Allan McDonald, el hombre que no quer¨ªa que el ¡®Challenger¡¯ despegara
Muere el ingeniero que fue degradado tras advertir sobre los riesgos de lanzar el cohete con condiciones clim¨¢ticas extremas. Fallecieron sus siete tripulantes
Hace un poco m¨¢s de 35 a?os, el transbordador Challenger se destruy¨® en una tremenda explosi¨®n, 73 segundos despu¨¦s de su despegue, a la vista de medio mundo y de algunos familiares de los siete astronautas, expresamente invitados por la NASA a seguir el lanzamiento desde la tribuna de VIP del Centro Kennedy. Fue una tragedia de la cual la NASA a duras penas se repondr¨ªa. Pero, por desgracia, no era algo completamente inesperado. Entre los centenares de ingenieros y t¨¦cnicos que serv¨ªan de soporte al lanzamiento hab¨ªa al menos dos que albergaban negros presentimientos.
La noche antes del lanzamiento (el 28 de enero de 1986) hab¨ªa sido inusualmente fr¨ªa. Las temperaturas hab¨ªan ca¨ªdo hasta ocho grados bajo cero, una cifra ins¨®lita para el clima de Florida. De la estructura de la torre de servicio colgaban largos car¨¢mbanos de hielo. El lanzamiento estaba programado para poco antes del mediod¨ªa. El tiempo deb¨ªa mejorar algo, pero el term¨®metro no subir¨ªa mucho por encima del cero. En esas condiciones, un par de t¨¦cnicos de Thiokol ¨DRoger Boisjol y Allan McDonald¨D expresaron sus reticencias a continuar con la cuenta atr¨¢s.
Thiokol era la empresa responsable de los dos aceleradores del transbordador, los dos enormes l¨¢pices situados a los costados de la nave para contribuir a levantarla durante los primeros minutos de vuelo. Eran los mayores jam¨¢s construidos: 45 metros de largo y tres y medio de di¨¢metro. Dentro almacenaban unas 500 toneladas de propelente pastoso con un t¨²nel central en forma de estrella que las recorr¨ªa de arriba abajo. En el momento del lanzamiento, un lanzallamas situado en el extremo superior provocaba la ignici¨®n simult¨¢nea de toda la superficie y los gases de combusti¨®n buscaban el escape por la tobera en la parte inferior.
El cohete estaba formado por cinco segmentos cil¨ªndricos apilados uno sobre otro. Al encenderse, la presi¨®n en su interior era enorme y por eso las junturas entre secciones iban equipadas con unos dobles anillos de goma que asegurasen su estanqueidad. Precisamente eran esos anillos los que preocupaban a los t¨¦cnicos de Thiokol. Las bajas temperaturas pod¨ªan hacerlas quebradizas y un escape en cualquiera de ellas pod¨ªa tener graves consecuencias.
Los responsables de la NASA no estuvieron de acuerdo con esos temores. Cierto que la noche hab¨ªa sido fr¨ªa, pero las condiciones mejorar¨ªan al salir el sol. As¨ª que la cuenta atr¨¢s sigui¨® adelante. McDonald, en su condici¨®n de ingeniero responsable de los aceleradores, se neg¨® a firmar el documento de conformidad.
McDonald siempre arrastr¨® un impreciso sentimiento de culpabilidad por no haber insistido a¨²n m¨¢s en aplazar aquel lanzamiento
Lo que nadie record¨® entonces era que el gran tanque ventral de combustible estaba lleno de ox¨ªgeno e hidr¨®geno l¨ªquidos desde por lo menos seis horas antes del lanzamiento. A temperaturas de unos 200 grados bajo cero. Durante casi toda la noche el viento sopl¨® desde la misma direcci¨®n. Primero impactaba en el acelerador de babor, lam¨ªa el dep¨®sito principal de combustible, enfri¨¢ndose a¨²n m¨¢s y por fin formaba remolinos sobre el cohete derecho. Las juntas de goma hab¨ªan estado sujetas a una ducha helada mucho m¨¢s intensa de lo que indicaban los partes meteorol¨®gicos.
El resto es una historia mil veces recordada. En el momento del despegue, el acelerador derecho se dobl¨® ligeramente, la junta de goma no pudo resistir el esfuerzo y un chorro de llamas, casi un soplete, escap¨® por all¨ª segando el soporte inferior del cohete. Un minuto y medio m¨¢s tarde, el acelerador quedaba libre de su sujeci¨®n, rotaba bruscamente y su proa romp¨ªa la c¨²pula superior del tanque central. La explosi¨®n de millones de litros de hidr¨®geno y ox¨ªgeno fragment¨® el transbordador (aunque la c¨¢psula de los astronautas continu¨® ascendiendo en una sola pieza durante unos minutos antes de estrellarse en el mar). En el impacto murieron sus siete tripulantes, entre los que se encontraba Christa McAuliffe, la primera maestra que iba a volar por el espacio.
En la investigaci¨®n que sigui¨®, McDonald tuvo una intervenci¨®n decisiva, al recordar que Thiokol hab¨ªa advertido sobre los riesgos de lanzar en clima tan extremo. Y, de paso, que las juntas t¨®ricas, tal como estaban dise?adas, no eran del todo fiables. Como la tr¨¢gica realidad acababa de probar.
Thiokol no reaccion¨® bien ante ese testimonio. McDonald fue degradado de su puesto. Escandalizado al conocer semejante represalia, que se hab¨ªa extendido a otros trabajadores, el senador Edward Markey consigui¨® que el Congreso aprobase una resoluci¨®n que prohib¨ªa a la NASA formalizar nuevos contratos con la empresa. Thiokol reconsider¨® su decisi¨®n, McDonald fue ascendido y se le nombr¨® responsable del redise?o de las nuevas juntas. El nuevo modelo equipar¨ªa en lo sucesivo a todos los transbordadores.
McDonald continu¨® trabajando en Thiokol hasta su jubilaci¨®n. Siempre arrastr¨® un impreciso sentimiento de culpabilidad por no haber insistido a¨²n m¨¢s en aplazar aquel lanzamiento. As¨ª lo reflej¨® en un libro Verdad, mentiras y juntas t¨®ricas en el que defend¨ªa sin fisuras el an¨¢lisis ¨¦tico en la toma de decisiones.
Allan McDonald muri¨® hace pocos d¨ªas de las secuelas de un accidente dom¨¦stico. Ten¨ªa 83 a?os. Sol¨ªa repetir: ¡°El tiempo aten¨²a el arrepentimiento por las cosas que hicimos. Pero el remordimiento por las que no hicimos es inconsolable¡±.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ci¨¨ncia de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de ¡®Un peque?o paso para [un] hombre¡¯ (Libros C¨²pula).
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