Muerte de un estadounidense
'Babelia' ofrece a sus lectores el cap¨ªtulo primero de 'McMafia, el crimen sin fronteras', escrito por el periodista brit¨¢nico Misha Glenny
Las campanas doblaron sin interrupci¨®n durante quince minutos mientras el ata¨²d era transportado hasta la catedral de Santa Nedelya. La procesi¨®n iba encabezada por el patriarca m¨¢ximo de la Iglesia Ortodoxa b¨²lgara, segu¨ªa un cortejo f¨²nebre de varios miles de personas. Parec¨ªa como si toda la ciudad de Sof¨ªa hubiese comparecido aquel g¨¦lido viernes de marzo de 2003 a presentar sus ¨²ltimos respetos a Ilya Pavlov, el hombre que para ellos era la personificaci¨®n de los a?os noventa. Al final de la misa, treinta hermanos de la logia mas¨®nica a la que pertenec¨ªa el difunto, el Rito Escoc¨¦s Antiguo y Aceptado, cerraron las puertas de la catedral.
Con sus trajes de color negro azabache y ramos de flores blancas en las manos, dichos hombres celebraron un ritual secreto para desear buen viaje al ?hermano Pavlov hacia el Eterno Oriente?. Su abrigo, sus guantes y el emblema de la logia ?acompa?aron al hermano Pavlov al encuentro con el Gran Arquitecto del Universo?.
Un ministro del Gobierno present¨® un mensaje del primer ministro, Sime¨®n de Sajonia-Coburgo. Antiguo rey de Bulgaria, el enjuto y elegante Sime¨®n renunci¨® a sus aspiraciones al trono del pa¨ªs y, con el lema de sacar a Bulgaria de la ci¨¦naga en que se hab¨ªa hundido a finales de los noventa, se present¨® con su partido pol¨ªtico a las elecciones de 2000, en las que se impuso con una apabullante victoria. ?Recordaremos a Ilya Pavlov - dec¨ªa el mensaje de condolencias del antiguo rey -, porque cre¨® empleos para muchas familias en unos momentos dif¨ªciles para el pueblo. Lo recordaremos por su esp¨ªritu emprendedor y por su extraordinaria energ¨ªa.?
Parlamentarios, artistas, patrones de las principales compa?¨ªas petroleras y entidades bancarias, dos antiguas Miss Bulgaria, el equipo de f¨²tbol Levski al completo (para los b¨²lgaros equivaldr¨ªa a una fusi¨®n del FC Barcelona y el Real Madrid) expresaron su p¨¦same a la familia Pavlov. De la misma forma, a la ceremonia se sum¨® otro grupo prominente de conocidos del difunto que los b¨²lgaros tienden a conocer por sus apodos: el Cr¨¢neo, el Pico, Dimi el Ruso y el Doctor. La ausencia m¨¢s destacable fue la del embajador estadounidense en Bulgaria, Jim Pardew. La embajada emprendi¨® una investigaci¨®n urgente una semana antes, el 7 de marzo, cuando un francotirador abati¨® de un disparo certero a Pavlov, a las ocho menos cuarto de la noche, mientras hablaba por tel¨¦fono en las inmediaciones de la sede de Multigroup, su gran grupo corporativo.
El asesinato de un ciudadano estadounidense tan eminente y acaudalado en territorio extranjero normalmente habr¨ªa sido un hecho preocupante para Estados Unidos y sus representantes. Aunque Pavlov nunca habr¨ªa podido llegar a la Casa Blanca, ya que no hab¨ªa nacido en Norteam¨¦rica, no dejaba de ser un destacado soldado del poderoso ej¨¦rcito de emigrantes que hab¨ªan obtenido la nacionalidad estadounidense. El ¨²nico aspecto curioso de las aspiraciones de Pavlov a lograr la ciudadan¨ªa de Estados Unidos era que dos embajadores sucesivos del pa¨ªs en Bulgaria se hab¨ªan opuesto a tal concesi¨®n. Ambos diplom¨¢ticos acudieron personalmente a Washington para tratar de impedir que Pavlov entrase siquiera en Estados Unidos, por no hablar de que le otorgaran la ciudadan¨ªa. Pese al incremento de la seguridad posterior al 11 de septiembre y a que el FBI hab¨ªa investigado las actividades de Pavlov, las autoridades de inmigraci¨®n le expidieron un pasaporte estadounidense.
Durante los a?os setenta y ochenta, s¨®lo Ruman¨ªa y Albania superaban a Bulgaria en la lista de los lugares m¨¢s miserables y deprimentes de Europa. Recuerdo haber vagado por las calles de Sof¨ªa entre la niebla cruzando de un tono de gris al siguiente en busca de un restaurante o un caf¨¦ en el que aliviar mi aburrimiento. Al ser extranjero y periodista, la hospitalidad que me brindaban las autoridades inclu¨ªa como m¨ªnimo a dos miembros del DS (el servicio b¨²lgaro equivalente al KGB) que me pisaban los talones por todas partes. Su presencia era una garant¨ªa de que, en las escasas ocasiones en que consiguiese entablar conversaci¨®n con alg¨²n ciudadano b¨²lgaro de a pie, como m¨¢ximo podr¨ªa aspirar a charlar del tiempo. Sin embargo, poco a poco fui comprendiendo que por debajo de esta apariencia moribunda hab¨ªa brotes de actividad, algunos de ellos bastante vigorosos, que daban lugar a modos de vida m¨¢s interesantes: no el doloroso martirio de los intelectuales y los disidentes que luchaban valerosamente contra la injusticia del comunismo, sino los personajes que, gracias a la suerte o a la casualidad, encontraban la forma de amoldar ciertas partes del ecosistema comunista a su conveniencia.
Durante los a?os setenta, cuando era adolescente, Ilya Pavlov gozaba de una habilidad que le hizo destacar por encima de todos sus compa?eros: sus dotes para la lucha libre, deporte en el que fue campe¨®n de Bulgaria en su categor¨ªa. Si hubiera sido muy inteligente o hubiese resultado un excelente guitarrista de rock, Ilya podr¨ªa haber tenido problemas, porque estos talentos suelen conducir a los j¨®venes por el camino de la rebeli¨®n y la desobediencia. Pero en Bulgaria los grandes h¨¦roes no eran los jugadores de f¨²tbol ni de tenis, sino los forzudos. Antes de la ca¨ªda del comunismo, la halterofilia, la lucha libre y el boxeo se hallaban bajo el dominio de los pa¨ªses del Este, que ten¨ªan por costumbre llenar de esteroides hasta las cejas a sus deportistas m¨¢s prometedores para encumbrarlos a la gloria ol¨ªmpica.
