Valentino responde
Celebra 45 a?os con una misi¨®n: encontrar belleza y rodearse de ella.
-?Mucho m¨¢s! Soy as¨ª desde ni?o. Me da muchos dolores de cabeza ser tan selectivo. Quiero ver perfecci¨®n y belleza en todas partes, y si no la encuentro, no me siento c¨®modo. Soy una persona muy complicada, muy complicada. ?Y me arrepiento mucho! Admiro a la gente que est¨¢ a gusto en cualquier parte, personas que no son sofisticadas y que no sufren si en un hotel encuentran s¨¢banas malas.
-?Puede convertirse en un incordio para los que le rodean?
-Siempre hay algo que no me gusta. Mis amigos me toman el pelo, porque antes de hacer cualquier cosa pido mil detalles y no doy un paso sin estar convencido de que todo estar¨¢ a mi gusto. Es una desgracia, pero uno nace as¨ª. Cuando se es exigente, se es muy, muy complicado.
-?Le gustar¨ªa ser de otra manera?
-Me encantar¨ªa, s¨ª. La vida ser¨ªa mucho m¨¢s f¨¢cil. Ser un perfeccionista en mi trabajo es lo que me ha llevado a donde estoy y estoy orgulloso de ello. Pero en mi vida privada me gustar¨ªa ser m¨¢s relajado.
-Ha dicho que fue un ni?o mimado...
-Ah, s¨ª. Cuando ten¨ªa 13 o 14 a?os me impresionaban much¨ªsimo las pel¨ªculas, con sus actrices bell¨ªsimas, con vestidos de ensue?o. Quer¨ªa ir al cine todo el tiempo. Ah¨ª naci¨® el deseo de ser dise?ador de moda, con la pel¨ªcula ZiegfeldGirl, con HedyLamarr, Lana Turner y Judy Garland. Aunque mi inter¨¦s por el vestir ven¨ªa de antes, incluso. No me gustaban los jers¨¦is que me compraban y hab¨ªa una se?ora que hac¨ªa unos preciosos a mano. Convenc¨ª a mi madre para hac¨¦rmelos all¨ª, y as¨ª, adem¨¢s, pod¨ªa elegir el color. Mi madre, desgraciadamente, me lo consinti¨®.
Se r¨ªe. Con una risa que no perturba sus esculpidos cabellos, que se instala s¨®lo en la parte inferior de su bronceado rostro. Valentino. Un hombre que ha fabricado un mito. Y que vive de acuerdo con ¨¦l. A lo grande. Lo demuestra su suntuosa oficina en un palazzocontiguo a la Piazza Spagna, donde recibe a EPS apenas tres d¨ªas antes de que empiecen los grandes festejos con los que celebrar¨¢ sus 45 a?os en la moda. Una llamativa extravagancia de cenas y bailes, con inauguraci¨®n de una gran exposici¨®n y desfile incluidos. Un cumplea?os que, seg¨²n The New York Times, ha costado unos siete millones de euros. Dif¨ªcil saber qu¨¦ se recordar¨¢ m¨¢s. ?Los fuegos artificiales sobre el Coliseo? ?La cena para 500 en el Templo de Venus, decorado con columnas corintias de fibra de vidrio? ?El Ara Pacis lleno de maniqu¨ªes convertidos en vestales escarlata? ?La magn¨ªfica colecci¨®n de alta costura con la que Valentino se auto homenaje¨®? ?La impresionante carpa china en los jardines de Villa Borghese que acogi¨® a los 1.000 invitados de una gala? Roma, entre el 6 y el de 8 julio, asisti¨® al golpe maestro del anfitri¨®n perfecto, un digno heredero de fabulosos vividores, en la estela del Gran Gatsby. Espl¨¦ndido y generoso, como es su costumbre, quiso dar una gran fiesta de cumplea?os y no lo hizo en su yate de m¨¢s de 40 metros, ni en la villa de Gstaad que utiliza para esquiar, tampoco en su restaurado castillo del siglo XVII cerca de Versalles, ni en la mayor mansi¨®n de Holland Park, Londres. Decidi¨® que ser¨ªa en la ciudad que lo adopt¨®, pero su palacio de la Via Appia se quedaba peque?o. As¨ª que convirti¨® Roma en un gigantesco sal¨®n de baile. El suyo.
