"Quieres fotografiarme desnuda, ?verdad?"
Bert Stern, la ¨²ltima persona que retrat¨® a Marilyn Monroe, recuerda el impacto profesional y emocional que tuvo la sesi¨®n de su vida. Todo un fest¨ªn er¨®tico que no gust¨® a 'Vogue' en su d¨ªa, hace ahora 50 a?os. "Olvid¨¦ que estaba casado. Estaba enamorado", confiesa. "Era mucho m¨¢s guapa de lo que esperaba".
Parec¨ªa un buen principio. Era jueves, 21 de junio. En Los ?ngeles hac¨ªa calor, pero ella hab¨ªa querido esa ciudad y ¨¦l cruz¨® el pa¨ªs para encontrarla en el hotel Bel Air, suite 261. ?l reserv¨® all¨ª sin saber que era uno de sus hoteles favoritos. De Nueva York llev¨® vestidos, pa?uelos, collares. Y encarg¨® tres botellas de Dom P¨¦rignon. La esperaron cinco horas, ¨¦l y su champ¨¢n. Y Marilyn apareci¨®, sonriente, esbelta, casi transparente, "hermosa, tr¨¢gica y compleja", que dir¨ªa ¨¦l. Todo hab¨ªa empezado bien. No acabar¨ªa igual.
Porque Marilyn Monroe cumpli¨® su tarea, y Bert Stern la suya. Aquel junio de 1962, la actriz pos¨® para el fot¨®grafo con y sin ropa, rubia y morena, pensativa y a carcajadas. Pero nunca vio esas im¨¢genes publicadas: el 5 de agosto aparec¨ªa muerta en su cama junto a un bote vac¨ªo de barbit¨²ricos. "Entonces supe que mi historia de amor con Marilyn hab¨ªa acabado", explica Stern medio siglo despu¨¦s al recordar el adi¨®s de su musa, de la que apenas mes y medio antes hab¨ªa tomado las 2.571 im¨¢genes que cambiar¨ªan su carrera.
"Recreamos la sesi¨®n con Lindsay Lohan. Pero las estrellas hoy no son como Marilyn"
Aquellas fotos fueron bautizadas The last sitting (La ¨²ltima sesi¨®n). Ahora ¨¦l desmenuza las impresiones acerca de la -por qu¨¦ no- mayor estrella del cine en un libro editado por Taschen con muchas de esas im¨¢genes del que solo hay 1.962 copias, a 750 euros cada una, con notas del dos veces Pulitzer y bi¨®grafo de la actriz Norman Mailer. Stern da cuenta de ello en conversaci¨®n telef¨®nica desde Nueva York. "Es mi sesi¨®n m¨¢s popular", repite incansable. "No s¨¦ si la mejor, pero la m¨¢s popular. Soy el fot¨®grafo que hizo las ¨²ltimas fotos de Marilyn Monroe".
Para Stern, por cuya c¨¢mara hab¨ªan pasado Twiggy o Audrey Hepburn, la diva era un reto. Reci¨¦n contratado por Vogue, volando a Roma para retratar a Elizabeth Taylor en Cleopatra, Monroe se cruza por su mente. Y consigue una cita. "Ten¨ªa una llamada de mi secretaria. 'Marilyn dice s¨ª, Vogue dice s¨ª. Los ?ngeles. 21 de junio'. Hice las maletas".
Eran las primeras fotograf¨ªas de Monroe para la revista. "Necesitaba descubrir algo no capturado", cuenta Stern en el libro. Richard Avedon le hab¨ªa hecho unas lujosas fotos para la revista Life, "estupendas para el mundillo, pero no ¨ªntimas. No daban ninguna sensaci¨®n de qui¨¦n era ella". Dispuso todo: intimidad, luz, complementos. Sin saber de cu¨¢nto tiempo dispondr¨ªa ni el humor de la diva. Ella, al fin, apareci¨®. "Olvid¨¦ que estaba casado, olvid¨¦ mi vida en Nueva York. Estaba enamorado. Era mucho m¨¢s guapa y m¨¢s f¨¢cil de trabajar de lo que esperaba".
El sol se pon¨ªa sobre California. ?l prepar¨® sus c¨¢maras ("una Hasselblad en blanco y negro y una Nikon de 35 mil¨ªmetros. A¨²n deben estar por mi apartamento") y pregunt¨® con cautela de cu¨¢nto tiempo dispon¨ªan. "?Est¨¢s de broma?", replic¨® ella. "?De todo el que queramos!". "Ya es m¨ªa", pens¨® Stern. Fotogr¨¢ficamente hablando.
