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?rase una vez en Roma

Gemma Townley nos ofrece una novela basada en el eterno tema del amor y las relaciones de pareja

1

A veces fantaseo con esta tonter¨ªa. Voy caminando por la calle y me dirijo a un sitio muy exclusivo y elegante cuando veo a Mike por el rabillo del ojo. Estoy arrebatadora: he adelgazado unos kilitos y acabo de regresar de un lugar ex¨®tico, as¨ª que luzco un atractivo bronceado. Paseo de la mano de Pierce Brosnan, o quiz¨¢ de Russell Crowe (bueno, siempre que mantenga a raya ese genio que tiene). O incluso de Brad Pitt. S¨ª, ya s¨¦ que est¨¢ casado con Jennifer Aniston; s¨®lo se lo pedir¨ªa ?prestado?. La cuesti¨®n es que yo estoy con un t¨ªo guap¨ªsimo, un gran seductor, que por supuesto est¨¢ loquito por m¨ª. Mike, sin embargo, no va acompa?ado y parece invadido por la soledad. Tiene muy mal aspecto y su novia rubia y flacucha lo ha dejado tirado. Con tan s¨®lo una mirada reparo en que las cosas no le van bien: ha perdido ese aire arrogante y ese andar despreocupado e indolente. En cuanto me mira, se da cuenta de lo tonto que ha sido al dejarme. Comprende inmediatamente que todo empez¨® a irle mal desde el momento en que rompimos, y se percata de que nunca ha dejado de quererme. Me mira y me sonr¨ªe esperanzado. ?Me paro a hablar con Mike? Qu¨¦ m¨¢s quisiera ¨¦l. Paso de largo y le dedico una sonrisa compasiva al tiempo que Pierce/Brad/Russell y yo proseguimos nuestro camino hacia alguna fiesta muy selecta.

M¨¢s informaci¨®n
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As¨ª es como tendr¨ªa que pasar. Llevo dos a?os imaginando que suceder¨ªa de ese modo. Por desgracia, la vida no siempre es como uno quiere.

En realidad, me encuentro con Mike un domingo por la tarde. Una tarde de domingo lluviosa y gris. David y yo volvemos de la ferreter¨ªa. Se han ca¨ªdo las cortinas de casa y David se ha ofrecido a ayudarme a poner un nuevo riel. Vamos a pie llevando la rid¨ªcula barra de hierro y yo estoy distra¨ªda mirando al suelo. Por eso, cuando un coche da un frenazo en seco a nuestro lado y nos salpica, me voy hacia la ventanilla del conductor y empiezo a gritarle improperios sobre automovilistas domingueros y gente que no mira por d¨®nde va. Estoy calada hasta los huesos y mis zapatos nuevos de marca se han estropeado (ya s¨¦ que no deber¨ªa hab¨¦rmelos puesto, pero la noche anterior hab¨ªa estado viendo unos episodios antiguos de Sexo en Nueva York que me incitaron a ponerme unos fr¨ªvolos zapatos de tac¨®n alto para convertir una aburrida tarde de compras en una expedici¨®n llena de glamour). Entonces se baja el cristal de la ventanilla del coche, por la que se asoma un rostro muy sexy que me mira y me dice:

—?Georgie?

A ver, yo he superado lo de Mike. De verdad. Adem¨¢s, estoy perdidamente enamorada de mi novio, David. Pero eso no significa que haya olvidado que Mike me abandon¨® dej¨¢ndome una nota en la mesa de la cocina. Es que, despu¨¦s de dos a?os siendo su perrito faldero, ni siquiera se dign¨® a decir adi¨®s. Por supuesto, creo que es un canalla. Y estoy muy contenta de que no haya vuelto a ponerse en contacto conmigo (ni para saber qu¨¦ tal estaba), porque no tengo absolutamente nada que decirle. Simplemente me gustar¨ªa descubrir, por fin, que las cosas le han ido de mal en peor desde que se acab¨® lo nuestro. Que se tira de los pelos por lo est¨²pido que fue al dejarme. Que abraza la almohada por las noches imaginando que soy yo. Que har¨ªa cualquier cosa para recuperarme. S¨®lo para que yo pudiera mandarlo a paseo.

El caso es que Mike no es el tipo de persona que sale con chicas como yo. Antes mencion¨¦ a Brad Pitt, ?no? Pues Mike est¨¢ en la misma ¨®rbita que Brad Pitt, Jude Law, Hugh Grant o Robbie Williams. Est¨¢ para com¨¦rselo de la cabeza a los pies. Triunfa all¨¢ por donde va. Cuando vas con ¨¦l por la calle, la gente se le queda mirando. Y durante dos a?os enteros estuvo saliendo conmigo.