Las estrellas de la lucha libre, que a pesar de su te¨®ricacondici¨®n de amateurs eran enteramente profesionales, pod¨ªan contar con la aclamaci¨®n p¨²blica (con ventajas a?adidas, como sexo sin complicaciones y a raudales), dinero, un apartamento y un autom¨®vil (si bien estos dos ¨²ltimos beneficios s¨®lo estaban al alcance de los j¨®venes m¨¢s prometedores). Pavlov debi¨® de preverlo cuando fue elegido para entrar en el Instituto de Cultura F¨ªsica de Sof¨ªa, la f¨¢brica de futuros campeones ol¨ªmpicos de Bulgaria. Ilya part¨ªa con doble ventaja porque su padre llevaba un restaurante y un bar en Sof¨ªa, y ¨¦l trabajaba all¨ª. ?En aquella ¨¦poca, ser barman o camarero te otorgaba un estatus social considerable - explic¨® Emil Kyulev, que coincidi¨® con ¨¦l en el instituto-. Pasaba tiempo con muchos tipos duros y la gente lo miraba con respeto. De aquella forma entr¨® tambi¨¦n en contacto con los servicios de seguridad.? Para un joven como Pavlov, tan lleno de energ¨ªa como falto de educaci¨®n, el DS no era el instrumento orwelliano de represi¨®n que ten¨ªa en mente la poblaci¨®n de la Europa capitalista. Para algunos b¨²lgaros era una forma r¨¢pida de acceder al estatus y a las influencias pol¨ªticas. Si es cierto que, como sostiene mucha gente, Pavlov fue un confidente del DS, pod¨ªa esperar recompensas a cambio. La m¨¢s importante lleg¨® en forma de una bella joven, Toni Chergelanova, que en 1982 acept¨® su propuesta de matrimonio. Pero lo mejor de casarse con Toni era emparentarse con su padre, Petur Chergelanov, que trabajaba para los servicios de seguridad del Estado. Con ese matrimonio, Ilya hab¨ªa accedido a la nobleza de la polic¨ªa secreta.
El Servicio de Seguridad del Estado B¨²lgaro gozaba de una estima especial por parte de sus jefes sovi¨¦ticos gracias a su eficacia y a su fiabilidad. Normalmente era invisible, y en las pocas casiones en que sal¨ªa a la luz p¨²blica nunca fallaba: por ejemplo, el DS obr¨® la muerte del disidente b¨²lgaro Georgi Markov, que fue asesinado con un paraguas de punta envenenada mientras cruzaba el puente de Waterloo en 1978, cuando trabajaba en Londres para la BBC.
La eliminaci¨®n de enemigos del Estado al estilo de los relatos de John Le Carr¨¦ no era m¨¢s que la guinda del pastel. La actividad m¨¢s importante y lucrativa del servicio secreto b¨²lgaro era el contrabando de drogas, armas y tecnolog¨ªa punta. ?El contrabando es nuestro patrimonio cultural - me dijo Ivan Krastev, un destacado polit¨®logo de Bulgaria-. Nuestro territorio siempre ha estado encajonado entre grandes bloques ideol¨®gicos: la religi¨®n ortodoxa y la cat¨®lica, el islam y el cristianismo, el capitalismo y el comunismo. Imperios llenos de desconfianza y hostilidad mutuas, pero poblados por mucha gente que quiere entablar relaciones comerciales al otro lado de las fronteras prohibidas. En los Balcanes sabemos c¨®mo hacer que estas fronteras desaparezcan. Sabemos cruzar los mares m¨¢s embravecidos y las monta?as m¨¢s escarpadas. Conocemos todos los pasos secretos o, en su defecto, el precio de cada guarda fronterizo.?
Investido con el poder del Estado totalitario, el DS aprovech¨® a fondo esta tradici¨®n rom¨¢ntica. Ya en los a?os sesenta fund¨® una empresa denominada Kintex que explot¨® en monopolio la exportaci¨®n de armas de Bulgaria y abri¨® mercado en regiones en conflicto, como Oriente Medio y ?frica. A finales de los setenta, el DS ampli¨® Kintex con el establecimiento del Consejo de ?Tr¨¢nsito Clandestino?, cuya funci¨®n principal era hacer llegar armas a grupos insurgentes africanos, aunque sus canales no tardaron en utilizarse para el tr¨¢fico ilegal de personas, drogas e incluso antig¨¹edades y obras de arte. Otras empresas se especializaron en el comercio de Kaptagon, la anfetamina originaria de Bulgaria, con Oriente Medio, donde alcanz¨® una enorme popularidad a causa de sus presuntas propiedades alucin¨®genas. En la otra direcci¨®n, aproximadamente un 80% de la hero¨ªna destinada al mercado de Europa occidental pasaba por Bulgaria y, concretamente, por las manos del DS, adonde llegaba desde Turqu¨ªa por el paso fronterizo de Kapetan Andreevo. Con este comercio Bulgaria no s¨®lo logr¨® ganar mucho dinero, sino tambi¨¦n erosionar a la Europa capitalista inund¨¢ndola de hero¨ªna barata.
Gracias al DS, Bulgaria desempe?¨® un papel fundamental en la distribuci¨®n de productos y servicios ilegales entre Europa. Oriente Medio y Asia central. Adem¨¢s, se aplic¨® resueltamente impedir que nadie m¨¢s entrase en el negocio. La polic¨ªa de fronteras de Bulgaria era implacable y castigaba con la mayor dureza a cualquiera que atrapase en pleno contrabando de drogas o armas sin permiso. Ello no se deb¨ªa a un compromiso por hacer prevalecer la ley (idea que constitu¨ªa un anatema para el Servicio de Seguridad), sino a la voluntad de preservar el monopolio econ¨®mico del DS. Seg¨²n el ?reparto socialista internacional del trabajo? impuesto por los preceptos de la r¨ªgida asociaci¨®n de comercio internacional del bloque sovi¨¦tico, el Comecon, Bulgaria deb¨ªa ser el coraz¨®n de la industria electr¨®nica, mientras que Mosc¨² ordenaba a Checoslovaquia que se concentrase en producir turbinas para centrales energ¨¦ticas y a Polonia que fabricase fertilizantes. En consecuencia, a finales de los a?os setenta Bulgaria (la m¨¢s rural de todas las econom¨ªas de Europa del Este) se convirti¨® en el improbable centro de la industria inform¨¢tica y de discos magn¨¦ticos del otro lado del Tel¨®n de Acero. Naci¨® el Pravets, el primer ordenador socialista de Europa, que se fabricaba en la peque?a poblaci¨®n del mismo nombre, a unos cuarenta kil¨®metros al noreste de Sof¨ªa; no era casualidad que aquel lugar fuese la patria chica de Todor Zhivkov, el veterano dictador del pa¨ªs. Mosc¨² encarg¨® al DS que resolviese las carencias tecnol¨®gicas que sufr¨ªa a causa del COCOM, un comit¨¦ internacional organizado por Estados Unidos - que inclu¨ªa tambi¨¦n a Europa occidental y Jap¨®n - para impedir que llegase a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, a trav¨¦s del Tel¨®n de Acero, equipamiento de tecnolog¨ªa punta con posibles usos militares.