?l le ense?¨® los complementos. "?Quieres fotografiarme desnuda, verdad?". "Es una buena idea", dijo ¨¦l, dudando si Monroe aceptar¨ªa. "No estar¨¢s exactamente desnuda, tienes un pa?uelo". "?Cu¨¢nto podr¨¢s ver?", inquiri¨® ella. Depende de la luz, afirm¨® ¨¦l. Norma Jean solo pidi¨® una ¨²ltima opini¨®n: a su peluquero, al que le pareci¨® "una idea divina". Y descorcharon el Dom P¨¦rignon.
Todo dependi¨® de la luz. Una Norma Jean de 36 a?os, delgada pero curvil¨ªnea y sensual, se transparentaba bajo un pa?uelo. "Estaba llena de ideas", asegura Stern. Las luces realzaban su piel transparente y su pelo de plata, las primeras arrugas bajo los ojos y los surcos de su boca. Y una marca en el costado, recuerdo fresco de una operaci¨®n de ves¨ªcula. "Vi la cicatriz. Una imperfecci¨®n que solo la hac¨ªa parecer m¨¢s vulnerable y acentuaba la suavidad de su piel. Era de color champ¨¢n, de color alabastro...Pod¨ªas meter un dedo en su piel, como probar un merengue reci¨¦n hecho".
Pero Stern no prob¨® nada. "No discutimos de nada. Solo tomamos fotos, fue todo lo que hicimos", rememora por tel¨¦fono. Y descarta conspiraciones que aseguran que con la actriz hab¨ªa personal de seguridad e incluso alg¨²n miembro del clan Kennedy. "Est¨¢bamos nosotros, su peluquero y el hombre que le maquill¨® los ojos. Prefiri¨® no llevar m¨¢s maquillaje, solo se puso crema en la cara y el eye-liner. De su propio maquillaje". De fondo, All I have to do is dream, de The Everly Brothers. "M¨²sica de aquella ¨¦poca".
Hasta que amaneci¨®. Monroe qued¨® contenta a medias con el trabajo. Ella misma tach¨® algunas de las pruebas de revelado que no la mostraban en la perfecci¨®n deseada. Hay p¨¢ginas con 24 negativos de los que se salvan apenas cuatro. A Vogue tampoco le convenci¨®. ?Y los vestidos y el glamour? Stern guard¨® sus inservibles contactos.
Modelo y fot¨®grafo se reencontraron con m¨¢s ropa y una estilista para supervisar todo. Un vestido negro de Dior resaltaba la palidez de la estrella, que quiso jugar como la primera vez: peluca negra, camisa blanca, collar de perlas. Un abrigo de pieles que solo roza su cuerpo. Una cama medio deshecha. El mismo escaso maquillaje. Disparo a disparo, recuento final: 2.571 fotos.
"Su belleza estaba en su esp¨ªritu", explica ¨¦l, con voz serena. "No creo que pudiera hacer una sesi¨®n as¨ª actualmente. La recreamos con Lindsay Lohan para New York Magazine, pero estaba copiando mis propias fotos. No hay nadie a quien desee fotografiar hoy. Las otras estrellas no son nada comparadas con Marilyn Monroe".
Cinco semanas m¨¢s tarde, el mundo desped¨ªa a la chica de las tres botellas de champ¨¢n. Ese 5 de agosto, Monroe llam¨® a Stern. "Nunca cog¨ª esa llamada. Me lo cont¨® alguien a?os despu¨¦s. Habr¨ªa hecho todo lo que hubiera podido para ayudarla. Nunca imagin¨¦ ese final, jam¨¢s. Pens¨¦ que era feliz con su vida y su carrera", narra con abrumadora seriedad. Otras cinco semanas despu¨¦s sal¨ªa Vogue, con 10 p¨¢ginas sobre Marilyn, sus primeras en la revista y su despedida, apenas una muestra de esa intimidad. El resto aguard¨® 20 a?os en un caj¨®n hasta que, en 1982, la revista Eros public¨® las im¨¢genes de esa Marilyn definitiva. Dieron la vuelta al mundo. La ¨²ltima sesi¨®n, la que comenz¨® con un encuentro entre dos desconocidos con cinco horas de retraso, un pa?uelo transparente y una cicatriz se convirti¨® en la m¨¢s sincera. Marilyn necesitaba sus 2.571 grandes despedidas.
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