Sin da?os aparentes
Babelia ofrece a sus lectores el primer cap¨ªtulo de 'Naturaleza infiel', la ¨²ltima novela de Cristina Grande
Me llamo Renata. Mi madre me puso ese nombre porque era fan de Renata Tebaldi, que en 1964 era famos¨ªsima pero estaba temporalmente retirada por problemas vocales. Era a?o bisiesto. A mi padre no le interesaba la ¨®pera, sin embargo no se opuso a que me llamaran as¨ª porque le gustaba mucho Renato Carosone. Silbaba Questa piccolissima serenata cuando se afeitaba. Durante una temporada se afeit¨® con una m¨¢quina el¨¦ctrica sin cable que le hab¨ªa regalado mi madre para Navidad. Se cargaba la bater¨ªa por la noche y por la ma?ana pod¨ªa afeitarse mientras ven¨ªa por el pasillo a despertarnos a las ocho menos cuarto los d¨ªas de colegio. M¨¢s tarde volvi¨®a la cuchilla. ?Apura m¨¢s?, dec¨ªa. No le gustaba llegar a la noche con la sombra oscura de la barba ya crecida.
Mi hermana gemela se llama Mar¨ªa, pero no por la Callas, a la que mi madre no ten¨ªa simpat¨ªa pues cre¨ªa que con su teatralidad hab¨ªa hecho sombra a la Tebaldi, sino por el simple motivo de que mi abuela se llama Mar¨ªa. Mi abuela tiene noventa y cuatro a?os y solamente le gusta la m¨²sica popular, la zarzuela, la copla y las jotas. Tambi¨¦n le gusta bailar y probarse nuestra ropa, que siempre le queda grande.
La ¨®pera le gustaba a mi abuelo. Muri¨® cuando yo ten¨ªa nueve a?os. Era un hombre muy serio, de pocas palabras. Mi abuela no le quer¨ªa, o eso he pensado yo siempre. En parte lo he deducido porque mi abuela suele decir que es una suerte que hoy en d¨ªa xista el divorcio, que hay cosas que no deber¨ªan aguantarse, aunque no especifica a qu¨¦ cosas se refiere exactamente. En parte tambi¨¦n lo pienso porque se empe?¨® en dar carrera a sus hijas, contra la oposici¨®n de mi abuelo, para que nunca tuvieran que depender de un hombre.
?sa ha sido siempre la consigna repetida por mi madre y por mis t¨ªas: ?No depender econ¨®micamente de ning¨²n hombre?. No se les pasaba por la cabeza que un hombre pudiera acabar dependiendo econ¨®micamente de ellas, como le ocurri¨® a mi t¨ªa Genoveva con su segundo marido. Tampoco pensaron nunca que las peores dependencias no son las exclusivamente econ¨®micas. Pero eso lo descubrir¨ªan mucho m¨¢s tarde, cuando el divorcio ya exist¨ªa y sin embargo no vino a resolver casi ning¨²n problema.
Mis padres estuvieron a punto de divorciarse cuando yo ten¨ªa diecisiete a?os. Estuvieron separados unos meses. Mi madre se fue a casa de su madre y se pasaba el d¨ªa maldiciendo a mi padre. Mi padre se hab¨ªa metido en el negocio de la construcci¨®n. Le sali¨® mal. De repente, todo le sal¨ªa mal. Beb¨ªa mucho. Trasnochaba. Discut¨ªa con mi madre a todas horas.
Luego se reconciliaron, m¨¢s o menos por las mismas fechas en que se aprob¨® la ley del divorcio, y unos meses m¨¢s tarde mi padre muri¨® de un infarto o algo parecido. Desde entonces nos guardamos muy mucho de desearle ning¨²n mal a nadie, porque a veces, aunque con algo de retraso, los malos deseos llegan a cumplirse. Y lo peor no es que se cumplan los malos deseos sino que tienes que acarrear para siempre con un absurdo complejo de culpa. El complejo de culpa debilita una barbaridad y te impide hacer ciertas cosas. Buenas o malas. Eso es lo que pienso ahora, despu¨¦s de haber madurado todo esto durante bastante tiempo.
No puedo decir que los a?os posteriores a la muerte demi padre hayan sido f¨¢ciles para esta familia. Lo cierto es que ahora que han pasado, y que de alguna forma los vemos
como un periodo superado, se puede afirmar que han sido los peores a?os de nuestra vida. A veces, incluso me parece incre¨ªble haber pasado por en medio de tanta tristeza y remordimiento sin haber sufrido da?os aparentes. El caso es que al faltar mi padre se hizo el hueco necesario para que el resto de las piezas pudieran moverse, como en ese juego que consiste en conseguir que las piezas deslizantes formen un algo coherente. Creo que mis padres se quer¨ªan, pero de una forma algo destructiva, casi a la manera de Vivien Leigh y Clark Gable en Lo que el viento se llev¨®. Aunque ellos prefer¨ªan los finales felices.
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