El DS encarg¨® a algunos de los cient¨ªficos m¨¢s importantes de Bulgaria el objetivo de suministrar al pa¨ªs y a la Uni¨®n Sovi¨¦tica las tecnolog¨ªas avanzadas sobre las que el COCOM hab¨ªa impuesto un embargo. Al cabo de dos a?os, estableci¨® empresas clandestinas en el extranjero a las que llegaron unos mil millones de d¨®lares procedentes de la venta ilegal de tecnolog¨ªa. El resultado m¨¢s importante de todo ello fue la empresa DZU (siglas en b¨²lgaro de Equipamiento de Disco de Memoria), en la que Bulgaria comenz¨® a organizar un equipo de grandes expertos en hardware y software. Fue un negocio rentable. ?Seg¨²n las estimaciones de nuestros clientes - admiti¨® posteriormente un antiguo jefe de los servicios de inteligencia - , entre 1981 y 1986 los beneficios anuales de las actividades de inteligencia cient¨ªficas y tecnol¨®gicas ascendieron a 580 millones de d¨®lares; es decir, ¨¦ste habr¨ªa sido el precio de dichas tecnolog¨ªas si las hubi¨¦ramos comprado.? Las tres industrias - drogas, armas y tecnolog¨ªa punta - pose¨ªan un inmenso valor estrat¨¦gico para el Estado b¨²lgaro. Detr¨¢s de las operaciones de contrabando se hallaba el servicio de contrainteligencia militar, el Segundo Consejo del DS, que controlaba todas las fronteras del pa¨ªs. Y a la cabeza de la contrainteligencia militar se encontraba el general Petur Chergelanov, el suegro de Ilya Pavlov.
En 1986, cuando Mijail Gorbachov consolidaba su autoridad en Mosc¨², los dirigentes occidentales ignoraban que la hegemon¨ªa de la URSS sobre sus aliados de Europa del Este tocaba a su fin. El Servicio de Seguridad del Estado B¨²lgaro no se hac¨ªa ilusiones sobre el sistema que controlaba. Los jefes del DS, experimentados observadores del mundo sovi¨¦tico, calculaban que el comunismo no iba a durar mucho.
Presionado por Gorbachov, el Partido Comunista B¨²lgaro aprob¨® el Decreto 56, que de la noche a la ma?ana legaliz¨® la fundaci¨®n de empresas privadas en Bulgaria y permiti¨® la creaci¨®n de compa?¨ªas de capital mixto. Muchos hombres de la l¨ªnea dura del partido no daban cr¨¦dito a esta novedad, que les parec¨ªa una punta de lanza capitalista. Los servicios de seguridad, en cambio, habituados a subordinar la ideolog¨ªa a su amor por el poder, se adaptaron a ella al vuelo.
?Cuando vi las cifras de comercio de 1986 - explica Stanimir Vaglenov, un periodista b¨²lgaro especializado en corrupci¨®n y delincuencia organizada - me sorprendi¨® que los servicios de seguridad hubiesen abierto la primera empresa al cabo de una semana de la entrada en vigor del Decreto 56. Y en menos de un a?o, los miembros del DS fundaron ?el 90% de las nuevas compa?¨ªas de capital conjunto!? Mientras el grueso de la poblaci¨®n b¨²lgara, que sufr¨ªa privaciones desde hac¨ªa tanto tiempo, continuaba sometida a la ret¨®rica sobre el brillante futuro eterno del socialismo, los representantes m¨¢s importantes del r¨¦gimen estaban aprendiendo a ganar dinero. A lo grande. Despu¨¦s de predicar a los b¨²lgaros de a pie los supuestos males del capitalismo durante cuarenta y cinco a?os, la polic¨ªa secreta se vanagloriaba por llevar dichos males a la pr¨¢ctica.
En 1988, un a?o antes de la ca¨ªda del comunismo, Ilya Pavlov fund¨® Multiart, una empresa dedicada a la importaci¨®n y exportaci¨®n de antig¨¹edades y obras de arte que empleaba los canales secretos del DS para la venta de armas a trav¨¦s del Consejo de Tr¨¢nsito Clandestino de Kintex.
El negocio iba viento en popa y Pavlov pronto estuvo en boca de toda la ciudad: abri¨® uno de los nuevos restaurantes privados con un s¨¦quito de espectaculares chicas que serpenteaba tras ¨¦l; la nueva estrella ya ten¨ªa una estela fulgurante. ?En realidad, Multiart era un desastre - reconoci¨® tiempo despu¨¦s Pavlov al recordar sus primeros pinitos -. Abrimos toda una serie de empresas sin estructura alguna.? Uno de los codirectores de Multiart era Dimitur Ivanov, jefe del Sexto Consejo del DS. Ivanov present¨® a Pavlov y a Andrei Lukanov, principal l¨ªder reformista del partido comunista del pa¨ªs.
Ilya Pavlov, antiguo campe¨®n de lucha libre, tipo duro y playboy deslumbrante, estaba a punto de iniciar una nueva carrera.
Andrei Lukanov sonre¨ªa maliciosamente mientras hoje¨¢bamos las ca¨®ticas actas parlamentarias de los ¨²ltimos d¨ªas de 1989. ?Todo va bastante bien, ?no crees?? Le contest¨¦, perplejo: ?Pero ?no te preocupa la reacci¨®n de la gente de la calle contra los comunistas como t¨²??. ?No, Misha, no seas alarmista - contest¨® en un ingl¨¦s impecable-. Siempre he querido un cambio, y las cosas est¨¢n a punto de mejorar much¨ªsimo.?
A pesar de que su rostro recordaba ligeramente al de un gnomo, Lukanov era el encanto personificado; ello lo diferenciaba marcadamente de la mayor¨ªa de los comunistas influyentes. Ca¨ªa bien a primera vista a todo el mundo, yo incluido.
Pol¨ªglota y dotado de una labia pol¨ªtica de primera categor¨ªa, hab¨ªa nacido en Mosc¨² y manten¨ªa all¨ª una densa red de contactos. Ocup¨® el cargo de primer ministro tras la ca¨ªda del dictador Todor Zhivkov en noviembre de 1989, y, junto con Ilya Pavlov y sus amigos del DS, planeaba secuestrar la econom¨ªa de Bulgaria. Ten¨ªan cubiertos casi todos los frentes: ¨¦l controlaba la m¨¢quina pol¨ªtica, Dimitur Ivanov manejaba la red del Servicio de Seguridad e Ilya y sus p¨²giles de lucha libre aportaban la mano dura.
Lo ¨²nico que les faltaba era el apoyo de la oposici¨®n democr¨¢tica. Con el generos¨ªsimo respaldo financiero y pol¨ªtico de la embajada estadounidense, la reci¨¦n formada Uni¨®n de Fuerzas Democr¨¢ticas hab¨ªa asumido el liderazgo moral de la pol¨ªtica b¨²lgara tras la revoluci¨®n de 1989 y manten¨ªa una abierta hostilidad contra los comunistas por la destrucci¨®n que hab¨ªan acarreado al pa¨ªs. Pavlov y sus colegas estaban vinculados ¨ªntimamente al r¨¦gimen comunista y necesitaban neutralizar todo intento de la oposici¨®n de inmiscuirse en sus negocios. En 1990 a Pavlov se le ocurri¨® la soluci¨®n.
Un buen amigo suyo era director adjunto del sindicato independiente Podkrepa, fervientemente anticomunista, que tambi¨¦n recib¨ªa un fuerte apoyo del Gobierno de EE. UU. Pavlov convenci¨® a los jefes de Podkrepa de que los aut¨¦nticos enemigos de los trabajadores eran los directores que los comunistas hab¨ªan designado para las grandes f¨¢bricas de propiedad estatal.