No es de extra?ar que Roma le haya abierto algunas de sus m¨¢s antiguas ruinas, espacios nunca antes utilizados para cometidos semejantes. Para algunos, Valentino Garavani es el hombre m¨¢s famoso de la ciudad. Para otros, directamente, su rey. En todo caso, no fue aqu¨ª donde naci¨® hace 75 a?os, sino en Voghera, al norte de Mil¨¢n. Hijo de un comerciante de material el¨¦ctrico, creci¨® cultivando su afici¨®n por lo brillante y su inquebrantable voluntad de liderato. "Cuando estaba en el colegio era el jefe de mis amigos. Formaba parte de un gran grupo de chicas y chicos y yo era el que decid¨ªa. Pero lo hac¨ªa para contentarles, no por egocentrismo. Pensaba, tal vez pretenciosamente, que lo que yo eligiera ser¨ªa lo mejor". Con la misma determinaci¨®n, a los 17 a?os anunci¨® a Teresa y Mauro, sus padres, que no ten¨ªa intenci¨®n de ir a la Universidad y que quer¨ªa dedicarse a la moda. Un amigo, propietario de una tienda de telas en Mil¨¢n, se encarg¨® de buscarle plaza en una escuela de la ciudad. Al acabar el curso de seis meses, con una resoluci¨®n que ya no sorprende, decidi¨® que ya era hora de irse a Par¨ªs. Sus padres, de nuevo, consintieron.
En el Par¨ªs de los a?os cincuenta, la era dorada de la alta costura, se form¨® Valentino. Fue aprendiz en Jean Dess¨¨s y, despu¨¦s, en Guy Laroche. En esa ¨¦poca naci¨® su amistad con Karl Lagerfeld, a quien el 6 de julio llev¨® de la mano a recorrer la exposici¨®n del Ara Pacis. Aqu¨¦llos fueron a?os memorables para la creaci¨®n, pero m¨¢s all¨¢ de Dior, el dinero no corr¨ªa generosamente: seg¨²n su propio relato, Valentino cobraba 13.000 francos al mes y sus padres le enviaban, por lo menos, 50.000 m¨¢s. Lo cual tal vez explica por qu¨¦ no recibieron con desagrado la idea de financiar a su hijo la creaci¨®n de su propia casa de moda tras ocho a?os de aprendizaje subvencionado.
Un gran piso en ViaCondotti fue la primera parada romana de Valentino. All¨ª abri¨® en 1959. La gente hablaba del chico que hab¨ªa llegado de Par¨ªs. Pero ¨¦l no supo c¨®mo rentabilizar la atenci¨®n. "Era muy ingenuo. No sab¨ªa c¨®mo funcionaban las cosas. Mis padres me dejaron el dinero, pero nadie quer¨ªa vestirse de un dise?ador italiano joven desconocido. Y yo no sab¨ªa, por ejemplo, que hab¨ªa que ir a Florencia a desfilar para entrar en la liga de los que importaban". La bancarrota acechaba, pero Valentino no dejaba de vivir la dolce vita. Por suerte para ¨¦l, porque en una de sus salidas nocturnas estableci¨® una relaci¨®n trascendental para su carrera. Y para su vida. Eran las once de la noche cuando Valentino y sus amigos entraron en el Caf¨¦ Par¨ªs, en la Via Veneto. Aquella calurosa noche de finales de julio de 1960, la escena romana estaba en su momento ¨¢lgido; no hab¨ªa ninguna mesa libre, pero s¨ª una ocupada por un solo chico. Un estudiante de arquitectura que mataba el tiempo mientras esperaba que abrieran una discoteca. Se sentaron con ¨¦l. Al final de la noche, el estudiante llev¨® a Valentino a su casa en su Fiat. Se cayeron bien, as¨ª que siguieron hablando cuando d¨ªas despu¨¦s coincidieron en Capri. Y ya apenas volvieron a separarse. Giancarlo Giammetti, que as¨ª se llamaba el estudiante, pas¨® a ser el ¨¢lter ego de Valentino. Su pareja, su socio, su familia. "?l nunca me pidi¨® que me uniera a ¨¦l. S¨®lo sent¨ªa que quer¨ªa ayudarlo", explica en el lujoso libro, de m¨¢s de 700 p¨¢ginas, que edita Taschen como broche final de esta celebraci¨®n.
