Sobre el trabajo y el dolor
La Fundaci¨®n Mapfre dedica una exposici¨®n al fot¨®grafo Lewis Hine. Muchas de sus obras las hemos visto en los lugares insospechados sin saber que eran suyas
Hace unos d¨ªas le¨ª a un cronista de diario describir la as¨ª llamada ¡°crisis¡± como un arrasamiento de las condiciones vitales de gran parte de la poblaci¨®n trabajadora, lo cual es cierto, pero a?ad¨ªa que est¨¢bamos regresando a la ¨¦poca de Dickens. Este tipo de manifestaciones bomb¨¢sticas son harto frecuentes e indican una ignorancia total de la ¨¦poca de Dickens, o de la nuestra. Por lo visto el cronista no sab¨ªa que en la Inglaterra victoriana los ni?os empujaban vagonetas en las minas de carb¨®n. Su esperanza de vida era de siete a?os, pero a pesar de ello sal¨ªan m¨¢s baratos que las mulas.
No es necesario ir tan atr¨¢s. Basta con saltar a Georgia, Carolina, Virginia, Pittsburg o Nueva York en 1910. O a Macedonia, Serbia, Grecia en 1919, as¨ª como a otros cientos de lugares y fechas del siglo XX. Los que he mencionado son los que est¨¢n a la vista de cualquier espectador en la excelente exposici¨®n de Lewis Hine de la Fundaci¨®n Mapfre. All¨ª pueden verse las caras tiznadas de casi un centenar de ni?os que part¨ªan piedras en las minas de Virginia. Sus ojos parecen agujeros perforados en una m¨¢scara negra. O las ni?as que trabajaban doce horas en las f¨¢bricas textiles de Carolina. O los ni?os empleados por las serrer¨ªas, el algod¨®n, el vidrio, en tareas que pocos adultos soportaban.
Las fotograf¨ªas de Hine, un hombrecito con cara de rat¨®n que vivi¨® entre 1874 y 1940, son un testimonio colosal sobre la vida de los trabajadores hace cien a?os. Verdaderos iconos, muchas de estas fotos las hemos visto en los lugares m¨¢s insospechados, desde portadas de libros hasta cubiertas de vinilos rockeros, sin saber que eran suyas. Verlas ahora juntas es en verdad emocionante.
En la Inglaterra victoriana los ni?os empujaban vagonetas en las minas de carb¨®n. Su esperanza de vida era de siete a?os, pero a pesar de ello sal¨ªan m¨¢s baratos que las mulas
Hine no buscaba la compasi¨®n, ni el sentimentalismo, ni siquiera la caridad. ?l era un documentalista, lo que no excluye, por supuesto, que algunas de sus placas sean para nosotros verdaderas obras de arte del mismo modo que hoy nos admiran algunos frescos g¨®ticos que en su momento fueron tan artesanales como la herrer¨ªa. A ¨¦l le interesaba el mundo del trabajo porque sus fotograf¨ªas eran tambi¨¦n duro trabajo y por eso no s¨®lo expone el dolor, el sufrimiento, la explotaci¨®n o la miseria, no se recrea s¨®lo en los horrores de la sociedad industrial. Tambi¨¦n es consciente de que el trabajo es un modo de dominar el mundo, de controlar las condiciones de nuestro dolor, de nuestro sufrimiento, e incluso las condiciones de nuestra explotaci¨®n.
Por eso la sociedad americana que en el primer tercio de siglo XX le hab¨ªa proporcionado aquellas im¨¢genes infernales, cambia por completo en los a?os treinta cuando Hine fotograf¨ªa la ¨¦pica del trabajo. Son sus c¨¦lebres im¨¢genes de la construcci¨®n del Empire State Building, un canto glorioso a la audacia, el esfuerzo, el sacrificio y la imaginaci¨®n de los humanos. Aquellos obreros que colgaban sobre el vac¨ªo estaban siendo fotografiados por un fr¨¢gil hombrecillo de cincuenta y siete a?os que tambi¨¦n colgaba sobre el vac¨ªo. Un trabajador entre otros trabajadores que hac¨ªa funambulismo entre cables y j¨¢cenas.
Alguna de esas im¨¢genes, como la archic¨¦lebre de ?caro sobre el ESB, forma parte de la m¨¢s aut¨¦ntica y vigorosa poes¨ªa social del siglo XX, un verdadero arte del trabajo. Contra el t¨®pico establecido, la l¨ªrica del obrero no se llev¨® a cabo en los pa¨ªses socialistas, sino en EEUU. La ¨¦pica bolchevique o mao¨ªsta es g¨¦lida, oficinesca, de un colosalismo mesopot¨¢mico, demasiado similar a la representaci¨®n de los nazis. No hay lugar para la dignidad, la alegr¨ªa, la gracia, la fantas¨ªa o la celebraci¨®n de la cuadrilla. Los obreros de Hine, en cambio, son propiamente humanos, est¨¢n construyendo estructuras colosales, pero adem¨¢s celebran la vida y el trabajo.
En su extraordinario libro Men at Work, parcialmente reproducido en el cat¨¢logo, Hines comienza diciendo: "Las ciudades no se construyen a s¨ª mismas, las m¨¢quinas no pueden hacer m¨¢quinas a menos de que tras ellas est¨¦n el cerebro y el sudor de los hombres. Llamamos a nuestra ¨¦poca la era de la m¨¢quina. Pero cuantas m¨¢s m¨¢quinas utilizamos, m¨¢s hombres verdaderos necesitamos para hacerlas y dirigirlas". Sus fotograf¨ªas son cantos poderosos del siglo XX, un tipo de canto que entre nosotros ya es imposible porque nuestras m¨¢quinas han dado un salto abstracto y enigm¨¢tico para construir un mundo nuevo, inasible, invisible, que a¨²n no sabemos c¨®mo representar.
Dije al comienzo que era desolador constatar hasta qu¨¦ punto muchos pol¨ªticos y cronistas no han asimilado la velocidad con la que el siglo XX se ha alejado de nosotros. Aquel mundo de las m¨¢quinas ten¨ªa una caracter¨ªstica hoy inexistente: el esfuerzo, el dolor, el sacrificio, pod¨ªan dar como resultado una sociedad cada vez m¨¢s abierta, unas construcciones grandiosas, una mayor libertad y una educaci¨®n admirable. Hoy no sabemos c¨®mo usar el sacrificio, el dolor y el sufrimiento de manera que no sean exclusivamente negativos. En consecuencia, los anulamos. De ah¨ª la desaparici¨®n de la ¨¦tica en la pol¨ªtica: si no hay motivos para sacrificarse, entonces todo est¨¢ permitido.
El mismo d¨ªa en que le¨ª lo de Dickens vi por televisi¨®n a unos bur¨®cratas que jam¨¢s hab¨ªan pisado el mundo del verdadero trabajo cantando la Internacional con el pu?o en alto.
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