?La t¨¢ctica de Ilya era sencilla?, explica con autoridad Boyko Borissov, antiguo director general del Ministerio del Interior y, a sus cuarenta a?os, cintur¨®n negro de k¨¢rate. Borissov -que antes de ser guardaespaldas del primer ministro Sajonia-Coburgo trabaj¨® tambi¨¦n en el sector de los seguros- es un ejemplo perfecto de cazador furtivo convertido en guardabosques, y conoce desde dentro el auge de la delincuencia en Bulgaria. ?Se llamaba la trampa de la ara?a. Ilya entr¨® en la oficina del director de Kremikovtsi, una de las mayores f¨¢bricas de acero de Europa del Este, acompa?ado por un jefe de uno de los sindicatos m¨¢s poderosos, y con Dimitir Ivanov, que hasta poco antes era el director del Sexto Consejo. El mensaje que le dieron al director de la empresa fue: "puedes elegir, o trabajas con nosotros o acabamos contigo".?
Pavlov le dijo al director que a partir de entonces ya no comprar¨ªa la materia prima directamente a los rusos a un precio subvencionado, sino a una de sus empresas a precio de mercado internacional. Y despu¨¦s, en lugar de vender el producto directamente al consumidor, tendr¨ªa que d¨¢rselo a un precio rebajado a otra de las empresas de Ilya, que se encargar¨ªa de comercializarlo en el mercado abierto. Controlaba la entrada y la salida de la f¨¢brica: la trampa de la ara?a. Pavlov estaba encantado por la sencillez y la eficacia de este sistema. El Gobierno de Lukanov continu¨® subvencionando la empresa durante muchos a?os. ?La empresa no quiebra inmediatamente - me explic¨® uno de los banqueros m¨¢s ricos de Bulgaria, Emil Kyulev, antes de que lo asesinasen en octubre de 2005-. Si cuelgas una cabra de un gancho y le cortas una pata, morir¨¢ muy lentamente porque se desangrar¨¢ gota a gota. La empresa tarda a?os en arruinarse.
Pavlov y sus compinches crearon grupos empresariales en casi todos los sectores de la econom¨ªa b¨²lgara: agricultura, transporte, industria, energ¨ªa, todos. Las compa?¨ªas funcionaban en paralelo con las organizaciones sectoriales de Podkrepa; all¨¢ donde estuviera este sindicato, Ilya abr¨ªa una empresa.? Tras la revoluci¨®n de 1989, el sistema de seguridad social de Bulgaria se desplom¨®, a lo que sigui¨® un penoso panorama de pobreza y miseria. La exposici¨®n, desde las cavernas de la econom¨ªa comunista al cegador sol del capitalismo de libre mercado, constituy¨® un dur¨ªsimo golpe para el pa¨ªs. Bajo el comunismo, las f¨¢bricas hab¨ªan sobrevivido gracias a las ingentes subvenciones estatales, y sus toscos productos ten¨ªan la venta garantizada en los mercados de Europa del Este. Cuando cay¨® el Muro de Berl¨ªn en 1989, los mercados de Bulgaria se desmoronaron con ¨¦l. Con la industria en una crisis casi terminal, la agricultura - que ya era el pilar tradicional de la econom¨ªa - pas¨® a cobrar una importancia aun mayor, pero este sector de actividad tambi¨¦n choc¨® con problemas. La Uni¨®n Europea no ten¨ªa intenci¨®n de ampliar sus min¨²sculas importaciones de productos agr¨ªcolas b¨²lgaros, ya que ello ir¨ªa en contra de su conspiraci¨®n proteccionista, conocida com¨²nmente como Pol¨ªtica Agr¨ªcola Comunitaria (PAC).
A principios de los a?os noventa las grandes potencias mundiales comenzaron a pregonar a bombo y platillo la importancia revolucionaria de la globalizaci¨®n, pero pasaron como sobre ascuas por sus consecuencias negativas. Cuando los pa¨ªses abrieron los mercados con la esperanza de intensificar su cooperaci¨®n con las poderosas econom¨ªas mundiales, la UE, EE. UU. y Jap¨®n exigieron que estos mercados emergentes aceptaran la venta de productos europeos, estadounidenses y japoneses. Al mismo tiempo, insistieron en reducir las tasas sobre la renta de las empresas a cambio de nuevas inversiones en un momento en que las corporaciones occidentales se apuntaban a la moda del outsourcing o subcontrataci¨®n de la producci¨®n para rebajar sus costes laborales. A los pocos meses de la ca¨ªda del comunismo, Snickers, Nike, Swatch, Heineken y Mercedes hab¨ªan iniciado su imparable desfile hacia el Este y, en cuesti¨®n de semanas, conquistaron partes de Europa en las que ni siquiera Napole¨®n y Hitler hab¨ªan logrado penetrar. Hipnotizados por la novedad y la calidad de estos productos occidentales imprescindibles, los pueblos de la Europa del Este (y tambi¨¦n de ?frica y Asia) se rascaron los bolsillos a fondo para gastar el poco dinero que tuvieran en la adquisici¨®n de los nuevos s¨ªmbolos de estatus social. Un principio del comercio internacional aceptado universalmente es que, si un pa¨ªs importa productos y servicios, necesita exportar otros para pagarlos; y cuanto m¨¢s pobre sea el pa¨ªs, m¨¢s urgente es tal necesidad: para pa¨ªses ricos como Estados Unidos resulta mucho m¨¢s econ¨®mico acumular unas deudas inconcebibles. Bulgaria podr¨ªa haber hecho mucho por restaurar su maltrecha econom¨ªa con la alta calidad de sus frutas, algod¨®n, rosas, vino y cereales, bienes cuya exportaci¨®n tal vez podr¨ªa haber compensado el coste de los nuevos productos occidentales que inundaban su mercado.Por desgracia, la oportunidad de conseguirlo estaba gravemente limitada por factores como la PAC, que bloqueaba la venta de productos agr¨ªcolas. Los productos de consumo b¨²lgaros continuaban siendo socialistas en dise?o y durabilidad (es decir, eran feos y no funcionaban), por lo que no eran competencia para sus equivalentes occidentales. Por tanto, el problema era c¨®mo pagar las cada vez mayores importaciones procedentes de Occidente.
