El relato del primer bombero que entr¨® a La Moneda el 11 de septiembre de 1973: ¡°Hab¨ªa un caos total¡±
Alejandro Artigas, hoy de 74 a?os, describe una ¡°escena dantesca¡± y ¡°un silencio sepulcral¡± en el despacho donde yac¨ªa muerto el presidente Salvador Allende tras el bombardeo golpista
Cuando el comandante de bomberos de Chile Fernando Cuevas llam¨® al teniente primero Alejandro Artigas, de la primera compa?¨ªa de Santiago, a las seis de la ma?ana del 11 de septiembre de 1973 para ordenarle que el equipo de guardia nocturna se mantuviera en el cuartel hasta nuevo aviso, Artigas, de 24 a?os, estudiante de Derecho de la Universidad de Chile, le dijo que ese d¨ªa ten¨ªa prueba. Que unos deb¨ªan ir a clases y otros a trabajar. ¡°La orden es clara. Nadie se retira¡±, respondi¨® Cuevas. El teniente, sin saber la raz¨®n del mandato, acat¨® y traspas¨® el mensaje a los 12 hombres que ten¨ªa a cargo.
Artigas, hoy de 74 a?os, afirma que ¨Cevidentemente¨C no exist¨ªa un plan para lo que se vivi¨® aquel d¨ªa. ¡°No ten¨ªamos ninguna informaci¨®n distinta a la del resto de la gente. Y por tanto, nunca nos pusimos en el escenario de un bombardeo a La Moneda¡±, explica el director honorario de la instituci¨®n en un sal¨®n del Cuartel General de Bomberos de Santiago.
Antes de relatar c¨®mo se convirti¨® en el primer bombero en ingresar al Palacio de Gobierno tras el bombardeo de los militares y por qu¨¦ fue uno de los pocos miembros de la instituci¨®n que vio al presidente Salvador Allende, remarca que el cuerpo es voluntario, formado por civiles, disciplinado, donde no existe ning¨²n otro compromiso que no sea el servicio. ¡°Trabajamos con las autoridades sean del signo que sean. Y en el caso del 11 de septiembre eso se plasm¨® claramente. En todas las compa?¨ªas hab¨ªa gente de izquierda, centro y derecha, pero en la calle, no dentro del cuerpo. Ese d¨ªa todos guardaron estricto respeto¡±, apunta Artigas, que con los a?os lleg¨® a ser electo capit¨¢n, comandante y superintendente de la instituci¨®n en la que lleva m¨¢s de medio siglo.
Ciegos de informaci¨®n, los bomberos de la primera compa?¨ªa encendieron la radio. Sintonizaron las afines al Gobierno y las opositoras en busca de pistas. A las ocho de la ma?ana ya todas daban cuenta de un movimiento militar mucho m¨¢s potente que lo visto en el intento de golpe del 29 de junio, el tanquetazo. Cuando escucharon al bando militar amenazar con bombardear el palacio de Gobierno si Allende no entregaba el poder, Artigas reuni¨® en las salas de m¨¢quina a los voluntarios que ten¨ªa a cargo.
Consciente de que hab¨ªa una mezcla de distintos colores pol¨ªticos, el teniente invit¨® a quienes tuviesen aprensiones personales a solicitar poder abandonar el cuartel. ¡°Pero una vez que se d¨¦ la alarma y tengamos que salir, no recula nadie¡±, advirti¨®. Ninguno de los voluntarios, todos solteros de entre 18 y 28 a?os, se excus¨®. ¡°Est¨¢bamos todos muertos de susto, pero dec¨ªamos ¡®es imposible que la bombardeen, es una amenaza¡¯. No nos imaginamos aviones de guerra bombardeando algo y con qu¨¦ c¨¢lculo¡±, relata Artigas, cuya compa?¨ªa estaba a cuatro calles de La Moneda.
A eso de las 10.30 de la ma?ana fue el hist¨®rico y ¨²ltimo discurso de Allende y poco despu¨¦s, ya cerca del mediod¨ªa, arranc¨® el bombardeo. Desde una peque?a ventana del cuartel, los voluntarios de la primera compa?¨ªa ve¨ªan un fogonazo y segundos despu¨¦s escuchaban el estruendo. ¡°Ah¨ª s¨ª que dijimos: es un hecho, hay una situaci¨®n de guerra, se escuchaban los balazos por todos lados¡±. El bombero recuerda la entereza de sus compa?eros, pero tambi¨¦n la preocupaci¨®n, no solo por ellos, sino tambi¨¦n por sus familias, sus trabajos y sus posiciones pol¨ªticas. ¡°Nadie sab¨ªa para d¨®nde iba a ir eso. Si iba a durar un mes o los 17 a?os que dur¨®. No ten¨ªamos idea qui¨¦n era el se?or Pino¡ ?cu¨¢nto? Hab¨ªa sido nombrado comandante en jefe, pero apenas sab¨ªamos qui¨¦n era¡±, agrega.
