El reto de pasar una hora mirando el mismo cuadro en El Prado
Una visita a la pinacoteca no suele hacerse para mirar un lienzo durante tanto tiempo. El Prado consigue que varios visitantes lo hagan
Es media tarde del s¨¢bado en el Museo del Prado. La intensa actividad propia del fin de semana se ve ligeramente aletargada por la hora de la siesta. Pero una veintena de personas, la mayor¨ªa de ellas mujeres mayores de 65 dispuestas a aprovechar al m¨¢ximo el tiempo que durante a?os invirtieron en otros, esperamos ante un cuadro con el que vamos a pasar los pr¨®ximos 60 minutos. Es el retrato de Josefa Manzanedo, la II marquesa de Manzanedo. La dama nos lanza una mirada entre la dulzura y la autosuficiencia, encerrada en las complejas ornamentaciones del que es uno de los marcos m¨¢s fastuosos de la pinacoteca.
La gu¨ªa del museo llega para responder a todas esas cuestiones que rara vez resolvemos cuando paseamos entre obras de arte. Con sus explicaciones, se crea una burbuja en medio del tr¨¢nsito de visitantes ?Qui¨¦n es realmente la mujer con vestimentas de raso, encajes y terciopelo que un pincel ha reproducido hasta el ¨²ltimo detalle? El artista, explica nuestra anfitriona, es Raimundo de Madrazo. De los Madrazo de toda la vida. Uno m¨¢s de esa saga de pintores tan amplia que tuvieron que dar una calle a todos juntos en el centro de Madrid. Pero no una cualquiera. Va de Cedaceros a, nada menos, el Paseo del Prado, el lugar donde siempre supieron que quedar¨ªa registrado su destino. La presentaci¨®n, enormemente did¨¢ctica y cuajada de detalles art¨ªsticos e hist¨®ricos, no impide que los oyentes se abandonen a los detalles culebronescos que esconde el cuadro. Al fin y al cabo, esta hora vespertina es la de las telenovelas y los telefilmes intensos.
Tanto el pintor como su modelo tiene su personal historia con Madrid. ?l logr¨® el ¨¦xito fuera de Espa?a, primero en Par¨ªs y luego en Nueva York. Hijo de su tiempo, encontr¨® en ellas una corte muy distinta a la que retrataron su padre y abuelo: la que dicta el poder econ¨®mico en vez de la sangre azul. Pero nunca desat¨® los lazos (de seda) con su ciudad.
Ella, nacida en La Habana, era la hija ileg¨ªtima aunque reconocida de un indiano, uno de esos emigrantes de esp¨ªritu emprendedor que se hicieron ricos en las Am¨¦ricas. La fortuna que le esperaba en Europa hac¨ªa sombra a la de la propia Casa de Alba. Viaj¨® al enterarse de que su padre, que no hab¨ªa tenido m¨¢s descendencia, se casaba ya cumplidos los 70 con una mujer 25 a?os menor. El nombre de villana de la madrastra in extremis a la que ella consideraba su enemiga no tiene desperdicio: Mar¨ªa del Carmen Hern¨¢ndez Espinosa de los Monteros. La se?ora hab¨ªa pedido a su esposo como regalo de bodas el palacio de Santo?a, lo que hoy d¨ªa es la espectacular C¨¢mara de Comercio de la calle de Huertas. Tras una d¨¦cada de litigios posteriores a la muerte del empresario, fue la hija quien hered¨® todos los t¨ªtulos y posesiones. Cuando enviud¨®, decidi¨® pasar el final de su acomodada vida en Madrid. El Prado desvela cada mes una nueva historia como ¨¦sta.
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