50 a?os de ¡®Houston, tenemos un problema¡¯
Uno de los dos dep¨®sitos de ox¨ªgeno principales del ¡®Apolo 13¡¯ revent¨®, da?ando gravemente el segundo y disipando todo su contenido en el espacio
Hace hoy medio siglo que el Apolo 13 estall¨®. La historia es conocida, incluso por quienes, por razones de edad, no la vivieron. A m¨¢s de medio camino hacia la Luna, la nave que deb¨ªa haber realizado el tercer alunizaje de la historia sufri¨® un grav¨ªsimo accidente. Uno de sus dos dep¨®sitos de ox¨ªgeno principales revent¨®, da?ando gravemente el segundo y disipando todo su contenido en el espacio.
Aquello supon¨ªa un problema grav¨ªsimo: la nave no podr¨ªa generar corriente el¨¦ctrica ni agua potable. El suministro de ox¨ªgeno respirable no ser¨ªa tan preocupante, puesto que el m¨®dulo lunar, todav¨ªa unido a la nave, dispon¨ªa de reservas suficientes. Pero el fallo de los generadores dejaban al Apolo 13 solo a merced de las bater¨ªas que hubiesen debido utilizar en la Luna. Y la falta de agua no solo representar¨ªa un serio inconveniente para sus tres tripulantes; era un elemento vital en la refrigeraci¨®n de los equipos electr¨®nicos de a bordo.
Al principio se crey¨® que podr¨ªa mantenerse el proyecto de alunizaje. Pero muy pronto se hizo evidente que no. La prioridad hab¨ªa cambiado a salvar a la tripulaci¨®n
?Qu¨¦ factores hicieron que lo que pod¨ªa haber sido una tragedia acabase felizmente? Ante todo, la coordinada reacci¨®n de los controladores de centro de vuelos espaciales de Houston. Eran los ingenieros que segu¨ªan minuto a minuto el progreso del vuelo; cada uno, especializado en un aspecto: los c¨¢lculos de trayectoria, los sistemas del m¨®dulo lunar o la gesti¨®n de consumibles. Estaban organizados en cuatro turnos, cada uno bajo el mando de un director de vuelo.
De puertas adentro en la sala de control, la figura del director de vuelo concentraba todo el poder y sus ¨®rdenes eran inapelables. No en vano la descripci¨®n oficial de su puesto de trabajo era tan escueta como definitiva: ¡°El director de vuelo deber¨¢ tomar las decisiones que juzgue necesarias para el buen fin de la misi¨®n y la seguridad de sus tripulantes¡±. Nada m¨¢s.
Entre los cuatro directores de vuelo del Apolo 13 (Windler, Griffin, Lunney y Kranz) destaca la figura m¨ªtica de Gene Kranz. Alumno y sucesor de otro hist¨®rico ¨DChris Kraft, el dise?ador del centro de control¨D hab¨ªa dirigido misiones espaciales desde la ¨¦poca del programa Gemini, incluido el primer alunizaje. Ten¨ªa 37 a?os. Para los dem¨¢s controladores¨Dcuya edad media rondaba los 27¨D era un veterano capaz de mantener la cabeza fr¨ªa cuando todos a su alrededor hab¨ªan perdido la suya (como en el poema de Kipling). La caligraf¨ªa en su cuaderno de notas cuando hizo notar lac¨®nicamente ¡°Dep¨®sito de O2 pierde¡± no muestra la m¨¢s m¨ªnima alteraci¨®n en el trazo.
Ante el desconocimiento de cu¨¢l era la naturaleza de los da?os, lo primordial era ¡°no hacer nada que pueda empeorar las cosas¡±
Durante las primeras horas despu¨¦s del accidente, nadie en Houston sab¨ªa exactamente qu¨¦ hab¨ªa ocurrido. La p¨¦rdida completa de potencia era una situaci¨®n in¨¦dita. Al principio se crey¨® que podr¨ªa mantenerse el proyecto de alunizaje. Pero muy pronto se hizo evidente que no. La prioridad hab¨ªa cambiado a salvar a la tripulaci¨®n.
