Menos lobos
Hay pol¨ªticos mintiendo cada vez peor, quedando en evidencia y negando la mayor con m¨¢ximo descaro y m¨ªnimo pudor
Sabes c¨®mo se combate una mentira en pol¨ªtica?¡± le pregunta ret¨®ricamente uno de los protagonistas de la serie The good wifea su interlocutor. A lo que este replica ingenuamente: ¡°?Diciendo la verdad?¡±. ¡°?Noooo!¡± exclama el asesor del gobernador: ¡°?Con otra mentira mayor!¡±.
Nadie recuerda cu¨¢ndo la mentira se convirti¨® en moneda de curso pol¨ªtico ya en los tiempos cl¨¢sicos. Lo que s¨ª todo el mundo ha aprendido es a relacionar los dos conceptos para desprestigio mutuo. Hace 130 a?os Oscar Wilde ya lo lamentaba. En su ensayo reci¨¦n reeditado La decadencia de la mentira (Taurus) el c¨ªnico personaje a trav¨¦s del cual el escritor justificaba el t¨ªtulo del texto loaba al mentiroso profesional y lo distingu¨ªa de los pol¨ªticos porque estos ya no cultivaban el enga?o como era debido. Es m¨¢s, los comparaba desacomplejadamente para determinar ¡°la magn¨ªfica irresponsabilidad y su desprecio tan saludable como natural por cualquier prueba¡±. Despu¨¦s de todo, se preguntaba Wilde, ¡°?qu¨¦ es una buena mentira? Simplemente, aquello que contiene en s¨ª su propia prueba¡±.
Pasado m¨¢s de un siglo, los hechos le dan la raz¨®n. Aqu¨ª tenemos a algunos pol¨ªticos mintiendo cada vez peor, quedando en evidencia y negando la mayor con m¨¢ximo descaro y m¨ªnimo pudor. O se creen sus propias mentiras o piensan que comulgamos con ruedas de molino. Nunca el deterioro de lo p¨²blico hab¨ªa ca¨ªdo tan bajo. Tampoco nunca hab¨ªan existido tantas posibilidades de descubrir un enga?o. Y menos a¨²n la voluntad popular de perseguirlo, conseguirlo, denunciarlo y castigarlo.
Sucede, no obstante, que una parte de su grey se lo tolera, incluso se lo perdona. Se deduce que necesita vivir enga?ada. Es menos inc¨®modo y m¨¢s f¨¢cil. Y como los l¨ªderes han descontado a quienes les han detectado, solo hablan para los convencidos, sabedores a su pesar de que solo con ellos tampoco van a ninguna parte. Pero la madeja es ya tan tupida que se ven incapaces de desembrollarla.
Marck Thomson, en su ensayo Sin palabras, reivindica la ret¨®rica cl¨¢sica para la pol¨ªtica y denuncia que esta fuente de inspiraci¨®n se perdi¨® con la entrada de la publicidad en las campa?as electorales. Lo circunscribe a la etapa Reagan-Thatcher coincidiendo los Estados Unidos y el Reino Unido, una vez m¨¢s, en una misma l¨ªnea de acci¨®n gracias al trabajo de una ¨²nica agencia internacional. Vemos pues, que la herencia que nos dejaron no fue solo la m¨¢xima exaltaci¨®n del liberalismo envuelto en blancos lienzos conservadores y del que todav¨ªa estamos pagando sus consecuencias, sino tambi¨¦n una manera de hacer, de decir, de convencer y de enga?ar que persiste porque la pol¨ªtica los hizo suyos y sus asesores los universalizaron.
Nadie recuerda cu¨¢ndo la mentira se convirti¨® en moneda de curso pol¨ªtico. Lo que s¨ª todo el mundo ha aprendido es a relacionar los dos conceptos
Estos d¨ªas venezolanos que estamos viviendo lo demuestran. A imagen del castrismo m¨¢s t¨ªpico que fundament¨® sus ideales a partir del uso de la propaganda m¨¢s perversa que se pretendi¨® ¨²nica, Maduro exagera a Ch¨¢vez y acaba siendo su propia parodia. M¨¢s cerca, Macron reescribe su discurso ya lo suficientemente descafeinado desde que lleg¨® al El¨ªseo y baja a la calle para recuperar su verdad diluida. Ni qu¨¦ decir tiene que el Brexit sembr¨® con falsedades una semilla de tan mala germinaci¨®n que nos dej¨® su engendro flotando por el T¨¢mesis y su espectro vagando por Westminster. Espa?a no se queda corta.
Las falacias vendidas con ¨¦xito contra Catalu?a, por el Estatut primero y el proc¨¦s despu¨¦s, han penetrado hasta la dermis de muchos ciudadanos convencidos de que aqu¨ª hace tiempo que nos escondemos por las esquinas. Y no es menos cierto que a fuerza de insistir han conseguido que se provoquen y afloren algunos casos que han sido oportunamente promocionados como el ejemplo necesario.
A fuerza de sinceridad, el independentismo le va a la zaga cuando no le avanza. Tanto se han provocado mutuamente que al final se han confundido en esta batalla sin fin que espera el juicio de los pr¨®ximos meses para dirimir cu¨¢nto hay de cierto en lo que nos sucedi¨® y que fue algo distinto a lo que nos han querido contar. Los unos y los otros. Bast¨® estar al pie de la informaci¨®n entonces, mantener fresca la memoria y procurar no ceder a las presiones de los intereses cruzados actuales, para guardar una idea fresca de los hechos que ahora le corresponde revisar a la justicia. Hechos, no intenciones. Actos, no declaraciones. Realidad, no ficci¨®n. Verdades, no especulaciones. Esta ser¨¢ la tarea del tribunal y la obligaci¨®n de los testigos. Aclarar la verdad. La de los imputados puede y debe ser tan subjetiva como interesada. Se lo permite la ley porque es l¨®gico que uno salvaguarde su integridad no conden¨¢ndose m¨¢s de lo imprescindible. Es la justicia quien tiene la obligaci¨®n de demostrar la culpabilidad. Y debe hacerlo desmontando todas las falsedades construidas sobre un conjunto de embustes. Y con pruebas contrastadas y veraces.
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