Una venganza entre narcos
Cinco traficantes reconocen haber emboscado y asesinado a otro que les rob¨® 600 kilos de hach¨ªs
El asesino, de barriga prominente, p¨¢rpados ca¨ªdos y un corte de pelo descuidado, como si le hubiera metido tijera un compa?ero de celda, lleva esposadas las manos. En pie, escucha la pregunta de la juez de sala:
¡ª?Entiende usted los hechos que se le imputan?
El int¨¦rprete le susurra la traducci¨®n al o¨ªdo. El detenido responde en espa?ol, sin rodeos:
¡ªS¨ª.
Mohammed El Amrani reconoci¨® el martes que el 13 de marzo de 2017 mat¨® de dos disparos al due?o de una peluquer¨ªa al que cit¨® cerca de la medianoche frente a un McDonald's, en Fuenlabrada. El Amrani le invit¨® a entrar a un coche, le dispar¨® en la rodilla y, cuando el herido huy¨®, lo persigui¨® hasta ejecutarlo de un disparo en el pecho. Cuando un investigador de homicidios le dio la vuelta al cad¨¢ver unas horas despu¨¦s, le encontr¨® en el regazo un arma que no le hab¨ªa servido para defenderse.
El jurado popular que decidir¨¢ este mi¨¦rcoles la culpabilidad del acusado ¡ªm¨¢s all¨¢ de su confesi¨®n¡ª tuvo delante al marroqu¨ª El Amrani durante la hora que dur¨® el juicio en la Audiencia Provincial de Madrid. Lleg¨® escoltado por dos polic¨ªas de uniforme, que lo sentaron en el extremo derecho del banquillo y se colocaron a su lado, con el traductor en medio. Entonces estaba todo listo para que arrancara el juicio.
Hasta aqu¨ª no se hubiera llegado si no fuera por la incontinencia verbal al tel¨¦fono del asesino y uno de sus c¨®mplices. La Guardia Civil ten¨ªa pinchado el m¨®vil de El Amrani por otro caso, y le escuch¨® planear el crimen con un colega, Mohammed Achahboun. Seg¨²n el relato de la fiscal¨ªa, hablaron de reclutar a varias personas para matar a quien les hab¨ªa robado 600 kilos de hach¨ªs.
Y as¨ª ocurri¨®. El peque?o comando que formaba El Amrani y cuatro hombres cit¨® a al supuesto ladr¨®n del cargamento en el Jaima, un restaurante marroqu¨ª de Fuenlabrada. Algo deb¨ªa sospechar la v¨ªctima porque se present¨® con un arma que no le dio tiempo a utilizar. Minutos antes, el hombre que le iba a matar le llam¨® por tel¨¦fono. Se intuye que le invit¨® a subir al coche. Lo hizo, y fue su perdici¨®n.
Los cuatro c¨®mplices del pistolero se sentaron ayer a su lado. Tambi¨¦n reconocieron lo ocurrido. Cuando entraron en la sala se cruzaron con la madre de la v¨ªctima, una mujer con velo. Hisam era su ¨²nico hijo, al que hab¨ªa tra¨ªdo a Espa?a desde Casablanca cuando apenas era un adolescente. Ella les grit¨® con iron¨ªa: "?Bravo, asesinos, bravo!".
En el juicio compareci¨® un quinto c¨®mplice, un tipo alto con un tatuaje en el cuello. La fiscal le pregunt¨® qu¨¦ hac¨ªa a esa hora en el lugar del crimen, como demostraba el posicionamiento de su m¨®vil. Respondi¨®:
¡ªTrapichear.
As¨ª neg¨® formar parte del plan. Despu¨¦s se le pregunt¨® al resto de acusados y, uno a uno, lo exculparon. ?l no ten¨ªa nada que ver en este asunto. Es cierto que ese d¨ªa viaj¨® de Barcelona a Madrid pero, seg¨²n sostuvo, pensaba que era para participar en una operaci¨®n de compraventa de droga. La fiscal le crey¨® y retir¨® su nombre del escrito de acusaci¨®n. Era libre.
Los cinco acusados acordaron indemnizar a la familia de la v¨ªctima con 300.000 euros. Aceptar los hechos y pagar por adelantado les ha rebajado la pena a 7 a?os de prisi¨®n para el pistolero, y dos para los c¨®mplices, una pena que tendr¨¢ que confirmar el mi¨¦rcoles el jurado popular. El abogado de la acusaci¨®n quiso hacer reflexionar al jurado sobre el dinero: "Con el dinero no se paga la muerte de nadie pero es uno de los instrumentos que el sistema pone a nuestra disposici¨®n para reparar el da?o".?
Para Hisam no hay segunda oportunidad. En el momento de su muerte no pasaba por su mejor momento econ¨®mico. A?os atr¨¢s, con el seguro de vida que hab¨ªa cobrado su mujer por la muerte de su padre, mont¨® dos locutorios y una tienda de productos internacionales en el barrio de Villaverde. Vend¨ªa productos rumanos, bolivianos, peruanos, polacos, portugueses, rusos. Los negocios no iban todo lo bien que ¨¦l esperaba, seg¨²n su pareja, Nieves. Despu¨¦s se dedic¨® a la venta de coches y, m¨¢s tarde, su ¨²ltimo oficio reconocido fue el de peluquero.
Nieves tiene dudas de que su marido estuviera metido en el tr¨¢fico de drogas. Era religioso, no fumaba ni beb¨ªa. Ella cree que fue una equivocaci¨®n. O, m¨¢s bien, un chivo expiatorio. Para explicarlo, en un receso del juicio, agarra cuatro piedrecitas de una jardinera del juzgado:
¡ªEsta piedra le dice a esta que la que rob¨® es esta, pero en realidad es otra, que est¨¢ aqu¨ª escondida.
Juntos tuvieron dos hijas, que han sufrido los murmullos de la gente. En el instituto mezclan su apellido con el de Pablo Escobar. Ella duda porque no le ve sentido a que su marido hubiera robado algo y anduviera tan tranquilo por la calle. Y encima aceptara reunirse con unos hombres, ¨¦l solo, a medianoche, aunque con una pistola en el bolsillo. All¨ª le esperaba la muerte.
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