Para ello habr¨ªa que decidir entre muchas alternativas. Regresar directamente a la Tierra o seguir una ruta m¨¢s larga costeando la Luna; utilizar el motor principal (que pod¨ªa haber sido da?ado) o recurrir a los del m¨®dulo lunar, menos potentes; calcular una trayectoria r¨¢pida con ca¨ªda en el ?ndico (donde no hab¨ªa buques de recuperaci¨®n) o una m¨¢s lenta con amerizaje en el Pac¨ªfico...
El principio que aplic¨® Kranz fue puro pragmatismo. Ante el desconocimiento de cu¨¢l era la naturaleza de los da?os, lo primordial era ¡°no hacer nada que pueda empeorar las cosas¡±. Una decisi¨®n razonable pero que tambi¨¦n implicaba decisiones complicadas: rodear la Luna lo cual alargar¨ªa el viaje, restringir el aporte de agua a la tripulaci¨®n, ensayar sistemas de orientaci¨®n basados en el Sol y la Tierra en lugar de las estrellas (la nave volaba rodeada de un enjambre de restos cuyo brillo se pod¨ªa confundir con estrellas) y sobre todo, desconectar equipos que hasta ese momento hab¨ªan parecido imprescindibles. Entre ellos, la telemetr¨ªa, el ordenador principal y el purificador de aire.
Por supuesto estas decisiones se basaban en los an¨¢lisis de los ingenieros del centro de control. En la sala solo hab¨ªa una veintena de especialistas pero cada uno conoc¨ªa de forma exhaustiva su ¨¢rea de responsabilidad. Algunos eran capaces de recordar de memoria esquemas el¨¦ctricos o circuitos de v¨¢lvulas completos. Y tras ellos, en salas anexas, estaban los equipos de soporte, igualmente preparados y con monta?as de documentaci¨®n a su disposici¨®n.
Y m¨¢s all¨ª, en persona o a trav¨¦s de l¨ªneas telef¨®nicas, los ingenieros que hab¨ªan dise?ado, construido y calibrado las naves. Un equipo que hab¨ªa pasado miles de horas realizando simulaciones y redactando planes alternativos para enfrentar cualquier emergencia. La inmensa mayor¨ªa de esos planes nunca se utilizar¨ªan. Pero si ocurr¨ªa lo peor, alguno de aquellos manuales de procedimientos podr¨ªa ofrecer al menos parte de la soluci¨®n.
Habr¨ªa que convertir el m¨®dulo lunar Aquarius (previsto para que dos personas pasasen dos d¨ªas en la Luna) en una especie de bote salvavidas para tres durante cuatro d¨ªas. Y racionar dr¨¢sticamente la energ¨ªa el¨¦ctrica disponible en sus bater¨ªas. No solo tendr¨ªa que mantener en marcha los equipos imprescindibles. Durante el desconcierto de los primeros minutos se hab¨ªa consumido mucha carga de la ¨²nica bater¨ªa del m¨®dulo de mando. M¨¢s tarde habr¨ªa que improvisar un m¨¦todo para recargarla a partir de la energ¨ªa que quedase disponible en el m¨®dulo lunar. Sin electricidad, no funcionar¨ªan los morteros de expulsi¨®n de los paraca¨ªdas.
En otro alarde de improvisaci¨®n, hubo que dise?ar a toda prisa un adaptador de unos a otros. Y ello, utilizando s¨®lo materiales disponibles en la nave: mangueras, cartones, bolsas de pl¨¢stico y cinta aislante
Durante los cuatro d¨ªas que dur¨® el viaje de regreso, los directores de vuelo intentaron orquestar las peticiones que llegaban de unos y otros controladores. Hab¨ªan demasiados detalles en juego con requisitos muchas veces contradictorios. Por ejemplo, cuando una de las correcciones de rumbo dio un ligero error. Los especialistas en trayectoria hab¨ªan olvidado que ahora en el m¨®dulo lunar hab¨ªa una persona m¨¢s; eso alteraba la posici¨®n del centro de gravedad de la nave y el resultado del impulso.