As¨ª que yo estoy en la calle, con el pelo pegado a la cara, mirando a Mike, que est¨¢ sentado en un coche espectacular y me sonr¨ªe. Empieza a decir algo sobre lo encantado que est¨¢ de verme, y entonces ve a David.

Quiz¨¢ no estar¨ªa de m¨¢s mencionar que David y Mike no se llevan muy bien. En realidad, se odian a muerte, ya desde el colegio. No es ning¨²n secreto: no empec¨¦ a salir con David hasta que me dej¨® Mike, y no he vuelto a ver a Mike desde entonces. Por eso, los encuentros casuales en una situaci¨®n como la nuestra resultan un tanto inc¨®modos. Por un instante me deleito en la imagen de los dos hombres desafi¨¢ndose con la mirada por m¨ª, pero enseguida empiezo a sentir pena por David. ?l siempre ha sido responsable, ha conseguido un trabajo decente y todo eso, mientras que Mike ha estado haciendo el vago desde que acab¨® la universidad (por lo que dicen todos, all¨ª tampoco hizo gran cosa, y escurre el bulto cuando se le pregunta por su titulaci¨®n universitaria). Y ahora llega Mike en un super BMW y parece una estrella del pop, mientras que nosotros nos quedamos parados en la calle, helados de fr¨ªo y abatidos. ?O s¨®lo soy yo?

Sea como fuere, ¨¦ste no es el momento de entablar una conversaci¨®n con Mike. No tengo tiempo de recobrar la compostura para aparentar que controlo la situaci¨®n y que soy una mujer de ¨¦xito. Por eso le digo que no nos podemos parar (quiero a?adir que vamos a un estreno, pero, por razones obvias, no lo hago). Mike me gui?a el ojo y me dice:

—Adi¨®s, preciosa.

Y se va.

—Venga, cari?o —consigue articular David—. V¨¢monos a casa y te preparo una buena taza de t¨¦.

Volvemos a mi piso y David pone agua a hervir. La respuesta de David a cualquier crisis es prepararse una taza de t¨¦. Que est¨¢ muy bien. Lo digo porque Mike sol¨ªa irse a comprar una botella de whisky cuando las cosas no le sal¨ªan como ¨¦l quer¨ªa. A m¨ª personalmente me gusta mucho m¨¢s la opci¨®n del t¨¦.

Me siento a la mesa de la cocina mientras le observo calentar met¨®dicamente la tetera (el t¨¦ es muy importante para David; no sabe igual si no se usa una tetera) y a?adir la cantidad exacta de hojas de t¨¦. El riel de las cortinas est¨¢ apoyado contra la pared y fuera sigue diluviando.

—?Es la primera vez que ves a Mike desde que...?

—S¨ª —intento sonar indiferente, a pesar de que no he parado de pensar en el encuentro desde que Mike se fue en su coche. ?Estaba presentable? ?Caus¨¦ buena impresi¨®n? ?Tiene pinta de estar sin novia?

—?Te encuentras bien?

—?Que si estoy bien? Claro que s¨ª. ?Por qu¨¦ no habr¨ªa de estarlo? Adem¨¢s, he encontrado a Mike un poco fond¨®n, ?no te parece?

Tengo unas ganas terribles de hablar de Mike, de discutir hasta el m¨¢s m¨ªnimo detalle de nuestro encuentro, de analizar cada mirada y cada matiz. Pero no puedo, no con David, desde luego.

—?T¨² crees? No sabr¨ªa decir —aventura David con cautela.

—Debe de ser la buena vida.

—?La buena vida?

—No me digas que no te has dado cuenta: el coche, la ropa. Desde luego parece que se ha ganado una posici¨®n de prestigio —intento no darle importancia. Espero que no se haya notado lo resentida que estoy.

—?Que Mike se ha ganado una posici¨®n de prestigio? Se la habr¨¢ robado a alguien —argumenta David sin alterarse, al tiempo que revuelve el t¨¦.

—?Crees entonces que su novia es rica?

