La vida nueva
Orhan Pamuk presenta La vida nueva, una novela concebida como un viaje interior y exterior, en la que el protagonista recorre su existencia, transformada por la lectura de un libro
A la venta desde el 5 de junio
1
Un d¨ªa le¨ª un libro y toda mi vida cambi¨®. Ya desde las primeras p¨¢ginas sent¨ª de tal manera la fuerza del libro que cre¨ª que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y la silla en la que estaba sentado. Pero, a pesar de tener la sensaci¨®n de que mi cuerpo se alejaba de m¨ª, era como si m¨¢s que nunca estuviera ante la mesa y en la silla con todo mi cuerpo y todo lo que era m¨ªo y el influjo del libro no s¨®lo se mostrara en mi esp¨ªritu sino en todo lo que me hac¨ªa ser yo. Era aqu¨¦l un influjo tan poderoso que cre¨ª que de las p¨¢ginas del libro emanaba una luz que se reflejaba en mi cara: una luz brillant¨ªsima que al mismo tiempo cegaba mi mente y la hac¨ªa refulgir. Pens¨¦ que con aquella luz podr¨ªa hacerme de nuevo a m¨ª mismo, not¨¦ que con aquella luz podr¨ªa salir de los caminos trillados, en aquella luz, en aquella luz sent¨ª las sombras de una vida que conocer¨ªa y con la que me identificar¨ªa m¨¢s tarde. Estaba sentado a la mesa, un rinc¨®n de mi mente sab¨ªa que estaba sentado, volv¨ªa las p¨¢ginas y mientras mi vida cambiaba yo le¨ªa nuevas palabras y p¨¢ginas. Un rato despu¨¦s me sent¨ª tan poco preparado y tan impotente con respecto a las cosas que habr¨ªan de sucederme, que por un momento apart¨¦ instintivamente mi rostro de las p¨¢ginas como si quisiera protegerme de la fuerza que emanaba del libro. Fue entonces cuando me di cuen??ta aterrorizado de que el mundo que me rodeaba hab¨ªa cambiado tambi¨¦n de arriba abajo y me dej¨¦ llevar por una impresi¨®n de soledad como jam¨¢s hab¨ªa sentido hasta ese momento. Era como si me encontrara completamente solo en un pa¨ªs cuya lengua, costumbres y geograf¨ªa ignorara.
La impotencia que me produjo aquella sensaci¨®n de soledad me at¨® de repente con m¨¢s fuerza al libro. El libro me mostrar¨ªa todo lo que deb¨ªa hacer en aquel nuevo pa¨ªs en el que hab¨ªa ca¨ªdo, lo que quer¨ªa creer, lo que ver¨ªa, el rumbo que seguir¨ªa mi vida. Ahora, pasando las p¨¢ginas una a una, le¨ªa el libro como si fuera una gu¨ªa que me mostrara el camino a seguir en un pa¨ªs salvaje y extra?o. Ay¨²dame, me apetec¨ªa decirle, ay¨²dame para que pueda encontrar una vida nueva sin tropezar con accidentes ni cat¨¢strofes. Pero tambi¨¦n sab¨ªa que esa vida nueva estaba formada por las palabras del libro. Mientras le¨ªa las palabras una a una intentaba, por un lado, encontrar mi camino, y, por otro, recreaba admirado cada una de las imaginarias maravillas que me har¨ªan perderlo por completo.
A lo largo de todo aquel tiempo, mientras reposaba sobre mi mesa y proyectaba su luz en mi cara, el libro me resultaba algo cotidiano, parecido al resto de los objetos de mi habitaci¨®n. Lo not¨¦ mientras asum¨ªa maravillado y alegre la existencia de una vida nueva, de un mundo nuevo, que se abr¨ªa ante m¨ª: aquel libro capaz de cambiar de tal manera mi vida s¨®lo era un objeto vulgar. Mientras las ventanas de mi imaginaci¨®n se abr¨ªan lentamente a las maravillas y a los terrores del mundo nuevo que me promet¨ªan sus palabras, volv¨ªa a pensar en la coincidencia que me hab¨ªa llevado hasta el libro, pero aquello era una fantas¨ªa que se quedaba en la superficie de mi mente y que no descend¨ªa hasta sus profundidades. El hecho de que me volcara en esa fantas¨ªa seg¨²n le¨ªa parec¨ªa deberse a un cierto miedo: el mundo nuevo que me ofrec¨ªa el libro me era tan ajeno, era tan extra?o y sorprendente que para no sumergirme por completo en ¨¦l notaba la necesidad de sentir algo que se relacionara con el presente. Porque en mi coraz¨®n se estaba asentando el miedo a que, si levantaba la cabeza del libro, si miraba mi habitaci¨®n, mi armario, mi cama, si echaba una ojeada por la ventana, no podr¨ªa encontrar el mundo tal y como lo hab¨ªa dejado.