La mayor parte de los b¨²lgaros sufri¨® una p¨¦rdida tan brusca como importante en su calidad de vida, pero una peque?a mayor¨ªa se aprovech¨® del caos. En 1992 Ilya Pavlov ya era multimillonario, y continuaba multiplicando su fortuna a trav¨¦s de la transferencia de bienes del Estado a su patrimonio privado mediante la trampa de la ara?a. Ten¨ªa poco m¨¢s de treinta a?os y abri¨® una empresa m¨¢s en una localidad del Estado norteamericano de Virginia llamada Vienna, a las puertas de Washington D.C. A trav¨¦s de Multigroup US adquiri¨® dos casinos en Paraguay. Mientras tanto, en su tierra natal emple¨® a varias firmas de relaciones p¨²blicas para proyectar una imagen de patriotismo y ¨¦xito din¨¢mico. De esta forma se convirti¨® en el rostro de la nueva Bulgaria, el empresario m¨¢s famoso del pa¨ªs; los peri¨®dicos y programas televisivos b¨²lgaros segu¨ªan servilmente todos sus movimientos. La invitaci¨®n a acontecimientos sociales como su fiesta de cumplea?os - que tradicionalmente se celebraba el 6 de agosto en la localidad de Varna, a la orilla del mar Negro - se convirti¨® en algo valios¨ªsimo, ya que los agraciados ten¨ªan la oportunidad de codearse con los miembros m¨¢s importantes de la ¨¦lite econ¨®mica y pol¨ªtica del pa¨ªs. Aparecer con Ilya en una fotograf¨ªa bastaba para obtener un pr¨¦stamo importante en condiciones ventajosas. Primero centenares, luego miles y posteriormente decenas de millares de b¨²lgaros desesperados por conseguir trabajo y dinero pasaron a depender de las operaciones comerciales de Multigroup o de otras grandes empresas similares que nac¨ªan en el pa¨ªs. Por supuesto, muchos desaprobaban los m¨¦todos de Pavlov. Muchos otros eran rivales envidiosos que conspiraban con ¨¦l y contra ¨¦l en los bajos fondos de la naciente econom¨ªa de mercado de Bulgaria, en la que normalmente resultaba imposible distinguir entre las actividades legales, las grises y las abiertamente delictivas. Sin embargo, otros ve¨ªan en ¨¦l a un hombre de negocios genuino, emprendedor y atractivo consagrado a cuidar de los intereses de su pa¨ªs y a crear empleo en zonas en las que el Estado hab¨ªa cumplido catastr¨®ficamente las profec¨ªas marxistas y hab¨ªa desaparecido del mapa. La sede de Multigroup, su nueva empresa, se hallaba en las afueras de Sof¨ªa, en una mansi¨®n del monte Bystrica donde en el pasado se solazaban los m¨¢ximos representantes sindicales de Bulgaria durante las vacaciones. Ese edificio hab¨ªa sido comprado por una cifra insignificante a Robert Maxwell, el magnate brit¨¢nico de la comunicaci¨®n, que llevaba a?os cultivando sus relaciones con los dirigentes comunistas sovi¨¦ticos y b¨²lgaros. La conexi¨®n con Maxwell es un ejemplo de lo r¨¢pido que algunos de los empresarios occidentales m¨¢s voraces se asociaron con las incipientes oligarqu¨ªas de Europa del Este para emprender a nivel internacional el saqueo de las nuevas democracias. Maxwell se hallaba a la vanguardia de una industria delictiva que durante los a?os noventa se sali¨® fuera de control: el blanqueo de dinero.
Junto con el primer ministro Lukanov, Maxwell orquest¨® la transferencia de 2.000 millones de d¨®lares de Bulgaria a para¨ªsos fiscales occidentales. Los siguientes gobiernos de Bulgaria no lograron averiguar qu¨¦ se hab¨ªa hecho de este dinero. Lo que es seguro es que no fue a parar al fondo de pensiones del peri¨®dico londinense Daily Mirror, del que Maxwell estaba tambi¨¦n sustrayendo centenares de millones de libras esterlinas en aquel mismo momento.
Para la mayor¨ªa de los b¨²lgaros, la d¨¦cada de los noventa se presentaba l¨²gubre. El pa¨ªs hab¨ªa perdido sus mercados; Pavlov y su camarilla estaban desplumando a la econom¨ªa de todo lo que tuviera alg¨²n valor; nadie quer¨ªa comprar los productos de Bulgaria; y, adem¨¢s, ahora que la democracia hab¨ªa llegado al pa¨ªs, Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional no perdieron ni un minuto en exigir a Sof¨ªa que cumpliese su obligaci¨®n de pagar la deuda de 10.000 millones de d¨®lares que hab¨ªa acumulado por el derrochador r¨¦gimen comunista.
Al mismo tiempo, en un intento de ganar popularidad, los sucesivos gobiernos pusieron de patitas en la calle a miles de polic¨ªas de todo tipo: miembros de la polic¨ªa secreta, oficiales de contrainteligencia, comandos de las fuerzas especiales, guardias fronterizos, detectives de homicidios y agentes de tr¨¢fico. Entre otras habilidades, estos profesionales eran expertos en misiones de vigilancia, contrabando, asesinato, montaje de redes y chantaje. En 1991, 14.000 miembros de la polic¨ªa secreta anhelaban trabajar en un pa¨ªs cuya econom¨ªa menguaba a una velocidad alarmante. No obstante, hab¨ªa un sector que viv¨ªa una expansi¨®n sin precedentes, y se trataba de una l¨ªnea de trabajo ideal para polic¨ªas desenga?ados y en paro. Se trataba de la delincuencia organizada.
En la misma situaci¨®n se encontraba otro grupo al que la sociedad tambi¨¦n acababa de desheredar: el de los boxeadores, p¨²giles de lucha libre y levantadores de pesas. Al mismo tiempo que la crisis econ¨®mica y los aires de libertad se sumaban para reducir a la polic¨ªa estatal a su m¨ªnima expresi¨®n, en todo el pa¨ªs los clubes deportivos comenzaron a transformarse en fuerzas de seguridad privadas. Con sus m¨²sculos y su esp¨ªritu de camarader¨ªa, se embarcaron en una violenta espiral de intimidaci¨®n y comenzaron a incorporar a delincuentes comunes y bandas callejeras a sus negocios de protecci¨®n. En 1992, los especialistas en lucha libre ten¨ªan casi estranguladas las grandes ciudades de Bulgaria, aunque en algunas zonas se enfrentaban a la competencia de ex polic¨ªas y agentes de seguridad. Cuando ambos bandos colaboraban, sumaban sus capacidades: los atletas intimidaban y los polic¨ªas tend¨ªan la red mafiosa. Estas organizaciones h¨ªbridas crecieron hasta dominar la econom¨ªa, en la que dos grupos conocidos como SIC y VIS se hicieron con un aplastante liderazgo del mercado.
SIC y VIS se presentaban como compa?¨ªas de seguros. ?Me compr¨¦ el Mercedes en junio de 1992 - explica un taxista de Sof¨ªa - y, naturalmente, suscrib¨ª una p¨®liza de seguros de la compa?¨ªa estatal para no tener que pagar tantos sobornos a la polic¨ªa de tr¨¢fico. En aquellos tiempos, nos paraban cada pocos kil¨®metros y la polic¨ªa nos exig¨ªa dinero por ninguna raz¨®n en concreto. Si te pillaban en falta, como por ejemplo conduciendo sin p¨®liza de seguros, hab¨ªa que pagar el doble. Pero al cabo de poco tiempo se me presentaron unos cuantos forzudos con corte de pelo militar, tatuajes y chaquetas de cuero, y me dijeron que ten¨ªa que contratar un seguro de SIC. Lo hice, porque no quer¨ªa tener problemas con ellos. Algunos taxistas se negaron y, en cuesti¨®n de horas, les hab¨ªan robado el coche. S¨®lo pudieron recuperarlo pagando la p¨®liza de SIC... con intereses, por supuesto.?
