¡®Challenger¡¯: 30 a?os de la primera cat¨¢strofe espacial televisada
La explosi¨®n del transbordador ¡®Challenger¡¯, en la que murieron sus siete tripulantes, cambi¨® para siempre la carrera espacial
Se cumplen ahora treinta a?os del desastre del Challenger, el primer transbordador espacial destruido en el transcurso de una misi¨®n. No fue la primera vez que ocurr¨ªan tragedias similares: el incendio del Apollo 1, la muerte de Komarov al estrellarse el Soyuz 1 o la de tres astronautas rusos del Soyuz 11 por efectos de una descompresi¨®n son otros ejemplos. Pero s¨ª fue la primera vez que la tragedia se desarrollaba frente a las c¨¢maras de televisi¨®n, a la vista de todo el mundo.
Oficialmente, la misi¨®n se conoc¨ªa como ¡°vuelo STS-51L". Era el 25? vuelo de un transbordador espacial y el d¨¦cimo del Challenger. A bordo iban siete tripulantes, entre ellos Christa McAuliffe, la primera maestra que volaba al espacio, como parte de un programa de la NASA para promocionar el estudio de la ciencia en las escuelas del pa¨ªs.
El lanzamiento estuvo a punto de aplazarse en varias ocasiones, no tanto por razones t¨¦cnicas como climatol¨®gicas. Aquel fue un enero anormalmente fr¨ªo en Florida, hasta el punto que el d¨ªa del lanzamiento amaneci¨® con largos car¨¢mbanos de hielo colgando en la torre de servicio del transbordador.
La helada representaba un doble problema. Por un lado, estaba el peligro de que fragmentos desprendidos durante el despegue da?asen la protecci¨®n t¨¦rmica de la nave; por otro, se encontraba el hecho de que algunos componentes de los dos grandes cohetes auxiliares no estaban dise?ados para soportar temperaturas tan bajas.
Lo que nadie tuvo en cuenta era que, durante la noche, hab¨ªa estado soplando un viento constante sobre la plataforma de lanzamiento
Como el lanzamiento estaba previsto para casi el mediod¨ªa, probablemente el hielo se habr¨ªa derretido, as¨ª que esa preocupaci¨®n se descart¨® enseguida. Otra cosa era el asunto de la fiabilidad de los dos aceleradores.
El transbordador utilizaba dos tipos de motores. Los tres principales estaban? situados a popa de la nave, alimentados con una mezcla de hidr¨®geno y ox¨ªgeno, y los dos grandes aceleradores, como dos enormes candelas de casi cincuenta metros de altura y tres y medio de di¨¢metro,estaban? situados a ambos lados del dep¨®sito principal e combustible. Esos impulsores consum¨ªan combustible s¨®lido y al despegue representaban el 80% del impulso total del transbordador. S¨®lo deb¨ªan funcionar durante un par de minutos, lo suficiente para alcanzar los 45 kil¨®metros de altura antes de ser descartados.
Los aceleradores estaban fabricados en segmentos: cuatro piezas cil¨ªndricas, llenas una pasta combustible de textura similar a una goma de borrar, apiladas una sobre otra. Para garantizar que las uniones eran herm¨¦ticas, entre cada dos se colocaba un par de juntas t¨®ricas, anillos de goma que al comprimirse aseguraban la estanqueidad. Todo encajaba salvo por un detalle: a bajas temperaturas, la goma se volv¨ªa fr¨¢gil y quebradiza.
?Culpa del fr¨ªo?
Los responsables de los aceleradores dudaron sobre si el frio reinante aconsejaba aplazar o no el lanzamiento. A pesar de algunas voces discrepantes, con la salida del sol la temperatura hab¨ªa subido algo, situ¨¢ndose a un par de grados por encima del cero. Eso ya entraba dentro de las tolerancias admisibles, as¨ª que al final, la cuenta atr¨¢s continu¨® y poco antes del mediod¨ªa el Challenger levantaba vuelo.
Lo que nadie tuvo en cuenta era que, durante la noche, hab¨ªa estado soplando un viento constante sobre la plataforma de lanzamiento. Impactaba primero sobre el motor de babor, lam¨ªa el gran dep¨®sito ventral de combustible, que seis horas antes de lanzamiento se hab¨ªa llenado con dos millones de litros de hidr¨®geno y ox¨ªgeno l¨ªquidos y formaba remolinos sobre el acelerador de estribor, despu¨¦s de pasar frente a la v¨¢lvula de descarga de hidr¨®geno l¨ªquido, por donde se expulsaba el gas sobrante, a unos 200 grados bajo cero. Durante horas, pues, las juntas de goma del acelerador derecho estuvieron sujetas a un ba?o helado mucho m¨¢s intenso que el que suger¨ªa la meteorolog¨ªa reinante.