Los minutos y las p¨¢ginas se sucedieron, pasaron trenes a lo lejos, o¨ª c¨®mo mi madre sal¨ªa de casa y c¨®mo regresaba mucho despu¨¦s; o¨ª el estruendo habitual de la ciudad, la campanilla del vendedor de yogur que pasaba ante la puerta y los motores de los coches y todos aquellos sonidos que tan bien conoc¨ªa me parecieron extra?os. En cierto momento cre¨ª que fuera llov¨ªa a c¨¢ntaros, pero me llegaron unos gritos de ni?as que saltaban a la comba. Cre¨ª que se abrir¨ªa el cielo y que saldr¨ªa el sol, pero en el cristal de mi ventana repiquetearon gotas de lluvia. Le¨ª la p¨¢gina siguiente, otra m¨¢s, otras; vi la luz que se filtraba desde el umbral de la otra vida; vi lo que hasta entonces sab¨ªa y lo que ignoraba; vi mi propia vida, el camino que cre¨ªa que tomar¨ªa mi vida?
Pasando lentamente las p¨¢ginas penetr¨® en mi alma un mundo cuya existencia hasta entonces hab¨ªa ignorado, en el que nunca hab¨ªa pensado, que nunca hab¨ªa sentido, y all¨ª se qued¨®. Muchas cosas que hasta entonces sab¨ªa y sobre las que hab¨ªa meditado se convirtieron en detalles en los que no val¨ªa la pena insistir y otras que ignoraba surgieron de sus escondrijos y me enviaron se?ales. Si mientras le¨ªa me hubieran preguntado qu¨¦ era aquello, no habr¨ªa podido responder porque sab¨ªa que leyendo avanzaba lentamente por un camino sin retorno, notaba que hab¨ªa perdido todo mi inter¨¦s y curiosidad por ciertas cosas que hab¨ªa dejado atr¨¢s, pero sent¨ªa tal entusiasmo e ilusi¨®n por la nueva vida que se extend¨ªa ante m¨ª que me daba la impresi¨®n de que todo lo que exist¨ªa era digno de inter¨¦s. Justo cuando me abrazaba entusiasmado a ese inter¨¦s, cuando comenzaba a balancear nervioso las piernas, la profusi¨®n, la riqueza y la complejidad de todas las posibilidades se convirtieron en mi coraz¨®n en una especie de terror.
Acompa?ando a ese terror vi en la luz que el libro proyectaba en mi cara habitaciones decadentes, vi autobuses enloquecidos, gente cansada, letras p¨¢lidas, ciudades perdidas y vidas y fantasmas. Hab¨ªa un viaje, siempre, todo era un viaje. Y vi una mirada que me segu¨ªa continuamente en ese viaje, que parec¨ªa surgir ante m¨ª en los lugares m¨¢s inesperados y que luego desaparec¨ªa, y que consegu¨ªa que se la buscara precisamente por haber desaparecido; una mirada dulce limpia de culpa y pecado mucho tiempo atr¨¢s? Quise poder ser esa mirada. Quise estar en el mundo que ve¨ªa esa mirada. Lo dese¨¦ de tal manera que me dio la impresi¨®n de que cre¨ªa vivir en ese mundo. No, ni siquiera hab¨ªa necesidad de creerlo; yo viv¨ªa all¨ª. Y puesto que viv¨ªa all¨ª, el libro, por supuesto, deb¨ªa tratar de m¨ª. Y eso era as¨ª porque alguien antes que yo hab¨ªa pensado y puesto por escrito mis pensamientos.
