Charles Howard Hinton, el gran desconocido
El matem¨¢tico brit¨¢nico acarici¨® la idea de convertir la cuarta dimensi¨®n geom¨¦trica en una dimensi¨®n f¨ªsica
Imaginemos, por un momento, que somos peces y que vivimos en un estanque. De ser as¨ª, nuestro mundo se ver¨ªa reducido a las aguas y a las materias que flotan en su superficie, es decir, a todo lo que hay sobre nosotros, ya sea una botella de pl¨¢stico, la base de un bote salvavidas o un simple nen¨²far.
Vivir¨ªamos entregados a las aguas, a nuestro mundo y no ser¨ªamos conscientes de que existe un mundo totalmente diferente por encima de nosotros; un universo paralelo y distinto separado por la fina superficie del agua. Si nos sacasen de nuestro mundo, entrar¨ªamos en una dimensi¨®n desconocida pero no por ello menos real que la conocida. Sirva este ejemplo para postular que existen otras dimensiones.
Si atendemos al espacio y a su concepci¨®n geom¨¦trica, la idea de cuarta dimensi¨®n se hizo notoria a mediados del siglo XIX, cuando el matem¨¢tico alem¨¢n Georg Friedrich Bernhard Riemann demostr¨® que otras dimensiones son posibles a partir de una l¨ªnea, a lo largo, llevada a un plano bidimensional, a lo largo y ancho, para despu¨¦s ser transformada en un s¨®lido en el espacio tridimensional, a lo largo, ancho y alto, y de aqu¨ª a espacios de m¨¢s dimensiones. Cuentan que cuando Riemann dio con la cuarta dimensi¨®n geom¨¦trica sufri¨® un colapso nervioso.
En un espacio tetradimensional, el tesseract ser¨ªa un cubo de cuatro dimensiones espaciales, o lo que es lo mismo, un hipervolumen formado por infinito n¨²mero de vol¨²menes y solo limitado por otros vol¨²menes
Pero va a ser Charles Howard Hinton, matem¨¢tico brit¨¢nico, quien poco despu¨¦s acaricie la idea de convertir la cuarta dimensi¨®n geom¨¦trica en una dimensi¨®n f¨ªsica. Para ello dise?ar¨¢ el ¡°tesseract¡±, una figura formada por ocho cubos tridimensionales que elev¨® hasta una dimensi¨®n espacial originada a partir de un cuarto eje dimensional. Para entendernos, en un espacio tetradimensional, el tesseract ser¨ªa un cubo de cuatro dimensiones espaciales, o lo que es lo mismo, un hipervolumen formado por infinito n¨²mero de vol¨²menes y solo limitado por otros vol¨²menes.
La base cient¨ªfica del artefacto no impidi¨® que se convirtiese en un objeto de uso pseudocient¨ªfico que acabar¨ªa siendo empleado en sesiones de espiritismo. Seg¨²n contaban las publicaciones de la ¨¦poca, por medio de estos cubos se pod¨ªa alcanzar la dimensi¨®n donde habitan los muertos. Pero para Hinton, la cuarta dimensi¨®n estaba muy lejos del ocultismo y de las fuerzas sobrenaturales. Llegar a la cuarta dimensi¨®n era posible ejercitando la imaginaci¨®n con su poliedro de nombre extra?o. Como no pod¨ªa ser de otra forma, Jorge Luis Borges qued¨® seducido por el tesseract y por los relatos cient¨ªficos de Hinton, llegando a prologar la edici¨®n que de ellos hizo Franco Mar¨ªa Ricci, donde Borges nos presenta a Hinton como un perfecto desconocido, como un hombre que ¡°casi ha logrado la tiniebla
Seg¨²n contaban las publicaciones de la ¨¦poca, por medio de estos cubos se pod¨ªa alcanzar la dimensi¨®n donde habitan los muertos
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Borges afirma que aunque H.G Wells no lo mencione, debe a Hinton el primer cap¨ªtulo de ¡°La m¨¢quina del tiempo¡±, la historia donde un cient¨ªfico descubre la esencia de la denominada cuarta dimensi¨®n f¨ªsica, es decir, del Tiempo. Por decir no quede que Salvador Dal¨ª se sirvi¨® del tesseract para su cuadro Christus Hypercubus, donde Cristo aparece crucificado en una cruz tetradimensional. La aportaci¨®n de Hinton a las matem¨¢ticas y a la f¨ªsica es indiscutible, aunque al final haya pasado a la historia como un escritor cercano a la ciencia ficci¨®n. Nadie como Hinton para hacernos ver que una dimensi¨®n es algo m¨¢s que un espacio donde habitan seres y objetos extra?os que cambian de color y de forma. Para Hinton, una dimensi¨®n es un sentido adicional del espacio familiar en el que nos movemos a lo largo, a lo alto y a lo ancho; una cuesti¨®n de imaginaci¨®n.
La misma imaginaci¨®n que necesitamos para pensar que somos peces en un estanque, y que alguien nos pesca para arrojarnos a un nuevo mundo de formas extra?as; un espacio desconocido que est¨¢ m¨¢s cerca de la realidad que del ¨¢mbito ficticio.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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