Manual de combate
Un grupo de especialistas rebate los textos de perspectiva franquista del diccionario de la Academia de la Historia
?ngel Vi?as es uno de los m¨¢s importantes historiadores espa?oles entre los que se han dedicado a investigar la Guerra Civil, la Rep¨²blica y el franquismo. De sus esfuerzos y su inmensa capacidad de trabajo han salido a la luz conclusiones decisivas para esos tres periodos de nuestra historia reciente. Incluso, fue uno de los impulsores de un aspecto metodol¨®gico, propuesto por Santos Juli¨¢, que a m¨ª me parece muy feliz, como es el de marcar que la Rep¨²blica y la Guerra Civil son hechos diferenciados enormemente relacionados pero que no tienen una continuidad obligatoria desde el punto de vista del an¨¢lisis.
En el combate por la historia. La Rep¨²blica, la Guerra Civil, el franquismo
?ngel Vi?as (editor)
Pasado y Presente. Barcelona, 2012
973 paginas. 33 euros
Esa cuesti¨®n marca a fuego uno de los motivos que m¨¢s disputas han provocado entre historiadores espa?oles en los ¨²ltimos a?os. Para los historiadores militantes del franquismo, la guerra no fue sino el resultado l¨®gico de la trayectoria republicana. Para casi todos los dem¨¢s, la guerra fue el resultado de un golpe fallido que no era hist¨®ricamente obligatorio, sino consecuencia de la voluntad de una parte del ej¨¦rcito de romper el r¨¦gimen republicano para refundar un Estado nacional-cat¨®lico en Espa?a. Esa es la l¨ªnea roja que separa al cerrilismo franquista de las muy diversas aproximaciones que se han producido en torno al asunto.
Contra esta historiograf¨ªa franquista ¡ªa estas alturasmuy periclitada, por no decir insignificante¡ª se declara en guerra ?ngel Vi?as cuando enuncia las bases ideol¨®gicas de este volumen en que se re¨²nen trabajos de 34 especialistas. Y el motivo m¨¢s inmediato es la publicaci¨®n del tristemente famoso Diccionario biogr¨¢fico espa?ol de la Real Academia de la Historia, que incluye junto a intervenciones rigurosas algunas voces panfletarias amparadas por Gonzalo Anes y Carmen Iglesias. En principio, solo con ver el plantel de firmantes de este diccionario, que se autodefine de combate, el empe?o parece excesivo, algo as¨ª como matar moscas a ca?onazos. Desmontar las visiones franquistas que recoge el diccionario de la RAH no necesita de esfuerzos mayores. Por eso, hay otro escal¨®n m¨¢s, que est¨¢ dedicado a desarbolar, una vez m¨¢s, las desvergonzadas versiones de gentes como P¨ªo Moa o C¨¦sar Vidal sobre los tres periodos analizados. Algo que ya hizo, con enorme ponderaci¨®n, en su momento, Enrique Moradiellos y que hicieron tambi¨¦n algunos m¨¢s cuando los best sellers reaccionarios ocuparon las estanter¨ªas de los comercios.
Pero hay un tercer escal¨®n que me parece que es el sustancial, por mucho que no figure entre las intenciones que Vi?as fija en el pr¨®logo y el mismo Vi?as, acompa?ado por Alberto Reig Tapia, desgrana en los dos ¨²ltimos cap¨ªtulos del volumen. En realidad, al leer estos dos fragmentos, la intenci¨®n del libro parece mayor, parece marcada por el impulso de definir las l¨ªneas rojas que no pueden ser traspasadas por nadie a riesgo de caer etiquetado en el club de los reaccionarios neofranquistas. Y aqu¨ª vienen los problemas internos de coherencia, y los externos cuando, como si de censores se tratara, avisan a todos los dem¨¢s de hasta d¨®nde se puede llegar. Reig Tapia se atreve incluso a definir a los que no sean obedientes con lo que a ¨¦l le parece un ingenioso neologismo: son historiet¨®grafos.
El problema de la coherencia interna lo provoca el que la gran mayor¨ªa de los autores invitados a participar en el combate no est¨¢n por la labor, sino que hacen un honroso resumen de sus trabajos anteriores, casi sin excepci¨®n a la altura de lo que se pide en un buen manual. Jos¨¦-Carlos Mainer, Joan Maria Thom¨¤s, Enrique Moradiellos, Ferran Gallego, Paul Preston, ?ngel Vi?as y muchos otros entre esa extensa n¨®mina de autores hacen un retrato muy pertinente del state of the art de las investigaciones que siguen sucedi¨¦ndose sin pausa sobre los tres periodos. Buenos res¨²menes a modo de manual y, por supuesto, dado lo limitado del espacio y la urgencia del acontecimiento, no investigaciones novedosas. Pero s¨ª ¨²tiles y precisas casi en todos los casos. Ese trabajo no va m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites que cada uno se marca. Casi ninguno de ellos intenta se?alar d¨®nde acaba la decencia y d¨®nde empieza la miseria. Cuentan, y bien, lo que saben, lo que han investigado durante muchos a?os. Pero su participaci¨®n est¨¢ metida dentro del envoltorio, dentro del bocadillo que forman la introducci¨®n y los cap¨ªtulos finales. Yo dudo mucho de que la mayor¨ªa de los autores del libro se sientan identificados con la arrogancia insultante que destilan esos cap¨ªtulos. Y me consta, desde luego, que muchos no coinciden en absoluto con las l¨ªneas rojas que se trazan para estar dentro de la correcci¨®n pol¨ªtica que definen.
