'La Codorniz', seg¨²n F¨¦lix de Az¨²a
El escritor y ensayista rememora los tiempos y el legado divertidos y originales de la revista, una luz humor¨ªstica en la noche del franquismo. El Museo de la Ciudad le dedica una muestra en Madrid
Muchos lectores pensar¨¢n que exagero, pero yo dir¨ªa que los dos fen¨®menos period¨ªsticos del inacabable periodo franquista fueron: en sus inicios, La Codorniz, y en su acabamiento, EL PA?S. Ambos tienen m¨¢s de una ra¨ªz com¨²n.
En casi todas las sociedades sometidas a una explotaci¨®n represiva la vida del esp¨ªritu subsiste bajo un disfraz ir¨®nico, sarc¨¢stico y par¨®dico. As¨ª era el Simplicissimus que se re¨ªa (temblando) del militarismo prusiano y eso fue Krokodil en la desolada Rusia comunista. En la Espa?a de Franco esa funci¨®n la cumpli¨® durante casi 40 a?os La Codorniz, cuyo subt¨ªtulo (¡°La revista m¨¢s audaz para el lector m¨¢s inteligente¡±) ya conced¨ªa que hab¨ªa que ser muy espabilado para sugerir y captar la disidencia en un pa¨ªs c¨®modamente sometido a un r¨¦gimen que morir¨ªa en la cama.
Aquella revista de aspecto inconfundible llegaba a innumerables hogares espa?oles semana tras semana y se manten¨ªa a la vista para que la leyeran las visitas. Aunque su tirada lleg¨® a ser muy elevada (en su mejor momento alcanz¨® los 150.000 ejemplares) mucho mayor era el n¨²mero de lectores. Yo la recuerdo como si fuera hace 40 a?os, en casa de mis abuelos, donde la le¨ªan por riguroso turno mis incontables t¨ªos y primos cuando pasaban a rendir pleites¨ªa. Y si no la compraban era, o bien por avara povert¨¤, o bien porque no les parec¨ªa elegante. Sin embargo, pocas revistas han sido m¨¢s elegantes que aquella, sobre todo comparada con las zafias revistas actuales. Todo lo cual puede constatarse en una impagable exposici¨®n del Museo de la Ciudad de Madrid.
La Codorniz tuvo varias vidas, todas ellas explicadas por el comisario Felipe Hern¨¢ndez Cava en un cat¨¢logo imprescindible. La primera, la de junio de 1941, es un invento de tres talentos literarios y gr¨¢ficos, Mihura, Tono y Herreros, hijos del surrealismo, del futurismo y del constructivismo ruso, padres de un humor disparatado, desatinado y absurdo que durar¨ªa hasta Tip y Coll. Junto a ellos, escritores como Edgar Neville, Fern¨¢ndez Fl¨®rez, Jardiel Poncela, G¨®mez de la Serna, Conchita Montes, Claras¨® o Manuel Halc¨®n.
Ya en esta primera etapa figuraba como redactor jefe ?lvaro de Laiglesia, un jovenzano de 19 a?os, chuleta, simp¨¢tico y vivalavirgen que pas¨® su infierno en la Divisi¨®n Azul. Luego volveremos a ¨¦l. El tiraje inicial fue de unos 30.000 ejemplares y se vend¨ªa al precio de 50 c¨¦ntimos. El dise?o era de Herreros, un soberbio dibujante en la mejor herencia de Goya y Solana. Tanto dibujantes como escritores se sent¨ªan pr¨®ximos al estilo italiano, el del Bertoldo, del Marc¡¯Aurelio, de Pitigrilli, Mosca o Guareschi, pero tambi¨¦n de los americanos que comenzaban en el New Yorker, sobre todo de Otto Soglow, James Thurber y Peter Arno, a los cuales Herreros copiaba con seud¨®nimo cuando hab¨ªa que llenar espacio. A finales de 1942 se incorpora la fuerza real de la revista, Fernando Perdiguero (Menda), quien hab¨ªa sido indultado tras vivir el terror de una condena a muerte suspendida sobre su cabeza. Nada mejor, tras ese trago, que una revista de humor.
La segunda Codorniz nace en marzo de 1944 cuando Mihura, que estaba deseando dedicarse al teatro, vende la cabecera por 90.000 pesetas a God¨®, Pradera y Pombo Angulo. El nuevo director es ?lvaro de Laiglesia y su redactor jefe el eficaz Perdiguero. En esta etapa, De Laiglesia pone la revista en los 150.000 ejemplares. Es la apoteosis. Se incorporan Go?i, Mingote, Chumy, Kalikatres, Ops, y una cierta cr¨ªtica pol¨ªtica sustituye el estilo ¡°po¨¦tico e irreal¡± que en opini¨®n del nuevo director era ya ¡°una f¨®rmula agotada¡±. Le a?adi¨® el subt¨ªtulo sobre la audacia de la inteligencia en 1951.
