La laboriosa b¨²squeda de la simplicidad
Peter Brook ser¨ªa hoy Peter Bryk si un funcionario autosuficiente no hubiera decidido britanizar el apellido de su padre, exrevolucionario menchevique, cuando arrib¨® al puerto de Dover huyendo de la I Guerra Mundial. Sus ra¨ªces rusas lo sit¨²an en el hilo de una saga de directores renovadores que arranca con Stanislavski, Meyerhold y Tairov, y culmina con Ariane Mnouchkine. Empez¨® haciendo teatro ilusionista, a la italiana, en Londres y en Stratford, convencido de que el universo real del p¨²blico y el imaginario de la obra deb¨ªan de estar completamente separados, pero despu¨¦s de haber dirigido a todo el firmamento brit¨¢nico, Laurence Olivier y John Gielgud incluidos; de haber estado al frente del Covent Garden (de donde lo echaron tras montar una Salom¨¦ con procaces dise?os de Dal¨ª, castrados convenientemente por el departamento de producci¨®n) y de haber alcanzado la cima del prestigio, Brook se sent¨ªa hondamente insatisfecho. Por un lado, Binkie Beaumont, el m¨¢s inteligente productor del West End, le hab¨ªa hecho notar con elegancia que por mucho que supiese sobre puesta en escena no sab¨ªa gran cosa sobre el trabajo del actor. Por otro, el teatro ingl¨¦s, instalado en una rutina comercial que obliga a estrenar siempre con un m¨¢ximo de cuatro semanas de ensayos, impon¨ªa unos l¨ªmites claros a su b¨²squeda art¨ªstica.
Jean Genet le hizo ver que funciones como El balc¨®n necesitar¨ªan un tiempo de cocci¨®n diez veces mayor. Por eso, cuando Peter Hall le ofreci¨® compartir con ¨¦l el mando de la Royal Shakespeare Company, acept¨® a condici¨®n de tener a su cargo una unidad de investigaci¨®n independiente. En la RSC opt¨® por romper la separaci¨®n entre escenario y platea, aprendi¨® a renunciar al privilegio de formarse a priori una idea del espect¨¢culo acabado y enunci¨® las bases de una ¨¦tica donde el compromiso colectivo est¨¢ por encima del deseo de expresi¨®n individual. Su b¨²squeda art¨ªstica se impregn¨® de la misma b¨²squeda vital que le hab¨ªa llevado a zambullirse en el universo esot¨¦rico de Gurdjieff. Quer¨ªa empezar desde cero, reaprenderlo todo, redescubrir el oficio paso a paso. Para ello cambi¨® Londres, donde la experimentaci¨®n despierta recelos, por Par¨ªs. All¨ª cre¨® el Centro Internacional de Investigaci¨®n Teatral, financiado por tres fundaciones multimillonarias, y se pas¨® tres a?os explorando la presencia esc¨¦nica y la voz con su troupe multi¨¦tnica, ablandando su pensamiento anal¨ªtico y el de los actores con ejercicios grupales, y sin estrenar un solo espect¨¢culo en todo ese tiempo.
Su primer p¨²blico de esta etapa fue a buscarlo en las ruinas de Pers¨¦polis, en poblados de Nigeria y Mal¨ª, entre los tuaregs del desierto, los chicanos y los indios norteamericanos. Cualquier sitio le parec¨ªa bueno para actuar, siempre que no fuese un teatro, hasta que, de vuelta a Par¨ªs, buscando una sede estable, dio con Les Bouffes du Nord, olvidado coliseo decimon¨®nico cuyas butacas, escenario, tapicer¨ªa y oropeles hab¨ªan sido pasto de las llamas veinte a?os atr¨¢s: un espacio en bruto con la proporci¨®n ¨¢urea, id¨®neo para el teatro esencial, de proximidad y cada vez m¨¢s en cueros que Brook propon¨ªa. Con sus muros sin repintar, llenos de agujeros y de huellas del tiempo y de la cat¨¢strofe, amueblado con unas gradas espartanas que mantienen al p¨²blico en actitud activa alrededor de la escena (como en The Globe), el Bouffes es hoy un centro de peregrinaci¨®n laica internacional que en Espa?a deber¨ªa de servir de referencia para rehabilitaciones similares.
Conforme Brook produc¨ªa nuevos espect¨¢culos, su equipo t¨¦cnico iba rastreando espacios singulares donde representarlos. Algunos de ellos fueron ganados para el teatro definitivamente: el Mercat de les Flors de Barcelona, la factor¨ªa Kampnagel de Hamburgo, el Gas¨®metro de Copenhague¡ Despu¨¦s de estrenar Carmen en estos lugares y el Mahabharata, su obra magna, en una cantera cerca de Avi?¨®n, comenz¨® a elaborar montajes cada vez m¨¢s sencillos: algunos de tema africano, como L¡¯Os y Tierno Bokar, otros inspirados en casos cl¨ªnicos investigados por los neur¨®logos Luria y Oliver Sacks, pero puestos en escena todos ellos sin apenas escenograf¨ªa (conforme al principio del espacio vac¨ªo, que actualiza un concepto fundacional del teatro ¨¢ureo y del isabelino) e interpretados por actores que, lejos de ser divos en la tradici¨®n rom¨¢ntica, son humildes m¨¦diums de algo que est¨¢ por encima de ellos.
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