Con todo, esto no era una extorsi¨®n pura. Si a alguien le robaban un veh¨ªculo asegurado por SIC, los matones se aplicaban a fondo para recuperarlo. Ofrec¨ªan un servicio de verdad, aunque con amenazas, y ve¨ªan con muy malos ojos a las peque?as bandas que intentaban meterse en su negocio. SIC, VIS y, posteriormente, TIM crecieron much¨ªsimo y diversificaron sus negocios hacia muchas otras actividades econ¨®micas, l¨ªcitas e il¨ªcitas. A menudo parec¨ªa que fueran ellos, y no el Gobierno, quienes estaban a cargo del pa¨ªs. ?No s¨®lo estamos hablando de estos gorilas con cadenas de oro al cuello que se sientan en la mejor mesa de tu restaurante favorito - explica, col¨¦rico, un hastiado diplom¨¢tico europeo-. ?Ten¨ªan n¨ªan la desfachatez de cortar con toda impunidad el tr¨¢fico de calles enteras del centro de Sof¨ªa porque quer¨ªan almorzar sin que les molestara el tr¨¢fico!? Algunos oligarcas que pose¨ªan empresas como Multigroup subcontrataban parte de sus servicios de seguridad a SIC y VIS. Otros prefer¨ªan organizar su propio departamento de matones. M¨¢s tarde, Ilya Pavlov tuvo la precauci¨®n de disociarse de los mafiosos. Pero al principio era amigo ¨ªntimo de algunos de los g¨¢nsteres m¨¢s prominentes, entre los que destac¨® uno de los capitostes de SIC, Mladen Mihailev (conocido com¨²nmente como Madzho), que empez¨® su carrera como ch¨®fer de Ilya. Ser¨ªa injusto culpar a Pavlov por elegir este estilo de vida equidistante entre la corrupci¨®n a gran escala, el desfalco y la delincuencia organizada. No era una persona particularmente honrada, y aprovech¨® la oportunidad que se le present¨® cuando el Estado b¨²lgaro estaba casi totalmente de rodillas. En toda la Europa del Este la gente iba descubriendo que, cuando un pa¨ªs se desmorona, lo primero que aplastan los cascotes al caer es la ley. El capitalismo no lleg¨® hasta 1989, y los debil¨ªsimos Estados que emergieron del antiguo bloque sovi¨¦tico no ten¨ªan capacidad para definir lo que era ?legal? y lo que era ?ilegal ?. No ten¨ªan ni el dinero ni la experiencia necesarios para lidiar con los nuevos intercambios comerciales. Quienes consiguieron colocarse bien durante los primeros tres a?os posteriores a la ca¨ªda del comunismo se hallaron en posici¨®n de dictar sobre la marcha las normas de aquel nuevo mundo.
Un d¨ªa templado y luminoso de la primavera de 1991 llegu¨¦ en coche al hotel Esplanade, en la c¨¦ntrica calle Gajeva de Zagreb, tras cubrir en tan s¨®lo cuatro horas el trayecto desde Viena en mi Audi Quattro negro. Sin duda era el mejor autom¨®vil que hab¨ªa conducido, bastante por encima de los veh¨ªculos habituales de la BBC: hab¨ªa insistido en que quer¨ªa un coche con tracci¨®n en las cuatro ruedas porque durante las revoluciones de 1989 tuve que sufrir algunos viajes terror¨ªficos en plena tormenta de nieve sobre las imprevisibles calzadas de Europa del Este. En cuanto sal¨ª del coche, un portero nuevo algo nervioso me pidi¨® las llaves para llevar el Audi al aparcamiento. Era lo normal en el Esplanade, o sea que se las di.
Por las puertas del Esplanade entraban y sal¨ªan sin cesar personajes importantes, desde mediadores internacionales como Cyrus Vance y lord David Owen hasta ministros de la UE, de EE. UU. y de pa¨ªses de la zona. A escasa distancia de la mesa donde com¨ªan, las habitaciones estaban llenas de mercenarios a la espera de que estallase una guerra provechosa para sus intereses, y tambi¨¦n de j¨®venes de origen croata nacidos en Edmonton o Ohio que estaban dispuestos a jugarse la vida por una patria en la que nunca antes hab¨ªan puesto los ojos.
A la ma?ana siguiente fui al aparcamiento a buscar el Audi. El coche no estaba. A¨²n no lo sab¨ªa, pero hab¨ªa iniciado un misterioso tour que terminar¨ªa varias semanas m¨¢s tarde a 300 kil¨®metros de all¨ª, en un mercado de ocasi¨®n de Mostar, la capital de la Herzegovina Oriental. Para entonces ya hab¨ªa cobrado el importe del seguro (por suerte, las aseguradoras austr¨ªacas a¨²n no hab¨ªan eliminado a Yugoslavia de su cobertura, como hab¨ªan hecho con Polonia, Ruman¨ªa, Bulgaria y Albania) y nunca volv¨ª a ver mi querido Audi, que con casi toda seguridad ya habr¨ªa sido requisado por alguna de las milicias que estaban surgiendo en Bosnia-Herzegovina.
De esta forma fui v¨ªctima de una de las industrias m¨¢s florecientes de Europa: el robo de autom¨®viles. Cada mes se sustra¨ªan miles de coches de las calles del norte de Europa para su exportaci¨®n ilegal a la Europa del Este y los Balcanes. En 1992 vi un enorme barco portacontenedores que regurgitaba su carga en el decr¨¦pito puerto alban¨¦s de Durres. Por la superficie de metal oxidado y piedra resquebrajada del muelle desfilaron decenas de veh¨ªculos de las marcas BMW, Peugeot, Honda y, sobre todo, much¨ªsimos Mercedes, en su mayor parte de la serie 200, tan apreciada por los taxistas de Alemania, los Pa¨ªses Bajos y Escandinavia. Los agentes de aduanas apenas se inmutaron cuando una manada de hombres excitados, sucios y polvorientos tom¨® posesi¨®n de los autom¨®viles, que a¨²n luc¨ªan la matr¨ªcula original, fotograf¨ªas familiares colgando del retrovisor, ambientadores en forma de ¨¢rbol de Navidad y paquetes de cigarrillos en los asientos.
En la Albania comunista estaban prohibidos todos los autom¨®viles excepto los de uso oficial. Las carreteras estaban hechas para que circulasen unos pocos camiones al d¨ªa, y nadie aprend¨ªa a conducir aparte de los pocos ch¨®feres del Estado. En plena ca¨ªda del comunismo, todo aquel que pudo hacerse con un veh¨ªculo (robado) se puso a circular alegremente por la v¨ªa p¨²blica, aunque jam¨¢s se hubiese sentado al volante de un autom¨®vil. Se desat¨® el caos. El pa¨ªs se convirti¨® en una gigantesca y mort¨ªfera pista de autos de choque, y cualquier veh¨ªculo pod¨ªa ser presa de los ladrones; como, de todas formas, todos los coches eran robados, resultaba dif¨ªcil presentar una denuncia v¨¢lida ante la ley.
Los autom¨®viles que no permanec¨ªan en Albania se vend¨ªan en Macedonia, Bulgaria, Rusia, Oriente Medio, el C¨¢ucaso y los antiguos territorios sovi¨¦ticos de Asia central. En su momento no supe interpretar qu¨¦ significaba que me hubieran robado el coche. No ve¨ªa el iceberg de la delincuencia que se estaba formando a toda velocidad bajo el removido mar de revoluci¨®n, libertad, nacionalismo y violencia que hab¨ªa inundado la Europa del Este. Mucha gente estaba ocupada ajustando antiguas cuentas. Otros trabajaban febrilmente para preservar los privilegios que les hab¨ªa brindado el antiguo r¨¦gimen, pero ahora en una sociedad en la que ?comunismo ? resultaba, de repente, una palabra malsonante.