Y fue de esa manera como comprend¨ª que las palabras y lo que me describ¨ªan deb¨ªan de ser cosas completamente distintas unas de otras. Porque desde el principio hab¨ªa notado que el libro hab¨ªa sido escrito para m¨ª. Quiz¨¢ fuera por eso por lo que cada palabra y cada frase se grababan de tal manera en mi interior mientras le¨ªa. No porque fueran frases extraordinarias ni palabras brillantes, no, sino porque me arrastraba la sensaci¨®n de que el libro hablaba de m¨ª. No pude descubrir c¨®mo me hab¨ªa dejado llevar por esa sensaci¨®n. Quiz¨¢ lo descubr¨ª y lo olvid¨¦ porque intentaba encontrar mi camino entre asesinos, accidentes, muertes y se?ales perdidas.
Y as¨ª, a fuerza de leer, mi punto de vista se transform¨® con las palabras del libro y las palabras del libro se convirtieron en mi punto de vista. Mis ojos, deslumbrados por la luz, ya no pod¨ªan separar el universo que exist¨ªa en el libro del libro que exist¨ªa en el universo. Era como si el ¨²nico universo posible, todo lo que exist¨ªa, todos los colores y objetos posibles existieran en el libro y entre sus palabras y yo, leyendo, hiciera realidad en mi mente, alegre y admirado, todo lo que era posible. Iba comprendiendo seg¨²n le¨ªa que lo que el libro parec¨ªa susurrarme al principio y que luego me mostraba con una especie de doloroso palpitar y despu¨¦s con una violencia desatada llevaba a?os escondido all¨ª, en lo m¨¢s profundo de mi esp¨ªritu. El libro hab¨ªa encontrado un tesoro perdido que llevaba siglos yaciendo en el fondo de las aguas, lo hab¨ªa sacado a la superficie y a m¨ª me habr¨ªa gustado proclamar que todo lo que iba hallando entre las l¨ªneas y las palabras ahora me pertenec¨ªa. En cierto lugar de la ¨²ltima p¨¢gina quise tambi¨¦n decir que aquello ya lo hab¨ªa pensado yo. Luego, cuando penetr¨¦ por completo en el mundo que describ¨ªa el libro, vi la muerte como un ¨¢ngel que surg¨ªa entre la oscuridad y el alba. Mi propia muerte?
De repente comprend¨ª que mi vida se hab¨ªa enriquecido hasta un punto que nunca antes habr¨ªa podido pensar. En aquel momento lo ¨²nico que tem¨ªa no era mirar al mundo, a los objetos, a mi habitaci¨®n, a la calle, y no descubrir lo que describ¨ªa el libro, sino s¨®lo permanecer alejado de ¨¦l. Lo cog¨ª con ambas manos y, como hac¨ªa en mi ni?ez con los tebeos que acababa de leer, ol¨ª el aroma a papel y tinta que desped¨ªan sus p¨¢ginas. Ol¨ªa exactamente igual.
Me levant¨¦ de la mesa y, como hac¨ªa en mi ni?ez, camin¨¦ hasta la ventana, apoy¨¦ la frente en el fr¨ªo cristal y mir¨¦ a la calle. El cami¨®n que hab¨ªa aparcado en la acera de enfrente cinco horas antes, cuando apoy¨¦ el libro en la mesa a mediod¨ªa y comenc¨¦ a leer, ya se hab¨ªa ido, pero hab¨ªan vaciado su carga de aparadores, mesas pesadas, mesillas, cajas y l¨¢mparas de pie; en el piso vac¨ªo de enfrente se hab¨ªa instalado una nueva familia. Como las cortinas a¨²n no estaban colgadas, a la luz de una potente y desnuda bombilla pod¨ªa ver c¨®mo cenaban ante la televisi¨®n encendida unos padres maduros y un chico y una chica de mi edad. Ella ten¨ªa el pelo casta?o claro, la televisi¨®n ten¨ªa la pantalla verde.
Durante un rato mir¨¦ a aquellos nuevos vecinos; quiz¨¢ me gustaba observarlos porque eran nuevos, era como si aquello me protegiera de alguna manera. No quer¨ªa enfrentarme al hecho de que el viejo mundo a mi alrededor, antes tan familiar, hab¨ªa cambiado de arriba abajo, pero comprend¨ªa que ni las calles eran las mismas calles, ni mi habitaci¨®n era la misma habitaci¨®n, ni mi madre y mis amigos eran las mismas personas. En todos ellos hab¨ªa una cierta hostilidad, una amenaza, algo terrible que no acertaba a identificar. Me apart¨¦ un paso de la ventana pero no pude volver al libro que me llamaba desde la mesa. All¨ª me esperaba la cosa que hab¨ªa desviado mi vida de su camino, detr¨¢s de m¨ª, sobre la mesa. Por mucho que le diera la espalda, el principio de todo estaba all¨ª, entre las l¨ªneas del libro, y yo iba a emprender ese viaje.