No he conocido ni he visto nunca a la chica por la que me abandon¨® Mike. Por lo que yo s¨¦, ya podr¨ªa estar con su quinta novia desde que me dej¨®, pero siempre lo imagino con la misma persona, una t¨ªa muy irritante y m¨¢s bien tonta. Todo lo que s¨¦ es que es rubia y est¨¢ delgada. Mi vecino vio c¨®mo ella recog¨ªa a Mike en un Mercedes cuando ¨¦l me dej¨® plantada. Mi vecino no se acordaba muy bien (aunque s¨ª describi¨® el coche con todo lujo de detalles), pero de lo poco que me cont¨® pude deducir que la chica debe de ser la pesadilla de toda ex novia: guapa, piernas interminables... No hace falta que siga describiendo.

—Novia, padres, amigos..., cualquier persona a la que pueda sacarle dinero.

David trae dos tazas de t¨¦ y un paquete de galletas, y se sienta frente a m¨ª. A veces olvido lo guapo que es David: tiene unas facciones robustas y unos ojos preciosos que le brillan cuando sonr¨ªe. Quiz¨¢ no sea el estilo de Mike, pero tampoco est¨¢ nada mal.

—Bueno, ya est¨¢ bien de hablar de Mike —dice muy despacio—. Creo que deber¨ªamos olvidarnos de las cortinas y ver una buena pel¨ªcula.

Me siento en el sof¨¢ con una taza de t¨¦ humeante y David se dirige a la estanter¨ªa para escoger una cinta de v¨ªdeo. Es un puro ritual, porque siempre acabamos viendo la misma pel¨ªcula.

Hay dos pel¨ªculas que me s¨¦ de memoria, de principio a fin. Una es Footloose (debido a mi amor de adolescente por Kevin Bacon) y la otra es Vacaciones en Roma. No s¨¦ exactamente por qu¨¦, pero David y yo la hemos visto por lo menos veinte veces, y yo nunca me aburro de verla: es muy triste, muy graciosa, la acci¨®n se desarrolla en la bell¨ªsima ciudad de Roma y Audrey Hepburn est¨¢ fant¨¢stica. Encarna a una princesa que tiene que dedicar todo su tiempo a ir a recepciones y pronunciar discursos. Gregory Peck es un c¨ªnico periodista americano que est¨¢ intentando reunir dinero para regresar a su pa¨ªs. Una noche, ella se escapa de la embajada y lo conoce. Pasan todo el d¨ªa juntos antes de que ella tenga que volver a su vida de princesa (tras haberse enamorado de ¨¦l, como no pod¨ªa ser menos). Ah, ¨¦l se da cuenta de qui¨¦n es ella y se le ocurre que podr¨ªa convertir la escapada de la princesa en una noticia que saldr¨ªa en la portada de todos los peri¨®dicos, pero luego decide no llevar a cabo su plan porque ¨¦l tambi¨¦n se ha enamorado de ella. Ya, la pel¨ªcula no destaca precisamente por su realismo, pero qu¨¦ mas da. La primera vez que la vimos nos quedamos fascinados. Y, justo despu¨¦s, David me susurr¨® al o¨ªdo:

—Te voy a llevar a Roma, cari?o. Voy a alquilar una de esas motos y te voy a pasear por donde quieras.

?A que es rom¨¢ntico? Tengo esa imagen muy a menudo en la cabeza: yo soy Audrey Hepburn, y voy flotando en una nube de hermosos vestidos. David es Gregory Peck, muy masculino y duro, pero tierno por dentro.

La verdad es que todav¨ªa no hemos estado en Roma; David est¨¢ siempre tan ocupado en el trabajo... Pero s¨ª que vamos a ir. Seguro. De hecho, el a?o pasado compr¨¦ dos billetes de avi¨®n para Roma. Quer¨ªa que fuese una sorpresa: me hab¨ªa compinchado con la secretaria de David para que se tomara el viernes libre. Pensaba aparecer de improviso en su oficina el jueves por la tarde y llev¨¢rmelo a toda prisa para pasar un fin de semana largo. Pero el lunes anterior surgi¨® un problema peliagudo en el trabajo y tuvo que ir a Nueva York sin previo aviso. No llegu¨¦ a contarle que hab¨ªa comprado billetes para Roma porque no quer¨ªa que se sintiese culpable. En fin, todav¨ªa podemos ir este a?o. David me ha prometido que este a?o va a coger unas vacaciones en condiciones, as¨ª que esta vez nada nos detendr¨¢.

Reclino la cabeza en el hombro de David cuando empieza la pel¨ªcula. En un instante me convierto en una princesa europea y ¨¦l, en mi machote rudo y seductor.

