La recolectora de piedras
Al redactar estos cuentos, mi ¨²nico prop¨®sito ha sido rescatar la memoria, salvar a las v¨ªctimas de la dictadura del olvido, honrar sus nombres y sus vidas. Mi escritura es una forma de reparar y consolar
Un d¨ªa mi amada hija Catalina me pregunt¨® por qu¨¦ todos mis cuentos eran tan tristes. ?Cu¨¢ndo vas a escribir un cuento feliz, mam¨¢? -remat¨® con cierto tono de urgencia.
-No s¨¦ escribir esos cuentos-le contest¨¦. Que los escriban otros-.
En rigor, tampoco habr¨ªa querido escribir estos 11 textos que hoy lanzamos. Son relatos duros, que dan cuenta de vidas abortadas, improvisadas por la permanente emergencia y la barbarie. Como tel¨®n de fondo, las r¨¦plicas s¨ªsmicas de la dictadura de Pinochet: la desaparici¨®n, la tortura, la muerte, el asilo, el exilio, el secuestro, la clandestinidad, el regreso a una patria que no se reconoce. Un rosario interminable de violaciones a los derechos humanos que dejaron una huella com¨²n en las v¨ªctimas: la fractura.
Al otro lado, los victimarios, los represores, la llamada ecuaci¨®n c¨ªvico- militar. Porque, al final, se estaba en una vereda o en otra. No hab¨ªa espacio para ambig¨¹edades. Nos mintieron, nos amenazaron, nos prohibieron el duelo. Nos robaron el futuro y nos pisotearon el pasado. Pero no pudieron arrebatarnos nuestra dignidad ni la de nuestros ca¨ªdos. Esa es nuestra gran victoria, aunque sigamos colmados de ausencia, contando cuentos tristes.
Es cierto: conocemos las historias. Las hemos reporteado y escrito durante a?os. Las hemos relatado dentro y fuera de Chile, y cuando las leemos o escuchamos por en¨¦sima vez, nos volvemos a conmover. Parece que fue ayer, porque fue ayer. La memoria est¨¢ fresca, reci¨¦n parida. S¨®lo las fotograf¨ªas se han te?ido de sepia.
Al redactar estos cuentos, mi ¨²nico prop¨®sito ha sido rescatar la memoria, salvar a las v¨ªctimas del olvido, honrar sus nombres y sus vidas. Mi escritura es una forma de reparar y consolar. Y denunciar, porque tambi¨¦n escribo para los que llegaron tarde o no se quisieron enterar. Los ciegos, los sordos, los llamados c¨®mplices pasivos. Me niego a aceptar que tanto dolor haya sido en vano y siento terror al imaginar que la barbarie se vuelve a instalar en nuestro pa¨ªs, sin pesta?ear siquiera. El Nunca m¨¢s me da v¨¦rtigo.
Para so?ar genuinamente en un ma?ana, debemos sumergirnos en la memoria y, si es necesario, en el dolor. Pero hay que tener la voluntad de saber y el coraje de recordar. La memoria no es una suma de recuerdos. La memoria nos valida, nos otorga una identidad. A trav¨¦s de ella los pueblos se explican y se reconocen en su historia, su origen, su raz¨®n de ser como comunidad y personas.
La escritora y feminista argentina Dolores Reyes dijo hace poco en una entrevista que ¡°escribir es una forma de movilizar, de reaccionar activamente sin dejarte aplastar por la tristeza, por la bronca.¡± Recojo su reflexi¨®n porque hace a?os que libro una lucha silenciosa para que no me venza ni la tristeza ni la bronca. S¨¦ que no estoy sola: terminada la dictadura, muchos nos pusimos a cazar palabras, las nuestras, las propias, tanto tiempo amordazadas. Despu¨¦s de casi dos d¨¦cadas de escuchar las historias de otros, nos propusimos encontrar nuestras voces, como si fuesen objetos perdidos en una guerra sin destino, como son todas las guerras.
A?or¨¢bamos rescatar nuestra identidad como personas, primero, y como patria arrebatada, despu¨¦s. Nos sacudimos el miedo al amanecer y durante interminables noches enterramos el terror, la traici¨®n, el amor truncado, la promesa rota, la familia que se hizo trizas, la derrota. Marcados por el anhelo profundo de dejar atr¨¢s los tiempos del c¨®lera, de aclarar la garganta, levantar la mano. Nos miramos al espejo, tanto tiempo empavonado, y, por si acaso, apagamos una vela como si bastara un soplo para borrar la pesadilla. Nos sorprendimos de estar vivos.
Fracturados, pero vivos.
Un d¨ªa cualquiera, nos atrevimos a levantar la vista hacia el cielo y sentimos el sol tibio en el cuello, la fragancia del placer. Nos detuvimos para reanudar, para considerar, para echarnos a andar en busca de algo parecido al futuro. Sin prisa, sin miedo.
Entonces nos adentramos en las aguas de la escritura. Novelas, cuentos, obras de teatro, poes¨ªa, ensayos, lo que fuera. A tientas, como en una pieza oscura. Aleteos t¨ªmidos y torpes al comienzo, pero a medida que la democracia dejaba de ser una ilusi¨®n y el horror quedaba atr¨¢s, nacieron textos robustos, contundentes. Abrazamos la palabra como a una vieja amiga extraviada y magullada.
Sent¨ª que hab¨ªa llegado a la orilla. Poco a poco, fui entrando a mi mundo profundo de claros y oscuros. Las palabras brotaban como callampas en un bosque h¨²medo y ca¨ªan como una cascada de agua fresca en las cuencas de mis manos. Hab¨ªa tropezado conmigo misma y, como hija de la palabra y el dolor, me fui despojando lentamente de las telara?as del silencio, de la inercia en la cual me sent¨ª entrampada durante tanto tiempo.
La escritura me salv¨® de la locura.
Dedico este esfuerzo a los j¨®venes de Chile, cuyas vidas cambiaron, incluso antes de nacer, por los sue?os que persiguieron sus padres y madres, abuelas y abuelos, unidos por un proyecto de pa¨ªs y de mundo que se rompi¨® en mil pedazos, pero que entonces parec¨ªa posible.
¡°El mundo est¨¢ plagado de piedras preciosas en bruto, tan atractivas como misteriosas¡±, asegura Haruki Murakami, quien el a?o pasado gan¨® el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Los escritores, dice, ¡°est¨¢n dotados de vista suficiente para dar con esas piedras. Con la actitud adecuada se pueden recoger y seleccionar tantas de esas piedras en bruto como uno quiera. ?Acaso existe otra profesi¨®n que ofrezca una oportunidad tan maravillosa como esta?¡±, se pregunta.
Yo estoy en eso, recogiendo piedras, de aqu¨ª, de all¨¢. Sin prisa, sin miedo. No podr¨ªa haber elegido un mejor oficio.
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