Por un momento debi¨® de parecerme tan terrible el apartarme de mi antigua vida que, como hacen las personas cuyas existencias cambian de manera irreparable como resultado de un desastre, quise encontrar la paz imaginando que mi vida seguir¨ªa fluyendo como antes, que no hab¨ªa ocurrido el accidente, el desastre o lo que fuera aquella cosa terrible que me hab¨ªa sucedido. Pero sent¨ªa de tal manera en mi coraz¨®n la presencia del libro a¨²n abierto sobre la mesa a mis espaldas que ni siquiera pude imaginar c¨®mo podr¨ªa continuar mi vida como antes.
En ese estado de ¨¢nimo fue como sal¨ª de mi habitaci¨®n cuando mi madre me llam¨® para cenar, me sent¨¦ a la mesa como un novato que trata de acostumbrarse a un mundo nuevo e intent¨¦ hablar con ella. La televisi¨®n estaba encendida, en los platos hab¨ªa patatas con carne picada, puerros en aceite, ensalada de lechuga y manzanas. Mi madre habl¨® de los vecinos que acababan de mudarse enfrente, de m¨ª, que hab¨ªa estado sentado estudiando toda la tarde, ?bravo!, del mercado, de la lluvia, de las noticias de la televisi¨®n y del presentador de las noticias. Quer¨ªa a mi madre, era una mujer hermosa, amable, dulce y comprensiva y me sent¨ª culpable por haber estado leyendo el libro y haberme introducido en un mundo distinto al suyo.
Pensaba, por un lado, que si el libro hubiera sido escrito para todo el mundo la vida no podr¨ªa seguir tan lenta y despreocupada como antes. Por otro, la idea de que el libro hubiera sido escrito s¨®lo para m¨ª, para un estudiante de Ingenier¨ªa de mente l¨®gica como yo, no pod¨ªa ser cierta. Pero, entonces, ?c¨®mo pod¨ªa todo continuar como antes? Hasta me dio miedo pensar que el libro era un secreto imaginado s¨®lo para m¨ª. Luego quise ayudar a mi madre a fregar, quise tocarla para as¨ª llevar mi mundo interior al presente.
—Deja, deja, ya lo hago yo, hijo.
Estuve viendo la televisi¨®n un rato. Quiz¨¢ pudiera introducirme en ese mundo; o quiz¨¢ pudiera reventar el televisor de una patada. Pero lo que estaba viendo era nuestra televisi¨®n, la de nuestra casa, una especie de dios, una especie de l¨¢mpara. Me puse la chaqueta y los zapatos.
—Voy a salir.
—?A qu¨¦ hora vas a volver? —me pregunt¨® mi madre—. ?Te espero?
—No, no me esperes. Luego te quedas dormida delante del televisor.
—?Has apagado la luz de tu habitaci¨®n?
Y as¨ª, como si saliera a las peligrosas calles de un pa¨ªs desconocido, sal¨ª a las calles del barrio en el que llevaba viviendo veintid¨®s a?os, a las calles de mi infancia. Al sentir como una suave brisa en mi rostro el h¨²medo fr¨ªo de diciembre me dije que quiz¨¢ hubiera algunas cosas del viejo mundo que hubieran pasado al nuevo. Ahora lo ver¨ªa, caminando por las calles y las aceras que hab¨ªan formado mi vida. Me habr¨ªa apetecido correr.