S¨®lo que David no se parece mucho a Gregory Peck. David es sensato, digno de confianza, respetable y generoso. Tambi¨¦n es contable (no puedo imaginarme a Gregory Peck dedicando su tiempo a revisar aburridas cuentas; ?a alguien se le ocurrir¨ªa semejante idea?). En realidad, David es lo que llaman un contable forense, que quiz¨¢ se acerque un poco m¨¢s al terreno de Gregory Peck. Cuando me lo dijo, pens¨¦ que quer¨ªa decir que trabajaba para Scotland Yard, pero me aclar¨® que no es esa clase de forense. Sin embargo, suena mejor que examinar minuciosamente interminables listas de n¨²meros. Los contables forenses investigan asuntos turbios y ese tipo de cosas. Por ejemplo, una vez estuvo trabajando en un acuerdo de divorcio de un hombre de negocios inmensamente rico, y su cometido consist¨ªa en localizar las numerosas cuentas que aquel marido ten¨ªa en para¨ªsos fiscales, donde met¨ªa todo el dinero para no tener que darle nada a su mujer. En otra ocasi¨®n investig¨® una red de narcotr¨¢fico que hab¨ªa comprado una cantidad ingente de inmuebles en Londres. El a?o pasado, su empresa empez¨® incluso a trabajar para el Departamento Antifraude, y ahora se dedica a colaborar con la polic¨ªa, los servicios secretos y ese tipo de gente. Pero eso es todo lo que s¨¦. David se las arregla para que actividades emocionantes tales como desmantelar redes de narcotr¨¢fico suenen aburridas: realiza un mont¨®n de investigaciones minuciosas y balances contables, y no rompe puertas de una patada mientras grita ??Arriba las manos!?. Supongo que no deja de ser un contable; lo ¨²nico que pasa es que se trata de un contable que trabaja para el Departamento Antifraude y eso no es exactamente lo mismo, ?no? Ser contable no tiene nada malo, pero los contables no suelen ser tipos fuertes y taciturnos con sex-appeal. Y ahora que lo pienso, tampoco los invitan a fiestas muy selectas. En fin, a no ser que se tenga en cuenta la Gala de los Premios Anuales de Contabilidad, y no es el caso.

Mike, por el contrario, da m¨¢s la talla. Nunca ha tenido un trabajo en condiciones, pero es un disc jockey y un promotor de discos muy competente (s¨®lo le he o¨ªdo pinchar discos una vez, y estaba un poco borracho, pero me cont¨® que, si hubiera querido, habr¨ªa podido superar en fama al mejor DJ de Ibiza) y tiene muy buenos contactos. Por ejemplo, siempre consigue invitaciones para ir a conciertos de grupos famosos. Y no hay modelo, cantante o actriz nueva sobre la que yo haya le¨ªdo alg¨²n art¨ªculo que Mike no conozca ya. Por lo menos as¨ª era hace dos a?os, y me extra?ar¨ªa que Mike hubiera cambiado tanto.

Lo siento, estaba hablando de David. Bueno, pues David es un encanto. Es el tipo de chico que se puede llevar a cenar a casa de pap¨¢ y mam¨¢. Tiene un buen sueldo, creo: siempre vamos a restaurantes caros y nunca me deja pagar, a no ser que vayamos a Pizza Express. Adem¨¢s tiene un piso precioso en Putney, una de las zonas m¨¢s elegantes de Londres, al lado del r¨ªo.

Lo conoc¨ª en una fiesta que daba Candida, una vieja amiga de la escuela. Candy no se parece al resto de mis amigos: ella tiene ?amistades? como Rupert o Julian, y organiza ?veladas? en vez de fiestas. En fin, yo no ten¨ªa ning¨²n plan y Candy pens¨® que podr¨ªa resultar divertido celebrar una cena, as¨ª que me obligu¨¦ a comprar una botella de vino barato, me maquill¨¦ un poco, y cog¨ª el metro hasta su piso de Notting Hill.

Me encanta ir a casa de Candy, aunque hace siglos que no voy. Perd¨ª el contacto con Candy poco antes de reencontrarme con David. Si he de ser sincera, nunca hemos tenido gran cosa en com¨²n; viv¨ªamos muy cerca cuando yo era peque?a y mantuvimos mucho tiempo la amistad. Pero su piso es magn¨ªfico: tiene una fachada de estuco y un jard¨ªn que comparte con el resto de viviendas de la calle. Y adem¨¢s es enorme: tiene tres habitaciones, una sala de estar y un comedor independiente. A ver, ?qui¨¦n dispone en Londres de espacio suficiente como para permitirse un comedor independiente de la sala de estar? Yo no, desde luego. Supongo que por eso no organizo cenas de sociedad muy a menudo (en realidad, nunca).

