Una bella tristeza
En ¡®El amor de los hombres solos¡¯, publicada en 2016 en portugu¨¦s y recientemente traducida al castellano, Victor Heringer conjuga con maestr¨ªa la observaci¨®n pr¨ªstina de un mundo que a¨²n no ha sido corrompido
Est¨ªmulos muy dis¨ªmiles son capaces de despertar el sentimiento de la nostalgia. No solo la levanta la evocaci¨®n de los aspectos m¨¢s particulares de nuestra infancia, llamando la atenci¨®n sobre aquello que nos sit¨²a en un tiempo y un espacio particulares, que alguna vez estuvo ¡ªuna marca de golosinas, un juego de ni?os, una palabra dicha en el hogar¡ª, pero ya no. La nostalgia tambi¨¦n puede estimularse con un tono, con una atm¨®sfera por medio de la cual aludimos a aquellos lugares donde nos sentimos seguros, a aquel tiempo desde el cual la vida ha tomado un rumbo y por el cual hemos llegado a ser lo que somos. De cierta manera, El amor de los hombres solos, la primera novela del brasilero Victor Heringer, publicada en 2016 en portugu¨¦s y recientemente traducida al castellano por Hueders, aviva la nostalgia a pesar de estar situada en el R¨ªo de Janeiro de los ochenta, un tiempo y un escenario muy distintos a los de este lector. Y con esa capacidad, esta obra emociona con su belleza triste, con su posibilidad de mostrar una infancia en que la pobreza y la enfermedad pueden ser tambi¨¦n un tiempo en que se fue feliz, en que la amistad y la vida familiar otorgaron, a pesar de toda carencia, cierta plenitud, aunque esta haya sido luego trastocada por la tragedia.
El libro relata en primera persona la infancia de Camilo en Que¨ªm, un suburbio de R¨ªo de Janeiro donde la temperatura no baja y el sol no arrecia. Su vida est¨¢ atravesada por una creciente cojera que lo obliga a caminar con un bast¨®n y por los juegos callejeros con sus amigos del barrio, todos m¨¢s pobres que ¨¦l, quien, hijo de un m¨¦dico, vive en una casa con jard¨ªn, piscina y port¨®n, y cuyas sandalias no eran de goma sino, todo un lujo, de velcro. Las tardes al borde del agua con su hermana se ven del todo trastocadas cuando su padre llega con Cosme, un ni?o de su edad cuyo origen no est¨¢ claro, pero que irrumpe en la vida de Camilo primero con violencia (¡°mi primer instinto fue odiarlo. Quer¨ªa ensartarle los ojos, hacerlo desaparecer de la faz de la tierra¡±, dice el narrador), y luego con una amistad profunda que da paso al despertar sexual y al descubrimiento de una identidad desde la cual se encara la juventud y la vida adulta. Todo esto lo recuerda Camilo varias d¨¦cadas despu¨¦s, cuando desde su vejez solitaria y enferma rememora aquellos pocos d¨ªas en que fue plenamente feliz, encontr¨® el amor y conoci¨® el dolor de la muerte tr¨¢gica de Cosme, ese amor imposible de reconocer ante los adultos pero que ante los amigos de la calle no ten¨ªa, en cambio, nada de prohibido. En su adultez Camilo ha vuelto a su barrio de infancia, donde los estragos de la pobreza y el cambio clim¨¢tico siguen golpeando a esa poblaci¨®n que, en su memoria, ha quedado inmovilizada en la tragedia que signific¨® el asesinato de Cosme, cuyo cuerpo apareci¨® un d¨ªa en un terreno bald¨ªo en el cual se sol¨ªan juntar los amigos del barrio. ¡°El asesinato se apoder¨® de m¨ª por el resto de mi vida. Fui colonizado¡±.
Aunque la tragedia venga anunciada de antemano, la experiencia del narrador est¨¢ te?ida por la inocencia y bondad de la mirada infantil. Todo a su alrededor est¨¢ descrito como un mundo que Camilo descubre con sorpresa y gozo, y tambi¨¦n con una cuota de dolor, desde las recetas que se preparan en la cocina hasta los sentimientos que van y vienen en el seno familiar, pasando por la escuela y el barrio, donde se encuentra con otros ni?os. As¨ª, con radical sencillez ¡ªy en un cap¨ªtulo brillante de la novela¡ª, Camilo cree conocer a toda la humanidad por medio de las tipolog¨ªas que encuentra en su sala de clases: ¡°Estoy seguro de que mi clase sirvi¨® de molde para todos los seres humanos del planeta. La especie entera se resume en esas cuarenta personas (yo incluido), todas las tendencias y temperamentos estaban ah¨ª representados¡±. Al modo del Cort¨¢zar de Los venenos, del Henry James de Lo que Maisie sab¨ªa o de Manuel Jabois en Malaherba, entre otros ejemplos posibles, Heringer conjuga con maestr¨ªa la observaci¨®n pr¨ªstina de un mundo que a¨²n no ha sido corrompido, pero al cual lo rodean fuerzas capaces de da?arlo y destruirlo por completo: ¡°No pod¨ªamos ni imaginarnos la crisis que estaba atravesando el matrimonio de nuestros padres. Ni siquiera sab¨ªamos qui¨¦n gobernaba el pa¨ªs. Viv¨ªamos bajo la extra?a dictadura de la infancia: ve¨ªamos sin ver, escuch¨¢bamos sin entender, habl¨¢bamos y nadie nos hac¨ªa caso. Pero fuimos felices durante el r¨¦gimen. El tejido de nuestras vidas era oscuro y nos cubr¨ªa de arriba abajo, un burka sin ojos¡±. Y aunque sepamos que la maldad est¨¢ a la vuelta de la esquina, ese momento de gozo justifica el detenernos all¨ª donde todav¨ªa pudimos ser felices.
Victor Heringer muri¨® antes de los treinta a?os en 2018 y dej¨® tras de s¨ª una breve obra narrativa y po¨¦tica ¡ªadem¨¢s de El amor de los hombres solos, public¨® en vida el poemario Automat¨®grafo y la novela Gloria¡ª. El vigor de su lenguaje a la hora de relatar al narrador como un hombre tullido, cuya vida qued¨® truncada por la tragedia vivida al despertar su juventud y que busca algo que lo redima sit¨²a a Heringer como una voz ineludible del actual panorama literario latinoamericano, una voz que vuelve sobre la cotidianidad dom¨¦stica de la infancia y logra proyectarla a las grandes cuestiones de toda vida humana: la inocencia del primer amor, el dolor de la p¨¦rdida, las preguntas que no tienen respuesta y la b¨²squeda de algo que se parezca, aunque sea p¨¢lidamente, a la justicia.
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