Los cr¨¦dulos son los culpables
La dif¨ªcil tarea de la defensa, dignamente ejercida por Melero, ha consistido en convencer al Supremo de que todo era una promesa sin fundamento y de que los acusados no son m¨¢s que unos inocentes mentirosos
El argumento de la gran mentira es serio, s¨®lido. No hubo rebeli¨®n violenta. Ni siquiera es posible, al decir de los penalistas, que la rebeli¨®n pudiera existir en grado de rebeld¨ªa o de tentativa, como los profanos nos atrevemos a insinuar piadosamente al meditar sobre un delito que no ha llegado a consumarse. Cabe incluso que sea dif¨ªcil encajar la sedici¨®n, en cuanto versa ¨²nicamente sobre la alteraci¨®n del orden p¨²blico y no sobre la destrucci¨®n del orden constitucional. Y creo que son muchos, no todos, los que se quedar¨ªan aliviados con una lectura restrictiva del C¨®digo Penal, que dejara toda la sustancia aut¨¦nticamente justiciable en las inocultables desobediencias y malversaciones.
El desmontaje de la penalidad m¨¢s severa que pudiera acarrear el proceso al proc¨¦s se centra en la gran mentira. No hubo secesi¨®n, no hay independencia ni rep¨²blica, nada se produjo que pudiera identificarse como una insurrecci¨®n o un golpe de Estado. Lo pudo haber solo en sentido metaf¨®rico, aproximativo. Eso, un golpe de Estado posmoderno, narrativo, ficticio. Fue una gran mentira. Fake news en estado puro. No hubo nada.
Superado el an¨¢lisis de los penalistas, bien interesante para los acusados, quiz¨¢s la gran mentira requiera algo m¨¢s de parsimonia. La primera sorpresa es que, para que haya mentira, se necesita al menos un mentiroso, y ciertamente el mentiroso tiene enormes dificultades para identificarse como tal. Lo identifica uno de los abogados defensores, Javier Melero, el m¨¢s eficaz y el m¨¢s t¨¦cnico, el menos pol¨ªtico por tanto y el m¨¢s ajeno a cualquier defensa de ruptura.
Si no le escuchamos a ¨¦l, sino a los acusados y a buen n¨²mero de los otros abogados, no parece que la intenci¨®n fuera la declaraci¨®n de una independencia teatral, escenogr¨¢fica. Lo mismo sucede si atendemos a quienes se manifiestan y hacen declaraciones en su favor desde las instituciones y desde Waterloo. El proc¨¦s pudo salir mal o no llegar a su objetivo, pero la secesi¨®n deb¨ªa ser realidad, y respond¨ªa a un derecho humano fundamental, obligatorio incluso, seg¨²n la visi¨®n apasionada y ciega de Quim Torra. Si la rep¨²blica no lleg¨® a ser fue por falta de fuerzas propias y exceso de fuerzas ajenas. Incluso para evitar el derramamiento de sangre, seg¨²n una versi¨®n muy inicial de Puigdemont despu¨¦s escasamente transitada.
Fue un golpe de estado posmoderno, narrativo, ficticio. Fue una gran mentira. Fake news en estado puro. Nada
?O acaso hubo una gran conjuraci¨®n de mentirosos para fingir una revuelta que desembocara finalmente en una negociaci¨®n, tal como algunos han pretendido vendernos? La verdad de la mentira, en cualquier caso, es que los dirigentes enga?aron a los suyos y todav¨ªa pretenden mantenerles enga?ados, se enga?aron entre ellos ¡ªespecialmente entre los departamentos de Junqueras y Puigdemont¡ª, se enga?aron a s¨ª mismos, y siguen enga?ando a todos con el sonsonete de que lo volver¨ªan a hacer, y lo que es m¨¢s importante, enga?aron al mundo entero, incluidos sus adversarios, desde la prensa y los gobiernos internacionales hasta la opini¨®n p¨²blica catalana y espa?ola. Dijeron que iban a hacer, sin duda alguna, lo que luego no hicieron. M¨¢s que una gran mentira, fue un enorme farol, seg¨²n palabras certeras y l¨²cidas de la exconsejera Clara Ponsat¨ª. ¡°En el juego, jugada o envite falso hecho para deslumbrar o desorientar¡±, seg¨²n la RAE, a falta de entrada del Institut d'Estudis Catalans (IEC), que debe tener clasificada la palabra como un castellanismo rechazable.
El jugador que iba de farol se mantuvo hasta la noche del 27 de octubre con las cartas pegadas al pecho. El palacio desierto, el bolet¨ªn de la Generalitat mudo, la bandera espa?ola izada en la plaza de Sant Jaume, la huida precipitada de fin de semana fueron las primeras se?ales del farol, oculto primero tras la sombra siniestra de la autonom¨ªa suspendida, luego de las detenciones y de los exilios y, finalmente, de la gravedad de las acusaciones. Como en los cuentos infantiles, eso era y no era. ?Hubo rep¨²blica en alg¨²n momento? ?Se construy¨® algo? ?Sirve para algo una jornada tan agitada y vac¨ªa? ?La DUI era exactamente esto que hab¨ªamos vivido? Nadie quiso aclararlo, hasta que lleg¨® la vista en el Supremo y, sobre todo ahora, cuando ha sonado la hora de la autocr¨ªtica, de la autoflagelaci¨®n como la denominan los m¨¢s ir¨®nicos, y ha aparecido la impecable argumentaci¨®n exculpadora de Melero en auxilio de los mentirosos y faroleros.
Se debe a Charles Pasqua, un colorista ministro del Interior franc¨¦s ya fallecido, nacido en C¨®rcega pero que bien hubiera merecido nacer en nuestras islas o en la Costa Brava, una de las mejores sentencias sobre la retorcida relaci¨®n entre la verdad y la pol¨ªtica: ¡°Las promesas pol¨ªticas solo comprometen a quienes se las creen¡±. L¨¦ase directamente mentira donde dice promesa y se ver¨¢ que Ponsat¨ª no habla en balde. Su especialidad es la teor¨ªa de juegos. Solo sabemos que el jugador iba de farol cuando pierde y caen las cartas: doble pareja. El farol ganador no necesita ni siquiera mostrar las cartas porque los otros jugadores creen que lleva un p¨®quer de ases, aunque lleve una doble pareja.
La gran mentira es el reconocimiento de la osad¨ªa del farol. Llegaron tan lejos como pudieron con la esperanza de conseguir con su arrogancia que se arrugara el adversario. No hab¨ªan calculado bien las fuerzas, ni las suyas ni las ajenas. No sab¨ªan que en este envite, al final, siempre hay que ense?ar las cartas. La dif¨ªcil tarea de la defensa, tan dignamente ejercida por Melero, ha consistido en convencer al ¨²ltimo cr¨¦dulo, el Supremo, de que todo era una promesa sin fundamento y de que los acusados no son m¨¢s que unos inocentes mentirosos.
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