Despu¨¦s de la siesta
Confieso que hay ocasiones en las que abro los ojos, veo la realidad y prefiero seguir dormida, pero entonces cojo un libro, empiezo una serie o charlo con mi abuela
Hay quien dice que el verano es como una siesta larga y profunda. Los que lo pueden disfrutar, claro. A m¨ª las siestas nunca me gustaron: me dejan el cuerpo malogrado, a medio hacer. Para m¨ª el verano es m¨¢s como una pausa, un momentito para coger aire¡ y soltarlo. Para poder hacer lo que uno hace cuando el tiempo no importa.
Por primera vez en unos cuantos a?os, me he desocupado el verano y no he hecho nada por obligaci¨®n. En un mes he le¨ªdo varios libros (Malaherba, Conversaciones con mi enano de jard¨ªn, El deshielo, La novia gitana); he recuperado las ma?anas y las noches de radio de La Ser; he empezado y terminado unas cuantas series (Hierro, Mindhunter, Pose, Euphoria, The Boys); he disfrutado con la Revista de Verano; he comido con mi abuela, dormido cerca de mis padres, pasado tiempo con mis t¨ªos y dejado a mis perros ser perros. Al mismo tiempo, he viajado de punta a punta en carretera, de mar a oc¨¦ano, como el sol que se pone y se quita a la vez, porque creo en la importancia de conocer el aire de los sitios que son distintos. Me he despojado de las cosas que nos atan, he desanudado las cuerdas de mi cabeza y me he lanzado, limpia, hacia el sol pegajoso de agosto.
Pero tambi¨¦n ha habido pesadillas, como en cualquier sue?o que se precie: el Open Arms y el paso vergonzoso y en silencio de unos d¨ªas demasiado largos; la censura de la m¨²sica y su letra en distintos escenarios del pa¨ªs; un oso fam¨¦lico y desesperado caminando por la ciudad; la perra que se encontr¨® Miranda abandonada en la carretera y que huy¨® despavorida y Nina, que con cinco meses muri¨® asesinada como consecuencia de un pu?etazo humano y cuarenta grados al sol; la corrupci¨®n unida de nuevo al nombre de Madrid; la risa de Trump y otra masacre de odio en Estados Unidos; mi ciudad en llamas, tu ciudad en llamas, su ciudad en llamas; m¨¢s agresiones sexuales y mujeres asesinadas por ser mujeres; un brote al que nadie sabe poner fin; tormentas como preludio de m¨¢s desastres venideros.
Confieso que hay ocasiones en las que abro los ojos, veo la realidad y prefiero seguir dormida, pero entonces cojo un libro, empiezo una serie o charlo con mi abuela, que me dice eso de: "yo ten¨ªa dos manos para trabajar, dos chiquitos a los que criar y una tierra en la que tropezar y sal¨ª adelante" y pienso que el mundo siempre fue as¨ª, siempre estuvo roto, entumecido, malogrado como el que despierta de una siesta excesiva. Y que las piedras existen, s¨ª, pero tambi¨¦n existe la capacidad de rodearlas.
As¨ª que as¨ª vuelvo este nuevo curso a Madrid: con los ojos abiertos y la reserva de ganas y ox¨ªgeno llena, con la realidad bien presente y con mis libros siempre cerca, claro, que unos pocos sue?os siempre vienen bien.
Madrid me mata.
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