Las mafias de protecci¨®n como SIC y VIS estaban implicadas a fondo en el contrabando de autom¨®viles. Al tratarse de un negocio transfronterizo por naturaleza, los nuevos grupos b¨²lgaros de delincuencia organizada establecieron relaciones con organizaciones similares de otros pa¨ªses de los Balcanes y de la Europa del Este. Cada naci¨®n se forj¨® la reputaci¨®n de ser especialmente buena en el comercio de unos productos concretos. En la antigua Yugoslavia, por ejemplo, eran los cigarrillos y las armas. En Bulgaria, los autom¨®viles. En Ucrania, el tr¨¢fico de mujeres y de trabajadores emigrantes.
Y todos comerciaban con narc¨®ticos. Hungr¨ªa y Checoslovaquia ocupaban un lugar especial en las nuevas redes delictivas gracias a los estrechos v¨ªnculos econ¨®micos y comerciales que hab¨ªan desarrollado durante la d¨¦cada anterior con sus vecinos Alemania y Austria. Al mismo tiempo, como pa¨ªses ex comunistas continuaban sin exigir visado para la entrada de ciudadanos de otros pa¨ªses de Europa del Este, as¨ª kazajos, georgianos, b¨²lgaros, moldavos, yugoslavos y letones pod¨ªan instalarse temporalmente en ambos pa¨ªses sin dificultad. Por supuesto, los rusos tambi¨¦n.
En Hungr¨ªa apareci¨® un mercado de divisas especialmente activo que se convirti¨® en el centro de las grandes operaciones de blanqueo de dinero. Era tan atractivo como base para las operaciones delictivas internacionales que las bandas mafiosas m¨¢s poderosas de Rusia no tardaron en establecer en Budapest su avanzadilla en la Europa central con vistas a la expansi¨®n de sus operaciones hacia el oeste. Los b¨²lgaros se vieron obligados a trabajar en otro sitio. ?Cuando llegaron los rusos, empujaron a la nueva mafia b¨²lgara hacia Checoslovaquia - explica Yovo Nikolov, el principal experto de Sof¨ªa en delincuencia organizada- . Al principio se trataba tan s¨®lo de m¨¢s contrabando de autom¨®viles. Pero luego los chicos vieron una nueva oportunidad.? Aquella nueva oportunidad no era otra que la silnice hanby o la ?ruta de la verg¨¹enza?: la autopista E55, que un¨ªa Dresde con Praga, pasando por el norte de Bohemia, coraz¨®n de la industria pesada checoslovaca. En un clima ca¨®tico y deprimido, las j¨®venes checas comenzaron a venderse por calderilla en la E55: por el precio de una humilde comida, las adolescentes satisfac¨ªan los deseos de una incesante columna de sudorosos conductores de BMW y de obesos camioneros que cruzaban Sajonia y Bohemia.
?Viene gente de toda Europa del Este a la "frontera de la afluencia" para ofrecer prostitutas j¨®venes a los alemanes de cierta edad?, se?al¨® en aquel momento Der Spiegel. El aspecto nacional de este Drang nach Osten sexual a?ad¨ªa un escalofr¨ªo m¨¢s a tan s¨®rdido comercio, ya que buena parte de la clientela proced¨ªa de Alemania Oriental (es decir, algunos clientes sudorosos no circulaban en BMW, sino en Trabant).
Las mujeres que trabajaban en la ?ruta de la verg¨¹enza? lo hac¨ªan, en su gran mayor¨ªa, por voluntad propia. Por supuesto, las circunstancias econ¨®micas las impel¨ªan a ello, pero nadie las coaccionaba f¨ªsicamente. Una minor¨ªa de ellas entraban en el negocio obligadas por proxenetas aislados, pero casi todas trabajaban voluntariamente para ganarse la vida. Un gran porcentaje eran j¨®venes de etnia gitana o roman¨ª, v¨ªctimas del doble estigma de ejercer la prostituci¨®n y de pertenecer a la comunidad gitana. Al circular por Praga y el norte de Bohemia, los matones b¨²lgaros tomaron nota de la ausencia casi total de polic¨ªa en este comercio carnal espont¨¢neo. El mercado potencial era enorme; era bien sabido que cada a?o miles de alemanes acud¨ªan al sureste de Asia y al Caribe en viajes de turismo sexual. ?Por qu¨¦ no aprovechar esa demanda ofreci¨¦ndoles bellas j¨®venes a un precio muy econ¨®mico justo al otro lado de la frontera alemana, en un entorno algo m¨¢s acogedor que la cuneta de la E55? As¨ª, las bandas b¨²lgaras compraron, construyeron o arrendaron moteles baratos en el norte de Bohemia. Para obtener los m¨¢ximos beneficios posibles, necesitaban mujeres sumisas que no estuvieran bien relacionadas con la comunidad local, por lo que recurrieron a sus compatriotas. A diferencia de las checas, sin embargo, estas b¨²lgaras no entraron por su propio pie en el negocio: no ten¨ªan la menor idea de lo que les aguardaba. En el norte de Bulgaria, Staminira, de diecinueve a?os, compart¨ªa un apartamento l¨®brego junto al contaminado puerto fluvial de Ruse, a orillas del Danubio, con otra chica que le sugiri¨® que se marcharan. ?Me dijo que hab¨ªa conseguido un trabajo fant¨¢stico de dependienta, y que yo tambi¨¦n podr¨ªa tener uno y cobrar unos 3.000 marcos alemanes al mes. Desde Bulgaria fuimos directamente a Dubi, en la Rep¨²blica Checa, a trav¨¦s de Hungr¨ªa y Eslovaquia. Al llegar al bloque de pisos, lo primero que me llam¨® la atenci¨®n es que todas las ventanas ten¨ªan rejas.?
Aquel edificio de Dubi, al norte de la Rep¨²blica Checa, pertenec¨ªa a un antiguo mat¨®n b¨²lgaro y estaba justo al lado de la ?ruta de la verg¨¹enza?. Con cuarenta y pocos a?os, Tsvetomir Belchev hab¨ªa seguido una trayectoria cl¨¢sica: tras licenciarse en la Academia de Deportes de Razgrad (Bulgaria) entr¨® en el mundo de la delincuencia. A la edad de diecinueve a?os fue sentenciado a doce de prisi¨®n por intento de asesinato y, poco despu¨¦s de su liberaci¨®n, volvi¨® a dar con sus huesos en la c¨¢rcel. ?Desde su celda fund¨® el partido pol¨ªtico Renovaci¨®n para defender los derechos de los prisioneros?, reza su expediente en el Ministerio del Interior b¨²lgaro, en un indicio de que se trataba de un reo extremadamente inteligente. ?Desde esta posici¨®n organiz¨® huelgas de prisioneros, protestas y motines durante los a?os noventa. Al a?o siguiente se present¨® a las elecciones presidenciales.? Cuando su carrera pol¨ªtica inici¨® el declive, Belchev se traslad¨® a la Rep¨²blica Checa para investigar oportunidades de negocio lejos de la mirada de la polic¨ªa b¨²lgara. Mientras tanto, su madre buscaba chicas en Bulgaria. Cuando lleg¨®, Staminira recibi¨® la noticia de que no iba a ser camarera sino prostituta. Al principio se neg¨® en redondo a cooperar. ?Belchev me dio una paliza brutal, a base de pu?etazos y patadas, en el pabell¨®n situado frente al hotel Sport. Me pate¨® con botas con tachuelas. Me propin¨® patadas en la espalda y tambi¨¦n me peg¨® con una silla. Llam¨® por walkie-talkie a sus secuaces Krassi y Blackie y les orden¨® que tambi¨¦n me pegasen. Me llevaron al s¨®tano, donde continuaron peg¨¢ndome, sobre todo en el abdomen. Blackie me sujetaba la cabeza y me daba pu?etazos. Cuando estaba a punto de perder el conocimiento me echaron agua encima, y cuando me despabil¨¦ me esposaron una mano a un tubo del radiador. El dolor era insoportable. Estuve sujeta all¨ª todo el d¨ªa. Luego Belchev me viol¨® en una de las habitaciones de la casa de campo.?