Con De Laiglesia empiezan los conflictos. En noviembre de 1952 aparece una rechifla sobre el diario m¨¢s brutal del movimiento, el Arriba. La Codorniz publica un Abajo con una cazuela y tres cucharas en lugar del yugo y las flechas. Un grupo de matones destroza la redacci¨®n y amenaza de muerte al director. En 1973 el Gobierno, o lo que fuera, cierra la revista cuatro meses con gran cabreo de God¨®, que no concibe perder dinero molestando a los franquistas. En 1975 viene el secuestro administrativo y otros tres meses de cierre. De Laiglesia est¨¢ condenado.
La tercera y ¨²ltima Codorniz vuela en 1977 y la dirige Summers. El equipo de dibujantes es impresionante: El Roto, Chumy, Mingote, Gila, M¨¢ximo, Ballesta¡ El nuevo director contin¨²a la l¨ªnea absurda y disparatada que es marca hispana: Un se?or entra en una librer¨ªa, ¡°?Tiene usted mis memorias?¡±. ¡°?Y qui¨¦n es usted?¡±. ¡°Es que no me acuerdo¡± (Gila), pero el pa¨ªs hab¨ªa cambiado enormemente y se encontraba en estado convulso. La revista cierra en enero de 1978. Tres meses m¨¢s tarde llega el c¨¦lebre rebote del gato muerto con una nueva direcci¨®n, esta vez de C¨¢ndido, amigo de Felipe Gonz¨¢lez, pero solo durar¨ªa nueve meses.
En la lista de nombres hasta ahora mencionados han ido apareciendo una buena cantidad de firmas que han colaborado o colaboran con EL PA?S. Hay muchos m¨¢s ya que apenas hemos mencionado a los escritores, pero en sus ¨²ltimas etapas la revista lanz¨® nuevos talentos (una jovenc¨ªsima Rosa Montero, por ejemplo) junto a consagrados como Torrente. Por eso dec¨ªa yo al comienzo que si la una fue el fen¨®meno de comienzos del franquismo, el segundo lo fue tras su defunci¨®n. De alguna manera el alma codornicesca de una sociedad caricatural, transmigr¨® a EL PA?S y a la democracia una vez muerto el tirano.
La fabulosa originalidad de Tono, Mihura y Herreros (hay dibujos de Tono que deber¨ªan exponerse en el Reina Sof¨ªa), la grandeza de artistas como Chumy (que ten¨ªa el brochazo de Franz Kline) o El Roto, un dibujante que podr¨ªa tomar caf¨¦ con Daumier, son solo cimas en una cordillera de cumbres. En buena medida todo ello fue obra de ?lvaro de Laiglesia, uno de los personajes destacados de la ¨¦poca y uno de los escasos escritores cuyas novelas se han vendido por millones. Hombre dif¨ªcil, arisco, fr¨ªvolo, de una vitalidad envidiable, representante magn¨ªfico de aquella Espa?a que viv¨ªa con Franco, pero le detestaba. Su hija Beatriz de Laiglesia hace de ¨¦l un retrato espl¨¦ndido, tan bueno como el de Joaqu¨ªn Calvo Sotelo, escritor muy sobresaliente, por cierto.
Seg¨²n cuenta Bea, su padre ten¨ªa una voz campanuda y engolada, como de bar¨ªtono, y tambi¨¦n el tipo. Cantaba en ruso mientras se arreglaba por las ma?anas y pasaba mucho rato pein¨¢ndose hasta conseguir un rizado de aspecto natural, pero despeinado. No usaba gomina, pero s¨ª Flo?d despu¨¦s de afeitarse aplic¨¢ndoselo a implacables tortazos. Fumaba mucho, beb¨ªa mucho, trasnochaba mucho, trabajaba mucho... de todo mucho. Y no soportaba que en su presencia se contasen chistes. Era un solitario disfrazado.
Como padre fue un desastre. Abandon¨® a la familia cuando la ni?a ten¨ªa 10 a?os y ya no regres¨® nunca m¨¢s. Eso no impidi¨® que tanto su mujer como su hija le vieran con frecuencia (en bares), con m¨¢s simpat¨ªa que amor. Cuenta Bea aquella ocasi¨®n en la que Paco Rabal entr¨® en el local y tras saludar a ?lvaro, quien la present¨® al actor muy caballerosamente, se sent¨® en una mesa a espaldas del escritor. Desde all¨ª se timaba con Bea de la manera m¨¢s seductora: alzando repetidas veces el peluqu¨ªn que gastaba (llevaba la calva cruzada de esparadrapos) y gui?¨¢ndole un ojo. El humor de La Codorniz, en este pa¨ªs, a veces no es surrealismo, es realismo socialista.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.