Que no, que ahora no quiero (ni puedo) tener hijos
En tu vida social, en Madrid, hay un mont¨®n de gente como t¨²: sin ganas de perpetuar el patr¨®n del siglo XX
Iba a escribir que todo empez¨® el 2 de marzo, disfrazadas mis hermanas y yo de los personajes de Super Mario Bros, en medio de la plaza de mi pueblo y rodeadas de medusas, Jon Snows, Chupa Chups, Donalds Trumps y dem¨¢s fauna, reguet¨®n a todo trapo de fondo y vaso en mano. Result¨® que el de dos de ellas ten¨ªa solo t¨®nica; result¨® que estaban embarazadas, a la vez. Llor¨¦ un poco, de la emoci¨®n y de las cuatro copas que yo s¨ª me hab¨ªa bebido. Pero no, la cosa no comenz¨® en ese momento, ah¨ª solo se dispar¨® la tormenta mental que hab¨ªa empezado tres a?os antes, cuando llegaron los 30 ¡ªlos 30 y los hijos, los 30 y el curro, los 30 y lo que tiene que venir, lo que se supone que tiene que venir, lo que quieres que venga¡ª y que hab¨ªa nacido de un cuarto de siglo de ¡°deber¨ªas¡± sobre el cuerpo, el trabajo, las relaciones y, obvio, la maternidad.
Con ocho a?os me sentaba con mi mejor amiga, ?ngela La Guacha, a adivinar sobre una servilleta de esas que ni empapan ni limpian cu¨¢ntos novios ¨ªbamos a tener antes de casarnos, con qui¨¦n, a qu¨¦ edad y cu¨¢ntas criaturas iba a darnos esos buenos se?ores. A los 14 me preocupaba salir y beber, el futuro de mi ¨²tero m¨¢s bien poco: estaba establecido, en alg¨²n momento ser¨ªa madre. Entrados los 22, Madrid ya me ofrec¨ªa desde hac¨ªa cinco a?os cosas mejores que tener descendencia y casarme ya no entraba en el plan. En los 25 lo vi claro: ni lo uno ni lo otro. A los 30 lo volv¨ª a ver claro: no ten¨ªa claro nada.
Hab¨ªa pasado ya la ¨¦poca de bodas, esa en la que tu infancia pasa de estar en una foto llena de criaturas con ch¨¢ndal chill¨®n de tactel, mochila, un pl¨¢tano en una mano, un bocadillo envuelto en papel de aluminio en la otra y los casas colgadas de Cuenca de fondo, a estar en otra ¡ªigual de poco n¨ªtida reci¨¦n salida de una polaroid color pastel¡ª con corbatas, vestidos largos, puros, un mont¨®n de palitos con bigote y dos iniciales luminosas y gigantes de fondo. Por suerte, piensas, en tu vida social, en Madrid, hay un mont¨®n de gente como t¨²: sin ganas de perpetuar el patr¨®n cl¨¢sico del siglo XX.
Pero terminada, o casi, esa era de soltar dinero en sobres cuatro veces al a?o, empieza la de las barrigas. Y esa no tiene tanto que ver con el c¨ªrculo de la infancia sino con las prisas o el l¨ªmite de apurar la biolog¨ªa ¡ªque tambi¨¦n nos va a la contra¡ª de mujeres que hab¨ªan pensado que los beb¨¦s mejor sobrinos que hijos. De repente, con un mont¨®n de ecograf¨ªas en tu WhatsApp, un d¨ªa empiezas a ponderar variables, porque de repente un d¨ªa ya no sabes si no quieres o no puedes.
Calculas ahorros, sueldo y horario laboral, alquiler en el centro, kil¨®metros a los que est¨¢ tu madre y previsi¨®n de cosas que por fin puedes hacer con 33 y que te gustar¨ªa seguir haciendo cuando has conseguido que la situaci¨®n laboral te d¨¦ algo de margen para vivir m¨¢s que para sobrevivir. Y los c¨¢lculos no salen. Guarder¨ªas a 600 euros, cuidadoras a 1.000, mudarse porque un beb¨¦ no cabe donde solo cabes t¨²... No, no salen. No en Madrid, no viviendo en la almendra central, no con tu madre a 300 kil¨®metros, no con un trabajo que amas pero que absorbe ma?anas, tardes y algunas noches, no sin un colch¨®n de euros.
Despu¨¦s de muchos n¨²meros, decides que si no te mudas al pueblo, ser madre cuando decidas ser madre tendr¨¢ que esperar tanto m¨¢s cuanto la vida nos haya hecho esperar a nosotras.
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