Camin¨¦ a toda velocidad siguiendo los muros por las calles oscuras, entre enormes cubos de basura y charcos de barro, y con cada paso que daba ve¨ªa que se hac¨ªa realidad un mundo nuevo. A primera vista los pl¨¢tanos y ¨¢lamos de mi infancia segu¨ªan siendo los mismos pl¨¢tanos y ¨¢lamos, pero la fuerza de los recuerdos y las asociaciones de ideas que me un¨ªan a ellos hab¨ªan desaparecido por completo. Ya no ve¨ªa como partes inseparables de mi vida los cansados ¨¢rboles, ni las conocidas casas de dos pisos, ni los sucios edificios de viviendas, los cuales hab¨ªa visto construir en mi infancia desde los cimientos, desde que s¨®lo eran un pozo de cal hasta el tejado, y en los que luego hab¨ªa jugado con mis nuevos amigos, sino que era como si mirara fotograf¨ªas que hubiera olvidado cu¨¢ndo y c¨®mo se hicieron: los reconoc¨ªa por sus sombras, por sus ventanas iluminadas, por los ¨¢rboles del jard¨ªn o por los letreros e indicaciones de las puertas de entrada, pero sin sentir en absoluto la fuerza de las cosas conocidas. All¨ª estaba el viejo mundo, frente a m¨ª, a mi lado, en las calles, me rodeaba en forma de los escaparates de los familiares colmados, del horno de bollos de la plaza de la estaci¨®n de Erenk?y, con las luces a¨²n encendidas, de las cajas de frutas de la fruter¨ªa, de las carretillas de mano, de la pasteler¨ªa La Vida, de vetustos camiones, de toldos y de sombr¨ªas y cansadas caras. Parte de mi coraz¨®n s¨®lo sent¨ªa indiferencia hacia aquellas sombras que temblaban ligeramente bajo las luces de la noche. All¨ª donde llevaba oculto como un delito el libro. Quer¨ªa huir de todo aquello que me hac¨ªa ser yo, de las calles conocidas, de la tristeza de los ¨¢rboles mojados, de los r¨®tulos de ne¨®n que se reflejaban en el asfalto y en los charcos de las aceras y de las luces de las verduler¨ªas y las carnicer¨ªas. Se levant¨® una brisa suave, cayeron gotas de las ramas de los ¨¢rboles, o¨ª un zumbido y decid¨ª que el libro era un secreto que me hab¨ªa sido destinado. Me dej¨¦ arrastrar por el miedo, quise hablar con alguien.
Me met¨ª en el caf¨¦ de la Juventud, en la plaza de la estaci¨®n, donde algunos de los amigos del barrio a¨²n se reun¨ªan por las tardes para jugar a las cartas y ver partidos de f¨²tbol en la televisi¨®n o al que iban, simplemente, para encontrarse unos con otros. En una mesa al fondo charlaban, bajo la luz en blanco y negro del televisor, un universitario que trabajaba en la zapater¨ªa de su padre y otro compa?ero del barrio que jugaba al f¨²tbol en la categor¨ªa de aficionados. Ante ellos vi peri¨®dicos de hojas deslavazadas a fuerza de ser le¨ªdos, dos vasos de t¨¦, cigarrillos y una botella de cerveza que habr¨ªan comprado en el colmado y que ocultaban bajo el asiento de una silla. Quer¨ªa hablar con alguien, largamente, quiz¨¢ durante horas, pero comprend¨ª de inmediato que no podr¨ªa hacerlo con ellos. Por un momento me envolvi¨® una pena tal que casi se me saltan las l¨¢grimas, pero me deshice de ella orgulloso. Las personas a las que habr¨ªa de abrirles mi alma las escoger¨ªa de entre las sombras que poblaban el mundo del libro.
Quise creer que era due?o de mi propio futuro en su totalidad, pero sab¨ªa que ahora era el libro quien era due?o de m¨ª. El libro no se hab¨ªa limitado a penetrar en mi alma como un secreto y un pecado, adem¨¢s me hab¨ªa provocado una incapacidad de hablar similar a la de los sue?os. ?D¨®nde hab¨ªa personas parecidas a m¨ª con las que pudiera hablar? ?D¨®nde se encontraba el pa¨ªs en el que pod¨ªa encontrar el sue?o que le hablaba a mi coraz¨®n? ?D¨®nde estaban los otros lectores del libro?
Cruc¨¦ la v¨ªa del tren, me introduje por callejuelas transversales, pis¨¦ hojas amarillentas desprendidas de los ¨¢rboles que se hab¨ªan pegado al asfalto. De repente se elev¨® en mi interior un profundo optimismo: si caminaba siempre as¨ª, si andaba a toda velocidad, si nunca me deten¨ªa, si sal¨ªa de viaje, alcanzar¨ªa el mundo del libro. La nueva vida, cuyo relumbrar hab¨ªa sentido en mi coraz¨®n, se encontraba en alg¨²n lugar lejano, quiz¨¢ en un pa¨ªs inalcanzable, pero notaba que si me pon¨ªa en marcha me acercar¨ªa a ella, que al menos podr¨ªa dejar atr¨¢s mi antigua vida.
