Un cierto aire de solemnidad
Resulta esperanzador pensar que esta corrida hubiera ofrecido un cariz muy diferente si los toros hubieran desarrollado fortaleza, ri?ones y poder¨ªo
En estos tiempos de aburrida uniformidad es un gozo contemplar a un torero que sabe administrar los tiempos, que derrocha personalidad, que siente el toreo y anda por la plaza con aires de solemnidad. Quiz¨¢, por eso, solo por ser diferente, le concedieron la oreja a Alejandro Talavante en su primero. No es que su faena fuera deslumbrante, pero visti¨® muy bien su vocaci¨®n torera, vendi¨® su sentimiento y traslad¨® a los tendidos la imagen de que estaba enfrascado en algo importante.
Ese toro, como casi todos los dem¨¢s, era un derroche de nobleza, y lleg¨® a la muleta con cierto recorrido porque el torero impidi¨® que lo picaran. Ello permiti¨® una faena corta e intensa. Con la mano derecha, primero, embarcado el toro en la muleta, con mando y temple, lig¨® tres tandas suaves y hondas. Dej¨® reposar al animal entre una y otra, se recre¨® en los cites, analiz¨® las distancias y embeles¨® a un p¨²blico necesitado de destellos. Un cambio de manos result¨® primoroso, y los escasos naturales brotaron largos, emotivos y hermosos. Una estocada fulminante que provoc¨® derrame puso fin a una faena con un punto de primor.
Eso fue todo. No hubo m¨¢s. Suficiente, dir¨¢n algunos. Lo normal, otros. Se le esper¨® con expectaci¨®n a Talavante en el sexto, pero su falta de casta y de clase impidi¨® que redondeara la tarde.
Resulta esperanzador pensar que esta corrida hubiera ofrecido un cariz muy diferente si los toros, que fueron todo bondad y nobleza, con esa dulzura en la mirada y la embestida que parece romperse como un merengue¡; si en lugar de beat¨ªficos borregos, con las fuerzas just¨ªsimas y la casta desaparecida, hubieran desarrollado fortaleza, ri?ones y poder¨ªo. Hubiera sido otra corrida, sin duda.
Jandilla/El Cid, Castella, Talavante
Toros de Jandilla, bien presentados los tres ¨²ltimos y muy justos los dem¨¢s; mansos, blandos, muy nobles y faltos de raza.
El Cid: pinchazo y estocada (silencio); estocada (silencio).
Sebasti¨¢n Castella: pinchazo y estocada (silencio); media y un descabello (silencio).
Alejandro Talavante: estocada (oreja); dos pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de la Maestranza. 25 de abril. Decimocuarto festejo. Lleno.
Asimismo, resulta esperanzador pensar que hubiera ofrecido un cariz muy diferente si los toreros, en este caso El Cid y Castella, en lugar de unos pegapases insufribles y con un sentido de la pesadez que raya en la ofensa, hubieran demostrado imaginaci¨®n, sentido del temple y del tiempo, hondura y empaque.
Pero, no; estaban los que estaban, y otra tarde m¨¢s han demostrado que este no es su momento; que ambos est¨¢n ah¨ª porque se lo han ganado a pulso, pero perder¨¢n ese lugar de privilegio si persisten en su error.
El Cid tiene un primer problema: no traslada ilusi¨®n a los tendidos. Est¨¢ por all¨ª, pero no se le ve. Capotea y muletea, pero no se sabe muy bien si es ¨¦l. Su primero, muy cortito de todo lo que debe adornar a un toro, y de embestida cursilona, le permiti¨® una muy templada tanda de derechazos que cerr¨® con uno de esos inmensos pases de pecho que solo sabe dar este torero. Se acab¨® el gas del toro y se acab¨® el torero. Pero el hombre sigui¨® insistiendo y meti¨® pico; y en vista de que el animal no obedec¨ªa, volvi¨® a insistir. Qu¨¦ pesadez¡
Y el cuarto, que era un clon del primero -y con el que se hab¨ªa lucido Alcalare?o en las banderillas-, solo embisti¨® en tres templados muletazos con la derecha, porque este torero se empe?a, adem¨¢s, en que las tandas sean muy cortas e inacabadas. El animal dijo basta, pero El Cid dijo no; y volvi¨® a ponerse, ora, por la izquierda, ora, por la derecha, mientras algunos le recriminaban con cari?o y otros se tiraban de los pelos. ?C¨®mo es posible que un torero de su categor¨ªa se ponga tan pesado?
Pues anda que Castella. Su caso es m¨¢s grave. En tres corridas que ha participado todo su balance ha sido una ovaci¨®n en la segunda. Y lo que es peor: ofrece un toreo incoloro, epid¨¦rmico y vol¨¢til. No dice nada. Naufrag¨® ante el noble tercero, al que Javier Ambel clav¨® un magn¨ªfico segundo par de banderillas, y muy pesado y desabrido ante el deslucido quinto. Qu¨¦ bien que, al menos, qued¨® en el ambiente un cierto aire de solemnidad¡
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