La ayuda de Giammetti result¨® fundamental. Se ocup¨® de los n¨²meros, de la log¨ªstica. Se ocup¨® del negocio y lo reflot¨®. Abandon¨® los estudios de arquitectura y aprendi¨® c¨®mo funcionaba la industria. "Siempre ha sido fant¨¢stico conmigo: se ha ocupado de todo lo que iba a distraerme, y eso me ha permitido vivir tranquilo y concentrado en dise?ar", reconoce Valentino. Uno de sus primeros y mayores logros fue colocar la firma en el calendario de la pasarela de Florencia, entonces el centro de la moda italiana. "Nos pusieron el peor d¨ªa y a la peor hora", recuerda el dise?ador. "Al final de todo, que era cuando todo el mundo se marchaba de la ciudad. Pero corri¨® la voz y la gente dijo: 'Vamos a ver a ese chico joven'. El desfile se llen¨®, y las mujeres empezaron a querer mis vestidos. Ah¨ª empez¨® la escalada".
Era 1962, pero ¨¦se no fue el ¨²nico acontecimiento clave de ese a?o. Otra noche, en una fiesta, un traje de dos piezas de organza negro sell¨® su pasaporte a la fama. El vestido tuvo una admiradora muy especial. Jackie Kennedy "se volvi¨® loca" por ¨¦l y quiso saber qui¨¦n era su autor. La mujer del presidente estadounidense se convertir¨ªa, una vez viuda, en una de sus principales clientas y tambi¨¦n en una buena amiga. "Tengo en la cabeza el d¨ªa que dise?amos todo su vestuario para una visita oficial a Camboya. Era 1967. Est¨¢bamos en una suite del Saint Regis y elegimos las telas, los cortes, los complementos. Todo. Cuando acabamos, cogi¨® un caramelo de menta y me dijo: 'D¨¦jame que coma algo, porque voy a ser muy pobre despu¨¦s de este pedido", se r¨ªe con ganas. Como si la an¨¦cdota mil veces contada volviera por primera vez a su memoria. Y deja que los recuerdos sigan fluyendo. "Otra vez est¨¢bamos comiendo en Nueva York y cuando salimos hab¨ªa montones de c¨¢maras en la puerta. A la ma?ana siguiente, nuestra foto estaba en todos los peri¨®dicos y ten¨ªa miedo de que pensara que yo hab¨ªa avisado a la prensa. La llam¨¦, pero ella no estaba y le dej¨¦ un mensaje. Me devolvi¨® la llamada y yo empec¨¦ a excusarme. Ella me dijo: 'Valentino, me enorgullece que seas mi amigo, y nunca me va a importar que me vean contigo".
No fue la ¨²nica clienta c¨¦lebre de un hombre que supo captar por igual a la alta aristocracia y a Hollywood. Es cierto que Diana Vreeland, Audrey Hepburn o Babe Paley tambi¨¦n sucumbieron a sus encantos, pero Jackie lleg¨® a vestirse casi ¨²nicamente con su ropa e, incluso, a elegir uno de sus vestidos para casarse en 1968 con Onassis. Ella jug¨® adem¨¢s un papel crucial en la sofisticaci¨®n de sus gustos y en el refinamiento de sus maneras. Ese mismo a?o, Valentino se compr¨® una casa enorme en Capri y una motora, que pint¨® de rojo y decor¨® con cojines pop, con la que la juventud m¨¢s elegante de Roma se desplazaba de N¨¢poles a la isla los fines de semana. "Siempre me ha gustado recibir. Cuando llegu¨¦ a Roma viv¨ªa en un piso precioso, muy peque?o. Desde entonces, siempre que puedo, invito a mis amigos a comer y a cenar. Valoro mucho la amistad, y lo mejor para mantenerse juntos es hacer cenas peque?as, reuniones en las que se pueda hablar. Tengo talento para entretener, para acoger y ser agradable".