Cuando llegu¨¦ a la playa me sorprendi¨® que el mar se viera tan negro. ?C¨®mo no me hab¨ªa dado cuenta de que por las noches el mar era tan sombr¨ªo, tan severo y tan despiadado? Me parec¨ªa que los objetos poseyeran su propia lengua y que con la mudez transitoria a la que me hab¨ªa arrastrado el libro comenzaba a ser capaz de entender dicha lengua aunque s¨®lo fuera un poco. Por un momento, tal y como leyendo el libro hab¨ªa surgido de repente mi inevitable muerte, sent¨ª la gravedad del mar que se balanceaba suavemente, pero en mi interior no se agitaba esa sensaci¨®n de ?ha llegado el final de todo? que debe de producir la muerte aut¨¦ntica, sino la curiosidad y el entusiasmo de alguien que comienza a vivir una vida nueva.
Camin¨¦ sin rumbo por la playa. Aqu¨ª mismo, cuando era peque?o, los amigos del barrio rebusc¨¢bamos entre las latas de conserva, las pelotas de goma, las botellas, las chanclas y las mu?ecas de pl¨¢stico que el mar apilaba en la orilla despu¨¦s de las tormentas de poniente: busc¨¢bamos un objeto m¨¢gico procedente de un tesoro, algo desconocido, brillante y completamente nuevo. Sent¨ª por un instante que si mi mirada, iluminada por la luz del libro, encontrara y examinara cualquier objeto vulgar del antiguo mundo, ¨¦ste podr¨ªa convertirse en aquella cosa m¨¢gica que busc¨¢bamos cuando era peque?o. Pero al mismo tiempo me envolvi¨® con tal violencia la sensaci¨®n de que el libro me hab¨ªa dejado completamente solo en el mundo, que cre¨ª que el mar oscuro se levantar¨ªa de repente, me arrastrar¨ªa hacia ¨¦l y me tragar¨ªa.
Movido por esa inquietud camin¨¦ a toda velocidad, pero no para ver que cada uno de mis pasos convert¨ªa en realidad un mundo nuevo, sino para estar a solas con el libro en mi habitaci¨®n lo antes posible. Mientras caminaba casi como si corriera comenc¨¦ a verme como alguien hecho de la luz que emanaba del libro. Y aquello me tranquilizaba.
Mi padre hab¨ªa tenido un buen amigo de su edad que, como ¨¦l, hab¨ªa trabajado durante a?os en la Compa?¨ªa de Ferrocarriles del Estado ascendiendo hasta inspector y que, adem¨¢s, escrib¨ªa art¨ªculos en la revista de la compa?¨ªa sobre la pasi¨®n por los trenes. Tambi¨¦n escrib¨ªa libros infantiles, que ¨¦l mismo ilustraba, y que se publicaban en la colecci¨®n Aventuras Infantiles Nuevo D¨ªa. En los tiempos en que le¨ªa los libros que el t¨ªo Rıfkı el ferroviario me regalaba, con t¨ªtulos como Pertev y Peter o Kamer en Am¨¦rica, era frecuente que quisiera volver corriendo a casa para sumergirme en ellos, pero aquellos libros infantiles siempre ten¨ªan un final. All¨ª, con tres letras, exactamente igual que en las pel¨ªculas, estaba escrito ?Fin? y cuando le¨ªa esas tres letras comprend¨ªa con amargura que no s¨®lo estaba viendo la frontera de aquel pa¨ªs en el que me habr¨ªa gustado permanecer, sino que adem¨¢s ese universo m¨¢gico era un lugar inventado por el t¨ªo Rıfkı el ferroviario. En cambio, sab¨ªa que todo era cierto en el libro que corr¨ªa a leer de nuevo, por eso llevaba el libro en mi interior, por eso las calles mojadas por las que caminaba como si corriera no me parec¨ªan reales sino fragmentos de una aburrida tarea escolar que alguien me hubiera impuesto para castigarme. Porque el libro, o eso me parec¨ªa, explicaba para qu¨¦ estaba yo en este mundo.
Cruc¨¦ las v¨ªas del tren y pasaba junto a la mezquita cuando di un salto al ver que estaba a punto de pisar un charco, tropec¨¦, perd¨ª el equilibrio, y me ca¨ª cuan largo era en el fangoso asfalto.
