Se nos acab¨® la fiesta
El aumento de los mercados ilegales, del crimen organizado transnacional y de su propagaci¨®n a nivel local, responde a un conjunto de procesos conectados y que no deben ser desacoplados si se quiere ser eficaz en su combate
Hace 15 a?os, en el marco de la primera campa?a presidencial de Sebasti¨¢n Pi?era, Chile fue empapelado de norte a sur con un slogan que, a estas alturas, parece un chiste cruel: ¡°Delincuentes, se les acab¨® la fiesta¡±. Cruel porque desde esa campa?a a la fecha hemos experimentado un sensible aumento de cr¨ªmenes violentos y la vida cotidiana de miles de familias del pa¨ªs, sobre todo de aquellas que habitan en barrios atravesados por econom¨ªas ilegales y organizaciones criminales que han ganado en control territorial, se ha visto gravemente alterada.
Escenas como las de Lampa y Quilicura, dos comunas donde se produjeron asesinatos m¨²ltiples el fin de semana pasado, impactan no s¨®lo por el grado de violencia que entra?an sino porque condensan verdades que a un pa¨ªs como el nuestro, que hasta hace poco segu¨ªa afirmando la tesis de su ¡®excepcionalidad¡¯, le cuesta reconocer. Y es que el llamado ¡®problema de la seguridad¡¯ golpea en el coraz¨®n de un relato hegem¨®nico, m¨¢s o menos compartido por amplias franjas de la poblaci¨®n, en el que Chile se autocomprend¨ªa como un pa¨ªs distinto, l¨¦ase superior a sus vecinos, sobre todo en materia de salud institucional. Salvo casos excepcionales, consider¨¢bamos que nuestras instituciones pol¨ªticas, polic¨ªas y fuerzas armadas no se encontraban afectadas por la corrupci¨®n que campeaba en el resto del continente. Las historias de polic¨ªas corruptos y de pol¨ªticos comprados por el narco eran males for¨¢neos ajenos a nuestra s¨®lida institucionalidad. Pero ese mito del Chile excepcional se ha ido disolviendo con cada caso de corrupci¨®n que estalla frente a nuestras narices. Y la corrupci¨®n, as¨ª lo se?alan todos quienes se dedican al estudio del crimen organizado, es uno de los principales factores que explica el funcionamiento de estas estructuras ilegales.
Pero eso no es todo. El ¡®problema de la seguridad¡¯ tambi¨¦n ha puesto al descubierto otras tramas m¨¢s profundas y dolorosas que exceden el ¨¢mbito estricto en el que la discusi¨®n p¨²blica suele concentrarse. Una de esas tramas es la severa crisis del horizonte de expectativas que orient¨® la vida de la mayor¨ªa de los habitantes de nuestro pa¨ªs durante las tres ¨²ltimas d¨¦cadas. Un horizonte que combinaba esfuerzo familiar y personal en el campo del estudio y del trabajo con recompensas en calidad de vida, salarios, capacidad de consumo y reconocimiento social. En particular, la creencia en el poder de la educaci¨®n, tan fuerte que llev¨® a miles de j¨®venes a endeudarse para alcanzar el sue?o de ¡®el cart¨®n¡¯ que fuera el trampol¨ªn para una vida mejor, es la que ha perdido m¨¢s adhesi¨®n, sobre todo entre los j¨®venes del campo popular. En su reemplazo, las econom¨ªas ilegales ofrecen una alternativa m¨¢s atractiva, a pesar de los peligros asociados. As¨ª lo han planteado desde acad¨¦micos como el cientista pol¨ªtico Juan Pablo Luna hasta los m¨¢s sobresalientes exponentes de la m¨²sica urbana chilena, cuyas letras y videos hacen gala de una elocuencia dif¨ªcil de refutar.
Lo que ocurre con la educaci¨®n puede ser analizado en otras dimensiones de la vida social y los resultados son m¨¢s o menos similares: una baja confianza en que el futuro ser¨¢ mejor y el esfuerzo recompensado. Para dar un par de ejemplos, la Encuesta Bicentenario de la Universidad Cat¨®lica revela que s¨®lo un 6% de los encuestados cree que los trabajadores alcanzar¨¢n una pensi¨®n digna y solo un 13% estima que un trabajador cualquiera podr¨¢ comprar una vivienda. De acuerdo con estos datos, pareciera que si alguna fiesta se acab¨® en estos a?os fue la del ¡®Chile jaguar¡¯ de Am¨¦rica Latina, la del Chile de las oportunidades y del m¨¦rito.
Ahora bien, ?qu¨¦ tienen que ver estos datos con los cr¨ªmenes de Lampa y Quilicura? Aparentemente nada, pero esencialmente mucho. Si hay algo que diferencia los enfoques de derecha de aquellos elaborados por el progresismo y las izquierdas sobre el problema de la seguridad, es la mirada sist¨¦mica, la relaci¨®n necesaria que se establece entre econom¨ªa, pol¨ªtica y sociedad. El aumento de los mercados ilegales, del crimen organizado transnacional y de su propagaci¨®n a nivel local, responde a un conjunto de procesos conectados y que no deben ser desacoplados si se quiere ser eficaz en su combate. La mirada sist¨¦mica impide cualquier soluci¨®n parcial y previene los ofertones punitivos que la derecha agita con m¨¢s intenciones electorales que de seguridad p¨²blica.
Un enfoque sist¨¦mico no s¨®lo obliga a las fuerzas progresistas a insistir y seguir insistiendo en la importancia estrat¨¦gica de la prevenci¨®n, del fortalecimiento del tejido social comunitario, de la modernizaci¨®n institucional, de la reforma de las polic¨ªas y de su necesario control por parte del poder civil, sino tambi¨¦n a reconocer que m¨¢s que un problema espec¨ªfico de seguridad lo que enfrentamos es un problema de desarrollo que se expresa, entre otras cosas, en este nuevo tipo de criminalidad que tanta conmoci¨®n causa. Si la promesa educativa pierde fuerza, si la confianza en el futuro se desploma, es porque nuestro modelo de desarrollo no alcanza para ofrecer a todos una vida plena y porque el estado neoliberal que tenemos es ineficaz para enfrentar los problemas que el propio neoliberalismo engendra.
El desaf¨ªo que recae sobre los hombros de la alianza progresista que tiene en sus manos la conducci¨®n del pa¨ªs es enorme: ofrecer un nuevo horizonte de sentido donde todos podamos aspirar a un trabajo bien remunerado y valorado socialmente, donde la seguridad p¨²blica y social est¨¦n garantizadas, donde la educaci¨®n sea un veh¨ªculo de realizaci¨®n personal, donde ya no sean seductoras las im¨¢genes de felicidad asociadas a la violencia y el crimen, y construir la base material, el modelo de desarrollo, que pueda sostener y convertir en realidad ese horizonte de expectativas.
Puestas as¨ª las cosas, es tanto lo que hay que transformar para avanzar en esta direcci¨®n que razones para no cejar en la construcci¨®n de una fuerza pol¨ªtica que pueda encabezar esta tarea hay de sobra.
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