La cola vestigial, el ap¨¦ndice oculto del hombre que venci¨® a Napole¨®n en Waterloo
Hace unos 25 millones de a?os, nuestros antepasados dejaron de desarrollar la cola vestigial, pero no de forma gradual, sino de golpe
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En uno de sus Episodios Nacionales, el escritor Benito P¨¦rez Gald¨®s nos presenta a lord Wellington como a un hombre de ojos azules y voz sonora que produc¨ªa una ¡°grata impresi¨®n de respeto y cari?o¡±.
No sabemos que hubiera escrito Gald¨®s si hubiese conocido la peculiaridad con la que contaba Wellington, un atributo que le nac¨ªa a la altura de su coxis y que se prolongaba como una cola de rata de unos 21 cent¨ªmetros. De haberlo sabido, Gald¨®s hubiese cambiado su relato y hubiese descrito a Arthur Wellesley, duque de Wellington, con la rareza de su cola vestigial, que es como se conoce cient¨ªficamente a dicho ap¨¦ndice, ya que conserva vestigios de la evoluci¨®n humana.
Resulta curioso comprobar c¨®mo en el genoma humano se encuentra todo nuestro desarrollo evolutivo, y en el caso de la cola vestigial se reactiva un aspecto reprimido del mismo. Seg¨²n investigaciones recientes, y tomando como modelo los genes que dominan el desarrollo de la cola en ratones, se ha comprobado que dichos genes tambi¨¦n est¨¢n contenidos en el genoma humano. Lo que sucede es que nuestro propio genoma tambi¨¦n incluye la muerte celular programada una vez que han pasado las ocho semanas de gestaci¨®n, que es cuando la citada cola se pierde, se absorbe y pasa a formar la columna vertebral. Esto lo podemos comprobar en las im¨¢genes de embriones humanos, siendo en las ecograf¨ªas donde mejor se aprecia la cola vestigial de los humanos.
Hace algo as¨ª como 25 millones de a?os nuestros antepasados dejaron de desarrollarla, pero no de forma gradual, sino de golpe. De hecho, cada vez que nos sentamos lo hacemos sobre la ¨²ltima pieza de la columna vertebral, el coxis, vestigio de la cola ancestral que todas las personas desarrollamos y que, debido a la acci¨®n de un gen humano, perdemos antes de nacer.
Sin embargo, hay casos, pocos, en los que dicho gen humano no entra en acci¨®n y ocurre lo que le ocurri¨® a Wellington del que cuentan que necesitaba una silla especial para montar a caballo. Se trata de un exceso que en su momento cubr¨ªa un prop¨®sito, como tambi¨¦n lo cubr¨ªan las muelas del juicio o el vello y que de igual manera pueden tomarse como atributos vestigiales, de cuando ¨¦ramos animales que a¨²n no hab¨ªamos desarrollado la raz¨®n.
Cuando se da un caso de cola vestigial, lo que se hace es extirparla al reci¨¦n nacido en una operaci¨®n sencilla que no requiere mucha complicaci¨®n. Lo que sucede es que en los tiempos de Wellington (1769-1852) no se efectuaban dichas cirug¨ªas y la rareza se manten¨ªa en secreto, sobre todo si eras una figura p¨²blica como lo fue el hombre que derrot¨® a Napole¨®n en Waterloo y que aqu¨ª, en nuestro pa¨ªs, fue distinguido con t¨ªtulos como el de duque de Ciudad Rodrigo, vizconde de Talavera de la Reina y Grande de Espa?a.
Adem¨¢s de todo ello, figur¨® como personaje en La batalla de los Arapiles, (Alianza) uno de los Episodios Nacionales que escribi¨® Benito P¨¦rez Gald¨®s, autor cuya obra est¨¢ renaciendo en los ¨²ltimos tiempos, igual que si se tratase de un genoma cuyo c¨®digo gen¨¦tico fuese el castellano y cuyos vestigios apareciesen ahora como las huellas de nuestra memoria literaria m¨¢s oculta.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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