Me levant¨¦ de inmediato y me dispon¨ªa a continuar cuando un viejo barbudo, que hab¨ªa visto c¨®mo me hab¨ªa ca¨ªdo, me pregunt¨®:
—Por Dios, hijo, c¨®mo te has ca¨ªdo. ?Te ha pasado algo?
—S¨ª. Mi padre muri¨® ayer. Le hemos enterrado hoy. Era un mierda, no hac¨ªa m¨¢s que beber y pegaba a mi madre. Nunca nos quiso aqu¨ª, me he pasado a?os viviendo en Viranba˘g.
?De d¨®nde me hab¨ªa sacado esa ciudad de Viran?ba˘g? Quiz¨¢ el viejo comprendiera que nada de lo que dec¨ªa era cierto, pero de repente me sent¨ª muy listo. No sab¨ªa si era por la mentira que acababa de soltar, por el libro o, m¨¢s sencillamente, por la cara de aspecto cada vez m¨¢s est¨²pido del hombre, pero el caso es que me dije: ?No tengas miedo, no tengas miedo y vete. ?Vete a ese mundo, al mundo del libro, al mundo real!?. Pero ten¨ªa miedo?
?Por qu¨¦?
Porque hab¨ªa o¨ªdo lo que les hab¨ªa ocurrido a otros como yo, que hab¨ªan perdido el rumbo en sus vidas despu¨¦s de leer un libro. Hab¨ªa o¨ªdo historias de algunos que se hab¨ªan le¨ªdo en una noche los Principios fundamentales de la filosof¨ªa, hab¨ªan aceptado cada palabra, al d¨ªa siguiente se hab¨ªan unido a la Nueva Vanguardia Revolucionaria Proletaria, tres d¨ªas m¨¢s tarde hab¨ªan sido atrapados en el atraco a un banco y se hab¨ªan pasado diez a?os entre rejas. Tambi¨¦n sab¨ªa de otros que despu¨¦s de leer alg¨²n libro como El islam y la nueva moral o La traici¨®n de la occidentalizaci¨®n hab¨ªan pasado en una noche del bar a la mezquita y hab¨ªan comenzado a esperar pacientemente sobre alfombras fr¨ªas como el hielo y entre olor a agua de rosas la muerte que habr¨ªa de llegarles cincuenta a?os despu¨¦s. Luego conoc¨ª a otros que se hab¨ªan dejado seducir por libros como La libertad de amar o Me he descubierto a m¨ª mismo. ?stos aparec¨ªan sobre todo entre aquellos que ten¨ªan el car¨¢cter dispuesto a creer en el zodiaco, pero tambi¨¦n ellos proclamaban con toda sinceridad: ??Este libro cambi¨® mi vida entera en una noche!?.
En realidad, lo que ten¨ªa en la cabeza no era lo m¨ªsero de aquellos terribles espect¨¢culos: me daba miedo la soledad. Me daba miedo haber malinterpretado el libro, como muy probablemente habr¨ªa hecho cualquier otro tan est¨²pido como yo; ser superficial o no serlo, o sea, no ser como los dem¨¢s; asfixiarme de amor; saber el secreto de todo, pasarme la vida intentando explic¨¢rselo a gente que no ten¨ªa la menor intenci¨®n de entenderlo y convertirme en objeto de sus risas; ir a la c¨¢rcel; parecer que estaba mal de la cabeza; comprender por fin que el mundo era mucho m¨¢s cruel de lo que cre¨ªa y no poder conseguir que me quisieran las muchachas bonitas. Porque si lo que dec¨ªa el libro era cierto, si la vida era tal y como hab¨ªa le¨ªdo en sus p¨¢ginas, si un mundo as¨ª era posible, ?por qu¨¦ entonces todo el mundo segu¨ªa yendo a la mezquita, parloteando y dormitando en los caf¨¦s y sent¨¢ndose cada tarde a estas horas frente a la televisi¨®n a punto de reventar de aburrimiento? Resultaba incomprensible. Y como en la calle, lo mismo que en la televisi¨®n, pod¨ªa haber algo medio interesante que pudiera verse, quiz¨¢, por ejemplo, un coche que pasara a toda velocidad, o un caballo que relinchara, o un borracho que vociferara a grito pelado, aquella gente nunca cerraba del todo las cortinas.