Con el sextante principal inutilizado, los ajustes de navegaci¨®n tendr¨ªan que hacerse con el telescopio de Aquarius, pensado para funcionar en la Luna. Sin corriente, los motores de maniobra del m¨®dulo principal no funcionaban; tendr¨ªan que utilizarse los del m¨®dulo lunar. Pero estos estaban pensados para mover una nave m¨¢s ligera, no las casi veinticinco toneladas extras de los m¨®dulos de mando y servicio que llevaba acoplados.
Con el consumo de energ¨ªa a cero y todos los equipos electr¨®nicos apagados, el interior del m¨®dulo de mando se hab¨ªa convertido en una oscura nevera. A unos 4?C. Los tres astronautas, apelotonados en la estrecha cabina del Aquarius no dispon¨ªan de ropa de abrigo; tan solo unos ligeros monos de tejido beta (ign¨ªfugo). Pensaron en utilizar las escafandras lunares pero desecharon la idea porque, al no ser transpirables, la evaporaci¨®n del sudor acumulado podr¨ªa haber resultado contraproducente.
Adem¨¢s del fr¨ªo, el dr¨¢stico racionamiento de agua hab¨ªa hecho mella en los hombres. Cada uno de los compa?eros hab¨ªa perdido unos seis kilos de peso
Toda la purificaci¨®n de aire corr¨ªa a cargo del sistema del m¨®dulo lunar, el ¨²nico que dispon¨ªa de energ¨ªa el¨¦ctrica. Utilizaba unos cilindros de hidr¨®xido de litio para absorber el CO2 de la cabina. A medida que se saturaban hab¨ªa que sustituirlos por otros; con tres hombres respirando en lugar de dos, se agotaban con m¨¢s rapidez. El m¨®dulo de mando llevaba recambios de sobra pero de otro modelo: cuadrados. En otro alarde de improvisaci¨®n, hubo que dise?ar a toda prisa un adaptador de unos a otros. Y ello, utilizando solo materiales disponibles en la nave: mangueras, cartones, bolsas de pl¨¢stico y cinta aislante.
Poco antes de reentrar en la atm¨®sfera, el Apolo 13 descart¨® su averiado m¨®dulo de servicio y el m¨®dulo lunar que hab¨ªa salvado la vida de la tripulaci¨®n. Otra operaci¨®n que nunca se hab¨ªa intentado en aquellas circunstancias. Milagrosamente, la bater¨ªa auxiliar estaba cargada a tope y el ordenador principal se hab¨ªa podido poner en marcha. Algo que no todo el mundo cre¨ªa posible, despu¨¦s de cuatro d¨ªas hibernado.
Adem¨¢s del fr¨ªo, el dr¨¢stico racionamiento de agua hab¨ªa hecho mella en los hombres. Haise, el de complexi¨®n menos robusta, desarroll¨® una infecci¨®n renal y fiebre que, una vez aterrizados, le confinar¨ªa varios d¨ªas a la enfermer¨ªa del portaaviones. Cada uno de sus compa?eros hab¨ªa perdido unos seis kilos de peso. En general, el estado f¨ªsico de los tres era, de largo, el peor de todas las tripulaciones que hab¨ªan ido a la Luna.
Oficialmente, la misi¨®n del Apollo 13 fue un fracaso. Pero muchos consideran que aquella demostraci¨®n de competencia, trabajo en equipo, conocimientos e ingenio para resolver situaciones nunca imaginadas constituy¨® la mejor hora en la historia de la NASA.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ci¨¨ncia de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de Un peque?o paso para [un] hombre (Libros C¨²pula) en donde se detallan estos y otros episodios de los vuelos a la Luna.
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