Las cenizas de pap¨¢
La original y desenfadada autobiograf¨ªa de Graciela Beatriz Cabal, una conocida escritora argentina que nos acerca a su vida con sencillez y un humor fino y entra?able.
1
Mujer de vida alegre
Debo reconocer que buena parte de mis conocimientos acerca de las mujeres y su mundo me vienen de mi abuela. Porque fue ella quien, apenas cumpl¨ª yo los siete a?os, decidi¨® llegado el momento de hacerme participar en sus famosas tertulias de los viernes. ?Que ya va siendo hora de que alguien te ense?e a comportarte como se?orita, nena.?
Por supuesto, me negu¨¦: jam¨¢s, por ning¨²n motivo, ir¨ªa yo a esas reuniones de se?oras vestidas de negro y con olor a pis de gato.
Pero mi abuela era h¨¢bil, y me ofreci¨® el oro y el moro.
Si yo iba a las tertulias y me quedaba bien derecha en mi silla y s¨®lo abr¨ªa la boca para susurrar ?no, gracias?, cuando alguien me ofrec¨ªa una rosquita, o ?s¨ª, gracias?, cuando alguien insist¨ªa en ofrecerme la rosquita, mi abuela me prestar¨ªa todo el tiempo la Shirley Temple de mi t¨ªa la soltera, que era car¨ªsima y de porcelana (la Shirley Temple).
?No?, dije yo, firme en mis convicciones.
Adem¨¢s, mi abuela me llevar¨ªa en coche de caballos a la Recoleta para ponerle flores a su padrino el expedicionario?
?No y no?, insist¨ª yo, pero sintiendo que algo se ablandaba.
?Me gustar¨ªa a m¨ª bajar al s¨®tano a jugar con los trabucos y con el puma embalsamado?
(Silencio.)
Mi abuela me dejar¨ªa.
(Silencio.)
Y tambi¨¦n me dar¨ªa mucho pan con ajo frito para la lombriz solitaria.
(Silencio.)
Y Licor de las Hermanas —una pizca, ?eh?— en la copita azul que tanto me gustaba.
(Silencio.)
?Y una caja entera de pastillas del Doctor Andreu, que no son caramelos, sino remedios peligros¨ªsimos para los ni?os!
?No quiero?, dije yo d¨¦bilmente, tan d¨¦bilmente?
Entonces mi abuela lanz¨® a fondo la ¨²ltima estocada: si yo era una nena muy, muy buena y no le contaba nada a nadie, ella me dejar¨ªa ver —por un rato— el ap¨¦ndice en frasco de vidrio de mi abuelo? Y me dar¨ªa tres pitadas (?cuatro, abuela?), cuatro pitadas de los cigarritos para el asma.
Ante tama?a magnificencia me vi en la obligaci¨®n de ceder. Y nunca me arrepent¨ª. Porque las tertulias de los viernes resultaron, al fin de cuentas, mucho m¨¢s atractivas que las kermeses de la iglesia, los remates de hacienda y hasta que los desfiles militares. Y mucho m¨¢s ¨²tiles para mi vida futura, ni qu¨¦ decir.
Rodeando a mi abuela —la Gran Reina—, las se?oras de negro contaban cosas de fundamento, recitaban poemas del Tesoro de la Juventud, y se dirig¨ªan a m¨ª para preguntarme qu¨¦ iba a ser cuando fuera grande.
??Maestra!?, contestaba yo poniendo cara de estampita. Y ellas, tan contentas.
Desde mi silla baja, bien abrazada a la Shirley Temple, yo observaba con aplicaci¨®n. Y aprend¨ªa.
Lo primero que aprend¨ª fue a re¨ªr correctamente, como verdadera se?ora. Y buen trabajo me cost¨®, ensaya que te ensaya frente al espejo del tocador.
Pero al final la consegu¨ª: una risa contenida, mezcla de suave quejidito y simulacro de tos, muy parecida al llanto. Y, lo m¨¢s importante: con la mano tap¨¢ndome la boca.
No tard¨¦ en enterarme del sentido de ese gesto —al parecer, viejo como el mundo— que me intrigaba. ?Es para impedir que el Diablo, siempre al acecho de las mujeres y sus aberturas, aproveche para met¨¦rsenos adentro del cuerpo?, me cont¨® mi abuela a media voz. Y tambi¨¦n me cont¨® que era muy peligroso para nosotras re¨ªrnos los d¨ªas viernes. ?Porque la que r¨ªe viernes llora s¨¢bado y domingo.? ??Y los varones, abuela??, pregunt¨¦ yo, inquieta por mi abuelo, mi pap¨¢ y mi novio Cachito. ?Con los varones es otro cantar?, me contest¨® mi abuela. Y despu¨¦s agreg¨®, enigm¨¢tica: ?Mujer de risa f¨¢cil, mala fari?a?.