No s¨¦ exactamente cu¨¢ndo me di cuenta de que el segundo piso cuyo interior llevaba largo rato mirando a trav¨¦s de las cortinas a medio echar era la casa del t¨ªo Rıfkı el ferroviario. Quiz¨¢ me hab¨ªa dado cuenta inconscientemente y le estaba enviando un saludo instintivo la noche del d¨ªa en que mi vida hab¨ªa cambiado de arriba abajo gracias a un libro. En mi mente se agitaba un extra?o deseo, el de ver de cerca una vez m¨¢s los objetos que hab¨ªa visto en el interior de la casa las ¨²ltimas veces que mi padre y yo hab¨ªamos ido de visita: los canarios en su jaula, el bar¨®metro de la pared, los grabados cuidadosamente enmarcados de ferrocarriles, el aparador, una de cuyas mitades estaba ocupada por juegos de licor, vagones en miniatura, un azucarero de plata, perforadoras de revisor y medallas al servicio de la compa?¨ªa de ferrocarriles, y la otra por una cincuentena de libros, el nunca utilizado samovar que hab¨ªa sobre el mueble, los naipes sobre la mesa? A trav¨¦s de las cortinas entreabiertas pod¨ªa ver la luz de la televisi¨®n, pero no el propio televisor.
De repente, con una decisi¨®n que no sab¨ªa de d¨®nde hab¨ªa surgido, trep¨¦ al muro que separaba el jard¨ªn del edificio de la acera y vi la cabeza de la t¨ªa Ratibe, la viuda del t¨ªo Rıfkı el ferroviario, y la televisi¨®n que estaba mirando. Mientras ve¨ªa la televisi¨®n sentada en el sill¨®n de su marido en un ¨¢ngulo de cuarenta y cinco grados, ten¨ªa la cabeza hundida entre los hombros, como hac¨ªa mi madre, pero en lugar de hacer punto como ella, fumaba como una chimenea.
El t¨ªo Rıfkı el ferroviario hab¨ªa muerto un a?o antes que mi padre, que hab¨ªa muerto a su vez el a?o anterior de un ataque al coraz¨®n, pero la suya no hab¨ªa sido una muerte natural. Una noche, mientras se dirig¨ªa al caf¨¦, le hab¨ªan disparado y le hab¨ªan asesinado, el criminal no fue capturado y surgi¨® el rumor de que se hab¨ªa tratado de un asunto de celos, algo que mi padre nunca crey¨® a lo largo de su ¨²ltimo a?o de vida. No ten¨ªan hijos.
A medianoche, mucho despu¨¦s de que mi madre se durmiera, mientras estaba sentado con la espalda recta ante mi mesa y contemplaba el libro que reposaba entre mis brazos, mis codos, mis manos, me olvid¨¦ lentamente, excitado y feliz, de todo aquello que a esas horas convert¨ªa el barrio en el m¨ªo, las luces que se iban apagando en el barrio y en toda la ciudad, la melancol¨ªa de las calles vac¨ªas y h¨²medas, la llamada del vendedor de boza pasando por ¨²ltima vez, un par de cuervos que graznaban a deshoras, el traqueteo paciente de los largu¨ªsimos trenes de mercanc¨ªas, que comenzaban a pasar despu¨¦s del ¨²ltimo trayecto de los de cercan¨ªas, y me entregu¨¦ con todo mi ser a la luz que emanaba del libro. Y as¨ª desa?pareci¨® de mi mente todo aquello que hab¨ªa formado hasta ese d¨ªa mi vida y mis sue?os, los almuerzos, las puertas de los cines, los compa?eros de clase, los peri¨®dicos, las gaseosas, los partidos de f¨²tbol, los bancos de las clases, los transbordadores, las muchachas bonitas, los sue?os de felicidad, mi futura amante esposa, mi mesa de trabajo, mis ma?anas, mis desayunos, mis billetes de autob¨²s, mis peque?os agobios, los trabajos de estad¨ªstica nunca entregados a tiempo, mis viejos pantalones, mi cara, mi pijama, mis noches, las revistas verdes, mis cigarrillos e incluso mi leal cama, que me esperaba a mis espaldas para el m¨¢s seguro de los olvidos, y yo me encontr¨¦ all¨ª, vagando por ese pa¨ªs de luz.
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