Pedro Zerolo es una plaza y un volc¨¢n
El autor defiende que la impronta que dej¨® el fallecido concejal socialista va mucho m¨¢s all¨¢ de la plaza que lo recuerda en Chueca
No hay manera de quitarle una plaza a Pedro Zerolo, porque ¨¦l mismo es una plaza, y un volc¨¢n.
Cuando su padre, Pedro Gonz¨¢lez, un pintor de izquierdas, de lo mejor de la generaci¨®n escachada espa?ola, la que sufri¨® a Franco de principio a fin, le pregunt¨® por qu¨¦, entre los homosexuales, ¨¦l era ¡°¨¦l m¨¢s homosexual de todos¡±, fue porque sab¨ªa que Pedro no se rend¨ªa, que ¨¦l estaba en su cuadril¨¢tero de rosas para defender una libertad mucho m¨¢s grande que la suya propia.
Su generosidad volc¨¢nica (en la ¨¦poca en que ya padre e hijo hab¨ªan asumido que eran, a¨²n m¨¢s que parientes, amigos para siempre) lo llev¨®, desde el primer minuto de su propia declaraci¨®n de libertad, a defender a los que empujaban para que en este pa¨ªs nadie fuera discriminado por raz¨®n (o por sinraz¨®n) de sexo.
Su trabajo fue ¨ªmprobo, porque Espa?a estaba (?estaba?) llena de telara?as morales, poblada de incendiarios que, con las velas del templo, quer¨ªan llevar a la hoguera a los que no amaban seg¨²n la Santa Madre Iglesia. As¨ª que la Santa Madre Iglesia se lanz¨® a las calles a quitar de la calle a Pedro Zerolo y a los que estaban con ¨¦l encendiendo en el fuego sagrado de la libertad la rabia de amarse como quisieran.
Triunfaron Pedro y sus ideas de libertad. El matrimonio homosexual, que fue un moj¨®n imprescindible en su camino, se abri¨® paso, y sin que se le moviera un m¨²sculo ni a la Constituci¨®n ni a los principios de convivencia en que estaba basada la ley, Espa?a entera celebr¨® lo que era un logro imprescindible para entender que este era, al fin, un pa¨ªs m¨¢s moderno que el que se adorn¨® con las cadenas que la Inquisici¨®n dej¨® en el armario de la moral (inmoral) nacional.
La muerte de Pedro Zerolo fue un desgarro nacional, entre los que lo quisieron y entre los que lo atacaron; porque fue un ciudadano que aguant¨® a pie firme los ataques de quienes guardaban el rescoldo inquisitorial. Liberado el pa¨ªs de esas secuelas de la moral patri¨®tica basada en la negaci¨®n del que no era como los que se arrogagan la (santa) custodia de las esencias, Zerolo entr¨® por la puerta grande de los afectos; y en su tierra, Tenerife, y en todas partes se abrieron plazas o avenidas que de hecho lo convirtieron en un muy bienvenido ciudadano espa?ol.
Madrid, a cuyo municipio se adscribi¨® como abogado, lo tuvo como concejal, y trabaj¨® tambi¨¦n con la Comunidad, foros pol¨ªticos en los que defendi¨®, igual que defendio los derechos LGTBI, los argumentos de una educaci¨®n republicana. ?l dijo, poco antes de morir, que ¡°la Rep¨²blica transmite mejores valores ciudadanos¡±. Lo dec¨ªa con la mano en el coraz¨®n, orgulloso de la gente con la que trabaj¨® para que entre todos fueran m¨¢s libres. La ciudad que lo adopt¨® le puso una plaza a su nombre. Le pudo poner un volc¨¢n, pero le puso una plaza. Cuidado con quitarle la plaza porque, en cuanto descuiden la placa, en la ciudad puede estallar el volc¨¢n Zerolo.
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