El despegue sigui¨® la pauta est¨¢ndar. Primero se encendieron los tres motores principales con la t¨ªpica llama incolora del hidr¨®geno. Fueron aumentando potencia durante unos segundos hasta que, al llegar al ¡°cero¡± de la cuenta atr¨¢s, se encendieron los dos aceleradores laterales. Simult¨¢neamente, unas cargas explosivas rompieron las tuercas de los cuatro enormes pernos que manten¨ªan atornillada la nave a la plataforma y el Challeger qued¨® libre para empezar su viaje.
Todav¨ªa no se hab¨ªa levantado ni medio metro de la plataforma cuando una ominosa nube de humo negro apareci¨® en el segmento inferior del acelerador derecho. Nadie la vio. S¨®lo se apreciar¨ªa despu¨¦s, al revisar el v¨ªdeo del lanzamiento
Todav¨ªa no se hab¨ªa levantado ni medio metro de la plataforma cuando una ominosa nube de humo negro apareci¨® en el segmento inferior del acelerador derecho. Nadie la vio. S¨®lo se apreciar¨ªa despu¨¦s, al revisar el v¨ªdeo del lanzamiento. La junta entre los dos segmentos inferiores hab¨ªa fallado y los gases incandescentes empezaban a abrirse paso por la grieta.
Para los espectadores, el vuelo pareci¨® desarrollarse sin novedad durante el primer minuto. Pero para entonces, el chorro de gases se hab¨ªa convertido en una llama de soplete, que impactaba directamente sobre el soporte met¨¢lico posterior de los dos que un¨ªan el motor acelerador al gran tanque de combustible. A los 72 segundos de vuelo, cuando se hab¨ªan alcanzado los 15 kil¨®metros de altura a una velocidad doble de la del sonido, el soporte cedi¨®.
Todo el enorme acelerador, sostenido ahora s¨®lo por su enganche frontal, pivot¨® bruscamente hacia fuera. La punta impact¨® con el tanque de combustible principal, desgarr¨¢ndolo y liberando dos millones de litros de ox¨ªgeno e hidr¨®geno que hicieron explosi¨®n en una enorme nube de vapor de agua.
Los dos aceleradores, construidos con acero muy resistente, continuaron su vuelo cada uno por su lado. Sus estelas formaron una ¡°Y¡± en el cielo hasta que el oficial de seguridad deton¨® las cargas destructivas. El tanque ventral, mucho menos robusto se fragment¨® en millares de pedazos. Y lo mismo pas¨® con el transbordador. S¨®lo la secci¨®n de motores, y la cabina de la tripulaci¨®n mantuvieron su integridad, mientras segu¨ªan ascendiendo por simple inercia hasta cinco kil¨®metros m¨¢s.
Pese a las tremendas fuerzas de aceleraci¨®n (por encima de las 20 ges) , la tripulaci¨®n o al menos algunos de sus miembros no perdieron la consciencia. Cuando se recuperaron los restos de la nave puedo comprobarse que tres de los equipos de aire de emergencia hab¨ªan sido activados. Una respuesta autom¨¢tica, fruto de muchos meses de entrenamiento, que no sirvi¨® de nada. La cabina, todav¨ªa ¨ªntegra, describi¨® una par¨¢bola durante casi tres minutos y fue a impactar en el mar a m¨¢s de 300 kil¨®metros por hora.
Los buceadores de los equipos de rescate tardaron dos semanas en localizar el compartimento de la tripulaci¨®n, con los restos de los siete tripulantes a¨²n a bordo. Gran parte de los fragmentos del Challenger tambi¨¦n fueron recuperados y sometidos a un examen exhaustivo para determinar las causas de la tragedia.
El resto de la flota de transbordadores qued¨® inactiva durante casi tres a?os, mientras se introduc¨ªan sustanciales modificaciones en el dise?o de la nave, incluyendo un sistema de escape de emergencia que nunca llegar¨ªa a utilizarse (aunque muchos opinan que su efectividad era m¨¢s que dudosa). La Fuerza A¨¦rea, uno de los principales clientes del transbordador para lanzar sat¨¦lites militares, abandon¨® la idea decant¨¢ndose por los cohetes tradicionales.
Los transbordadores son ahora piezas de museo
Los vuelos del transbordador se reanudaron en septiembre de 1988 y continuaron regularmente durante quince a?os m¨¢s. Pero en 2003 ocurri¨® una segunda tragedia, esta vez con la p¨¦rdida total del Columbia y su tripulaci¨®n. La NASA hab¨ªa estimado que podr¨ªa producirse un accidente fatal en el trascurso de todo el programa, a raz¨®n de un centenar de vuelos por veh¨ªculo. Pero aquel nuevo desastre acab¨® de sellar la suerte de una nave que empezaba a considerarse poco segura. En 2011, despu¨¦s de 133 misiones realizadas con ¨¦xito y dos terribles fracasos, los transbordadores fueron retirados. Hoy, los tres restantes ¨CDiscovery, Atlantis y Endeavour- m¨¢s un modelo de pruebas ¨Cel Enterprise- son piezas de museo.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ci¨¨ncia de Barcelona (actual CosmoCaixa).
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