de aquellos ¨¢rboles, otros est¨¢n en el Jard¨ªn Bot¨¢nico. Para acceder, primero hay que recorrer unos caminos serpenteantes entre chopos, pinos pi?oneros, arces campestres, secuoyas y casta?os. Un jard¨ªn a tama?o real de mil metros cuadrados con un objetivo laber¨ªntico: ¡°La intenci¨®n es que la experiencia empiece antes de llegar al museo¡±, explica Vallejo, ¡°que aparezca de repente, y la gente tenga la sensaci¨®n de que lo est¨¢ descubriendo en un sitio inesperado¡±.
Una idea que le desconcert¨® a Jos¨¦ Caballero, el alcalde de Alcobendas, en el momento de su fundaci¨®n. ¡°Me propuso que pusiera unos farolillos chinos en los ¨¢rboles para que la gente no se diera de bruces con el museo de noche. Pero eso habr¨ªa quitado el misterio que yo buscaba¡±, recuerda Vallejo.
La visita termina donde deb¨ªa haber empezado: en el tokonoma, una peque?a zona elevada en la estancia de recepci¨®n de una casa t¨ªpica japonesa, recreada fielmente en la entrada del museo. All¨ª aguarda un majestuoso arce japon¨¦s, que se torna rojo sangre en primavera. Ahora, en invierno, muestra su complejo ramaje, guiado durante a?os por manos humanas. Y le se?ala al visitante la estaci¨®n del a?o. Vallejo nos desvela el secreto de los grandes autores asi¨¢ticos: ¡°La poda sistem¨¢tica: cortar y dividir, cortar y dividir...¡±, y zanja: ¡°Y sobre todo, mucha paciencia¡±.
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