-A su primer barco pop le seguir¨ªan otro y otro, cada vez m¨¢s grandes, hasta su actual TM Blue One, un icono del veraneo de la jet set en el Mediterr¨¢neo...
-?Oh, qu¨¦ va! Mi barco es una rutina cl¨¢sica. Me encanta invitar a gente a pasar el fin de semana y las vacaciones. Debo elegir, porque no es una embarcaci¨®n peque?a, pero para estar c¨®modos hay que alojar a un m¨¢ximo de siete u ocho a la vez. Trato de ir con mis mejores amigos, a los que re¨²no en grupos y turnos de unos diez d¨ªas.
-En la medida en que veranear en ¨¦l se ha convertido en un s¨ªmbolo de posici¨®n social, ?la gente le llama pidiendo plaza?
-?No, no, no! A veces, s¨®lo los muy cercanos, me dicen: "Me encantar¨ªa ir un fin de semana". Dos meses antes trato de organizarlo todo, pero siempre hay alguien que en el ¨²ltimo minuto quiere sumarse. Me encanta estar rodeado de amigos. Me hacen muy feliz. En mi trabajo estoy permanentemente rodeado de personas que me preguntan y me piden decisiones todo el tiempo. Nada me gusta m¨¢s que rodearme de amigos y escucharlos a ellos.
A Valentino le gusta estar acompa?ado siempre. Incluso cuando huye de amigos y empleados y se retira al campo, a montar a caballo o a leer biograf¨ªas. Tambi¨¦n entonces tiene un s¨¦quito de fieles compa?eros: Mollyy sus hijos Maud, Margot, Montyy Milton. Sus perros. "Ah, ?por supuesto! Tienen que estar ah¨ª todo el tiempo, me da much¨ªsima pena cuando no puedo llev¨¢rmelos, porque forman parte de mi vida. Montyes el jefe de la banda, pero son todos list¨ªsimos". El padre de los cachorros fue "alquilado", y la familia debe compartir sus afectos con un caniche y un pastor italiano que, ¨¦sos s¨ª, esperan en casa. La fabulosa excentricidad de Valentino no es algo com¨²n, ni siquiera en la moda. Ning¨²n otro dise?ador vive as¨ª. A muchos de los ejecutivos de la industria les resulta incomprensible que semejante tren de vida sea compatible con un negocio saneado, pero su valor como inversi¨®n publicitaria y de imagen es incalculable.
Un Rolls-Royce y carta blanca en Cartier fueron algunas de las prebendas que Valentino recibi¨® cuando en 1967 decidi¨® vender su compa?¨ªa a uno de los primeros conglomerados de lujo de la historia, una ocurrencia de un tipo llamado Bob Kernon. La idea era pionera, pero tal vez demasiado ambiciosa y revolucionaria. Cuatro a?os m¨¢s tarde, el conglomerado se fue al traste, y Giammetti cerr¨® un trato con m¨¢s de 50 bancos para conseguir el dinero necesario para recuperar la empresa. Hab¨ªan vendido por 5 millones de d¨®lares y recompraron por 1,5. Con la pareja de nuevo al frente de la compa?¨ªa, los a?os setenta y ochenta fueron los de la expansi¨®n. Al pr¨ºt-¨¤-porter, a los perfumes, al mundo y, casi, casi, a cualquier cosa que se pusiera a tiro: vajillas, muebles o lo que fuera. Cuando Valentino se vio haciendo baberos, se dio cuenta de que hab¨ªan llegado demasiado lejos. En todo caso, fueron a?os boyantes a los que sigui¨® la crisis. Los a?os noventa trajeron el minimalismo, el grunge y un viento conceptual que en nada favorec¨ªa los intereses de un hombre que ama los lazos y los encajes.