En las sucesivas tertulias de los viernes me fui enterando de cosas sorprendentes, como ser que las mujeres ?de risa f¨¢cil? —tambi¨¦n llamadas ?de vida alegre?— se re¨ªan a prop¨®sito con la boca bien abierta, porque a ellas parec¨ªa encantarles que el Diablo se les metiera adentro de los cuerpos para hacerles qui¨¦n sabe qu¨¦ estropicios.
Mi abuela no era mujer de vida alegre.
Tampoco lo eran las amigas de mi abuela.
Y ninguna mujer de vida alegre frecuent¨® jam¨¢s las tertulias de los viernes, en las que s¨®lo ten¨ªan cabida las buenas se?oras.
Sin comunicar nada a nadie, yo iba sacando mis propias conclusiones, a saber:
Las buenas se?oras no son de vida alegre, son de vida triste.
Las buenas se?oras se la pasan sufriendo como perras, pero lo hacen con gusto, porque cuanto m¨¢s sufren m¨¢s buenas son.
Las buenas se?oras se levantan al alba y trabajan hasta caer muertas. Y nunca van a ninguna parte, nada m¨¢s que al m¨¦dico, al dentista y a las tertulias de mi abuela.
A las buenas se?oras siempre les ocurren desgracias espantosas, como ser que los cuervos, que ellas criaron con tanto cari?o, les arranquen los ojos.
Los esposos de las buenas se?oras son caballeros rectos, que a ellas las respetan mucho. Y hasta demasiado. Y que no les hacen faltar nada. O casi.
Pero algunos esposos son medio cretinos, y ellas igual los tienen que atender y darles los gustos y ponerles las ventosas cuando llegan de trasnochar, porque ellos son los padres de los cuervos.
Las buenas se?oras no son de comer cosas ricas, son de comer cosas sanas. Y nada m¨¢s que cerveza malta toman, para que les baje la leche. Y una copita o dos de Licor de las Hermanas, para animarse en las tertulias.
Las buenas se?oras lloran mucho y se r¨ªen poco, porque de qu¨¦ se van a re¨ªr.
Las mujeres de vida alegre son muy diferentes de las buenas se?oras.
Las mujeres de vida alegre tienen el Diablo en el cuerpo, y por eso siempre andan haci¨¦ndose las cocoritas por los teatros y tambi¨¦n en el Parque Japon¨¦s, que es un lugar lleno de tentaciones.
Ellas no viven en casas, como las personas: viven en palacios llenos de sirvientes que las llevan en sillita de oro de una pieza a la otra para que no se cansen ni les salgan los juanetes.
Las mujeres de vida alegre usan vestidos de seda colorada, zapatos de tac¨®n y medias finas, pero lo que no usan es enagua, as¨ª que cuando caminan se les transparenta todo.
Con las mujeres de vida alegre nadie se anima a casarse, por eso ellas no tienen ning¨²n esposo que las respete y no les haga faltar nada. Lo que s¨ª tienen son sultanes, pr¨ªncipes y hasta presidentes de la rep¨²blica que siempre les andan regalando perlas y rub¨ªes para que ellas se entretengan.
Las mujeres de vida alegre no cr¨ªan cuervos, cr¨ªan perritos blancos; y siempre est¨¢n d¨¢ndoles besos en los hociquitos, porque son muy asquerosas.
Las mujeres de vida alegre no comen tapioca ni h¨ªgado vuelta y vuelta ni manzana rallada: solamente comen bombones de licor. Y lo ¨²nico que toman es champ¨¢n y granadina con soda.
Las mujeres de vida alegre lloran poco y se r¨ªen mucho. Hasta los viernes se r¨ªen las odiosas.
Mi educaci¨®n avanzaba a pasos agigantados.
Yo era la primera en llegar a las tertulias y la ¨²ltima en retirarme. Y no hab¨ªa fuerza humana capaz de hacerme faltar (hasta con las am¨ªgdalas reci¨¦n extirpadas llegu¨¦ a ir).
Mi abuela estaba orgullos¨ªsima de mi excelente comportamiento.
Y todo hubiera seguido as¨ª de no ser por el Licor de las Hermanas?
Porque result¨® que un negro d¨ªa, estando las se?oras muy entusiasmadas discutiendo el verdadero y oculto sentido de aquella frase, que todav¨ªa recuerdo —?No es por vicio ni por fornicio sino en tu humilde servicio?—, entonces yo, casi sin darme cuenta y de puro distra¨ªda, empec¨¦ a tomarme los restos de las copitas azules? Y ah¨ª fue que, despu¨¦s de un rato, me agarr¨® la risa. Tanta risa me agarr¨® que ni me acord¨¦ de taparme la boca. Y entonces se ve que el Diablo se me meti¨® adentro nom¨¢s. Porque cuando una de las se?oras, como era la costumbre, se dirigi¨® a m¨ª para preguntarme qu¨¦ iba a ser cuando fuera grande, en vez de decir ?Maestra?, y tener la fiesta en paz, voy y digo, muerta de risa y hundi¨¦ndole los ojos a la Shirley Temple: ??Yo? ?Yo voy a ser mujer de vida alegre!?.
Es que el Licor de las Hermanas es tan traicionero?
Babelia
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