Observaban c¨®mo las llamas consum¨ªan el palacio y escuchaban el sonido de las ametralladoras. ?Sent¨ªan impotencia por no poder salir? ¡°Sent¨ªamos una sensaci¨®n de que no est¨¢bamos haciendo lo que deb¨ªamos hacer. Despu¨¦s nos enteramos de que la Guarnici¨®n Militar de Santiago estaba coordinando con el comandante que bomberos saliera a apagar los incendios una vez que estuviera controlada la situaci¨®n para que no fu¨¦semos carne de ca?¨®n¡±, apunta Artigas, que entonces llevaba siete a?os de servicio.
A las 14.55 horas, la central dio la orden de salida. El cuerpo de bomberos de Santiago atendi¨® el incendio de La Moneda, el del edificio del Partido Socialista y el de la casa del presidente Allende de calle Tom¨¢s Moro, entre otros. Unas nueve compa?¨ªas acudieron al palacio de Gobierno. En un minuto, el equipo de Artigas estaba ingresando por la puerta de Morand¨¦ 80, la que luego se mantuvo cerrada por d¨¦cadas. ¡°Hab¨ªa un caos total. Unos daban unas ¨®rdenes, otros otra¡±. El teniente Artigas, el primero en entrar para definir un plan de acci¨®n, vio c¨®mo en el segundo piso el fuego era ¡°absolutamente total¡±, pr¨¢cticamente ya no quedaba techo en la zona norte. La apertura al cielo permit¨ªa que no se acumulara el humo, pero, pese a la hora, la oscuridad del cielo dificultaba la visi¨®n.
Tras una hora de trabajo, lleg¨® el capit¨¢n de la primera compa?¨ªa a asumir el rol de liderazgo. Las primeras horas consistieron en apagar el fuego violento, con muchos disparos alrededor, en distintos edificios de la zona, cuenta Artigas. En medio del estr¨¦s, bomberos y militares corr¨ªan la voz por los pasillos de que Allende estaba muerto. Cuando el teniente estaba en el segundo piso, le solicitaron a bomberos que iluminara el Sal¨®n de la Independencia, donde el presidente se hab¨ªa quitado la vida.
La compa?¨ªa de Artigas no ten¨ªa los focos de bomberos, as¨ª que los entreg¨® un voluntario de otra compa?¨ªa. ¡°El chiquillo estaba en la puerta del sal¨®n tremendamente afectado. Le ofrec¨ª ayuda. Son esas cosas que uno no tiene consciencia de por qu¨¦ las hace, no me correspond¨ªa, era casi fuera de todo protocolo¡±, se?ala. Tom¨® el foco y entr¨®.
Requer¨ªan la luz porque hab¨ªan solicitado que un periodista filmara la escena. Estaba el general Javier Palacios, quien era el que daba las ¨®rdenes, un capit¨¢n de bomberos, y varios militares. ¡°No podr¨ªa decir qui¨¦nes, porque ese d¨ªa los uniformes no ten¨ªan grado. Mirabas y no sab¨ªas si era un cabo o un coronel. Andaban con brazaletes de colores¡±, recuerda Artigas. ¡°Era una escena dantesca. Un silencio sepulcral¡±. Relata que yac¨ªa muerto sobre un sof¨¢, vestido con un jersey de cuello alto y pantalones de tela. Vio el fusil entre sus piernas y sus gafas en el piso. El bombero hizo corregir las tres declaraciones judiciales que hizo ante la justicia en democracia, para que cada vez que se nombrara a Allende, pusieran ¡°presidente Allende¡±. ¡°Porque yo soy bombero. Ni para ac¨¢ ni para all¨¢. Alejandro Artigas es otro cuento¡±, afirma.
Cuando regres¨® a la faena, el entonces teniente confiesa que se pregunt¨® qu¨¦ estaba haciendo ah¨ª, qui¨¦n lo hab¨ªa mandado. Escuchaba rumores de que ven¨ªan tropas a defender al Gobierno y junto con sus compa?eros pensaban que iban a ser ¡°el jam¨®n del s¨¢ndwich¡±.
A las 22.00 horas, el comandante Cuevas orden¨® la salida de los 200 voluntarios que estaban en el edificio. No quedaban llamas, pero sab¨ªan que al d¨ªa siguiente deb¨ªan volver. Semanas despu¨¦s, recuerda Artigas, segu¨ªa viendo salir humo de La Moneda.
Artigas, que de joven vivi¨® en el cuartel hasta que se cas¨®, hoy es padre de cuatro, abuelo de tres y le brillan los ojos como a un ni?o con un juguete nuevo cuando habla de la labor de su instituci¨®n, su casa. El nivel de compromiso y servicio puesto a prueba el 11 -hace ya 50 a?os- lo contin¨²a viendo en cada gran acontecimiento que sacude al pa¨ªs sudamericano y donde tienen que intervenir los bomberos.
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