El rumbo adverso de las tendencias coincidi¨®, adem¨¢s, con el crecimiento a su alrededor de las altas torres de los grandes grupos de lujo. Enfri¨¢ndose a su sombra, Giammetti decidi¨® recortar los lucrativos acuerdos de licencias para no devaluar la marca y, por primera vez en dos d¨¦cadas, volvi¨® a pensar en vender. Lo hicieron en 1998 por 243 millones de euros. Valentino llor¨® en la rueda de prensa y su ense?a pas¨® a ser propiedad de HdP, una compa?¨ªa de inversi¨®n reci¨¦n creada en la que particip¨® lo m¨¢s selecto de la econom¨ªa italiana, de Agnelli a Pirelli. La firma era el primer escal¨®n para construir un gran grupo de lujo, pero el clima poco propicio de la industria en el cambio de siglo no ayud¨®, y las p¨¦rdidas superaron en 2001 los 30 millones de euros. En marzo del a?o siguiente, tras meses de especulaci¨®n, la marca se vendi¨® a Marzotto por 153 millones de euros, y los sue?os de grandeza de HdP se esfumaron. Marzotto, que ya era propietaria de Hugo Boss y de varias licencias, cre¨® el Valentino FashionGroup y la situaci¨®n mejor¨®: en 2005, Valentino logr¨® un beneficio de 90 millones de euros, 32 m¨¢s que el a?o anterior. La mejor¨ªa del sector y de la compa?¨ªa atrajo de nuevo la inversi¨®n. Permira, una sociedad de capital riesgo brit¨¢nica, pag¨® el pasado mayo 782,6 millones de euros por hacerse con casi el 30% del grupo y est¨¢ inmersa en un proceso para comprar el resto. Un baile de cifras y de propietarios que, por supuesto, ha desatado los rumores sobre la sucesi¨®n de Valentino.
-?C¨®mo es trabajar para una empresa que ya no es suya?
-No cambia nada. Me dejan hacer lo que quiero, gasto lo que quiero y hago las colecciones sin ninguna interferencia, ni presi¨®n.
-?Qu¨¦ suceder¨¢ cuando usted no est¨¦?
-Querida, espero que la gente que se ocupe de mi nombre haga lo mejor. Tambi¨¦n espero estar implicado en la selecci¨®n de un nuevo dise?ador cuando tenga que haberlo... Pero ya veremos.
-?Est¨¢ pensando en jubilarse?
-Por ahora, no.
-?Todav¨ªa se divierte?
-A veces me digo: "?Por qu¨¦?". Son tantas cosas, tanta presi¨®n... Es muy estresante, y yo soy el que est¨¢ en el centro, del que todos dependen. Me gusta proyectar fortaleza, dar buena imagen, y eso exige mucha energ¨ªa. Lo ¨²ltimo que quiero es parecer un tipo atormentado [risas].
Giammetti entra en el despacho impetuosamente. Se planta en el centro de la habitaci¨®n de una zancada y se dispone a decir algo. Valentino no se inmuta. S¨®lo entonces Giammetti se da cuenta de que est¨¢ interrumpiendo. No es ya el presidente ejecutivo de esta casa, pero est¨¢ claro que sigue ejerciendo su autoridad. Sigue al mando. Se disculpa atropelladamente y se va. Amigos, socios, compa?eros y, ahora, rivales por conseguir la obra de arte m¨¢s original o la propiedad m¨¢s suntuosa. Durante las celebraciones del aniversario se supo que Giammetti se hab¨ªa hecho a s¨ª mismo un fabuloso regalo: el apartamento en el hotel Pierre de Nueva York que fue propiedad de Pierre Berg¨¦, 10 manzanas al norte del de Valentino. El suyo ha sido uno de los t¨¢ndem m¨¢s sincronizados de un negocio propenso a las intensas alianzas entre creador y emprendedor. Una relaci¨®n tan civilizada como rom¨¢ntica y extravagante, que escapa a las definiciones. Se supone que fueron pareja hasta los a?os setenta, pero Valentino, que se enorgullece de ser al¨¦rgico al esc¨¢ndalo y al cotilleo, no comenta semejantes detalles. "Para m¨ª son como los abuelos italianos de todo el mundo, excepto por el hecho de que no est¨¢n casados y son dos hombres", cuenta su amiga Gwyneth Paltrow en el libro. "Tienen esta relaci¨®n durante toda su vida que ha cambiado de forma varias veces y son los mejores amigos. Pero, para m¨ª, son un matrimonio. Se gritan, se pelean y se quieren. Viajan juntos, comen juntos. Son su familia. A veces no sabes d¨®nde termina uno y d¨®nde empieza el otro".
