Paleont¨®logos de un w¨¦stern
La guerra de los huesos tuvo lugar a mediados del siglo XIX. En ella se vieron implicados dos paleont¨®logos que acabaron siendo rivales hasta la muerte
Bajo el campo de la ciencia subyacen peleas, conflictos y disputas entre cient¨ªficos. No lo vamos a negar. El encontronazo m¨¢s sonado fue el que mantuvieron Leibniz y Newton por la autor¨ªa del c¨¢lculo infinitesimal.
Otro caso notorio fue el conflicto mantenido por Nikola Tesla y Thomas Alva Edison. La guerra entre ambos surgi¨® cuando cada uno quiso imponer su sistema de transporte de electricidad. Mientras que Edison defendi¨® la corriente continua, Tesla lo hizo con la corriente alterna.
Pero tambi¨¦n hubo otras disputas que, aunque no fueron tan notorias, sacaron a relucir las miserias personales de los cient¨ªficos enfrentados. La que hoy nos ocupa es una de esas peleas que parecen sacadas de una pel¨ªcula del lejano Oeste, cuando el fulgor de las minas de oro cegaba a los pistoleros. Se la conoce como La guerra de los huesos y tuvo lugar a mediados del siglo XIX. En ella se vieron implicados dos paleont¨®logos que acabaron siendo rivales hasta la muerte. Sus nombres: Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh.
Cope invit¨® a Marsh a contemplar su obra y este ¨²ltimo se dio cuenta del error cometido por su compa?ero. En su reconstrucci¨®n, Cope hab¨ªa confundido la cabeza con la cola
Se conocieron en 1864 en Berl¨ªn. Ambos eran refugiados en Europa. No solo ten¨ªan en com¨²n la inquietud de interpretar el pasado a trav¨¦s de los f¨®siles, sino que los dos hab¨ªan salido escapados de Estados Unidos, culpa de la Guerra de Secesi¨®n. La amistad se rompi¨® cuando volvieron a su pa¨ªs. Corr¨ªa el a?o 1868 y Cope acababa de descubrir en Nueva Jersey los restos de un extra?o reptil que bautiz¨® como Elasmosaurus (reptil de cinta). Lo reconstruy¨® por instinto y el boceto se public¨® en la prestigiosa revista Transactions de la Sociedad Filos¨®fica Americana. Para presumir del hallazgo invit¨® a Marsh a contemplar su obra y este ¨²ltimo se dio cuenta del error cometido por su compa?ero. En su reconstrucci¨®n, Cope hab¨ªa confundido la cabeza con la cola. Esta apreciaci¨®n de Marsh escoci¨® tanto a Cope que no atendi¨® a m¨¢s razones de su compa?ero. Tuvo que ser Joseph Leidy, catedr¨¢tico de Historia Natural, quien demostrase el error de Cope, cogiendo la ¨²ltima v¨¦rtebra de la cola del extra?o reptil y encaj¨¢ndola en el cr¨¢neo.
A partir de ese momento, Cope y Marsh se convirtieron en enemigos. Ante la humillaci¨®n sufrida, Cope compr¨® todos los ejemplares de la revista donde aparec¨ªa el boceto de su hallazgo, todos los ejemplares menos dos que estaban en propiedad de Marsh, quien no estaba dispuesto a soltarlos.
La historia prosigue plagada de expediciones por el salvaje Oeste, territorio m¨ªtico donde aparecen los indios siux junto a B¨²falo Bill y todo el imaginario de un w¨¦stern crepuscular. De fondo, la rivalidad entre dos cient¨ªficos, una pugna violenta que no tiene nada que envidiar a la ri?a por una mina de oro. Boicoteos con dinamita, escaramuzas, marruller¨ªa, acusaciones de plagio e incluso guasas como la que tuvo Marsh cuando bautiz¨® a un mam¨ªfero f¨®sil como Anisconchus cophater, haciendo alusi¨®n a Cope y a su dentadura postiza; la misma dentadura que utilizaba para bromear con los siux y ganarse su confianza en territorio hostil para el hombre blanco.
Al final, ambos palent¨®logos acabaron arruinados. Murieron sin hacer las paces, dejando toneladas de f¨®siles guardados en cajas sin abrir
Al final, ambos paleont¨®logos acabaron arruinados. Murieron sin hacer las paces, dejando toneladas de f¨®siles guardados en cajas sin abrir. La disputa entre ambos cient¨ªficos fue tan fruct¨ªfera para la paleontolog¨ªa que es tomada como ejemplo cada vez que se critica la rivalidad sin l¨ªmites. Si fue tan fruct¨ªfera, imaginemos qu¨¦ hubiese pasado si, en vez de competir, ambos hubiesen cooperado.
Para terminar, una recomendaci¨®n libresca de la mano de Michael Crichton y de su novela p¨®stuma Dientes de drag¨®n (Plaza y Jan¨¦s), donde nos cuenta esta historia de aventuras, enemistad y paisajes crepusculares. Un w¨¦stern donde el pasado se convierte en protagonista cada vez que intenta ser desenterrado.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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