Jorge Edwards: al centro de la fiesta y al mismo tiempo en su margen
El gusto por los placeres y desvelos de este mundo llev¨® al escritor por derroteros ¨²nicos que lo convierten en un testigo esencial del siglo XX chileno y latinoamericano.
La muerte de alguien al que le gustaba vivir es siempre un hecho desconcertante. Este rasgo, el gusto por los placeres y desvelos de este mundo eran en Jorge Edwards algo m¨¢s que una caracter¨ªstica personal. Fue ese gusto lo que llevo a su carrera de escritor por derroteros ¨²nicos que lo convierten en un testigo esencial del siglo XX chileno y latinoamericano.
Edwards empez¨® escribiendo cuentos llenos de observaciones frescas y feroces sobre lo que llamo ¡°El orden de las familias¡±. Su talento natural para mirar por las cerraduras de su clase social, una oligarqu¨ªa m¨¢s o menos arruinada, lo destinaba a ser como sus compa?eros y amigos del boom un creador y destructor de mitos. Pero uno de esos primeros cuentos de su inolvidable libro El patio lo llevo a conocer a Pablo Neruda. Este encuentro, paralelo a la frecuentaci¨®n de Enrique Lihn y Nicanor Parra, le hizo ver que hab¨ªa en su vida y en la de los que lo rodeaban un material invaluable para la escritura. Se convirti¨® entonces en el bi¨®grafo de una cultura entera desde sus olvidadas cocinas hasta sus inolvidables salones pasando por sus oscuros pasillos sin perderse nunca del todo en el laberinto.
No dejo nunca la ficci¨®n, sino que uso la textura y la t¨¦cnica de la novela para contar lo que vio y vivi¨® desde extra?o lugar en que siempre le toc¨® vivir: al centro de la fiesta y al mismo tiempo en su margen. Persona non grata, testimonio de un desencuentro tan personal como pol¨ªtico, tan literario como hist¨®rico, es la m¨¢xima representaci¨®n de esa doble condici¨®n de invitado principal y paria desheredado que le da a su escritura toda su riqueza. Representante del Chile de Salvador Allende en la Cuba de Fidel Castro, en vez de gozar la fiesta ofrecida vio debajo de la mesa las patadas y en vez de callarse lo que vio lo conto. Exiliado por Pinochet y mal visto por el resto del exilio chileno, busc¨® en Espa?a y su literatura una casa en que aguantar la tempestad. Una vez ida esta volvi¨® a su casa primera, la cultura chilena donde sigui¨® practicando el deporte de estar en el medio y a las afueras.
Es raro que esa expresi¨®n, ¡°persona non grata¡±, haya quedado asociado para siempre a su persona. Edwards era por cierto una persona absolutamente grata. Un hombre para las cuatro estaciones que vi adaptarse a los m¨¢s extra?os ambientes y divertida e inesperada situaciones a alta horas de la noche. Siempre fue el primero en llegar y el ultimo en irse y el ¨²nico que no perd¨ªa nunca ni los estribos, ni los papeles, aunque su seriedad a esta hora era como la de Groucho Marx, cualquier cosa menos seria.
Muchos escritores sufren de ¡°falsa humildad¡±, Jorge sufr¨ªa de ¡°falsa soberbia.¡± Diplom¨¢tico de carrera, sab¨ªa de protocolo, pero odiaba la solemnidad. Fui parte de un taller literario que intento dar en su departamento de la calle Santa Lucia, pero la primera sesi¨®n se dedic¨® a contar an¨¦cdotas casi nunca literarias y el taller naufrago ah¨ª mismo. No le gustaba dictar c¨¢tedras, ni hablar de t¨¦cnica literarias, t¨¦cnicas que por lo dem¨¢s manejaba a la perfecci¨®n. No ten¨ªa por la neurosis literaria ning¨²n respeto, aunque viv¨ªa rodeado de escritores que quer¨ªa o dejaba de querer siempre por motivos personales.
Cada vez que me lo encontraba empez¨¢bamos desde cero, como si no nos conoci¨¦ramos, hasta que descubr¨ªa toda la gente que ten¨ªamos en com¨²n hasta encontrar, como buenos chilenos, alg¨²n parentesco. Entre medio de estas perpetuas presentaciones nos hicimos amigos. Lo recuerdo una noche subiendo una cuesta en Madrid con una botella de vino bajo el brazo pregunt¨¢ndome por sus posibilidades sentimentales con la due?a de casa. Tenia 82 u 83 a?os por entonces pero el viejo era yo. Esa imagen, una de tantas por el estilo, me gusta recordar ahora que cometi¨® el impudor imperdonable de morirse.
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