Hay tres asuntos que, desde mi punto de vista, muestran la obsesi¨®n de los combatientes y que forman parte de las cuestiones que s¨ª son muy discutibles y, por tanto, ya que vivimos en una sociedad democr¨¢tica, est¨¢n siendo discutidas por historiadores que no son franquistas y se tienen bien ganado el sueldo de rigurosos.
El primero de ellos es el de la necesidad (no se sabe por qu¨¦) de definir a Franco como el m¨¢s sanguinario de los dictadores. Pues s¨ª, es algo que cualquiera escucha y no se conmueve. Sus cifras de asesinatos son para figurar bien destacadas en el ranking universal de la crueldad. Pero intentar convencernos de que fue m¨¢s cruel que Hitler y solo menos que Stalin es dif¨ªcil, y m¨¢s lo es si nos atenemos al argumento de que su represi¨®n fue mayor que la que ejerci¨® el nazi contra sus connacionales antes de la guerra. Franco mat¨® m¨¢s comunistas, socialistas y dem¨®cratas que Hitler, es cierto. Pero desligar a Hitler y su maniaca pulsi¨®n asesina por periodos es abusivo: Hitler extermin¨® a diez millones de eslavos y a casi otros tantos jud¨ªos. Por mucha inquina que se le tenga a nuestro canalla, hay que reconocer que no lleg¨® a tanto. Y Franco mat¨® en la represi¨®n durante la guerra y los seis a?os posteriores a mucha m¨¢s gente que Mussolini y Hitler antes de la guerra por razones pol¨ªticas. Las cifras comparativas son desmesuradas en contra de Franco. Lo que pasa es que tambi¨¦n son arbitrarias en el uso, porque un ¡°historiet¨®grafo¡± cualquiera podr¨ªa decir que la Rep¨²blica que presidi¨® Aza?a fue peor que el r¨¦gimen de Hitler porque tambi¨¦n en la retaguardia republicana se mat¨® a m¨¢s opositores que en la Alemania hitleriana. Peras y manzanas. Hay que saber tratar magnitudes homog¨¦neas. Sobre esto el acuerdo podr¨ªa ser muy f¨¢cil y no exige mucho despliegue cient¨ªfico de cifras que se manejan a capricho: Franco fue un descomunal asesino. ?Necesitamos las comparaciones con Hitler para convencer a nadie o nos basta con sus propias cifras?
Otro de los t¨®picos recurrentes en esta historia de combate es el de asentar la tesis de que la represi¨®n republicana fue, casi siempre, obra de descontrolados. Paracuellos, que es el hecho paradigm¨¢tico de esa represi¨®n, es, para los ide¨®logos de la obra, una excepci¨®n. Sin embargo, historiadores no franquistas han avanzado mucho en una inc¨®moda evidencia: en la retaguardia republicana hubo una serie continuada de acciones que respond¨ªan a la planificaci¨®n. No estaban planificadas por el Gobierno, y mucho menos, por Aza?a, pero en ellas participaron grupos pol¨ªticos y sindicales que defend¨ªan a la Rep¨²blica y ten¨ªan, incluso, responsabilidades de gobierno. El ministro caballerista ?ngel Galarza, el ministro anarquista Juan Garc¨ªa Oliver, los comunistas Margarita Nelken o Santiago Carrillo no fueron ajenos a lo que suced¨ªa en las calles de Barcelona o Madrid entre julio y diciembre de 1936. En este segundo asunto, la ira de nuestros combatientes cae sin ning¨²n rigor y con especial inquina sobre un historiador ingl¨¦s de origen espa?ol (republicano), Julius Ruiz, autor de un discutible en algunos puntos, pero magn¨ªfico y documentad¨ªsimo estudio sobre la represi¨®n en el Madrid revolucionario de 1936, aunque aparecido con el desafortunado t¨ªtulo de Terror rojo. Ruiz se lleva la palma de los ep¨ªtetos por sus inc¨®modas tesis. Como si fuera un Moa.
El tercero de los t¨®picos que define otra l¨ªnea roja es el de que Franco quer¨ªa una guerra larga para as¨ª poder matar mejor, m¨¢s a gusto. Fue una idea de Dionisio Ridruejo, expandida por Juan Benet y adoptada por Paul Preston e Hilari Raguer. La idea no casa bien con el hecho de que Franco sigui¨® matando a buen ritmo una vez acabada la guerra. Pero, sobre todo, est¨¢ basada en el deseo de hacer su figura m¨¢s repulsiva. La documentaci¨®n que reposa en los archivos militares demuestra que no fue as¨ª, demuestra con rotundidad que el llamado caudillo tuvo que hacer una guerra larga porque enfrente ten¨ªa un ej¨¦rcito que le plant¨® cara. Adem¨¢s, no era un genio de la guerra, pero ten¨ªa con ¨¦l buenos t¨¦cnicos a los que gobernaba con su visi¨®n pol¨ªtica. Ni qu¨¦ decir tiene que est¨¢ perfectamente documentado que Franco intent¨® tomar Madrid durante toda la guerra. No pudo o no supo. Pero querer, quer¨ªa.
Hay, por tanto, una triple lectura en el libro. Lo mejor es que casi todos los textos componen un buen manual. Lo que debe ser puesto en duda es que haya que aceptar ni una sola prohibici¨®n de las que arbitrariamente se marcan para pertenecer al selecto club de los combatientes, ni aceptar el reduccionismo que lleva a considerar de un plumazo como neofranquista a cualquier disidente de las normas b¨¢sicas aqu¨ª marcadas. Sobre estas l¨ªneas rojas que se trazan con tanto vigor, cabe recordar los versos de Quevedo: ¡°No he de callar por m¨¢s que con el dedo, ya tocando la boca, ya la frente, silencio avises o amenaces miedo¡±.
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