El esp¨ªritu familiar que durante d¨¦cadas ha reinado en la compa?¨ªa no es s¨®lo una mera extensi¨®n de los ¨ªntimos lazos que unen a su n¨²cleo. De hecho, durante mucho tiempo fue literalmente cosa de familia. En 1961, Valentino traslad¨® a sus padres desde Voghera hasta el piso de Piazza Mignanelli donde viv¨ªa y trabajaba. Su madre sol¨ªa hacer bocadillos para las costureras. Y Giammetti vivi¨® con la suya hasta su muerte, en 1996. "Mi madre y la de Valentino eran buenas amigas. Eran muy diferentes. La m¨ªa era m¨¢s est¨¦ticamente consciente y se divert¨ªa m¨¢s con los j¨®venes. La de Valentino era muy pr¨¢ctica, muy fuerte, muy inteligente. Es incre¨ªble que esa mujer, nacida y criada en una ciudad peque?a donde sus preocupaciones eran si un ¨¢rbol o un pollo crec¨ªan bien, tuviera un hijo as¨ª".
Costureras que llevan m¨¢s de tres d¨¦cadas con Il Maestro o ejecutivos que le piden a Valentino que sea el padrino de sus hijos han sido desde siempre historias habituales en la casa. Tambi¨¦n las grandes peleas, los portazos y las despedidas entendidas como una traici¨®n. O tal vez sea m¨¢s adecuado decir que lo eran. "Creamos esta casa hace muchos a?os y hemos trabajado durante mucho, mucho tiempo a nuestra manera", confirma Valentino. "Todo el mundo, en cierta forma, se quer¨ªa. No siempre fue f¨¢cil, porque al ser independientes y convertirnos en una gran empresa, hab¨ªa que cuidar cada detalle para que el negocio fuera bien. Pero las cosas han cambiado. Y se supone que tenemos que aprender a respetar ciertas cosas y a funcionar de otra manera. Forzosamente, han entrado muchas personas nuevas. Es imprescindible para poder ser grandes. Pero esto es mi familia, mis amigos, todo".
"Mi afecto por Valentino se ha expresado puntada a puntada, vestido a vestido", declara la costurera Elide Morelli en una de las frases m¨¢s sentidas del libro conmemorativo, ya de por s¨ª muy emotivo. "Son sensacionales", dice Valentino de las mujeres que trabajan en su taller de alta costura. "Llevan conmigo toda la vida. Cuando llegaron eran j¨®venes, y ahora son abuelas. Hay momentos en los que puedo ser serio o un poco autoritario, pero ellas me conocen muy bien y saben c¨®mo tratarme. Les exijo tanto como a m¨ª, pero ?si vieras sus patrones! Son detallad¨ªsimos mapas con se?ales y marcas para cada pulgada, para cada pliegue. Su minuciosidad es incre¨ªble".
La fidelidad y el idilio con el maestro no es s¨®lo cosa de sus empleados. Sus clientas no dudan en calificar de adicci¨®n lo que sienten por unos dise?os rom¨¢nticos que no buscan coartadas para su conservadurismo y refinamiento. Valentino es im¨¢n para mujeres que buscan algo tan obvio como estar guapas. "Mi obsesi¨®n ha sido siempre hacer ropa bonita. Hoy hay mucha gente que no aprecia la elegancia y que prefiere el desarreglo. Eso fue muy evidente cuando se llev¨® el grunge. Pero al mismo tiempo, muchas, muchas mujeres quieren ser extraordinarias y femeninas. Eso es algo que nunca va a desaparecer".
