Pedazo de guarra, quinqui de mierda
Cuando conoc¨ª a Bea pens¨¦ "madre m¨ªa, qu¨¦ poligonera", y la esquiv¨¦ de forma inconsciente. Luego se convirti¨® en mi mejor amiga y yo me com¨ª mis prejuicios
Cuando conoc¨ª a Bea los reflejos de su pelo eran caoba. Llevaba pantalones el¨¢sticos, rosa chicle, de campana, zapatillas de suela ancha y punta levantada, camisetas en cebolla ¡ªprimera capa ajustada, segunda holguera¡ª y oros, oros siempre. Era 2003, el primer a?o de universidad en una facultad de la que todav¨ªa corre el rumor de que fue una c¨¢rcel de mujeres: Ciencias de la Informaci¨®n, ese bell¨ªsimo edificio. La vi y pens¨¦ "madre m¨ªa, qu¨¦ poligonera". Inconscientemente la esquiv¨¦. De Lucero, rabillo de ojo carb¨®n y largo, fan del Burguer King y del Bershka, paseadora de Pr¨ªncipe P¨ªo como alternativa a las clases y de Fabrik los fines de semana. Pokera y macarra, acab¨® sentada a mi lado el primer d¨ªa. Fue mi mejor amiga de primero al fin. Los prejuicios, que a veces funcionan fet¨¦n.
Bea los aniquil¨® todos. Yo qued¨¦ conmigo misma como una imb¨¦cil y aprend¨ª a desactivar esa displicencia absurda y casi autom¨¢tica con la que a veces me descubr¨ªa mirando a alguien. Casi siempre a otra mujer. El viernes record¨¦ aquello durante el pase final de Iphigenia en Vallecas en el Pav¨®n Teatro Kamikaze. Iphi, en leggins, deportivas, con un buen pegote de r¨ªmel y aros, hizo lo que Bea conmigo: arramblar con los prejuicios de una sala llena.
Esa poligonera estridente y lenguaraz que la actriz Mar¨ªa Herv¨¢s levanta sobre el escenario expone la mugre con la que nos cruzamos a diario. As¨ª que despu¨¦s de aplaudir a la hero¨ªna griega pasada por Vallecas sales y te tomas una cerveza por tres euros y caes en la cuenta de que la mugre no viene de fuera sino de dentro, que tapona el cerebro, las miras y la vida; y ves lo poco que ves por lo mal que miras, o porque en realidad no quieres mirar o porque directamente no quieres ver. A esta choni, por ejemplo, que se gira hacia el patio de butacas: "Ya s¨¦ lo que pens¨¢is. Cuando me veis ciega por la ma?ana dando vueltas pens¨¢is 'pedazo de guarra, quinqui de mierda', pero ?sab¨¦is qu¨¦? Cada uno de vosotros est¨¢is en deuda conmigo. Y esta noche he venido a cobrar lo que es m¨ªo".
Lo cobra en hora y media mientras escupe su vida. Hay alcohol y drogas y violencia y decepci¨®n y una abuela que vuelve a poner copas en un pub para ser flotador de su nieta. Hay un barrio al sur de Madrid que puede ser cualquier barrio de cualquier lugar en el que hay edificios en el esqueleto, hospitales que necesitan tantas v¨ªas como sus pacientes, colegios sin calefacci¨®n, madres m¨¢s j¨®venes y m¨¢s solas y m¨¢s pluriempleadas, socavones en las calles y en las expectativas y esquinas salpicadas de litronas, colillas, c¨¢scaras de pipas y recortes.
Son los flecos que hay quien cree que sobran a las ciudades, intentando convertirlos en invisibles. La perversi¨®n del sistema. Pero Iphi es inevitable. Su vulgaridad es, en realidad, la de esos que intentan obviar a tantas otras Iphis y abuelas de Iphis que sobreviven mientras los dem¨¢s viven. Ellas, sobre todo ellas. Las que tiran con lo que venga y como venga. Con las que probablemente nos cruzamos. A las que probablemente hayamos esquivado alguna vez.
Iphigenia en Vallecas se estren¨® en 2017, lleva m¨¢s de 150 bolos y ha ganado dos premios Max este a?o: mejor actriz y mejor espect¨¢culo revelaci¨®n. La obra est¨¢ basada en Iphigenia in Splott (un barrio de la localidad inglesa de Cardiff), de Gary Owen. Herv¨¢s lo tradujo y adapt¨® y Antonio C. Guijosa lo dirigi¨®.?
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