Los relatos m¨¦dicos de un poeta
William Carlos Williams, adem¨¢s de ejercer como poeta y narrador, ejerci¨® como m¨¦dico especializado en pediatr¨ªa. Sus cuentos dan testimonio de su profesi¨®n
Cada vez es m¨¢s habitual buscar en Internet el diagn¨®stico para nuestros s¨ªntomas, obviando con ello el dictamen cient¨ªfico de los m¨¦dicos. Foros, im¨¢genes y art¨ªculos acad¨¦micos vienen a suplir la visita al doctor, y no hacen sino confundirnos a¨²n m¨¢s acerca de nuestro cuadro cl¨ªnico. Luego est¨¢ la automedicaci¨®n; el error de conseguir por Internet los f¨¢rmacos que creemos que son los acertados para nuestro caso.
En todo ello hay un componente de urgencia. Sobre todo lo hacemos para tranquilizar nuestro ¨¢nimo con apremio frente a una enfermedad que creemos que es la nuestra. Pero tambi¨¦n cabe sumar otro aspecto m¨¢s ¨ªntimo, y que est¨¢ relacionado con la verg¨¹enza, es decir, con ese sentimiento de incomodidad que muchas veces se da ante la presencia del m¨¦dico. Por esto ¨²ltimo hay tantas enfermedades secretas; personas que esconden su enfermedad para evitar el rubor de mostr¨¢rsela a los desconocidos o peor a¨²n, que la esconden por miedo a que su enfermedad sea descubierta.
Hay un cuento de William Carlos Williams que nos muestra esto ¨²ltimo. Y lo hace con la concisi¨®n y la contundencia del que sabe de lo que habla, en este caso del que sabe de lo que escribe. Porque William Carlos Williams, adem¨¢s de ejercer como poeta y narrador, ejerci¨® como m¨¦dico especializado en pediatr¨ªa. El cuento que aqu¨ª nos ocupa se titula El uso de la fuerza, viene traducido por Mariano Antol¨ªn Rato, y nos cuenta el episodio que sufri¨® el mismo Carlos Williams cuando tuvo que hacer frente a una urgencia.
Se trataba de una ni?a con los suficientes grados de fiebre como para preocuparse. La casa era pobre y ten¨ªan a la ni?a en la cocina, donde se estaba m¨¢s caliente. ¡°A veces aqu¨ª hay mucha humedad¡±, le dice la madre al doctor. La ni?a hab¨ªa perdido la expresi¨®n en la cara, que estaba encendida por la fiebre, y ¡°respiraba agitadamente.¡± Llevaba tres d¨ªas as¨ª, seg¨²n el padre.
Cuando el doctor va a reconocer la garganta de la ni?a, esta se niega a abrir la boca. El doctor insiste pacientemente, habl¨¢ndole a la ni?a con cari?o, y es entonces cuando la madre le dice a la ni?a algo que, seg¨²n Carlos Willians, podr¨ªa haberse evitado, pues lo peor en estos casos es decir ¡°que el doctor no te va a hacer da?o¡±. Aqu¨ª el relato adquiere su punto ¨¢lgido, pues, los padres, ante el rubor que les provoca la actitud de su hija, la fuerzan con violencia para que abra la boca. Pero ni con esas.
Tras unas cuantas peripecias m¨¢s en las que la ni?a se defiende con fiereza, pataleando y arranc¨¢ndole las gafas al doctor, este consigue alcanzar la cavidad de la boca con la esp¨¢tula de madera. Pero la ni?a la aprieta entre los molares, ¡°reduci¨¦ndola a astillas¡± antes de que el doctor pudiera sacarla.
Al final, con mucho esfuerzo, y con ayuda de una cuchara, el doctor alcanz¨® la garganta de la ni?a hasta que esta tuvo arcadas. Fue cuando el doctor pudo ver el mal: ¡°Las dos am¨ªgdalas cubiertas de membranas¡±. Seg¨²n Carlos Williams, la ni?a hab¨ªa luchado para impedirle conocer su secreto, escondiendo su enfermedad por miedo a que su enfermedad fuese descubierta.
Un caso cl¨ªnico que va m¨¢s all¨¢ de fobia al m¨¦dico. Podr¨ªamos decir que Carlos Williams nos ilustra con un ejemplo de codicia ante la enfermedad, pues la ni?a sabe que su mal se localiza en la garganta, y que si abre la boca, se desvelar¨¢ su secreto. Por estas cosas es tan necesaria la psiquiatr¨ªa en los tiempos actuales, tiempos en los que la gente consulta Google como quien consulta un or¨¢culo buscando la suerte.
Nota: Por si alguien desea acercarse a los cuentos de William Carlos Williams, hay que apuntar que Alianza editorial los public¨® en su d¨ªa con traducci¨®n de Mariano Antol¨ªn Rato, y que hace poco la editorial Fulgencio Pimentel sac¨® un volumen traducido por Eduardo Halfon y con el t¨ªtulo Los relatos de m¨¦dicos.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento
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