Para conseguir su objetivo, Valentino se ha apoyado en las que siempre han sido dos de sus grandes virtudes: un certero ojo para la proporci¨®n y una construcci¨®n que parte del cuerpo para dibujar un trazo sensual, pero jam¨¢s vulgar. La suya es una premisa simple, pero que parece de otro tiempo. Como dice Nan Kemper, icono social y de estilo neoyorquino, adem¨¢s de seguidora fiel del creador, ¨¦ste no s¨®lo viste a una mujer como si la amara, adem¨¢s aspira a que todo el mundo se enamore de ella. "Si hay alg¨²n problema en el cuerpo, a m¨ª me corresponde disimularlo. Hay muchos trucos, muchas cositas que se pueden arreglar con un buen patr¨®n. Y tambi¨¦n lo hago en el pr¨ºt-¨¤-porter. Cuando las modelos se prueban la ropa, les pido que se muevan, que se sienten, que se inclinen. Un vestido puede ser el m¨¢s bonito del mundo, pero no va a vivir sobre un palo de madera. Lo que quiero hacer con las mujeres es que cuando entren a una habitaci¨®n, la gente, todo, se detenga, que nunca pasen inadvertidas y que siempre despierten admiraci¨®n".
Nada condensa y expresa la filosof¨ªa vital y est¨¦tica de Valentino como sus vestidos de noche. Lo cual explica por qu¨¦ las actrices acuden a ¨¦l "como abejas a la miel", seg¨²n declaraba a la revista W su relaciones p¨²blicas, Carlos de Souza. "La alfombra roja es muy divertida, pero esas mujeres, a las que en algunos casos quiero much¨ªsimo, ¨²ltimamente escuchan a demasiada gente", afirma Valentino con un toque de malicia. "Adem¨¢s del dise?ador, contratan a su propio consejero para vestirse, y luego, cuando ya est¨¢n listas, si aparece un camarero en la habitaci¨®n y les dice '?Uh! Est¨¢s mejor con el otro vestido', corren a cambiarse. Despu¨¦s de 45 a?os, s¨¦ ver si alguien est¨¢ sensacional o s¨®lo regular. Ser dise?ador es algo maravilloso, pero los j¨®venes ahora quieren llegar muy r¨¢pido. Y hay que trabajar mucho antes de ser el mejor. Es muy f¨¢cil ir a un mercadillo, tomar un vestido antiguo y copiarlo. Pero ser dise?ador no es eso".
La absoluta seguridad en s¨ª mismo, la determinaci¨®n y la confianza de Valentino no son necesariamente un signo de soberbia. Lo demuestra la emoci¨®n con la que, al salir a saludar tras el desfile del cumplea?os romano, se detuvo un instante frente a los colegas que poblaban la primera fila. Karl Lagerfeld, Tom Ford, Donatella Versace, Diane von Furstenberg o Zac Posen, m¨¢s all¨¢ de diferencias estil¨ªsticas, generacionales o de caracteres, rend¨ªan tributo al ¨²ltimo de una raza. Como dice Suzy Menkes en el pr¨®logo del libro-homenaje, "el que mantiene viva la llama de la alta costura". "Mis colegas son muy amables conmigo. Tal vez porque nunca hablo de los dem¨¢s y no tengo celos. Odio profundamente el cotilleo y a la gente criticona, y nada me gusta menos que el esc¨¢ndalo. Me entristece que hoy la gente sea mala una con otra". Un peculiar concepto de la generosidad que, m¨¢s all¨¢ de la vida grandiosa y de los trajes fastuosos, explica su poder de atracci¨®n y su carisma. C¨®mo no, nadie lo expresa mejor que Giammetti: "Es posesivo. Es controlador. Pero te transmite la sensaci¨®n de que todo ir¨¢ bien en tu vida. Es tan optimista que, de alguna forma, asumes la incre¨ªble creencia de que nada malo te va a suceder".
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