El genio de Galileo en la Plaza de Oriente
Felipe IV fue un desenfrenado sexual pero tambi¨¦n un rey capaz, trabajador, pendiente de los asuntos de gobierno y protector de las artes y las letras
Ese se?or a caballo que nos mira con chuler¨ªa desde el centro de la plaza de Oriente de Madrid, dando la cara al Teatro Real y el culo a Palacio, era un bandarra. Literalmente, un ¡°cierrabares¡± que se pas¨® el reinado donjuaneando y dedicado a coleccionar amantes (de treinta o cuarenta dicen que disfrut¨®) y a desparramar bastardos por la villa y corte (m¨¢s de cincuenta, tambi¨¦n dicen). Por eso, aun habiendo situado la estatua ecuestre de Felipe IV as¨ª, sin segundas intenciones, la orientaci¨®n es acertad¨ªsima: de cara a su gran pasi¨®n, el espect¨¢culo y las actrices, y dando la espalda a los asuntos de Estado.
El llamado a ser el cuarto de los Felipes vino al mundo en la noche del 8 de abril, el Viernes Santo de 1605, y dec¨ªa una antigua superstici¨®n que los nacidos en tan sacrosanto d¨ªa llegaban con el don de ver las aguas bajo la tierra; que eran zahor¨ªes por naturaleza. Los ignorantes dedujeron entonces que el ni?o Felip¨ªn, precisamente por ser zahor¨ª, acabar¨ªa siendo un gran rey. Pues no dedujeron tan mal, la verdad, porque vistos los estudios m¨¢s recientes sobre su figura (Geoffrey Parker y Alain Hugon), Felipe IV fue un desenfrenado sexual, cierto, pero tambi¨¦n un rey capaz, trabajador, pendiente de los asuntos de gobierno y protector de las artes y las letras.
El pintor Diego Vel¨¢zquez, ese que tenemos despistado, quiz¨¢s, bajo el empedrado de la plaza de Ramales, fue pintor de corte y el que recibi¨® del rey un encargo ciertamente engorroso: el boceto de una estatua ecuestre con el caballo encabritado. No pod¨ªa el rey conformarse con la imagen de su real persona subida a un penco con las cuatro patas en el suelo para asegurar la estabilidad del conjunto. O con tres pezu?as en el suelo y la cuarta elegantemente elevada. Al menos as¨ª era la estatua ecuestre que le hicieron a su antecesor y progenitor, Felipe III, esa que fotograf¨ªan ahora todos los guiris en mitad de la Plaza Mayor.
Pero precisamente Felipe IV no quer¨ªa una estatua como la de pap¨¢. La quer¨ªa especial. Dado que el oficio art¨ªstico de Diego Vel¨¢zquez era secundario, y que su puesto oficial en la corte era el de aposentador real, encargado de cuestiones log¨ªsticas, el rey le dijo algo as¨ª como¡
¡ªDiego, quiero una estatua regia, m¨¢s chula que la de pap¨¢, donde se me vea m¨¢s machote que a pap¨¢ y con un caballo encabritado. Me la haga alguien.
¡ªMajestad ¡ªdebi¨® responder el aposentador Vel¨¢zquez-, eso no se va a sostener ni en broma.
¡ª?Qu¨¦ parte de ¡°que me la haga alguien¡± no ha entendido vuesa merced? Por si no lo has pillado, Diego, yo soy el rey y t¨² el conseguidor. Yo pido, t¨² consigues.
Y lo consigui¨®. El proyecto que pudo dise?ar Diego Vel¨¢zquez sobre el papel acab¨® convertido en la figura que hoy vemos plantada en mitad de los jardines de la plaza despu¨¦s de haber pasado por distintas ubicaciones a lo largo de los ¨²ltimos tres siglos y pico.
Hay que fijarse bien para comprobar que la obra es un prodigio de equilibrio. Todo el peso se aguanta sobre las dos patas traseras del caballo, aunque hay una peque?ita trampa muy bien disimulada: el final de la cola, apenas dos puntitas de las crines, tambi¨¦n apuntalan el pesado conjunto sobre el pedestal.
La estatua la realiz¨® en Florencia Pietro Tacca, el mismo que hizo la de pap¨¢ Felipe III, pero de acuerdo a una pintura que le envi¨® Vel¨¢zquez. No estamos en condiciones de afirmar que el monumento ecuestre de Felipe IV lo acabara matando, pero algo de salud debi¨® costarle porque fue su ¨²ltima obra. Trabaj¨® en ella desde 1634 a 1640, y fue facturarla para Madrid, y cascar aquel mismo a?o.
Porque Vel¨¢zquez ten¨ªa raz¨®n. Aquello no se iba a sostener. Un caballo de bronce sobre dos patas, por mucho que las crines hicieran las veces de muleta, y encima con un t¨ªo encima, se iba a vencer por la propia ley de la gravedad que Newton ni siquiera hab¨ªa descrito pero que todo el mundo sab¨ªa que estaba ah¨ª.
Seguramente, cuando Tacca recibi¨® la pintura que Vel¨¢zquez (puede que el lienzo fuera en realidad de Rubens) con el rey y su maldito caballo encabritado, debi¨® pensar ¡°?S¨ª, hombre! ?Qu¨¦ ser¨¢ lo siguiente? ?Un caballo en el aire en plan cabriola?¡±. Una cosa era plasmar al rey y a su caballo encabritado sobre el lienzo y otra poner aquello en tres dimensiones.
Pero el escultor Tacca acab¨® aceptando el reto y buscando al mejor de los asesores, Galileo Galilei, confinado por la Inquisici¨®n en su casa de Florencia por decir que la Tierra ni se estaba quieta ni era el centro del universo. A qui¨¦n se le ocurre¡
Pietro Tacca le pidi¨® al matem¨¢tico que le echara un cable con los c¨¢lculos para que aquel conjunto no se desplomara de morros. Atribuyen la siguiente respuesta al mism¨ªsimo Galileo: ¡°Necesitar¨¦is m¨¢s de ocho toneladas de bronce para vuestra obra, ya que la parte trasera ha de ser maciza. La inclinaci¨®n, ¨¢ngulos y c¨¢lculos para el vaciado os los har¨¦ llegar a la mayor brevedad posible¡±.
Y lo hizo. Y ah¨ª sigue la estatua del lig¨®n a caballo, tan tiesa como el primer d¨ªa gracias a que de la mitad para atr¨¢s est¨¢ bien rellenita para contrarrestar el peso. Eso s¨ª, el rey qued¨® guaperas gracias a que desde Madrid se le envi¨® una cabeza de Felipe IV bien moldeadita por el escultor Juan Mart¨ªnez Monta?¨¦s (Tacca no hab¨ªa visto en su vida al rey y lo mismo le quedaba chungo de facciones).
As¨ª que tenemos que el caprichito engorroso de Felipe IV fue un trabajo en equipo entre un pintor, dos escultores y el mism¨ªsimo Galileo. Los reyes dan muchos quebraderos de cabeza y a¨²n no est¨¢ claro que compense.
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