Dance usted, que estamos en Madrid
No importa edad, condici¨®n, expectativas o preferencias pol¨ªticas. Si quiere bailar, acabar¨¢ encontrando d¨®nde
En Madrid se baila mucho. Por doquier y a diario. Y bailar no solo tonifica los m¨²sculos y favorece la psicomotricidad, sino que acerca a las personas, hombres o mujeres, en todas las direcciones que contempla la combinatoria. El balanceo de caderas contribuye de una manera tan decisiva a las relaciones humanas que podr¨ªamos formular una consulta por Twitter a @RAEinforma parafraseando otra que ha hecho fortuna esta semana: ¡°Necesito que me resuelvan una duda, se?ores acad¨¦micos. ?Ligar se escribe con be o con uve?¡±.
Si el fil¨®logo tuitero de guardia sigue igual de rumbero que en fechas recientes, quiz¨¢ nos responda que las dos formas son v¨¢lidas: la be de baile siempre ha ido pareja, nunca mejor dicho, a la uve de la voluptuosidad. Y Madrid permite el acercamiento entre todas las edades, condiciones y preferencias. Acho Estol y Dolores Sol¨¢, integrantes del maravilloso d¨²o de tango evolucionado La Chicana, siempre cuentan que supieron el uno del otro, frisando ya la treintena, en una milonga tanguera junto a la plaza de Santa Ana. Lo gracioso del caso es que ambos hab¨ªan vivido en Buenos Aires apenas a un par de cuadras de distancia, pero jam¨¢s coincidieron. El tango, esa ¡°expresi¨®n vertical de un deseo horizontal¡±, que dir¨ªa Disc¨¦polo: lo que ha unido Gardel, que no lo separe el hombre.
Bailar ayuda a relacionarse, eso est¨¢ claro. Muchos somos hijos indirectos, quiz¨¢, de alguna noche tonta en el sal¨®n o la verbena. Mejor no preguntemos a pap¨¢ y mam¨¢ todos los detalles, no vaya a ser. La chiquiller¨ªa pipiola se arremolina desde muy tierna edad en torno a templos como Independance o las sesiones sin alcohol de las grandes salas (Kapital, Barcel¨®, Joy Eslava, Capricho¡). Otra cosa es que, antes de franquear la entrada, los chavalillos se las ingenien para sortear las restricciones al consumo de bebidas espirituosas.
Afianzadas estas experiencias inici¨¢ticas, los mene¨ªtos r¨ªtmicos ya nos pueden acompa?ar por el resto de nuestros d¨ªas. Preg¨²ntele a cualquier trabajador social de confianza por el fervor que despiertan las aproximaciones corp¨®reas en nuestros centros municipales de mayores. Ah¨ª hay temita. O d¨ªgale a alg¨²n taxista de confianza que su abuelo quiere ¡°echarse un baile¡±, ya ver¨¢ c¨®mo en un pisp¨¢s nos lo plantifica en el Gayarre (El Viso) o el Golden Gran V¨ªa. El buen hombre no tardar¨¢ en verificar aquello que cantaba el divino Leonard Cohen: no hay cura para el amor. A ninguna edad, porque ya advert¨ªa el recio refranero, y activen el control parental antes de seguir leyendo, que el hombre ¡°pierde antes el diente que la simiente¡±.
En Madrid se pueden practicar el perreo y el pachangueo casi en cualquier c¨®digo postal. Tambi¨¦n el trap o el reguet¨®n, m¨¢s a¨²n en las discos de filiaci¨®n latina. Si en su mapa gen¨¦tico no hay huella del mar Caribe o latitudes vecinas, ni sue?e con emularlos: all¨ª son seres superiores. En Cali (Colombia), capital planetaria de la salsa, los bailarines ten¨ªan costumbre de reproducir los elep¨¦s a 45 revoluciones en lugar de a 33, por no aburrirse. As¨ª les pasa luego, que bailan a c¨¢mara r¨¢pida. Y no sea lo bastante iluso como para confiar en que es solo cuesti¨®n de pr¨¢ctica.
Sin aspiraciones tan elevadas, las clases de bailes de sal¨®n hacen furor ahora mismo entre los madrile?os inmersos en la crisis de los treinta. All¨ª aprenden swing, mambo, merengue, charlest¨®n, tango y, sobre todo, eso que ahora se denomina ¡°socializarse¡± y en tiempos, sin tanto engolamiento, lo llam¨¢bamos ¡°conocer gente¡±. Ah, estas academias tampoco est¨¢n exentas de peligros, al margen de alg¨²n eventual esguince. Es peor percatarse de que la pareja es un muermo, con independencia de su pericia danc¨ªstica. Y nada m¨¢s caracter¨ªstico que una ruptura amorosa para comprender que a partir de los 30 la vida ya es una continua sucesi¨®n de traspi¨¦s.
As¨ª que rel¨¢jese y baile, buena gente. ¡°Primero olvide el miedo / y luego mueva un dedo muy despacio¡±, nos instru¨ªa Santiago Auser¨®n en los ya lejanos a?os de Dance usted. Eso s¨ª, sepa usted d¨®nde danza en funci¨®n de cu¨¢les sean sus expectativas (o, en castellano moderno, su target). Si quiere imaginarse a Pablo Casado en sus a?os del colegio mayor, cuando escrib¨ªa art¨ªculos ingenios¨ªsimos sobre ¡°lobas y zorras¡±, el lugar que est¨¢ buscando se llama Mitty, antes Cats.
En caso de que le atraiga una alianza con la nueva Espa?a de Col¨®n, asome por Serrano 41 su cuerpito ¨ªdem o juegue fuerte la baza de Gabana, cl¨¢sico infalible entre los patriotas fet¨¦n. ¡°Jug¨¢bamos al p¨¢del, la ve¨ªa sudar / Hac¨ªamos el amor en los a?os de Aznar¡±, nos ilustraba el siempre mordaz Javier de Torres en una canci¨®n que llevaba el t¨ªtulo de esta sala. Y si es de esos hombres con predilecci¨®n por el g¨¦nero masculino, nada como La Boite. Pero apure, no sea que acaben llegando esos que prefieren trasladar los gais ¡°a las afueras¡±.
Ah, una ¨²ltima cosa. Si le proponen la mastod¨®ntica Fabrik, en Humanes de Madrid, est¨¢ usted en su derecho de invocar el libre albedr¨ªo y decir que s¨ª. Pero que le conste algo: aqu¨ª no nos hacemos responsables. Felices bes y uves, artista.
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