S¨®crates en Chile
La conducta de S¨®crates podr¨ªa ser analizada a la luz de la moderna instituci¨®n de la objeci¨®n de conciencia y criticar al fil¨®sofo por no haber resistido la aplicaci¨®n de una pena injusta
Los chilenos sabemos poco de S¨®crates, apenas que fue un fil¨®sofo de la antig¨¹edad griega y que alcanz¨® tanta fama como sus colegas Plat¨®n y Arist¨®teles. Sabemos tambi¨¦n que fue condenado a muerte por un tribunal de su tiempo, bajo el cargo de corruptor de la juventud, y que, invitado a huir de la prisi¨®n por disc¨ªpulos que hab¨ªan sobornado a los guardias, rehus¨® hacerlo y tom¨® veneno para ejecutar por su propia mano la pena que le hab¨ªa sido impuesta. Una conducta ejemplar ¡ªcomo se la presenta hasta ahora¡ª, pero que hoy podr¨ªa ser analizada a la luz de la moderna instituci¨®n de la objeci¨®n de conciencia y criticar al fil¨®sofo por no haber resistido la aplicaci¨®n de una pena injusta. La objeci¨®n de conciencia permite dejar de cumplir una ley que agravia fuertemente la conciencia moral de una persona, y vale tambi¨¦n para el caso de la ejecuci¨®n de una sentencia manifiestamente injusta. Estamos obligados a obedecer el derecho que establecen legisladores y jueces, pero a veces podemos y debemos decir: ¡°Esto es derecho, pero resulta demasiado inicuo para cumplirlo¡±.
Tal vez sepamos tambi¨¦n que S¨®crates hizo filosof¨ªa vali¨¦ndose de un m¨¦todo muy peculiar. No se encerr¨® a escribir textos de esa disciplina, sino que fue por las calles de Atenas interpelando con preguntas a los transe¨²ntes, en especial a aquellos que circulaban en pose de sabios, para mostrarles que no sab¨ªan lo que cre¨ªan saber, o que sab¨ªan menos de lo que cre¨ªan saber, o que, sabiendo algo, no dispon¨ªan del lenguaje adecuado para transmitirlo a los dem¨¢s. Por supuesto que a ra¨ªz de ese m¨¦todo el fil¨®sofo callejero se gan¨® la malquerencia de muchos ciudadanos griegos cuya ignorancia fue puesta de manifiesto, pero el prop¨®sito de S¨®crates no era hacer sentir mal a sus contempor¨¢neos ni parecer superior a ellos. Simplemente, pens¨® que tomar conciencia de nuestra ignorancia ¨Ctotal o parcial¨C, as¨ª como de las limitaciones y pobreza de nuestro lenguaje, era un buen punto de partida para salir de la ignorancia y mejorar el lenguaje.
Los vanidosos de su tiempo no entendieron el mensaje de S¨®crates y fueron en contra suya, consider¨¢ndolo un impertinente interesado en ponerlos en rid¨ªculo, algo m¨¢s o menos parecido a lo que ocurre hoy cuando las ¨¦lites de un pa¨ªs son desafiadas a mostrar cu¨¢nto saben y cu¨¢n apropiado es el lenguaje que emplean para transmitir lo que saben, as¨ª como para que transparenten sus intereses cada vez que hablan. Unas ¨¦lites que suelen mostrarse muy convencidas de la verdad de sus planteamientos y puntos de vista, considerando que quien no los comparte es un necio o un malvado.
A¨²n menos socr¨¢ticos nos mostramos frente a la exigente pauta ¨¦tica que transmiti¨® el fil¨®sofo: ¡°Entre cometer injusticia y padecerla, mejor es padecerla¡±. Calicles, un joven arrogante que discute con S¨®crates en uno de los di¨¢logos de Plat¨®n en que S¨®crates es uno de los hablantes, trata de refutar esa m¨¢xima, que es, me temo, lo que har¨ªamos hoy la mayor¨ªa de nosotros. ?C¨®mo va a ser mejor sufrir injusticia que infligirla! Ese postulado se parece mucho al que siglos m¨¢s tarde predicar¨ªa en Galilea el personaje hist¨®rico de nombre Jes¨²s, al que muchos dicen seguir, pero hasta por ah¨ª no m¨¢s. ?Cu¨¢ntos cristianos est¨¢n dispuestos a poner la otra mejilla?
Acaba de aparecer en nuestro medio el libro La subversi¨®n socr¨¢tica, del profesor ?scar Vel¨¢squez, que quiero recomendar a los lectores de esta columna. Se trata de un texto que rescata el valor del di¨¢logo, cuyo origen est¨¢ en la poes¨ªa y en el drama. Del drama, no de la tragedia, porque en este ¨²ltimo g¨¦nero todo es fatal y est¨¢ ya en la boca del coro. Nos recuerda Vel¨¢squez que para que exista un di¨¢logo se necesitan interlocutores y tambi¨¦n auditorios interesados en escuchar e intervenir, inspirados en aprender unos de otros y no solo en desarmar a los adversarios en ideas.
Har¨ªamos bien en familiarizar m¨¢s a S¨®crates con nosotros, al menos entre los j¨®venes, porque si hay algo caracter¨ªstico de los viejos es que no tenemos remedio. Si bien pudimos pasar varias veces en nuestra vida por la experiencia de comportarnos como poseedores de la verdad, d¨¢ndonos cuenta luego de que no la ten¨ªamos, lo cierto es que la vejez, especialmente aquella que se llama vejez cultural, no suele ser momento propicio para darnos cuenta ni menos para asumir nuestra com¨²n falibilidad. Nos volvemos tercos, empecinados, rabiosos, y solo en p¨²blico cuidamos de mantener una sonrisa que transmita la apariencia de una serenidad y sabidur¨ªa que no tenemos realmente en nuestro interior.
M¨¢s S¨®crates necesitamos, al menos en los sentidos antes indicados, sin renunciar a preguntarnos ahora, ya fuera del contexto en que ¨¦l vivi¨® su experiencia, si el fil¨®sofo debi¨® o no aceptar una sentencia injusta.
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