En cuanto llegu¨¦ a casa de Candy, me di cuenta de que hab¨ªa cometido un gran error. Mi amiga estaba elegant¨ªsima en su espl¨¦ndido modelito sin espalda, y casi parec¨ªa haber olvidado que me hab¨ªa invitado. Despu¨¦s de presentarme a sus ?amistades? de colegio privado, cuando ya hab¨ªa empezado a relajarme, Bridget y Ralf, una de las parejas invitadas, anunciaron que acababan de hacer un exclusivo curso de cata de vinos y que se dispon¨ªan a emitir un veredicto sobre todos los que hab¨ªa en la mesa. Convencida de que mi botella, un Ch?teau oriundo de alg¨²n lugar perdido de Europa del Este que s¨®lo me hab¨ªa costado 2,99 libras, no resistir¨ªa el embate de los vinos franceses de aspecto caro que ya se estaban exhibiendo, me dirig¨ª a la cocina con la intenci¨®n de esconder la botella en lo m¨¢s profundo de la nevera, pensando que a nadie le importa qu¨¦ vino saborea cuando ya va por la octava botella. Lo malo es que me par¨® alguien antes de que pudiera llegar a la cocina.

Me cogi¨® la mano un t¨ªo muy guapo vestido de negro y con zapatillas deportivas de Prada, que anunci¨® en voz alta:

—Candy, una de tus invitadas est¨¢ intentando esconder el vino.

Me puse de un color p¨²rpura nada favorecedor. No pod¨ªa recordar su nombre, a pesar de que me lo hab¨ªan presentado hac¨ªa un momento, pero decid¨ª que se hab¨ªa convertido en mi ac¨¦rrimo enemigo.

—Tiene que enfriarse —murmur¨¦, mientras intentaba pasar de largo.

—Ya, ya —dijo ¨¦l con su tono de colegio caro arranc¨¢ndome el vino de la mano—. Creo que ya hace bastante fr¨ªo en Bulgaria, ?verdad?

Empez¨® a re¨ªrse y yo forc¨¦ una sonrisa con poco entusiasmo. En ese momento, todos los que estaban en la sala dejaron de hablar y me dirigieron una inc¨®moda mirada sin saber muy bien qu¨¦ decir. Entonces alguien sali¨® en mi defensa. Un chico de aspecto tierno con unos pantalones chinos y la camisa metida por dentro se acerc¨® a nosotros:

—Pues Bulgaria ha ganado recientemente algunos premios dignos de consideraci¨®n por la elaboraci¨®n de sus vinos —afirm¨® seriamente—. Y la cosecha de 1999 ha sido especialmente buena en algunas regiones.

Sonre¨ª con gratitud y le quit¨¦ la botella al indeseable de las deportivas de Prada que me hab¨ªa puesto en rid¨ªculo delante de gente que no conoc¨ªa. Volvi¨® a soltar una carcajada y se alej¨® hacia dos chicas que enseguida le dieron dos besos y se re¨ªan escandalosamente de todo lo que dec¨ªa. Me di cuenta de que el chico de los chinos todav¨ªa estaba junto a m¨ª.

—Me llamo David —dijo—. Encantado de conocerte.

Pasaron dos a?os y medio antes de que empezara a salir con David. Aquella noche acab¨¦ acost¨¢ndome con el t¨ªo que se meti¨® tan desconsideradamente con mi botella de vino. Se llamaba Mike. Los dos nos marchamos en medio de la cena porque su mano avanzaba lenta, pero imperturbablemente, por debajo de mi falda y yo no pod¨ªa creer que alguien tan imponente pudiera interesarse por m¨ª.

David se port¨® muy bien. Me lo encontr¨¦ seis meses despu¨¦s de que me dejase Mike, y me invit¨® a cenar. Luego me volvi¨® a invitar. ?Era tan tierno! Siempre que me dec¨ªa que me llamar¨ªa, cumpl¨ªa su promesa. Y ahora me est¨¢ ayudando a colocar las cortinas. ?A qui¨¦n no le gusta ser objeto de tales atenciones?

Portada del libro '?rase una vez en Roma' de Gemma Townley
Portada del libro '?rase una vez en Roma' de Gemma Townley

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