Belchev y sus secuaces torturaron y violaron a todas y cada una de las cuarenta mujeres que la polic¨ªa rescat¨® en una redada al burdel de Dubi en verano de 1997. Durante su confinamiento, las mujeres se vieron obligadas a ganar al menos 3.000 d¨®lares al mes, de los que, naturalmente, no vieron ni un centavo. Si no lo consegu¨ªan recib¨ªan palizas, igual que si mostraban el menor indicio de insubordinaci¨®n; Belchev ten¨ªa una red de chivatas entre las mujeres. La represalia por negarse a acostarse con un miembro de la banda tambi¨¦n consist¨ªa en violaciones y palizas. Unos a?os despu¨¦s de la detenci¨®n de Belchev, se confirmaron las sospechas de los investigadores checos de que al menos una chica hab¨ªa sido asesinada: se hall¨® un cad¨¢ver enterrado en el recinto del burdel. Todas aquellas j¨®venes viv¨ªan aterrorizadas, se les hab¨ªa arrebatado el pasaporte, no hablaban el idioma del pa¨ªs, estaban estigmatizadas por ejercer la prostituci¨®n y se encontraban totalmente a merced de sus captores.
A la postre, este caso result¨® an¨®malo porque Belchev fue atrapado, su negocio desmantelado y las mujeres liberadas. Sorprendentemente, Belchev continu¨® regentando otros tres burdeles desde la c¨¢rcel mediante un tel¨¦fono m¨®vil que su abogado le facilit¨® il¨ªcitamente. Pero en otros lugares, antes de que se dispersara el polvo del reci¨¦n ca¨ªdo Muro de Berl¨ªn ya hab¨ªa g¨¢nsteres y oportunistas moviendo los hilos de una enorme red de tr¨¢fico de mujeres que lleg¨® hasta al ¨²ltimo rinc¨®n de Europa. Todas las fronteras constitu¨ªan un negocio lucrativo. Al sur, Grecia era la ruta de entrada m¨¢s r¨¢pida a la Uni¨®n Europea; una vez cruzada aquella frontera, era posible transportar a las mujeres a cualquier lugar de la UE - excepto Gran Breta?a e Irlanda - sin pasar un solo control policial. La ruta del sureste a Turqu¨ªa se reservaba a la lucrativa venta de mujeres a Oriente Pr¨®ximo, especialmente a los Emiratos ?rabes Unidos. La carretera hacia el oeste conduc¨ªa hasta los traficantes de Macedonia y Albania (y, m¨¢s tarde, tambi¨¦n a los de Kosovo), donde la demanda subi¨® como la espuma en cuanto llegaron las primeras fuerzas de paz en 1994, en virtud del despliegue preventivo de la ONU (la mayor parte del tr¨¢fico interno de los Balcanes se basa en las fuerzas de paz de la ONU y en funcionarios civiles internacionales). Hacia el norte, las bandas transportaban a mujeres a la Rep¨²blica Checa y Alemania para luego emprender el regreso en coches robados.
Entre los traficantes de mujeres y los contrabandistas de autom¨®viles exist¨ªa cierto solapamiento. Compart¨ªan gastos y rutas de trabajo, pero posteriormente la polic¨ªa los ha identificado como empresas separadas. Por norma general, el tr¨¢fico de mujeres se lleva a cabo mediante peque?as c¨¦lulas que trasladan su mercanc¨ªa de una regi¨®n a la siguiente, sin saber ad¨®nde las lleva su comprador. A pesar del solapamiento geogr¨¢fico entre la mayor parte de sus productos y servicios (especialmente en lo que se refiere a las rutas de tr¨¢fico), el lugar donde ocurre el comercio y el tama?o de las organizaciones implicadas viene determinado por el producto en cuesti¨®n, su origen geogr¨¢fico y su destino.
Las mujeres constituyen una mercanc¨ªa b¨¢sica atractiva para los delincuentes. Son un producto que puede cruzar la frontera legalmente y no llama la atenci¨®n de los perros polic¨ªa. La inversi¨®n inicial es muy inferior a la necesaria para entrar en el contrabando de autom¨®viles, los costes operativos son m¨ªnimos y el producto en s¨ª (una mujer forzada a prostituirse) genera ingresos sin cesar. Una sola mujer puede reportar a su proxeneta entre 5.000 y 10.000 d¨®lares al mes.
Estos c¨¢lculos no tienen en cuenta la pavorosa realidad de la violaci¨®n m¨²ltiple y la indescriptible explotaci¨®n sexual. Pero ni el proveedor (el g¨¢nster) ni el consumidor (ciudadanos ricos de Europa occidental) comprenden esta relaci¨®n en t¨¦rminos distintos de los econ¨®micos. El g¨¢nster vive en un entorno en el que escasean las leyes y la polic¨ªa: si ¨¦l no ven de a una mujer, lo har¨¢ otro. Para el cliente no parece ser ning¨²n problema dejar la conciencia en la puerta junto con el abrigo y el sombrero.
La transici¨®n al capitalismo result¨® excepcionalmente dura para las fuerzas policiales de toda Europa del Este. Mucha gente las vilipendi¨® por reprimir a los opositores durante la ¨¦poca comunista. El oportunismo de los polic¨ªas en las nuevas democracias contrastaba con la vida de playboy que algunos antiguos colegas llevaban mientras contribu¨ªan a erigir ingentes imperios criminales. En las nuevas condiciones de mercado, la n¨®mina de un polic¨ªa era risible: cada vez que pas¨¦ por Bulgaria, Yugoslavia o Ruman¨ªa durante los a?os inmediatamente posteriores a la ca¨ªda del comunismo, no tuve m¨¢s remedio que pagar 50 d¨®lares como m¨ªnimo en multas informales a los agentes de tr¨¢fico. El Estado de derecho, por muy crucial que fuera para generar confianza en estas sufridas sociedades, era una ficci¨®n.
Entonces Occidente hizo algo verdaderamente est¨²pido, y no por ¨²ltima vez. El 30 de mayo de 1992, el Consejo de Seguridad de la ONU aprob¨® en Nueva York la Resoluci¨®n 754, que impon¨ªa sanciones econ¨®micas a Serbia y Montenegro. Tras quedar asolados, depauperados y traumatizados por la guerra, los Balcanes estaban a punto de transformarse en una m¨¢quina de contrabando y delincuencia con escaso o ning¨²n parang¨®n en la historia. Mientras el mundo se retorc¨ªa de consternaci¨®n ante las horribles obras del nacionalismo de los pueblos yugoslavos y de sus dirigentes, las mafias de los Balcanes comenzaron a dejar a un lado sus diferencias ¨¦tnicas para entablar una sobrecogedora colaboraci¨®n delictiva.
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